Por Luis Américo Illuminati.-

Boca perdió ayer 2 a 1 con Fluminense. Si bien yo quería que ganara, el día anterior tuve el presentimiento de que no lograría la victoria al ver el fanatismo desbordado y el estridente zafarrancho de los hinchas xeneizes, recordé lo que dice el filósofo coreano Byung-Chul Han acerca del exceso de «positividad» (permisividad o licencia implícita para voltear todas las barreras de la cordura, la prudencia y la solidaridad) en lugar de guardar una negatividad provechosa (autolimitación de los exceso de euforia, es decir, evitar uno mismo transformarse en un autómata). Tal es el comportamiento de hinchas de Boca Juniors que activaron las máscaras de oxígeno después de golpear el techo del avión en el que viajaban a Río de Janeiro mientras cantaban y vivaban al equipo de Almirón. “Este año volvemos a Japón”, gritaban enfervorizados.

Olvidarse de todas las obligaciones, invadir como enjambre de avispas furiosas la ciudad de Río de Janeiro, luego de viajar por cualquier medio, terrestre o aéreo. El delirio de anticipar un triunfo que aún no se había dado, subestimar el equipo oponente, además de ser una pueril fanfarronería es también una soberana ramplonería. Y usar el slogan «Gloria Eterna» frente al terrible drama que se vive en estos momentos en Palestina, con gran peligro para la paz mundial, me pareció sumamente banal.

Fanatismo futbolero. Lo demás no importa nada.

La diversión futbolera se asemeja al circo romano. En lugar de la rebelión de las masas (Ortega y Gasset), la pasión futbolera engendra un fenómeno inverso: la estupidización de las masas. De ahí el subtítulo de esta nota. Mientras la población de Gaza está siendo diezmada, y cataclismos recurrentes como incendios de bosques, inundaciones y sequías sacuden dolorosamente la tierra, mientras el mundo se cae a pedazos, en esta parte del mundo, la Argentina, hay gente que se queda afónica de tanto gritar en los estadios de fútbol. Esto nos recuerda una lúgubre viñeta cuyos cuadros mostraban que mientras se desarrollaba una fiesta de carnaval en el salón de un edificio, más abajo se incendiaba un departamento. Y como los de arriba estaban todos pasados de copas no advertían las voces de alerta que provenían de los pisos inferiores. El fanatismo futbolero al que no le importa nada es igual al de aquellos que votan al candidato del kirchnerismo que conduce un barco que está semihundido en el fango acumulado de tantos años de obscena corrupción.

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