Por Hernán Andrés Kruse.-

“Por su parte, Echeverría también es el apóstol de una cruzada santa, un profeta que estigmatiza a las clases populares y postula su aniquilamiento en nombre de la civilización definida notablemente en el Dogma Socialista, pieza clave y de elucubración colectiva de estos intelectuales ilustrados sin clase y sin partido. Así también se expresa Sarmiento: “No hay que ahorrar sangre de gauchos”, apotegma apocalíptico que resume, en una frase, todo su ideario genocida desplegado en el “Facundo”, “El Chacho” y “Conflictos y armonías de las razas de América”. Si Facundo es el tigre de los llanos, no lo es en tanto original metáfora de novelista sino en tanto naturalización de una relación social personificada en los Caudillos. ¿Es la suma del poder público lo que hace especial a Rosas y a su dictadura? No lo creemos así. En esa época, es decir, desde los ’20 hasta los ’50, todos los caudillos provinciales, sean federales o unitarios ejercían de hecho la suma del poder. En todo caso, Rosas lo que hace es legalizar dicha situación, blanquearla y dotarla de la máxima dosis de legitimidad posible. Lejos de encubrir una tiranía particular, permite dejar al descubierto diferencias en la relación social que construye cada caudillo con su base de apoyo y, consiguientemente, diferencias económico-sociales entre cada situación provincial que, en el caso de Rosas, requieren para el ejercicio del poder de un consenso explícito por parte de quienes representa.

En todo caso, Rosas es Caudillo entre caudillos, y más que por sus características personales especiales, pensamos en la particularidad de la relación entre la formación social bonaerense y el resto de las formaciones provinciales (tanto el Litoral como el Interior mediterráneo), una relación que es de dependencia y que significa una asimetría en tanto Buenos Aires ya se ha constituido en el puerto europeo de ultramar, es decir, en la única vía de salida hacia el comercio exterior, la exportación. En ese sentido, es posible afirmar que la política de Rosas, bajo las condiciones económicas, políticas y sociales de la economía mundo capitalista de mediados de los ’30 ha cambiado significativamente, alterando y transformando también la fisonomía de la estructura de clases de la provincia, y por tanto, de las relaciones entre ésta y el resto de la Confederación. Una clave posible consiste en pensar la cuestión del encargo de las relaciones exteriores encomendada por las provincias a Buenos Aires como problemática. Si Buenos Aires “ahoga” y destruye las economías provinciales, ¿por qué cederle el monopolio de las relaciones exteriores que significa mucho más que el manejo de las cuestiones diplomáticas, sino fundamentalmente el manejo de la política económica exterior e interior del país? ¿Por qué otorgarle y no, en cambio, cuestionarle y disputarle esa cuota enorme de poder? ¿Es que acaso no se advierte que durante ese período histórico toda la cuestión reside en las relaciones económico-políticas internacionales?

Además, el encargo de las relaciones exteriores significa, en un período de continuas guerras exteriores (en la Banda Oriental, con la Confederación peruano-boliviana, con Inglaterra y Francia en ambos bloqueos) no solo el manejo de las tropas, sino también y fundamentalmente, el manejo discrecional de su financiamiento, ya sea tomando empréstitos externos o adoptando medidas impositivas y aduaneras para incrementar las rentas públicas o derivar el costo hacia las alicaídas economías provinciales. De hecho, la caída de Rosas se debe más a causas externas a la Provincia de Buenos Aires que a un colapso inminente de las relaciones de fuerzas internas que lo sostenían. Lo que precipita su caída es, justamente, la decisión de Justo José de Urquiza de retirarle a Rosas el encargo de las relaciones exteriores, en su famoso Pronunciamiento de 1851, y reasumirlas para sí y su provincia de Entre Ríos. No se cuestionaba el poder de Rosas en su provincia, sino el poder que ejercía Buenos Aires, a través de Rosas, sobre la Confederación (y también, en gran medida, como ya hemos visto, sobre los hacendados exportadores riograndenses y uruguayos).

No obstante, los conflictos antagónicos no terminan con la caída del Restaurador. Por el contrario, automáticamente significa un realineamiento de los sectores dominantes bonaerenses contra el liderazgo de Urquiza, que en los hechos significaba el proyecto de incluir los intereses de la clase dominante litoraleña como socio igualitario de sus pares porteños. La Provincia de Buenos Aires (las fracciones de su clase dominante) entonces, revierte en unidad y superación de la antinomia entre federales y unitarios bajo la forma del autonomismo porteño, escindiéndose del resto de la Confederación.

CAUDILLO ENTRE CAUDILLOS

“Rosas, los caudillos, chocan tanto con el unitarismo rivadaviano como con el necesario “intelectual orgánico” que propone Alberdi, en tanto el ejercicio del poder político no requiere mediaciones: son ellos y las fracciones dominantes que los sustentan, directamente sus propios representantes políticos. Y, en ese sentido (que es el contrasentido para los ilustrados unitarios), construyen un régimen político donde, paradójicamente, la dominación desnuda y transparente de la clase dominante (o su fracción dominante) logra un apoyo popular, también sin mediaciones que rehuye a los intelectuales de la época y a su iluminismo progresista. La Constitución rivadaviana de 1826 es, a la vez, causa y detonante del devenir del rosismo y de la línea antipopular que, a diferencia de otras experiencias latinoamericanas, conformará un liberalismo reaccionario sin posibilidad de existencia de un ala radical, porque no pueden ellos mismos conformarse en caudillos (es decir, en síntesis de una alianza de clases, como en Centroamérica, Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú).

Pero Rosas es un Caudillo entre caudillos. Como plantea Julio Irazusta, Rosas es un empírico, más preocupado por definir la nacionalidad por oposición a lo extranjero, para lo cual no necesitaba ideas nuevas, sino restaurar aquellas viejas sobre las cuales se articulaba su poder de clase. Pero este empirismo, que organizó al país desde el Pacto Federal de 1831, y que se apoyaba exclusivamente en la propiedad latifundista y ganadera, su clase y la de los caudillos, había sido erosionada ya gravemente hacia 1838-1845. Los intereses de los hacendados porteños entraban más y más en contradicción no solo con los intereses de los hacendados-caudillos (y su base social popular) del Litoral (Ferré, Urquiza) y del Interior Mediterráneo (Quiroga, Heredia), sino también con los de un sector de los hacendados bonaerenses (los “libres del sud”). Esta última contradicción se explica por la inmovilidad de los intereses económicos y políticos de estos últimos, frente a la transformación dinámica de los hacendados saladeristas porteños, cada vez más diversificados (siempre lo estuvieron, pero como intereses subsumidos a la ganadería) hacia el comercio, la intermediación mercantil y financiera, en fin, hacia la unificación portuaria de sus tentáculos económicos.

No obstante, Rosas prevalece en esa particular coyuntura adversa. Aprovecha las múltiples y profundas disensiones existentes en el campo “unitario”, aplica la política del terror en Buenos Aires a través de la Sociedad Popular Restauradora (que nuclea a los ricos hacendados y comerciantes que por interés o temor apoyan a Rosas) y la Mazorca, milicia plebeya, civil e irregular de curiosa semejanza a la “soldadesca embriagada” de la Sociedad del 10 de Diciembre bonapartista. Pedro Ferré, caudillo federal correntino, decide dejar de lado su alianza con el general Paz para combatir al Restaurador y prefiere desarrollar una política de aislamiento para su provincia. Los franceses deciden acordar con Rosas. El rosismo se hace nuevamente fuerte y todavía durará casi una década más. En 1873, en la lejana Southampton, veinte años después de Caseros, don Juan Manuel de Rosas es el último sobreviviente de la generación de caudillos argentinos surgidos en mayo de 1810 y que durante sesenta años protagonizaron el auge, decadencia y desaparición de la particular transición de la formación social argentina hacia la plena integración en el sistema capitalista mundial. El federalismo se desgaja en la misma medida en que el desarrollo capitalista desgaja a la Argentina. Un desgajamiento que no culminará en Caseros, sino que continuará sin solución de continuidad en la guerra abierta y encubierta de los siguientes treinta años de la historia argentina”.

(*) Luis García Fanlo (facultad de Ciencias Sociales. UBA. 2017): “Juan Manuel de Rosas y el Estado de Excepción”.

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