Por Guillermo Cherashny.-

Las últimas elecciones presidenciales de Colombia mostraron el pase al ballotage de Rodolfo Hernández, un outsider de la política de ese país, ya que sólo ejerció como alcalde de Bucaramanga, una pequeña ciudad, pero es un millonario y por eso lo llaman el Trump colombiano, aunque no es un liberal clásico. La repercusión en la Argentina fue inmediata y la campaña de demolición de Javier Milei fue lanzada por el periodismo televisivo y radial que en los 2000 se identificó con Néstor y Cristina Kirchner, algunos después de la guerra con el campo y otros después del enfrentamiento con Clarín. No sólo tuvieron una actitud cobarde frente al kirchnerato sino que gozaron de enormes pautas publicitarias del matrimonio santacruceño y la ruptura final se dio cuando Sergio Massa derrotó en la PBA al cristinismo y ahí ese periodismo se hizo macrista desde el 2013 hasta nuestros días, siempre apoyado por una pauta publicitaria descomunal, y hoy en día ven peligrar su cómodo pasar económico. Basta ver la playa de estacionamiento de un canal de noticias, que no tiene nada que envidiar a la playa de Comodoro Py o de Tribunales, lo cual demuestra el estado de descomposición de nuestro país.

De tanto hablar mal de Milei no se dan cuenta de que lo hacen crecer en las encuestas pese a las pocas ingenuidades que comete el candidato libertario. No se dan cuenta de que el electorado no le cree nada a ese periodismo que actúa como partido político y no tiene nada que ver con el periodismo independiente. Ese periodismo ensobrado se mueve porque sabe que los ciudadanos no tienen memoria sobre su conducta zigzagueante desde el 2003 hasta nuestros días pero, si bien carecen de memoria, no comen vidrio para no darse cuenta de que lo hacen por dinero y no defienden la libertad de prensa ni la democracia sino su suntuosa vida privada.

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