Por Italo Pallotti.-

Hacíamos referencia hace pocos días a los festejos por el 208 aniversario de nuestra Independencia. Y como siempre, casi como una obligación, aunque más no sea en nuestras conciencias viene la necesidad imperiosa de hacer un balance de cómo nos fue, va, o irá en esta Argentina cascoteada por una multiplicidad de factores. Algunos por cuestiones exógenas, la minoría; otros, la mayoría, por esas culpas propias, que desdichadamente nos cuesta asumir. Porque, si hay algo que nos gusta soslayar, es la cuota de culpa que tenemos en el entramado de la historia de ese período que dio origen al festejo de marras. De más está decir que a lo actual deberemos, todos, ponerle la cuota de mayor racionalidad posible y dejar de tirar de una cuerda imaginaria que, sin darnos cuenta, se va deshilachando silenciosamente; mientras una mitad se muestra exultante, en una precaria esperanza; y otra mitad comienza, o continúa, para ser exacto, en la pesadumbre de un tiempo que, por lo complejo y pesado, tiene vestigios ya de un camino hacia lo eterno. La sociedad argentina parece predestinada a vivir, cada cortos períodos de tiempo, con un pulmotor de expectativas que le permite, con un hálito de aire caprichosamente buscado, soportar los embates, casi incuestionablemente, que le traerá siempre al “menos peor”·de los propuestos cada día que le toca ir a votar.

De la inveterada costumbre, casi ya como un karma, que sostenemos cada vez que debemos elegir; a la manera de una catarata de malos augurios, al poco tiempo se comienza a dudar de los mensajes que, como un modelo de Biblia promesante, nos sorprende cada gobierno que comienza. Siempre está la visión optimista que el país vuelva a ser lo que alguna vez fue y tuviéramos el orgullo de figurar entre las potencias más importantes el mundo. Y en este contexto, aquel tren ilusorio que armamos en nuestras mentes al poco tiempo se descarrila, con los primeros nuevos episodios qué en el corto plazo, parece inevitable, y comienzan a vislumbrarse aspectos de aquel “más de lo mismo” para que cada vez, ya sea por falsas expectativas o por falta de tolerancia se cruzan en el camino llenándolo de piedras y baches que dificultan la trayectoria hacia lo soñado, con, a veces, excesivo optimismo. Entonces, como una réplica desteñida, vetusta, de aquel “con la Democracia se come, se educa y se cura”, no podemos menos que reprobar (o añorar, si les gusta) tal enunciado y más aún pensar que aquello fue una frase populachera tirada, como tantas, al pozo más triste de los recuerdos. Desde aquel tiempo, con su mensaje de nuevos aires, porque el voto popular decidía nuestro destino como sociedad; porque un período supuestamente borroso se sepultaba; muchas cosas nacieron con el sello de lo nefasto, olvidable y promotor de nuevos, o peores, desencuentros.

Expuesto lo antedicho, va siendo hora de que tomemos conciencia de que el verso de las culpas se va extinguiendo. Porque el momento de la responsabilidad, inexorablemente, la debemos comenzar a compartir entre los políticos y nosotros, los ciudadanos comunes. Ya el crepúsculo de los militares, los represores, los tiranos y otras argumentaciones se las tragó la historia, con el castigo que esa sociedad, tantas veces cooptadas por la hipocresía y el cinismo, las archivó en una memoria culposa en algunos casos; como pendiente de reivindicación en otros. Pero eso, ¡lo debe juzgar la historia! Hoy, aunque se piense distinto, esa misma cuestión temporal nos subió a un bote al que cada uno, con el remo que le asignó la propia comunidad, deberemos remar hacia una orilla que parece lejana; pero no imposible de arribar. Cada dueño de un voto tiene uno asignado. En la calidad y responsabilidad puesta en ese pedacito de papel, está la porción de culpa, espero lo entendamos de una vez por todas, que nos corresponde al momento de evaluar cómo nos fue y va en esta feria llamada nación. Es de esperar que tengamos la valentía de asumir con resignación el arrepentimiento si el que votamos era un impresentable (en tantas décadas). Pensemos, por lo tanto, sin demasiados artilugios, que de nosotros (si queremos la Democracia) depende la paz o el caos. Sin opciones ya; es blanco o negro, el gris ya nos oscureció demasiado la vida.

Share