Por Luis Américo Illuminati.-

«Es más probable que un asno se arrodille a adorar a Dios, que un necio deje de ser necio».

Estimados amigos lectores del Informador Público, sé que a muchos de Uds. les resulta difícil no estar preocupados por la lacerante realidad que vivimos y con la incertidumbre de no saber cómo va a terminar esta situación en que el corrupto gobierno de Cristina Kirchner y el siniestro Polichinela de presidente que la secunda en sus fechorías, que sabe que va a perder y se resiste a dejar el poder para cederlo al próximo o próxima presidenta de otro signo político; y veo con indignación la acción demoledora del gobierno empeñado a llevar la nave al fondo del mar si pierden las elecciones. La necedad es una ceguera mental y espiritual que desafía al orden natural y, por ende, a la Divina Providencia, a quien hasta un burro reconoce y se rinde. Los asnos por su proverbial mansedumbre siempre han estado al lado del Salvador. Por ejemplo, cuando éste nació en Belén o cuando entró triunfante a Jerusalén en ancas de un pollino. San Antonio de Padua hizo que un asno doblara las rodillas y rechazara la comida frente a la Santa Hostia.

Se dice que cuando Dios considera que un grupo disidente o un pueblo incrédulo o un hombre fanático como San Pablo se convierta en un hombre justo y se pase del lado del bien y la verdad, concede el milagro, no así cuando una sociedad como la nuestra permite o celebra el extravío y que una masa de bárbaros atropelle a la razón y al derecho, son peor que Bonvillo el dueño del asno porque Bonvillo vio y creyó. En cambio, la masa de sinvergüenzas piqueteros, vagos, tirapiedras, chorros y todos los nefastos personajes mencionados en el tango Cambalache que integran las hordas kirchneristas, están tan cegados por el odio y la soberbia, que aunque se presente ante ellos San Antonio y haga un milagro no dejarán de ser unas malditas rémoras, una lacra social impenitente y rechazarán el milagro ante sus ojos lo mismo que los fariseos contemporáneos de Jesús y burlándose dirán los muy canallas que la mula es un animal entrenado. La conclusión para una moraleja compartida sería la siguiente: «Es más probable que un asno se arrodille a adorar a Dios, que un necio deje de ser necio». He aquí el milagro.

Predicaba San Antonio de Padua en Rímini (Italia), donde los herejes patarinos habían negado el dogma de la presencia real, reduciendo la Eucaristía a una simple cena conmemorativa. Los jefes de la herejía no aceptaban las razones del Santo e intentaban rebatir sus argumentos. Entre ellos, Bonvillo, que era el principal y se hacía el sabiondo, le dijo: -«Menos palabras; si quieres que yo crea en ese misterio, has de hacer el siguiente milagro: Yo tengo una mula; la tendré sin comer por tres días continuos, pasados los cuales nos presentaremos juntos ante ella: yo con el pienso, y tú con tu sacramento. Si la mula, sin cuidarse del pienso, se arrodilla y adora ese tu Pan, entonces también lo adoraré yo». Aceptó el Santo la prueba y se retiró a implorar el auxilio de Dios con oraciones, ayunos y penitencias. Durante tres días privó el hereje a su mula de todo pienso y luego la sacó a la plaza pública. Al mismo tiempo, por el lado opuesto de la plaza, entraba en ella San Antonio, llevando en sus manos una Custodia con el Cuerpo de Cristo; todo ello ante una multitud de personas ansiosas de conocer el resultado de aquel extraordinario compromiso contraído por el santo franciscano. San Antonio se dirigió al hambriento animal, y, hablando con él, le dijo: -«En nombre de aquel Señor a quien yo, aunque indigno, tengo en mis manos, te mando que vengas luego a hacer reverencia a tu Creador, para que la malicia de los herejes se confunda y todos entiendan la verdad de este altísimo sacramento, que los sacerdotes tratamos en el altar, y que todas las criaturas están sujetas a su Creador». Mientras decía el Santo estas palabras, el hereje echaba cebada a la mula para que comiese; pero la mula, sin hacer caso de la comida avanzó pausadamente, como si hubiese tenido uso de razón, y, doblando las rodillas ante el Santo que mantenía levantada la Sagrada Hostia, permaneció en esta postura hasta que San Antonio le concedió licencia para que se levantara. Bonvillo cumplió su promesa y se convirtió de todo corazón a la fe católica; los herejes se retractaron de sus errores, y San Antonio, después de dar la bendición con el Santísimo en medio de vítores y aplausos, condujo la Hostia en procesión, como un triunfo de la iglesia, dando todos gracias a Dios por el milagro y conversión de tantos herejes.

El perro Wilson, un símbolo de lealtad y sacrificio

Merece también una reflexión el heroísmo del perro Wilson que salvó a los niños perdidos en la selva y está desaparecido hasta el momento. Lo que lleva a pensar que diferencia abismal que existe entre este noble animal con la jauría y piaras rabiosas de Cretina -Gran Madre de la Infamia- y su siniestro Gran Títere, fantasma de la ópera. Han pagado y repartido millonadas a los lobos y chanchos mercenarios (casi todos delincuentes) para incendiar Jujuy, causando grave alarma, daños inmensos a la propiedad pública y privada. Decirles miserables es poco.

Wilson salvando vidas y estos bárbaros ¡Mercenarios apátridas! – tirando piedras, incendiando, hiriendo a 58 policías, poniendo así en peligro muchas vidas humanas. La vicepresidente -mega millonaria, condenada por la justicia-, el figurón Polichinela de su homónimo Alberto y toda la masa de delincuentes piqueteros están en las antípodas de Wilson, que, a diferencia de ellos, tiene alma.

Wilson, el perro héroe de las fuerzas especiales se adentró en la selva en busca de los niños y los encontró en dos oportunidades. Quizás fue gracias a Wilson que los niños no perdieron la esperanza y siguieron adelante, sabiendo que aún los seguían buscando. Este pequeño héroe pudo servir de inspiración para los niños, quienes supieron que no estaban solos en su lucha por sobrevivir; gracias a Wilson, los pequeños pudieron continuar con valentía hasta ser rescatados. La acción heroica de Wilson se podría incorporar a un Manual de Ética política y Moral Pública, resumida en un aforismo en los siguientes términos. «El perro es el mejor amigo del hombre y si Dios le permitiera hablar a alguno de ellos, diría: «Gloria a Dios en las alturas y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad».

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