Por Luis Alejandro Rizzi.-

Una de las varias acepciones de la palabra “número” dice: “condición, categoría, situación de personas o cosas”, que es la que más se acerca a la intención de esta nota.

Cuando uno lee los números de un balance, puede sacar varias conclusiones, según el color del cristal con que se las mira.

Si el cristal es rojo, una será la conclusión; si es azul o verde, puede ser otra. Lo que quiero decir es que, según los leamos, actuaremos.

Viene a cuento una breve historia real.

Hace unos años, un dueño de una pequeña empresa, luego de recibir el balance de su empresa, se suicidó. Como no tenía hijos y se trataba de una familia muy reducida, un sobrino se hizo cargo del negocio y, modernizando sus equipos -transcurría el año 1970 y pico-, en poco tiempo logró hacerla muy rentable y me contaba que no podía entender la decisión de su tío; daba por cierto que se había suicidado por los números que vio extremadamente rojos, exagerando para mal lo que veía; es cierto, había una pérdida, pero era revertible.

Esta misma persona, unos 20 años después -mitad de 1990-, decidió cerrar y liquidar la empresa. Le tocó la tarea a nuestro estudio. Una vez terminado el proceso de liquidación, almorzábamos en “Edelweiss” una vez por mes y el tema recurrente era el suicido de su tío. No podía entender el modo en que había visto los números de ese balance.

En el año 2002 decidió irse del país.

Mantuve contacto unos pocos años. Sus dos hijos ya habían emigrado antes de que cerrara la empresa familiar.

Lo que enseña esta anécdota real es que los números se pueden leer de varias formas y depende de la intencionalidad con que se los mire.

Ayer leí un artículo en “Clarín” sobre los números de varias empresas del estado que perdieron millones de pesos o dólares en determinados lapsos o durante su historia.

Un caso es Enarsa. Perdió mucho dinero porque compraba a un precio y vendía lo importado a menor precio, comercializaba energía, otros dos ferrocarriles y AYSA.

En los tres casos no se analiza la finalidad política de esas empresas ni su calidad.

Los tres casos tienen algo en común, que es vender energía, boletos de tren y agua a precios políticos. Entonces, lo que debemos analizar es la calidad de la decisión, antes que el resultado de esas empresas, que puede ser brillante o pésimo, según el modo en que cumplieron la directiva política del gobierno y la eficacia de la gestión.

Lo que habría que analizar es la gestión antes que el resultado, porque esas empresas fueron obligadas a perder dinero para cumplir un objetivo político, que es lo que debe ser objeto de ponderación.

Entre esas tres empresas, la ferroviaria es la más complicada, porque tenía tarifas ficticias y mínima o nula inversión en capital.

Habría que distinguir la operación ferroviaria en sí y fijar un nivel tarifario que la gente razonablemente pudiera pagar, del nivel de inversión de capital cuya finalidad apunta a la promoción del bien común. Esa inversión debe venir de la recaudación fiscal y no de la tarifa.

En la próxima seguimos con otras empresas del estado o de mayoría de capital estatal.

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