Por Italo Pallotti.-

El objetivo de la acción política de un país es el de hacer cambiar y progresar a la sociedad mediante instrumentos como leyes, acuerdos, pactos y decisiones que, una vez puestos en práctica, han de resolver los problemas que se presentan a los ciudadanos y consecuentemente apuntar a una convivencia armónica y pacífica. Este elemental concepto se desvanece cuando el cuerpo social se prostituye en sus comportamientos y, por lo tanto, el rumbo que se instala no tiene otra opción que las divisiones, el enfrentamiento y la degradación de las normas, cuya ausencia de acatamiento deriva en el caos social. Los argentinos hemos sido, por décadas, poco menos que expertos en el arte de violar los principios básicos que quedan planteados. El surgimiento de una mayoría parasitaria de individuos, utilizados vilmente por la clase política (partidos, facciones, sindicatos y gremios) desde hace tiempo y con virulenta expresión en la actualidad, bajo el sello de militantes, que, como una rémora infecciosa, se fueron incrustando en el cuerpo social. A manera de una jauría los han parido, organizado y mantenidos tan solo, y como una cruel consigna, para complicar la vida del hombre común. Esa especie de sub-clase social ha sido, por derivación, producto de una clase que, con una degradante expresión demagógica, populista y expoliadora de las necesidades de una parte importante de los individuos, tantas veces arreados como rebaños humanos preparados para cometer, inducidos por cabecillas -previamente adoctrinados- todo tipo de salvajadas y tropelías; mientras más cruel, mejor.

El último episodio, durante el tratamiento de la Ley Bases, que tuvo como escenario las cercanías del Congreso supera, estimo por lejos, desmanes conocidos y del mismo tono. La fiereza y desfachatez con la que se actuó frente a las autoridades y los bienes públicos, con una simultaneidad casi quirúrgica para producir el mayor daño posible, registra pocos antecedentes. Habrá que remontarse al 2001(caída de De la Rúa) o 2017 (las 14 Tn. de piedra al gobierno de Macri -ley de movilidad jubilatoria). Desde ya que se necesita ser demasiado ingenuo o ignorante para no suponer y advertir sobre la gestación y desarrollo del suceso a la luz de lo que venían anticipando las fuerzas opositoras, sobre todo con base en el kirchnerismo y aliados (gran parte de la izquierda y organizaciones afines) sumados a ellos algunos diputados que mediante el argumento del apoyo pusieron la cuota de irresponsabilidad manifiesta a un asunto que estaba planeado para el desorden y la consecuente barbarie. En el recinto, la oposición (esos mismos) con la cizaña al día. Un clásico.

Dicho eso, cabe preguntarse ¿hasta dónde pensarán llegar? Tan dramático fue todo que asiste el derecho a pensar que lo actuado fue siniestramente planificado. Aquí hay manos negras e intenciones que buscan el entorpecimiento de la tarea de un gobierno qué apenas pudo sacar, previa poda producto de presiones aviesas, la primera ley en 6 meses; ¡todo un récord! El daño causado a la nación por años y años de desatinos y malas praxis no merece otra cosa que la repulsa colectiva. Y si Milei está, lo trajo el desquicio generado (ahí hace un rato) por el gobierno anterior. Nadie tiene derecho a jugar con la paz ciudadana. Dan asco, basta ya de tanto golpismo encubierto bajo el cínico disfraz de “la Patria no se vende”.

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