Por Italo Pallotti.-

Hubo, en esa vieja retórica del populismo, alguien al que se le ocurrió imaginar unos versos que dieron nacimiento a una legendaria marcha. El tiempo, que con su sabio derrotero sabe poner las cosas de la vida en su lugar, se encargó de que aquella se fuera diluyendo en su contenido hasta quedar marchita, deslucida y opaca en la intención de vitorear y entronizar a un hombre (Perón) que también, por una rara jugarreta de la temporalidad, se fue diluyendo al punto que sólo se lo recuerda y saca a la luz cuando las cuestiones políticas se ponen turbias y hace falta apelar a su vetusto recuerdo para avivar pasiones desteñidas y turbias por una posible catástrofe que se avecina. “Los muchachos p………. todos unidos triunfaremos”; de verdad que a la luz de los distintos momentos históricos, y sobre todo en los más o menos recientes y actuales, dicha afirmación se diluye de un modo superlativo en la medida que los intereses, los egoísmos y otras yerbas, propias del ser humano, tiran por la borda aquel deseo. “…Ese grito de corazón, Perón, Perón”, sólo sirve para la rima. Las peleas y los desencuentros políticos, sindicales, etc., desmienten de continuo el anhelo original. Esa “gran masa del pueblo, combatiendo al capital”, se ha encontrado de pronto con una realidad tan flagrante que la respuesta no ha sido otra cosa que una mayoría de un pueblo minado de clientelismo. De no ser por el oprobioso capital (según ellos) estarían hundidos aún más en una denigrante y descarada pobreza e indigencia, a la que llevaron a los “compañeros” de la mano de una siniestra conducción, década, tras década. “Cuanto valés, que grande sos, ¡sos el primer trabajador!” En todo caso, un ejemplo trasmitido de pésima manera de la mano de una dirigencia corrupta y llena de privilegios que sólo consiguió llenar de piqueteros las calles y plazas del país. “Imitemos el ejemplo”, dice en otro párrafo la ilusoria marchita. De todo se han ocupado, menos de crear fuentes de trabajo para dignificar a las personas de bien. “Por esa Argentina grande con que San Martín soñó”, dice otro verso y sí que fue un “gran verso” lo allí expresado. Cabe señalar que esta parte del original no se canta, más aún pocas veces, seguramente, se haya hecho. Es una obviedad decir que, si el Libertador viviera, esta Nación, a la que transformaron en una simulación de tal, la volaría por los aires para refundarla y revalorizarla en los cimientos que sustentan una República en serio. “Por los principios sociales que Perón ha establecido”. De más está decir que los seguidores se han encargado de bastardear, en todo caso, los originales principios que alguna vez, quizás, el susodicho General impulsó. Lo cierto es que a partir de la “realidad efectiva que debemos a Perón”, según la letra, están a una distancia sideral de ser concretada, al menos por los seguidores políticos y militantes de ayer y de hoy. Todo lo contrario. Son, y esto es palpable, que el hombre argentino, en una mayoría que a veces sorprende, por las circunstancias de su obediencia debida, su fanatismo, su ignorancia, su obsecuencia, y de la mano de un populismo audaz y retrógrado detrás de distintas figuras, llámense como se llamen, han convertido al país en una pocilga de todo lo malo que el mundo pueda imaginar. No se ha podido desmembrar a las mafias que desde tantos años se enquistaron en las instituciones del país. ¿Por qué no es posible hacer que la rectitud vuelva a estas tierras? Es fácil deducir que la falta de educación, a la que se le viven recortando presupuestos, mermando la calidad de los educadores de la mano de dirigentes de menor cuantía; la destrucción del concepto de familia con engendros ideológicos de todo tipo; la decadencia moral, como su consecuencia inmediata y la deshonestidad en las clases dirigentes, de todo tipo, completan un cuadro que produce tristeza y bronca. Esa capacidad casi de manual en copiar lo malo de aquellos países a los que sobre todo parte de la dirigencia política admira, completan un cuadro que la Justicia porque no pudo o no quiso juzgar en su momento, nos ha ido depositando paulatinamente en una decadencia estructural de la que será sólo obra de alguna clase, hoy desconocida, poder revertir. Hoy, a no dudarlo, serían calificados de héroes. Porque es obvio que no podemos seguir transitando este tortuoso camino con las características de un “Gran Hermano”, en el que todo vale, parte donde también todo se justifica y se acepta con una candidez que asombra. Con una clase política, hoy calificada de casta. La discordia y el enfrentamiento de los que gobiernan a su turno y los que esperan en un día no lejano que las mieles del poder los reciba complacida para hacerles la vida más fácil; a contrario sensu de una mayoría que se debate en la marginalidad y la pobreza. Los poderes que se lo disputan como las presas más apetecibles, con la complicidad de un pueblo que, a través del voto infinidad de veces, no tuvo ningún empacho en depositarles su ingenua confianza a sabiendas de que lo que elegía era más de lo mismo. Como si la honra fuera sólo una palabrita y no lo más preciado que todo hombre bien nacido y honesto debiera defender. Las lealtades, entre nosotros los argentinos, deben ser el motivo principal de una ciudadanía y no el anzuelo propuesto por un grupo de falaces y enfermos de poder. Que al final de la historia la bastardean de la forma más infame posible, para ganar un lugarcito o algún cargo, aunque en el camino quede pisoteada, sin ningún reparo, la propia dignidad. Total ésta, si la perdieron, que la recojan las víctimas para hacer su duelo, ante tanto engaño. De lo dicho, deberán tomar nota las oposiciones (que se entienda bien: todas), si no quieren quedar incineradas en el infierno de su propia sinrazón. El país (que sí es de todos) se sigue sumiendo en la anomia, el desorden, y en un confuso estadío difícil de imaginar pensando en los que alguna vez hicieron Patria en serio. El suicidio cívico-político puede sorprender a muchos, mal que les pese. Los tiempos se acortan y los malos de esta pésima película, al final, pueden triunfar; rompiendo el libreto de lo que la normalidad muestra y aconseja. De todos modos, nada dura para siempre.

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