Por Hernán Andrés Kruse.-

“Creer no significa tanto saber que Dios existe como creer en Dios y, sobre todo, creerle a Dios, y esto significa: cuando yo le creo a una persona no me comprometo con esa persona, adhiero a esa persona. Y adhiero a lo que esa persona piensa. Y eso no es creer. Creer es adherir a lo que Cristo dice; en dos palabras se podría decir que es jugarse entero por los hombres. Eso es creer. Lo que decide la amistad con Cristo es el compromiso con los hombres. De modo que hoy, un sacerdote realiza su rol sacerdotal en la medida en que se compromete hasta los tuétanos con los hombres. Hoy el compromiso de amor con los hombres es un compromiso político, en el sentido amplio de la palabra. Añade Jesús: «No piensen que he venido a traer la paz a la tierra; no he venido a traer la paz sino la espada.» Esto no hay que entenderlo como pretenden algunos, como si Cristo viniera a invitarlos a la lucha armada. Este problema lo trata Cullmann que es un gran exégeta protestante, quizás el más grande exégeta que tiene el protestantismo y uno de los más grandes del cristianismo. Es respetado inclusive por los judíos, pues existe una gran coincidencia al respecto. Es uno de los exégetas —intérpretes de la Sagrada Escritura que se mueven con pautas científicas— observador del Concilio Vaticano II y amigo personal del papa Paulo VI. En su libro Jesucristo y los revolucionarios de su tiempo, Cullmann señala que Cristo rechaza como satánica la tentación de erigirse en líder guerrillero, en líder político, tentación a la que lo quieren llevar algunos de sus seguidores.

Marx y Lenin al postular la comunidad de bienes no hicieron más que parafrasear, copiar el Evangelio. Cuando Marx habla de dar a cada uno según su trabajo o a cada uno según su necesidad, que para mí es profundamente evangélico, no hace más que asumir ese contenido. El primer trabajo intelectual que produjo Marx, a los 17 años, es muy poco conocido y se llama La unión de los creyentes con Cristo. Es un estudio sobre el cuerpo místico de Cristo. Y cuando Lenin dice: «El que no trabaja no come, repite lo que dijo San Pablo en el siglo I. Tertuliano le decía a un pagano en el siglo II: «Nosotros, con relación a ustedes, tenemos todo en común menos una sola cosa: las mujeres. Ustedes no tienen nada en común salvo las mujeres. Esa es la diferencia entre ustedes y nosotros.» Cómo cambiaron los tiempos. Si hoy realmente los que se dicen católicos en la Argentina pusieran todas sus tierras en común, todas sus casas en común, no habría necesidad de reforma agraria, no habría necesidad de construir ni una sola casa. Los casi tres millones de personas que viven en Villas Miserias en la Argentina, o en conventillos infames y en cuevas —como los indios con los que estuve en Los Toldos, en la provincia de Buenos Aires— podrían vivir confortablemente bajo techo sin que se construya una sola casa más en el país.

Muchas veces descubrimos que lo que tenemos ganas de hacer no es lo que queremos. Por eso no somos felices, por eso estamos angustiados. Precisamente este tipo de sociedad en el que vivimos, tiende de manera permanente, a distorsionar nuestra interioridad, a sacarnos un poco de quicio. Por eso es muy importante un valor que propone el cristianismo para los cristianos, pero que tiene valor para todos los hombres: lo que tradicionalmente llamamos la oración, la plegaria, que es la reflexión interior, que hace que el hombre viva un poco desde sí mismo. En la Biblia hay una frase en el libro del Eclesiastés: «La tierra está vacía, desolada, porque no hay nadie que se recoja en su corazón.» Si cualquier domingo se clausuraran todos los cines, todas las canchas de fútbol, todos los hipódromos y todos los televisores, el noventa por ciento de los porteños estarían neurotizados porque tendrían que encontrarse consigo mismo. Y para la mayoría de las personas encontrarse consigo mismo es experimentar el vacío. Es encontrarse con la carencia de interioridad. Jesús precisamente nos viene a decir eso: «Toda bienaventuranza es un llamado a los hombres a vivir desde el fondo de sí mismos». Y no desde la superficie A buscar, no el camino del placer, sino el camino de la alegría. El camino del placer es el camino cómodo, con satisfacciones intensas pero cada vez menos profundas y más deteriorantes.

En cambio, el camino de la alegría que en Cristo, está unido permanentemente a la cruz, al renunciamiento, a la purificación, es el ensanchamiento del corazón. Es el camino de la creación, de la fecundidad. «He venido a separar al hombre de su padre, y a la hija de su madre, y a la nuera de su suegra, y los enemigos del hombre serán los de su propia casa; el que ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama al hijo o a la hija más que a mí no es digno de mí. Y el que no toma su cruz no es digno de mí.» Jesús dice que el que toma su cruz reconoce que cada camino humano es un camino original. En la visión cristiana, Dios no se repite en la Creación. Dios no ama más a uno que a otro; ama a cada uno con un amor único, con un amor original. Es como una madre sana que aunque tenga cinco hijos no ama más a uno que a otro sino que a cada uno lo ama con su amor único. En esto no se puede hablar de más o de menos. En el encuentro de Jesús con la mujer adúltera, con la samaritana, con Zaqueo, queda claro que aquel que le dice sí a Cristo experimenta una profunda alegría aunque comprenda que su vida tiene que cambiar radicalmente. Dice Jesús: El reino de los Cielos es como un tesoro perdido en un campo; el que lo encuentra vende todo lo que tiene y compra ese campo.» Siempre es una cosa radical. Hay que vender todo.

Hoy, a esos poderes malignos los podemos llamar imperialismo internacional del dinero y oligarquías nativas que son las que le chupan la sangre al pueblo siguiendo, precisamente, a ese imperialismo. Esas minorías se han enriquecido a costa del sufrimiento del pueblo argentino y pretenden seguir usufructuando sus privilegios. En la medida en que un hombre de la Iglesia viva unido a Cristo, al misterio de Cristo, más dispuesto estará, como Cristo, a dar su vida por la causa del pueblo. «No hay prueba mis grande de amor que la de dar la vida por los amigos» dice Jesús en el discurso sacerdotal de la Ultima Cena el Jueves Santo. Y él da la vida por sus ovejas. El buen pastor de la vida por sus ovejas. Por eso el cristiano debe estar dispuesto a dar la vida. A veces pensamos «bueno, sí, voy a dar la vida por la revolución, un día me van a colgar en una columna de Plaza de Mayo». Y hoy en día no es tan inverosímil pensarlo. Pero claro, no se trata solo de dar la muerte, se trata de dar la vida, de dar cada instante de la existencia y en este sentido, la revolución puede ser hoy la gran alienación, la nueva alienación. «Cuando venga la revolución voy a ser un hombre nuevo, y la propiedad y los medios de producción…» mientras tanto «déme otro whisky, porque como estamos en esta sociedad de consumo…» Puede ser la gran alienación, la nueva alienación. La revolución que un día harán otros ¿no?

Sartre dice algo formidable en A puertas cerradas. Un personaje que era un pacifista, para quien todo el sentido de su vida era dar la vida por sus ideas pacifistas, en el momento en que le toca dar la vida, el tipo dispara. Pero eso sí, por sus ideas pacifistas. Sartre dice, entonces el infierno es, en el fondo, la frustración del hombre en su capacidad de amar. Y el personaje se frustró en su máxima capacidad que era la de entregar la vida en testimonio de sus ideas. Ese hombre, atormentado por su fracaso, dice ojalá viviera un rato más para poder cambiar la opción y morir por mis ideas. La mujer que está ahí con él, en el infierno, le contesta: «aunque hubieras vivido cien años más de vida jamás hubieras hecho ese gran acto heroico». Porque el gran acto heroico se prepara con el pequeño acto heroico cotidiano. Yo me río de los universitarios que están en la ultra, ultra, ultra, y al día siguiente se tienen que levantar a las seis de la mañana para ir a dar sangre a un hospital y no van. ¿Por el pinchacito? Mentira, es una trampa. Por eso es muy importante el valor que le da el cristianismo al aporte de la revolución interior. Y tenemos que entrar en esto. Yo personalmente, como miembro del movimiento del Tercer Mundo, estoy convencido que en la Argentina solo hay salida a través de una revolución, pero una revolución verdadera, es decir simultánea: cambio de estructuras y cambio de estructuras internas.

Hoy el sacerdote fundamentalmente tiene que asumir el mensaje de Cristo. ¿Cuál es el mensaje de Cristo? Cristo viene a decirles a los hombres que tienen una dimensión divina, como dije antes, que por lo tanto tienen que vivir ya acá, en la tierra, de acuerdo con esa vocación divina. Arrupe señala bien qué condiciones encontró Cristo. Qué mundo encontró Cristo cuando vino a él. Muy parecido al que hoy encontramos los sacerdotes. Primero: encontró el menosprecio que aquella sociedad en la que él vivía —como tantas otras— tenía cultural y estructuralmente por el pobre, por el oprimido, por el hombre de condición humilde y por el extranjero. Para Cristo cada hombre es imagen y semejanza de Dios, por lo tanto, ofender a un hombre es ofender a Dios. Y el rol del que es ministro de Cristo es asumir la defensa del hombre, y sobre todo del pobre, del oprimido. Hay gente que dice: «Ah, ustedes los sacerdotes, tanto hablar ahora de los pobres, ¿por qué no se ocupan de los ricos?» Creo que sí, el sacerdote tiene el deber de ocuparse de los ricos. Su misión frente a los ricos es interpelarlos. Lo que pasa es que los ricos no quieren que uno se ocupe de ellos. Porque mi misión como sacerdote es denunciarlos. Yo tendría un problema de conciencia si no le hiciera ver al rico que si no cambia de vida, debe poner sus bienes al servicio de la comunidad. Ricos podemos ser todos en algún sentido. Pero Cristo se refiere fundamentalmente a los ricos, a los que tienen plata, porque también podemos ser ricos en fe, en visión de la vida, en capacidad de amar, en cultura.

En lugar del desprecio al pobre y al enemigo, Cristo predicó el valor de las personas y antepuso, con insistencia, la pobreza y la persecución a la riqueza y al ejercicio del poder. Esta denuncia del desprecio hacia los pobres y hacia los enemigos, Cristo la fundamentó en la paternidad universal de Dios. El sacerdote es por excelencia, el hombre que se ocupa de lo religioso. Pero hay que entender muy bien qué es lo religioso. ¿De dónde viene entonces el compromiso político de los sacerdotes? En el año 1943, Pío XII dio una encíclica que se llama Divino Afilante Spiritu. Es una vuelta a la Escritura. Antes la Biblia estaba prohibida para los católicos. Y la Biblia es un libro muy carnal, muy concreto. En la Biblia no se define al hombre como un animal racional. Esa es una definición aristotélica pero no una definición bíblica. En la Biblia el hombre es polvo que respira. Es alma corporizada; cuerpo animado; no hay separación entre alma y cuerpo, inconcebible para el hebreo. En un nivel más cercano para nosotros, en el año 1954, aparece un señor que se llama el abate Pierre que dice: antes que hablarle de Dios al hombre que no tiene techo, hay que darle un techo. Entonces comprendemos los cristianos que darle techo ya es hablarle de Dios. Mejor dicho, ayudarlo a que se dé el techo es ayudarlo a ayudarse. Y eso es hablarle de Dios. Y esto lo van a decir los obispos en la declaración de San Miguel: humanizar es evangelizar. Si hubieran dicho esto hace diez años los condenaban. Lo dijo Helder Cámara hace diez años y dijeron que era horizontalista, temporalista, que había perdido el sentido de lo sobrenatural. Hoy lo dice cualquier sacerdote normal, aunque no pertenezca a ningún movimiento de avanzada.

Humanizar es evangelizar. Lo que pasa que no es evangelizar integralmente. Evangelizar integralmente es hacerle ver al hombre que debe vivir con plenitud todos sus valores humanos, pero que está llamado a trascenderlos. A asumirlos en un nivel superior, que es el nivel divino. El hombre tiene un destino divino. Por eso cada ser humano aunque esté borracho o sea ladrón, es un ser con potencialidad divina. Y si es un desheredado, si vive en una Villa Miseria lo tengo que amar mucho más, me tengo que preocupar mucho más para que deje de vivir en un tugurio y pueda vivir con un trabajo que sea creador, para que pueda participar efectivamente en el poder, para que gobierne a través de aquellos que realmente lo representan, porque es hijo de Dios no es un cualquiera. Para mí, cristiano, ésa es una experiencia importantísima. En la villa, aparte de que estoy con mis hermanos y estoy dispuesto, con la ayuda de Dios, a luchar por ellos, les puedo decir: «Ustedes están liberados, porque en la medida en que creen que son hijos de Dios empiezan a tomar conciencia, ya mismo, de su tremenda dignidad.» Y esto es muy importante. Al hombre, sobre todo al boliviano, al hombre que arrastra desde generaciones una conciencia de explotación y de opresión, le es muy importante tomar conciencia de su propia dignidad, para movilizarse, para organizarse y luchar realmente por acceder al poder.

Es decir que la Iglesia tiene que asumir la causa de la liberación del hombre. Y en esto aparece un problema muy importante: la nueva visión del pecado que tiene el cristiano. Hay un pecado personal, fundamental, que es el pecado de egoísmo. ¿Qué es pecar? Es tratar a una persona como si fuera una cosa. No es más que un solo pecado: el pecado contra el amor. ¿Cuándo el pecado es sexual? Cuando yo trato a una persona como si fuera un pedazo de carne y no una persona, cuando cosifico al otro, ahí hay pecado. Cuando utilizo al otro, ahí hay pecado. Cuando respeto a la persona del otro, ahí hay amor. Es decir que existe el pecado personal, el daño que yo puedo hacerle a José, María o Juana, que es muy importante en la relación personal. Entonces se necesita la comprensión interior que me ha de llevar a cambiar la relación con José, Juan y Pedro y con la comunidad. Pero está el pecado que él llama colectivo o estructural, que es fundamental, que significa romper, cambiar o destruir todas las estructuras que liberan a los hombres. ¿Cuáles son las estructuras opresoras? Aquellas que establecen un tipo de dominación de unos hombres por otros. Yo pienso que el sistema capitalista liberal que nosotros padecemos es un sistema netamente opresivo, precisamente por eso. No solo porque hay muy pocos hombres que se aprovechan del fruto del trabajo de la mayoría, sino porque además las relaciones que se establecen son relaciones de dominación. Relaciones despóticas. Por eso pensamos que entra perfecta y totalmente dentro de nuestra misión sacerdotal esa lucha, y nos alegramos que dos episcopados, el peruano y el brasileño, hayan asumido esa posición. Por eso, como movimiento los sacerdotes del Tercer Mundo propugnamos el socialismo en la Argentina como único sistema en el cual se pueden dar relaciones de fraternidad entre los hombres. Que cesen las relaciones de dominación para que haya relaciones de fraternidad. Un socialismo que responda a nuestras auténticas tradiciones argentinas, que sea cristiano, un socialismo con rostro humano, que respete la libertad del hombre. El padre Arrupe señala que en esto reside la médula de lo religioso, de la acción del sacerdote”.

(*) “Peronismo y cristianismo”, Editorial Merlin, Buenos Aires.

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