Por Hernán Andrés Kruse.-

POSICIONAMIENTOS DE LOS PERIODISTAS Y EDITORIALISTAS DE LOS MEDIOS MASIVOS DE COMUNICACIÓN

“En los principales medios gráficos la noticia del Megacanje generó un importante impacto, en particular en las notas de los periodistas económicos. En el momento de conocerse el decreto presidencial para iniciar el canje, el 16 de mayo, Clarín se hacía eco, desde la editorial del diario, de lo que inicialmente definiría como el “Plan Mulford”, por el banquero David Mulford. La voz oficial del matutino partía del diagnóstico de una economía “anémica”, luego de “tres años de recesión”, y vinculaba la operación a un “giro de 180 grados” de los “mercados” para evitar el riesgo de default de la deuda externa:

“Hoy, con una economía anémica que ya lleva tres años de recesión, la perspectiva de los ´mercados´ ha dado un giro de 180 grados. Ya sin nada para privatizar y con un déficit fiscal galopante, los acreedores prefieren ahora alejarse del riesgo argentino, buscando costas más seguras”.

El objetivo del “plan Mulford” era “ganar tiempo” y posponer el problema de la deuda para que la economía se reactivara, aunque se reconocía que, a diferencia de lo acontecido con la reestructuración del Plan Brady de 1992, la situación actual “no será tan fácil”:

“La lógica del canje es la de ganar tiempo hasta que la economía se reactive. En 1992 la táctica de patear la pelota hacia adelante le dio resultados al ministro Cavallo. La deuda dejó de ser un problema… por un tiempo. En 2001 no será tan fácil” (Editorial de Clarín, 17/05/2001).

El periodista Pablo Maas empleaba la misma analogía con el lanzamiento del Plan Brady, aunque sostenía que actualmente “La atmósfera en los centros financieros” era menos de “confianza”, que de “preocupación”. Lejos del optimismo oficial, el periodista expresaba sus dudas sobre el éxito del mismo para evitar la cesación de pagos de la deuda: “La pregunta es si el canje argentino podrá convencer a los acreedores de que deben dejar de preocuparse por la capacidad del país de pagar sus obligaciones”. Tal como había mostrado el “blindaje” de diciembre de 2000, la opción “más probable” era el pago de un “alto costo” por un simple “respiro de corto plazo”, y además se requerían mecanismos adicionales para “reactivar” la economía:

“Lo que es más probable es que la Argentina termine pagando un alto costo, a cambio del beneficio de un respiro de corto plazo. La experiencia del blindaje (que en diciembre pasado fue presentado como otra ´solución´ a la crisis de endeudamiento público) muestra lo rápido que corren los tiempos en las finanzas, si no se ponen otros mecanismos de reactivación en marcha” (“Del Plan Brady al Plan Mulford: la larga marcha de la deuda externa”, Clarín, 17/05/2001).

Marcelo Bonelli adoptaba una posición favorable al acuerdo, ya que evitaba el escenario temido de “default”, generando “alivio” en la economía: “La megaoperación de canje de los bonos generó un indudable alivio, porque evita que Argentina entre en el peor de los escenarios económicos: un default de impredecibles consecuencias económicas y graves derivaciones políticas”. Si bien luego afirmaba que “Por sí misma, la transacción financiera logra una sola cosa: ganar tiempo”, esperando que “se encarrile la administración de Fernando de la Rúa”, remarcaba como “importante” que “reducirá los pagos de interés en los próximos tres años”. Ello implicaba evitar el “tembladeral” de la “cesación de pagos”, que “estaba a la vuelta de la esquina. En ese sentido, el canje de la deuda era considerado un “oxígeno”, que le iba a permitir a Cavallo “enfrentar de otra manera el conjunto de desafíos que se avecinan” (“Cavallo espera el canje para respirar”, Clarín, 18/05/2001).

Los periodistas del diario La Nación se referían al canje como una operación que permitía “despejar las dudas que subsisten en los mercados financieros sobre la capacidad de pago de la deuda pública” (La Nación, 17/05/2001). El periodista José Ignacio López vinculaba el Megacanje al “blindaje” del Ministro Machinea, aunque cuestionando que constituyera la “solución” económica:

“Ayer, con José Luis Machinea, fue el blindaje, según se apresuraron a bautizarlo quienes le atribuyeron sentido mágico y lo convirtieron en campaña publicitaria. Ahora, con Domingo Cavallo, será el megacanje y no son diferentes los riesgos que se corren de convertirlo en ´la solución´”.

El objetivo del acuerdo era sortear el problema del endeudamiento externo, con el propósito de “salir del ahogo” y la “emergencia financiera”:

“Blindaje o megacanje, de lo que se trata es del gravísimo endeudamiento público y de sortear la emergencia financiera. Sea con la activa participación, compromiso y subidos elogios del Fondo Monetario Internacional, o sólo con su aval expresado con comentarios más medidos y rodeados de claras advertencias, son extraordinarias operaciones financieras montadas para salir del ahogo”.

En el marco de la “seriedad de la crisis”, y de la “acumulación de vencimientos de interés y capital para los próximos años”, el nuevo canje era un “paso indispensable” para poder “salir del gravísimo riesgo de la cesación de pagos”. Sin embargo, para el periodista la “operación financiera no basta”. En efecto, existía un problema adicional, basado en la existencia de un “déficit público” que era “insostenible”. Además, “la pretensión de introducir cambios en el régimen de la convertibilidad con la incorporación de la moneda europea”, propuesta por Cavallo meses atrás, había generado una “marcada incertidumbre”. En ese sentido, la “fórmula” para superar la crisis debía integrar “megacanje y ajuste fiscal” (La Nación, 23/05/2001).

Página 12 asumía una visión crítica del acuerdo. En el momento de conocerse la noticia, el diario sostendría, entre las “claves” del acuerdo, que el Megacanje le había permitido al Gobierno “postergar por un tiempo el riesgo de la cesación de pagos de la deuda”. Además, destacaba el incremento de la deuda externa en “2.255 millones” y señalaba que “el costo del canje fue elevadísimo”, lo que “compromete seriamente la capacidad de reacción de la economía”.

Tras la firma de la operación, los periodistas de los grandes diarios nacionales se hicieron eco de los anuncios oficiales. Desde Clarín, se mencionaban los resultados positivos, materializados en el aumento de los bonos y la caída del riesgo país (Clarín, 05/06/2001). Marcelo Bonelli sostenía, en una nota intitulada “Alivio para la deuda: una oportunidad para volver a crecer”, que “La transacción fue un éxito”. Si bien había tenido “un costo elevado”, a partir de la elevada tasa de interés, se trataba “del precio que debe abonar la Argentina para evitar un costo económico mucho mayor: la cesación de pagos, que generaría una debacle política y económica de irreparables consecuencias”. El Megacanje eliminaba del “horizonte” la “posibilidad del default” y significaba un “gran alivio en el frente financiero”. En el marco del “éxito” y los “buenos resultados” de la “megaoperación internacional”, Bonelli se refería al acuerdo como una segunda “oportunidad clave” para la Alianza, luego del “agotamiento” del blindaje financiero de Machinea, cuyo “efecto se esfumó en un bimestre, a causa de las indefiniciones oficiales y la falta de coraje para lanzar un paquete de reactivación económica”. Para disipar todo peligro de “cesación de pagos”, el Gobierno debía evitar repetir el “grave error” del blindaje anterior, de “no utilizar el oxígeno financiero para relanzar la economía argentina”.

Luego del cierre del Megacanje, comenzaba una nueva etapa que tenía que “utilizar este éxito para una sola cosa: reanimar una economía anémica por la depresión productiva”. Esta “segunda oportunidad” debía estar signada por “la obligación de intentar una política de crecimiento”. De acuerdo a Bonelli, la “reactivación” era la “única solución de fondo” para la “anemia de la economía argentina” y su “debilidad financiera internacional”. Para ello, el Gobierno debía implementar “medidas de fondo” en “tres temas concretos”. En primer lugar, con el propósito de salir de la “depresión económica”, aplicar “medidas que alienten el consumo”. Ello implicaba “reanimar la demanda”, a partir de una “mejora” en el “poder adquisitivo de la población”. En segundo término, “cumplir con las metas fiscales pautadas en el acuerdo con el Fondo Monetario y avanzar en las reformas estructurales pendientes”, lo que significaba reclamar a los gobiernos provinciales que realizaran sus “deberes financieros” para equilibrar las cuentas fiscales. Por último, Bonelli reclamaba a De la Rúa que diera “señales claras de gobernabilidad y de decisión en su conducción de la Argentina”, con el objeto de generar confianza en “los mercados” y, de este modo, reducir los niveles del “riesgo país” (Clarín, 04-06-2001).

Daniel Muchnik, por su parte, cuestionaba el optimismo de Cavallo sobre la “reactivación” económica y el fin de la “recesión”. El periodista económico se preguntaba si existía algún dato concreto para poder “indicar que hubo un cambio en la tendencia depresiva” y lo contrastaba con los datos estadísticos oficiales sobre la caída del empleo privado, el descenso de la actividad industrial, la inversión y el consumo interno, junto al elevado nivel de “riesgo país”. Estos indicadores, a los que se sumaban las reducciones salariales, despidos y suspensiones laborales en empresas como Aerolíneas Argentinas o la industria automotriz, mostraban que no existía la mentada “reactivación” (“Hay que llamar a las cosas por su nombre: no hay reactivación”) y que persistía un “clima de incertidumbre”. De manera tal que, aun “suponiendo que el Megacanje tenga éxito”, los datos de “los especialistas” auguraban para el 2001 un “crecimiento cero” (“La reactivación continúa sin aparecer”, Clarín, 03-06-2001).

Daniel Fernández Canedo, en una nota titulada “Una operación en defensa propia”, vinculaba la operación con el blindaje de Machinea y sostenía que tenía por objeto central reducir la posibilidad de ingresar en default:

“Así como el blindaje financiero de José Luis Machinea de fines de 2000 buscó demostrar que la Argentina tenía dinero para afrontar sus compromisos, el canje de deuda es para achicar las sospechas de que la Argentina podría entrar en cesación de pagos.”

Para Canedo se trataba de “una operación en defensa propia del Estado” y, si bien el nivel de la tasa de interés abonado implicaba un “costo alto”, luego matizaba esta cuestión al preguntarse si “podría la Argentina pagar menos, cuando está sospechada de ser un deudor poco confiable”. El acuerdo era percibido como necesario, aunque no suficiente, para “ganar el partido”, es decir, para lograr una “salida de la recesión” y generar una “reactivación” económica. Para cumplir ese objetivo se requería “recuperar la confianza” de los “inversores” internos y externos. Sólo a partir de la confianza de “los mercados”, se lograría una reducción del “costo del crédito”, promoviendo un “arranque de la declinante economía argentina”. En palabras de Canedo: “Si los inversores de aquí y de afuera lo creen, el Gobierno habrá dado un importante paso adelante para recrear condiciones favorables a una reactivación. Sino, la salida de la recesión se volverá a postergar”. De manera tal que el canje no resolvía por sí mismo la recesión, ni tampoco el problema de la falta de “competitividad” y la “desocupación”, pero contribuía a “tranquilizar los nervios”, en espera de la confianza del mercado (Clarín, 03/06/2001).

En Página 12 se hacía hincapié en el aumento de la deuda externa y en que el acuerdo sólo había permitido un alivio temporal para la economía (“Subiendo la deuda en 2255 millones, el Gobierno compró calma hasta fin de año”). Además, se cuestionaban “las altísimas tasas de interés a las que se endeudó la Argentina” y se hacía eco de la proyección del Gobierno, al sostener que “la apuesta es a que baje el costo del dinero y la reactivación sea notoria y rápida” (Pagina 12, 02/06/2001 y 04/06/2001).

El periodista Alfredo Zaiat sostenía que el canje previsto por Cavallo para “alejar el fantasma de la cesación de pagos” era mucho mayor en el monto y mucho menor en las tasas abonadas, que el que finalmente se había alcanzado: “Lo cierto es que Cavallo pensaba estructurar una operación financiera que tuviera como saldo un monto trocado mucho más elevado al tiempo de una tasa mucho más baja que la finalmente pactada”. Zaiat señalaba que “Cavallo fracasó en ese intento” y, ante esa situación, decidió acordar con el banquero Mulford un canje de la deuda que era “ruinoso” y sólo postergaba la cesación de pagos de la deuda:

“Fracasada la vía de las garantías, y sin alternativas de dar marcha atrás con la idea de canje acercada por su amigo David Mulford, Cavallo continuó adelante con una operación ruinosa, con la única satisfacción de que es mejor que declarar una formal cesación de pagos” (Página 12, 04/06/2001).

David Cufré señalaba que “Domingo Cavallo ideó –o tomó la idea de su amigo, el banquero David Mulford– de estructurar el trueque de bonos para escapar a una estruendosa caída inminente”. Sin embargo, luego agregaba que “siempre negoció desde una posición de debilidad”. Las elevadas tasas pactadas limitaban la posibilidad de salir del default: “La Argentina llegó a un estado de insolvencia, del que no podrá salir –o le costará muchísimo, en el mejor de los casos, según admiten los propios financistas– con una tasa del canje como la que se pactó”. En efecto, el Gobierno no había ofrecido una “tasa razonable”, lo que limitaba el “oxígeno” para que la economía volviera a “crecer” (“Coparticipar la crisis”, Página 12, 02/06/2001).

Tras la firma del acuerdo, Cufré señalaba que el canje “pateaba” hasta el mes de noviembre, y así “esquivaba”, el problema del acceso a fondos para evitar el default, aunque sin resolverlo:

“Con el megacanje, Domingo Cavallo pateó hasta noviembre la necesidad de salir al mercado de capitales a conseguir fondos para pagar los servicios de la deuda. La operación le permitió esquivar ahora la cesación de pagos, pero el problema de la deuda está muy lejos de ser resuelto”.

Además, advertía que, de no encontrar nuevas fuentes de financiamiento, el problema retornaría:

“En los próximos cinco meses, el Ministro debe lograr un despegue vigoroso de la economía que lo ponga de nuevo en carrera para obtener financiamiento. De lo contrario, estará frente a la misma situación desesperada que lo llevó a concretar el canje, cuyo costo para el Estado fue elevadísimo”.

Lejos del optimismo oficial, el periodista asumía una visión pesimista sobre el futuro. En primer lugar, cuestionaba la “tasa pactada”, que “es tan alta que Cavallo tendrá poco margen para conseguir la reactivación”. Y en segundo término, se refería a la posibilidad que los financistas decidieran “desprenderse de los flamantes títulos públicos antes de que también se desvaloricen”. Ello abría la posibilidad que “la crisis que se evitó ahora estalle más adelante” (“Un respiro chiquito, chiquito”, Página 12, 04/06/2001).

Claudio Slotnik, en la nota “Super Mingo va a pagar la súper tasa”, sostenía también que la elevada tasa de interés restringía la reactivación económica: “Ahora la cuestión principal ya no es si la Argentina caerá en cesación de pagos en el corto plazo sino, más bien, si una economía puede relanzarse teniendo como marco semejante costo del dinero”. Además, consideraba al canje como un paliativo que servía para “patear la pelota hacia adelante” y “ganar tiempo”, pero que “de ninguna manera ofrece certezas sobre un inminente despegue de la economía, después de tres años de recesión” (Página 12, 02/06/2001).

Tras el acuerdo, Slotnik señalaba que con la operación el Gobierno había logrado “diferir vencimientos de la deuda por 16.039 millones en los próximos cuatro años, aunque a un costo elevadísimo”, con “tasas mucho más altas a las esperadas”. Además, indicaba que “la deuda creció en 2.255 millones”. A partir de ahora había que esperar el “veredicto de los inversores”, que “se reflejará en el nivel de riesgo país”. Sin embargo, no se hacía eco del optimismo oficial: “Fernando de la Rúa y el mismo Cavallo presentaron el canje como si se tratase de una gran victoria cuando, en realidad, el maxi trueque de bonos se diseñó con el único fin de escaparle a la bancarrota”. El periodista advertía, a su vez, que si la economía no lograba reactivarse en los meses subsiguientes, los beneficios transitorios del Megacanje iban a quedar “diluidos”:

“Hasta noviembre próximo, Economía tiene el financiamiento asegurado y no precisará salir al mercado a buscar fondos. Pero si en los próximos dos meses no aparecen señales contundentes de una economía en recuperación, el megacanje corre el riesgo de seguir el camino del blindaje, con sus efectos totalmente diluidos”.

El acuerdo financiero no solucionaba el problema de la deuda externa, sino que “postergaba” el “riesgo” de cesación de pagos. En palabras de Slotnik: “El megacanje no fue una solución de fondo al problema de la deuda. El Gobierno apenas si logró postergar por un tiempo el riesgo de default”. A partir del uso de una metáfora futbolera, la operación no era considerada un “despeje de la pelota al campo contrario”, sino “apenas haberla desviado con esfuerzo al córner” y “las perspectivas para cuando se ejecute el tiro de esquina no son muy alentadoras”.

La cautela se debía al hecho de haber convalidado “tasas de interés altísimas”, lo que implicaba que “la posibilidad de una recuperación” de la economía para “crecer” quedaba “seriamente comprometida”. Así, lejos de “las certezas de que la Argentina podrá cumplir con los pagos de la deuda”, se “aplacarán las tasas” y se “pondrá en marcha la economía”, como sostenía el Gobierno, había que “rezar para que en los próximos meses aparezcan señales concretas de la reactivación” (Página 12, 04/06/2001).

Oscar Nudler sostenía que el resultado del canje consistía en aumentar, en lugar de disminuir, la deuda pública:

“Aunque Domingo Cavallo presente este megacanje de deuda como el mayor de la historia (mérito tan poco envidiable como el de protagonizar la quiebra más grande de todos los tiempos), la verdadera particularidad de esta operación es otra. Consiste en cambiar deuda relativamente más barata por otra más cara, cuando lo normal es que cualquier deudor busque salir de una financiación onerosa que tomó en el pasado, si tiene la oportunidad de precancelarla, mediante un crédito nuevo a tasas más bajas”.

Sin embargo, bajo un modelo basado en la “dependencia financiera”, la firma del canje era la única alternativa para evitar una “quiebra inminente” de la economía:

“A primera vista, efectuar el canje en estas condiciones no tiene sentido, a menos que no haya otra alternativa para escapar de una quiebra inminente. Y esta es, exactamente, la situación. Por ende, de poco vale discutir si el canje es caro o barato, porque hoy son los especuladores los que tienen la sartén por el mango. La discusión, en todo caso, es entre este canje voluntario, que implica ceder ante la extorsión de los capitales, y un canje compulsivo, en cuyo caso sería el país, como deudor, quien impusiera las condiciones de la refinanciación. Esta variante generaría, obviamente, costos diferentes pero también sustanciales, porque no hay ningún pase mágico que pueda eliminar bruscamente la dependencia financiera del país” (“Tan grande y caro que mete miedo”, nota en Página 12, 02/06/2001)”.

POSICIONAMIENTOS DE LOS ECONOMISTAS

“Los economistas eran los referentes más consultados por los grandes diarios y quienes se posicionaban públicamente con mayor frecuencia sobre el Megacanje. En el momento de lanzarse la operación, Clarín consultó a una serie de economistas para que brindaran su opinión sobre el acuerdo y las perspectivas de reactivación económica. La mayor parte de ellos eran cautelosos. Jorge Remes Lenicov cuestionaba las altas tasas de interés previstas en el canje, ya que “Al tomar esta tasa para un período largo, estaríamos convalidando a futuro intereses muy altos”. En lugar de un “Megacanje”, sostenía que era preferible “hacer canjes parciales” para que “las tasas bajen a medida que la situación mejore” y así “reducir el costo del canje”. Sin embargo, agregaba que “esto en sí mismo no resuelve el problema de la solvencia fiscal de la Argentina, ni trae por sí solo la reactivación”. Para “salir de la recesión” se debía “profundizar las rebajas impositivas por sectores, liberar recursos monetarios que permitan aumentar los créditos al consumo y reorganizar al sector público” (Clarín, 18/05/2001).

Carlos Rodríguez sostenía que el acuerdo “implica cambiar deuda cara por otra todavía más cara. De este modo, el próximo gobierno tendrá una herencia pesadísima en materia de intereses a pagar”. Además, “si sirviera para fomentar la reactivación, todos los estados entrarían a un canje de deuda”. Según el economista, “Lo que sí está claro es que va a ayudar a los acreedores, que están muy contentos con este megacanje”. Tampoco iba a ayudar a reactivar la economía: “Para que se concrete la reactivación va a ayudar tanto como el blindaje, nada”. Sin embargo, Rodríguez apoyaba la importancia del canje como un “calmante” para una economía “terminal”. En sus palabras: “El canje es necesario, pero como la morfina para un enfermo terminal. Ayuda a calmarlo, pero no le salva la vida”. La reactivación provenía de “cambiar la política económica”, lo que significaba “aplicar una flexibilización laboral en serio, apoyar a la libre empresa, sin planes de competitividad parciales, aplicar una reducción drástica de impuestos y, sobre todo, lograr superávit fiscal”, ya que “sin esto, el canje no sirve para nada” (Clarín, 18/05/2001).

Héctor Valle, economista de la Fundación de Investigaciones para el Desarrollo (FIDE), planteaba sus dudas sobre las tasas que se acordarían en el canje y sus efectos sobre el “riesgo país” y sostenía que la “reactivación” económica debía provenir de medidas adicionales, aunque vinculadas a la decisión de “invertir en planes productivos” (Clarín, 18/05/2001). Juan Arranz, economista jefe del Banco Río, sostenía que “El canje debería revertir el aumento del riesgo país” y, a partir de allí, se lograría la “reactivación”, aunque no le atribuía “ningún poder mágico al canje”, ya que era necesario también lograr un “aumento de la recaudación” y el “compromiso del Gobierno de mantener el déficit fiscal en la pauta fijada para este año”. Desde un discurso ortodoxo, sostenía que “la condición fundamental es que el Gobierno refuerce la lucha contra la evasión y trabaje en el control del gasto público” (Clarín, 18/05/2001).

Una vez firmado el acuerdo, algunos economistas, como Carlos Melconián y Pedro Lacoste, se mostrarían confiados en el efecto benéfico del canje. De acuerdo a estos economistas, podía haber una reactivación antes de fin de año, aunque Melconián reclamaba continuar con las reformas pendientes y Lacoste pedía una rebaja de impuestos para incentivar la demanda y planes de competitividad para incentivar la oferta (Clarín, 03/06/2001).

Otros, relativizaban la importancia del acuerdo. Miguel Bein, ex Secretario de Programación Económica, sostenía que la operación contribuía a la reactivación económica y evitaba el riesgo de default. En sus palabras: “sin el canje –que no asegura per se la reactivación– ésta no tendría lugar, porque ahora aleja el fantasma de la cesación de pagos”. Para Bein, el acuerdo había “despejado el horizonte financiero”, pero debían buscarse “indicios de recuperación”, que “hasta ahora (están) ausentes” (Clarín, 03/06/2001). Aldo Abram, economista de la consultora Exante, comparaba el megacanje con el “blindaje” y coincidía en que “No garantiza una reactivación”, sino que abría “un plazo de tiempo en el cual (el Gobierno) va a tener la oportunidad de recuperar credibilidad” (La Nación, 02/06/2001). Ignacio Chojo Ortiz también sostenía que “el canje es condición necesaria, pero insuficiente” para la reactivación, aunque condicionaba la salida de la crisis a una “nueva estrategia productiva y de inserción internacional”. Miguel Broda daba vuelta el argumento para sostener que “la confianza de los inversores sólo vendrá si hay reactivación” y afirmaba que “el canje en sí mismo no es para ellos un punto de inflexión”. El economista sólo preveía para el 2001 un crecimiento del PBI del 0,4%, frente al 2,5% que pronosticaba el Gobierno (Clarín, 03/06/2001).

Un tercer grupo de economistas cuestionaban la operación. Marcelo Lascano se refería a las elevadas tasas de interés abonadas por el Gobierno como argumento para expresar que “semejantes intereses demuestran que no mejoró la confianza del inversor” (Clarín, 03/06/2001). Otros radicalizaban las críticas desde una matriz heterodoxa, manteniendo una postura pesimista sobre el futuro. Claudio Lozano sostenía que el canje “es un intento desesperado e inconveniente de ganar tiempo, por el que se pagará una tasa usuraria”. Según el economista de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), “el oxígeno que logre el Estado será escaso y pronto se volverá a un cuadro de insolvencia”. Héctor Valle afirmaba que “las chances de expansión sostenida con más equidad distributiva son casi nulas, pues discriminan contra la producción y el trabajo nacional” (Clarín, 03/06/2001).

Desde el plano internacional, el ex Premio Nobel de Economía, el canadiense Robert Mundell, sostenía que Cavallo tomó el “camino más acertado” para atajar la crisis económica y consideraba que “El exitoso canje de deuda y el esfuerzo por mantener su sistema cambiario demuestran que la Argentina está en la dirección correcta” (Clarín, 05/06/2001). En cambio, Boris Segura, economista jefe de Atlantic Asset Management, sostenía que las tasas abonadas eran “un precio muy alto” que había pagado el Gobierno para “obtener oxígeno” y que “los inversores extranjeros no se sienten a gusto con esta historia. No tienen voluntad de ampliar su exposición en la Argentina” (La Nación, 02/06/2001)”.

POSICIONAMIENTOS DE BANQUEROS Y FINANCISTAS

“Los principales banqueros y financistas coincidían en la importancia de la operación. Para el experto en deuda soberana de la firma neoyorquina UBS Warburg, Michael Gavin, el Megacanje significaba “un importante respiro para la economía argentina, que lleva tres años de recesión”. En ese sentido, sostenía que “El canje, si es exitoso, como creemos que lo será, es un paso en la buena dirección” (La Nación, 02/06/2001).

Arturo Porzecanski, analista del banco ABN AMRO, también asumía una visión favorable al acuerdo, al que consideraba “muy positivo” (Clarín, 31/05/2001). Apelando a la metáfora del cirujano que cura al paciente enfermo, sostenía que la Argentina pasaba de estar “desangrándose” a la “sala de recuperación”:

“Cuando Cavallo llegó al gobierno, la Argentina era un país que se desangraba en la mesa del quirófano de la sala de emergencia. Por entonces, caían los depósitos y las reservas, y estaba cerrada completamente la puerta de los mercados de capitales. Ahora, tras el canje, el país está en sala de recuperación. El paciente, por lo menos, dejó de sangrar” (Clarín, 05/06/2001).

Del mismo modo, el titular del Grupo IRSA, Eduardo Elsztain, declaraba estar “convencido” que la película del post canje no será igual a la del posblindaje y asumía una óptica “optimista” sobre el acuerdo:

“Yo soy optimista, porque la magnitud del canje fue realmente grande y nos sorprendió a todos. Pero también porque veo, y me entero, de que se están destrabando proyectos de inversión. Esa es la primera señal de que las cosas van por el buen camino” (Clarín, 09/06/2001).

Desde el plano internacional, Merrill Lynch, uno de los bancos de inversiones más importantes de Wall Street, consideraba al megacanje como “una oportunidad de dos años para enfrentar sus problemas económicos fundamentales, como la falta de crecimiento” (Página 12, 01/06/2001). Para el banco estadounidense Goldman Sachs el acuerdo era “muy positivo”, “porque hace sólo 15 días el mercado no apostaba a más que 15.000 millones”, y sostenía que ahora “se esperarán medidas concretas de reactivación y baja del gasto político” (Clarín, 03/06/2001).

Otros financistas internacionales cuestionaban la operación. Según la agencia de calificaciones Fitch IBCA, “si bien es cierto que este canje brinda beneficios para el sector público, la operación en sí no significará una mejora sustancial en el valor crediticio de la Nación” (La Nación, 02/06/2001). La calificadora, además, condicionaba la baja de las tasas de interés a que “haya una reducción del déficit fiscal, se continúen haciendo reformas estructurales y se mantenga la unidad política apoyando al plan económico” (Página 12, 01/06/2001). Walter Molano, analista de la firma BCP Securities, radicalizaba las críticas, al sostener que las “exorbitantes” tasas anunciadas por Argentina “no sólo no despejan el fantasma de una cesación de pagos, si no, por el contrario, lo acercan”. El analista consideraba que “el canje aumenta la probabilidad de que la Argentina se declare en cesación de pagos”. A su vez, sostenía que “quienes salen beneficiados con el gigantesco canje de la deuda pública no es la Argentina ni los argentinos, sino los bancos” que dirigen la operación (La Nación, 02/06/2001).

Por último, para los organismos multilaterales de crédito el canje significaba un “esfuerzo” del Gobierno destinado a “reducir los requerimientos de financiamiento en el corto plazo”. El titular del FMI, Horst Kohler, le daba una “bienvenida” al acuerdo y esperaba que incentivase “una financiación sostenible en el mediano plazo” para reducir la deuda externa (Clarín, 22/05/2016). Luego de concretarse la operación, el FMI expresó su apoyo al acuerdo, sosteniendo que el canje de deuda iba a ayudar a aliviar las necesidades financieras en los próximos años y a disminuir la preocupación por el riesgo país. Según Jack Boorman, director de Desarrollo de Política, el canje era consistente con la estrategia del Gobierno de buscar “soluciones basadas en el mercado” y lo consideraba “una importante complementación para el programa de estabilización económica y reformas”, acordados con el FMI (Clarín, 05/06/2001).

POSICIONAMIENTOS DE LOS GRANDES EMPRESARIOS LOCALES

Algunos grandes empresarios locales se posicionaban sobre el acuerdo. José Ignacio de Mendiguren, flamante titular de la Unión Industrial Argentina (UIA), sostenía que “la noticia es excelente”, aunque luego agregaba “pero si el Gobierno no actúa de inmediato, el canje puede tener igual suerte que el blindaje” (Clarín, 18-05-2001Tras conocerse el acuerdo, el titular de la UIA señalaría que “ahora hay que dedicarse a tomar medidas para la reactivación. Sino, si seguimos esperando la baja del riesgo país, vamos a repetir el camino que desembocó primero en el blindaje y ahora en el Megacanje” (Página 12, 04-06-2001). Norberto Peruzzotti, titular de la Asociación de Bancos de la Argentina (ABA), apoyaba a Cavallo, sosteniendo que “los banqueros vamos a cerrar filas atrás del ministro” (Clarín, 18-05-2001)”.

(*) Hernán Fair (Universidad Nacional de Quilmes): “Crisis del modelo de Convertibilidad y reformas neoliberales en Argentina. Posicionamientos, discursos y disputas por la hegemonía durante el Megacanje de la Alianza” (Revista de Ciencias Sociales, 2016).

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