Por Enrique Guillermo Avogadro.-

“Cuando salgas de esa tormenta no serás la misma persona que entró en ella; de eso se trata la tormenta”. Haruki Murakami.

En poco más de 150 días, Javier Milei ha cosechado triunfos impensables, que son reconocidos por una sociedad que, en medio de las naturales angustias que provoca la fuerte recesión, sigue brindándole un mayoritario apoyo. Y no es para menos, ya que el Presidente y su equipo han logrado evitar que el país cayera al abismo definitivo al que lo había condenado el último gobierno kirchnerista, en especial a partir de la catastrófica gestión de Sergio Massa, el Aceitoso, que estaba dispuesto a fundirlo con tal de llegar al poder. Sin duda, el mayor logro ha sido la reducción del índice de inflación; ese flagelo es el disimulado impuesto que afecta a los más pobres y, a medida que disminuye, aumenta el poder adquisitivo de salarios y jubilaciones y otorga previsibilidad a la cotidianeidad hogareña.

La poderosa luz que ilumina, desde el exterior, a esta etapa de la Argentina y la hace tan atractiva por sus recursos y los precios de sus activos, no basta para que los capitales se arriesguen a venir a un país que ha pegado tantos volantazos en el pasado, en especial si no cuentan con un marco legal que los proteja de éstos; sin embargo, la vieja política, sobre todo aquélla que no está dispuesta a perder sus privilegios y prebendas, se resiste con uñas y dientes a aprobar esos cambios en el H° Aguantadero.

Otro hito que el Gobierno ha alcanzado ha sido la exhibición pública de los infinitos saqueos cometidos en cientos de nichos de la administración pública. La ciudadanía va tomando conocimiento de la verdadera dimensión de cuánto se le ha robado, y entiende que a esos faltantes en los recursos fiscales se debe el deterioro palpable de la educación y de la salud y, en general, el marcado descenso del nivel de vida de la otrora pujante clase media, con la pérdida de la movilidad social ascendente que ello implica; por ello, mantiene su esperanza en la gestión libertaria.

La llegada de Milei, producto de la creciente digitalización de la sociedad, sorprendió a una dirigencia política y gremial que, aún hoy, continúa en modo analógico y produjo una manifiesta implosión de todas sus estructuras, que la sociedad rechaza y el Presidente aprovecha. Claudio Zuchovicky lo demostró en cuando preguntó a su audiencia, en un almuerzo, a quién consideraba jefe de la oposición, y nadie pudo responder.

El peronismo sigue noqueado por la paliza electoral, y la indubitable jefatura que ejerció la “mariscala” de tantas derrotas está sometida a un fuerte fuego amigo, a pesar de sus esfuerzos por mantenerse en el candelero; que siniestros personajes como Guillermo Moreno, Roberto Navarro o Santiago Cúneo se arroguen alguna representatividad y critiquen a la jefa abiertamente, no permite dudar sobre este aserto. Por su parte, el radicalismo no está mejor, tal como probó que todos los senadores de su bloque votaran en contra del Presidente de la UCR, Martín Lousteau, presente en el recinto; y la antigua y notoria vinculación de la conducción partidaria con los jerarcas de Franja Morada (hay que mirar al Vicerrector de la UBA, Emiliano Yacobitti) en las universidades, convertidas en una verdadera agencia de empleo para los amigos y donde tanta corrupción surge cada día, no contribuyen a acrecentar su prestigio.

Y qué decir de la anquilosada cúpula gremial, cuyos miembros exhiben una permanencia de décadas en sus cargos e inexplicables fortunas. Los padrones de afiliados, aún con este sistema compulsivo y fascista, adelgazan por la pérdida de puestos de trabajo que se convierten en informales, una situación que estos repudiados crápulas fomentan para mantener sus absurdos privilegios y sus millonarias cajas y que reaccionan frente a los necesarios cambios con medidas (marchas y huelgas) de otros tiempos.

Nuestro país ha comido, a lo largo de los últimos ochenta años, demasiados sapos como para intentar que continúe digiriéndolos, en especial cuando quien los ofrece sea una fuerza política que se presenta ante la sociedad como reconstructora de los principios que hicieron grande a la Argentina. Por eso, la mayor sombra de Milei es su políticamente costosa pretensión de elevar a la Corte Suprema al Juez Ariel Lijo; nunca he visto tan masivo rechazo a un candidato. La imperiosa necesidad de contar con los votos del kirchnerismo para aprobarlo convierte a todo esto en inexplicable porque, más allá de preguntarnos qué estaría dispuesto a ofrecer el Gobierno para lograrlo, no se compadece con la conducta de esa fracción, que está bloqueando la aprobación de los esenciales DNU y Ley Bases.

El otro gran pasivo del Presidente se refiere a la situación de los presos políticos (militares, policías, sacerdotes y civiles) que heredó de las gestiones anteriores, cobardes o asociadas a una izquierda subversiva y asesina que -Néstor lo sabía- otorgó fueros a la corrupción a cambio de permitírsele ejercer su venganza utilizando a jueces y fiscales militantes, testigos falsos, procesos viciados y gigantescas (US$ 3.500 millones) indemnizaciones inventadas. Todos los días, como es natural por la falta de atención médica y de su edad provecta, siguen muriendo en cautiverio -ya superan los 850 casos- esos hombres que combatieron al terrorismo por orden de los gobiernos democráticos de Juan Domingo Perón, el Presidente más votado de la historia argentina, y su viuda.

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