Por Luis Américo Illuminati.-

El papa Francisco muda la Sede Primada argentina de Buenos Aires a Santiago del Estero. Con todo respeto y sinceridad pienso que este cambio no es más que una medida burocrática que no sirve para nada. Creo que no es un cambio profundo. Estoy convencido de que la vocación de la Iglesia se manifestaría plenamente y los templos se llenarían de nuevos fieles si los señores obispos salieran a caminar por sus diócesis como lo hizo Cristo y no se acovacharan en sus lujosas oficinas. Tengo un amigo que a principios de año pidió una audiencia para tratar de un asunto con el arzobispo de Córdoba -Monseñor Rossi- y todavía está esperando. Me cuenta que una amabilísima monjita claretiana lo agendó en un cuaderno.

Pregunto. ¿Por qué el Papa no traslada la sede de El Vaticano al África que es el continente donde existe la mayor pobreza, hambre y miseria del mundo? Esa sí que sería una verdadera medida revolucionaria que honraría el nombre de San Francisco de Asís que Bergoglio eligió para ser Vicario de Cristo. Ni el Hijo de Dios ni los Apóstoles vivieron en palacios episcopales. El Sumo Sacerdote Caifás que condenó a Cristo vivía en un hermoso palacio, lo mismo que Herodes. Las sedes de los obispados no deberían tener tanta magnificencia y esplendor como los edificios de los poderes terrenales sino por el contrario, los obispos deberían vivir en casitas precarias para que tenga mayor fuerza de persuasión y ejemplo el voto de pobreza que hicieron. En el libro de Morris West: «Las sandalias del pescador» (película interpretada magistralmente por Anthony Quinn), el Papa elegido Cirilo -tras una larga y meditada reflexión- resuelve vender todas las posesiones y bienes materiales de la Iglesia -reducido El Vaticano a lo mínimo indispensable y necesario para funcionar- con el loable fin de conseguir tres objetivos. Primero: evitar una conflagración mundial. Segundo: ayudar a China con la terrible hambruna que sufren sus habitantes. Tercero: como una forma ejemplar de colaborar para restablecer la paz en el mundo, situación idéntica a la realidad actual.

Argumento

“Las sandalias del pescador” es un libro de 1963 que fue escrito por su autor mientras se desarrollaba en Roma el Concilio Vaticano II. Básicamente trata la historia de la elección de un Papa venido de la Unión Soviética (Ucrania), en plena vigencia de la “cortina de hierro” y en plena Guerra Fría, donde estuvo prisionero en Siberia por 20 años. El primer ministro ruso Kamenev lo libera y es trasladado a Roma donde luego es nombrado cardenal.

La novela de Morris West -casi una profecía- anticipó en más de una década la asunción de un papa eslavo (el polaco Karol Wojtyla, Juan Pablo II). En el libro, el Papa se ha muerto (Pio XIII), entonces el mundo vive una época turbulenta: la amenaza de una guerra total se cierne sobre la humanidad (igual que acontece ahora). Y para sorpresa de todos -desde muchos siglos atrás no se concebía que un pontífice no fuera italiano- un cardenal de origen eslavo es elegido para sucederle. Un hombre que ha sufrido en carne propia la crueldad del régimen comunista de la URSS (el ominoso Leviatán soviético). El nuevo Papa Cirilo I es un hombre enérgico, cálido y humilde -un verdadero santo- y anhela cambiar la Iglesia, no respecto a cuestiones del dogma ni pretende «modernizarla» sino todo lo contrario, quiere terminar con la infructuosa fastuosidad y obscena opulencia eclesiástica, ya que él no concibe la vida de reyes que llevan los cardenales y obispos. Mientras tanto, al convulsionado clima político mundial se le añade la posibilidad de una hambruna en China. En tales circunstancias el nuevo Papa se convertirá en el mediador providencial para evitar un enfrentamiento armado de consecuencias imprevisibles entre EEUU y los comunistas de la Unión Soviética.

Mientras se desarrolla la elección del nuevo papa, la situación mundial está al borde de una guerra nuclear, a causa de una disputa entre la Unión Soviética y China con motivo de un embargo comercial a China por parte de los Estados Unidos, lo que ha provocado una hambruna en el país asiático. El presidente chino ha amenazado con atacar a Estados Unidos y sus aliados, y también a la Unión Soviética, a la que acusa de connivencia con ellos. El nuevo papa, por invitación de Kamenev, viaja a la Unión Soviética para reunirse en privado con el primer ministro y con el presidente chino para discutir la peligrosa crisis. Y así Cirilo I logra una distensión de las potencias mundiales que el argumento del libro no aclara las secuencias y pasos siguientes, pero que el lector sospecha o intuye que esa paz es precaria, una tregua momentánea, habida cuenta las profecías que existen sobre los últimos tiempos anuncian una inminente III Guerra Mundial y la cercana aparición del Anticristo (el misterio de iniquidad de que habla San Pablo). Cada cristiano está en pleno derecho de creer o no creer en ellas. El Apocalipsis y la Profecía de la Virgen de Fátima parecen ciencia ficción, pero ya se ha visto que la ciencia ficción a la postre resultaron profecías como «Las Sandalias del pescador» de Morris West.

En 1978 cuando se realizó la elección de Juan Pablo II, muchos se acordaron del libro de Morris West y lo vieron como premonitorio, especialmente la parte de su elección. El cardenal Leone (el camarlengo), dice: “Hermanos míos, me alzo para hacer uso de un derecho acordado por la Constitución Apostólica. Proclamo ante ustedes mi convicción de que hay entre nosotros un hombre elegido ya por Dios para sentarse en la Silla de Pedro. Como el primero de los Apóstoles, ha sufrido prisión y torturas por la Fe, y la mano de Dios lo ha liberado de su cautiverio para que se nos uniese en este Cónclave. Lo proclamo como mi candidato, y a él ofrezco mi voto y obediencia: Cirilo, cardenal Lakota. Hubo un instante de silencio absoluto, interrumpido por el jadear ahogado de Lakota. Entonces Rahamani el sirio se levantó de su trono y dijo con firmeza: —Yo también lo proclamo. —También yo —dijo Carlin el americano. —Y yo —dijo Valerio Rinaldi. Y luego, de dos en dos, de tres en tres, los ancianos se incorporaron repitiendo esta proclamación, hasta que todos, excepto nueve, se hallaron de pie bajo los doseles, mientras Cirilo, cardenal Lakota, permanecía en su trono con el rostro tenso e inexpresivo. Luego Rinaldi se adelantó e impetró a los electores: —¿Hay aquí alguien que niegue la validez de esta elección, y que una mayoría superior a los dos tercios ha elegido a nuestro hermano Cirilo? Nadie respondió. —Sentaos, por favor —dijo Valerio Rinaldi. Al sentarse, cada cardenal tiró de la cuerda que sujetaba su dosel, de modo que éste cayese y los cubriera. El único dosel que permaneció levantado fue el del trono de Cirilo, cardenal Lakota. El camarlengo hizo sonar una campanilla de mano y avanzó para abrir la puerta. Inmediatamente entraron el secretario del Cónclave, el maestro de Ceremonias y el sacristán del Vaticano. Estos tres prelados, con Leone y Rinaldi, caminaron ceremoniosamente hasta el trono del ucraniano. Con voz firme, Leone le preguntó: —Acceptasne electionem? (¿Aceptas la elección?). Todos los ojos se volvieron hacia el forastero alto y enjuto, hacia su rostro marcado y su barba oscura y sus ojos remotos y perseguidos por mil imágenes, Los segundos transcurrieron lentamente, y luego los cardenales le escucharon responder con voz opaca y muerta: —Acepto… Miserere mei Deus… Acepto… ¡Que Dios se apiade de mí!

Discurso de Cirilo I

https://youtu.be/kARGX9-UaZ4?si=1H0UUICgtROhiWUE

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