Por Hernán Andrés Kruse.-

El 11 de mayo de 1974 el país fue sacudido por el atroz crimen de Carlos Mugica, un emblema de la teología de la liberación. En su edición del 11 de mayo Infobae publicó un artículo de Ceferino Reato titulado “Las últimas horas del cura de los pobres: fútbol, cuatro balazos y el intento por salvarlo mientras se desangraba”. Escribió el autor:

“Ya era noche cerrada en la ciudad de Buenos Aires y una llovizna fría mojaba el cabello rubio del padre Carlos Mugica mientras caminaba con paso apurado por el pasillo de la casa parroquial de San Francisco Solano, en Villa Luro, un tranquilo barrio porteño de casas bajas. Había oficiado la misa vespertina de los sábados y se dirigía a la salida para cruzar la calle Zelada, subirse a su traqueteado Renault 4S verde oliva metalizado y llegar lo más rápido posible a la casilla de su amigo Drácula Serrano, que lo esperaba con un asado en la villa miseria de Retiro, el lugar elegido por el cura como centro de su intensa tarea pastoral a favor de los pobres (…) Otras dos personas acompañaban a Mugica aquel lúgubre 11 de mayo de 1974 a las ocho y cuarto de la noche: Carmen Judith Artero de Jurkiewicz, más conocida como María del Carmen, treinta y nueve años, separada, y Ricardo Rubens Capelli, treinta y siete, soltero; ambos colaboraban con él en la villa de Retiro en sus ratos libres (…) Para colmo, en los últimos meses se había peleado no solo con la derecha armada del peronismo encarnada por el influyente López Rega (…) sino también con sus antiguos amigos de la izquierda guerrillera, sus ex discípulos de la Acción Católica, en especial con Mario Eduardo Firmenich, el jefe de Montoneros (…) Mugica sostenía que, una vez levantada la proscripción del peronismo, los guerrilleros debían dejar las armas, pero ese grupo, como otros, estaba convencido de que la revolución socialista o comunista estaba a la vuelta de la esquina (…)”.

Era evidente que el padre Mugica había cosechado enemigos por doquier. Pues bien, en ese lúgubre sábado 11 de mayo de 1974 cuatro balazos terminaron con su vida. La pregunta que aún carece de una respuesta es la siguiente: ¿Quién ordenó la ejecución de Mugica? ¿Fue Firmenich? ¿Fue López Rega? Ambos tenían sobrados motivos para impartir semejante orden. Firmenich lo consideraba un traidor y el “brujo”, un subversivo. Lo real y concreto es que ese crimen no hizo más que poner en evidencia el drama que se estaba viviendo en aquella época en la Argentina.

Buceando en Google me encontré con el texto de una disertación pronunciada por Mugica en el Instituto de Psicología Integral en 1971. Su título es “El rol del sacerdote” (Peronismo y cristianismo”, Editorial Merlin, Buenos Aires). Por razones de espacio transcribiré aquellos párrafos que me parecieron más relevantes. Saque el lector sus propias conclusiones.

“Para poder hablar de este tema —cuál debe ser hoy el rol del sacerdote católico en la Argentina— primero tenemos que ponernos de acuerdo sobre qué es ser sacerdote. El sacerdote fundamenta toda su acción en su fe en la persona de Jesucristo y en su adhesión a la Iglesia, que es la comunidad que estableció Cristo para que a través de los tiempos, haga presente el mensaje de liberación que Él trae. Por eso tenemos que referirnos brevemente a la persona de Cristo que es el sacerdote por antonomasia. Si leemos el Evangelio, que es donde vamos a encontrar a Cristo, descubrimos dos caracteres distintos en su mensaje. Por un lado, el mensaje tremendamente exigente y por el otro el mensaje que, asumido personal y existencialmente, le da al hombre la verdadera alegría de vivir. Es importante tener en cuenta que el cristianismo es la única religión que no se traduce en un conjunto de verdades, ni en un conjunto de normas éticas. Buda les dijo a los hombres: «Yo les voy a decir cuál es el camino que conduce a la verdad». Confucio les dijo a los hombres: «Yo les voy a indicar cuál es el camino que conduce a la dicha, a la felicidad». Pero vino Cristo y no les dijo «Yo les voy a indicar cuál es el camino», sino que les dijo y nunca nadie antes ni después de Él dijo: «Yo soy la Verdad, yo soy la Vida, yo soy el Camino». Es el único hombre que afirmó ser la Verdad.

Por eso para mí o se acepta que Cristo es Dios, o Cristo es un sinvergüenza, un loco. No hay otra alternativa. Pretender extraer de Cristo la divinidad para hacerlo aparecer como un hombre más o menos filántropo, me parece que es además de traición al Evangelio, no entender la conciencia que Cristo tenía de sí mismo. Y si se engañaba, por eso mismo estaba loco. O era directamente un inmoral, una persona que se presenta como lo que no es. Creo que Cristo era consciente de lo que era y lo asumía: era el Hijo de Dios. Y creo que lo importante para un cristiano es descubrir que Cristo es tan humano, precisamente, porque es divino. Cuando Passolini leyó el Evangelio de San Mateo, dijo: «No, yo no creo que Cristo sea Dios, pero creo que este hombre es un hombre fuera de serie, es un hombre divino». Creo que en ese momento es cuando entra a vislumbrar la personalidad de Cristo que excede un poco la personalidad meramente, humana. Jesucristo se presenta entonces como una persona que exige una definición radical del que lo sigue. Esto es decisivo para el rol de un sacerdote (…).

Uno de los grandes daños que nos hace esta sociedad llamada de consumo, pero de consumo para unos pocos y de hambre para muchos, es el de hacernos creer que el amor es una cosa dulce, más o menos afectuosa. No. Por amor, muchas veces me veo obligado a hacer sufrir mucho a los seres que amo. Amar, amar verdaderamente, ¿qué es? Es buscar el verdadero crecimiento del otro; buscar que el otro desarrolle su capacidad de crear; suscitar realmente todas las potencialidades de creación, de fecundidad que hay en el otro. Y eso a veces es muy doloroso. Jesús dice: «Mi Padre es el agricultor, Yo soy la vid, y ustedes los sarmientos; y mi Padre poda la vid para que dé más fruto». Por eso Jesús, que ama a su madre, sabe que es necesario que ella vaya pregustando la distancia que hay entre su hijo y ella, para que crezca. Y podemos decir que María realmente se realizó como mujer. Ella misma lo dice en el Magníficat, ese canto revolucionario que hace después de visitar a su prima Isabel: «Hizo en mí grandes cosas Mi Dios porque se fijó en la humildad de su sierva, y por eso todos los hombres me proclamarán dichosa» Y es la mujer más importante de la historia humana. Está presente en millares de personas.

El texto más completo, diría yo, en el que se muestra toda la terrible exigencia a la que Cristo somete a los que quieren seguirlo, está en el capítulo X de San Lucas, cuando Jesucristo da las instrucciones a sus colaboradores. Nunca en la historia de la humanidad ha habido un hombre que le haya planteado exigencias tan tremendas a sus colaboradores: «Yo les envío a ustedes como ovejas en medio de lobos. Sean prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas. Guárdense de los hombres porque los entregarán a los sanedrines y en sus sinagogas los azotarán. Seréis llevados a los gobernadores y reyes por amor a mí, para dar testimonio ante ellos y los paganos». Me acuerdo que cuando hicimos un encuentro de sacerdotes del Tercer Mundo, en Villa Carlos Paz, monseñor Devoto decía: «Todas esas cosas que leemos en el Evangelio sobre que nos van a perseguir, que nos van a meter en la cárcel, nos parecían siempre tan lejanas; bueno, a lo mejor ahora Dios nos va a conceder la gracia de que no sean tan lejanas». Recuerdo haber leído en uno de los últimos números de Cristianismo y Revolución, el testimonio de ese sacerdote paraguayo, Monzón, que fue espantosamente torturado por la policía paraguaya. Durante una semana le metieron la cabeza en una bañadera para ahogarlo y él dice que en uno de esos momentos sintió realmente la presencia de la Iglesia que estaba orando por él. Y no consiguieron arrancarle, a pesar de las espantosas torturas, la denuncia de ningún obispo, que era lo que buscaban.

Y realmente las palabras de Cristo se cumplen: «Cuando los entreguen no se preocupen de qué y cómo hablarán, porque se les dará en aquella hora lo que deban decir. No serán ustedes los que hablarán, sino que será el espíritu del Padre que está en el cielo que hablará por ustedes. El hermano entregará al hermano a la muerte; el padre al hijo y se levantarán los hijos contra los padres y les darán muerte. Serán aborrecidos de todos por Mi Nombre. El que persevere hasta el fin, ése será santo. Cuando los persigan de una ciudad, huyan a otra». Y dice en seguida Jesús: «No está el discípulo encima del Maestro, ni el siervo sobre su amo; bástele al discípulo ser como su Maestro». Y precisamente para el sacerdote su único Maestro es Jesucristo. Por eso es muy importante comprender lo que estoy diciendo ahora para comprender después cuál es hoy el rol del sacerdote. «Y bástele al siervo ser como su Señor. Si al amo lo llamaron Beelzebul, cuánto más a sus domésticos.» Esto es importante. Hoy hay mucha gente que dice que los católicos tienen que estar unidos, que los cristianos deben estar unidos. Por supuesto, tenemos que tratar de estar en una tensión de unidad, pero sabiendo de antemano que a veces esa unidad no se va a realizar. El padre Arrape, general de la Compañía de Jesús, en un documento que acaba de dar a conocer a sus sacerdotes jesuitas, dice que es hoy muy difícil aplicar lo que decía San Ignacio, el padre fundador de los jesuítas, de que todos los jesuitas deben tratar de tener un mismo sentir y una misma manera de pensar. Hay que tratar de lograrlo, pero ya en el siglo VII San Ignacio decía «en la medida de lo posible» (…).

Lo importante es si uno está convencido profundamente de su posición política. Si yo estoy absolutamente convencido de que la liberación de mi pueblo pasa por el movimiento peronista, entonces no tengo que pensar que el que no sea peronista no es cristiano, o que el que no es peronista no entiende nada. Siempre tenemos que tratar de pensar que la manera de obrar del otro tiene elementos positivos de verdad, y que yo no tengo el monopolio de la verdad. En la duda, precisamente, siempre tengo que tratar de suponer que otro está en la razón, a menos que yo tenga razones en serio para pensar lo contrario. Puedo pensar muchas veces que el otro no está en la razón, por supuesto. Si al amo lo llamaron Beelzebul, cuanto más a los domésticos, si a Jesucristo lo llamaron endemoniado, si a Jesucristo lo llamaron borracho, lo acusaron de subvertir al pueblo qué nos puede importar que nos acusen de comunistas, de subversivos, de violentos y de todo lo demás. Además, si yo, cristiano, en alguna medida no soy un signo de contradicción y no suscito simultáneamente el amor y el odio, mala fariña. No me entró el espíritu de Cristo. Si ustedes leen el Evangelio van a ver que Jesucristo jamás suscitó la indiferencia. Suscita la definición. Los fariseos, los gobernantes, los sumos sacerdotes, sobre todo los poderosos, lo tratan de endemoniado, de loco (…).

Vamos a ver ahora qué es eso de confesar hoy a Cristo. Ahí está el rol del sacerdote, que es el que tiene que hacer patente a Cristo en medio de los hombres. Pero ante todo les diré que todo cristiano es sacerdote; todo bautizado, por el hecho de haber sido bautizado, forma parte del pueblo sacerdotal. Sacerdote quiere decir aquel que es puente entre Dios y los hombres. Aquel que lleva las inquietudes de los hombres a Dios y lleva, por así decirlo, a Dios a través de su vida. A ese nuestro Dios que ya se ató definitivamente a nosotros. A ese nuestro Dios que ya no puede separarse de nosotros. Dice San Agustín, al comentar el Misterio de la Navidad: «el Hijo de Dios se hace hombre para que el hombre se haga Dios». Ese es el maravilloso intercambio del que habla la liturgia. Y el rol del sacerdote es, precisamente, responder a ese apetito fundamental de divinidad que tiene el hombre. Sartre define muy bien al ser humano cuando dice que todo hombre es apetito de ser Dios. Y tiene toda la razón del mundo. El, con una lógica inexorable, después de haber creído demostrar que Dios no existe, dice «porque Dios no existe, el hombre es una pasión inútil». O como dice un personaje de Shakespeare, en Macbeth: «Si Dios no existe, el hombre es como un cuento contado por un idiota». Es absurda la vida. Si no hay salida trascendente para el hombre, si todo termina con la muerte, dice Sartre, nunca empezó nada. Unamuno decía: «¿A mí me van a hacer un monumento después que muera, a mí me van a hacer vivir en el recuerdo de los demás? ¿Eso qué importa? A mí lo que me interesa es que mi yo no se extinga. Eso es lo que me importa» (…).

Cristo no viene a decirles a los hombres: «Yo vengo a instaurar la fraternidad entre ustedes, vengo a acabar con la injusticia social, vengo a acabar con las neurosis, vengo a acabar con todos los problemas sentimentales», no, dice: vengo a decirles que aunque no tengan ningún problema de injusticia social o aunque todos viavan en igualdad aunque todos vivan contentos, igual hay una instancia, una dimensión nueva que yo les vengo a anunciar. Ustedes no son meramente hombres; yo los llamo, los invito a vivir la dimensión divina.» Eso es lo original del cristianismo y es fundamental señalarlo. Yo me opongo violentamente a todos los que pretenden reducir a Cristo al papel de un guerrillero, de un reformador social. Jesucristo es mucho más ambicioso. No pretende crear una sociedad nueva, pretende crear un hombre nuevo y la categoría de hombre nuevo que asume el Che, sobre todo en su trabajo El Socialismo y el Hombre, es una categoría netamente cristiana que San Pablo usa mucho. Sigue diciendo Jesús: «Al que me confiese delante de los hombres yo lo confesaré delante de Mi Padre y al que me niegue delante de los hombres, yo lo negaré delante de Mi Padre» Jesús insiste en esto muchas veces. «No el que me dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos.» No el «chupacirios» sino el que hace la voluntad de Mi Padre. Aquel que realmente con los hechos, con su compromiso, hace la voluntad del Padre. ¿Cuál es la voluntad del Padre? El amor de los hermanos. Aquel que se juega por sus hermanos, se está adhiriendo a Cristo aunque no lo sepa. Y aquel que no se juega por sus hermanos, así pertenezca a cuarenta y cinco congregaciones, así tenga familiares curas y monjas por todos lados, ése, aunque le ponga cualquier cantidad de velas a San Cayetano, no es cristiano (…)”.

Share