Por Hernán Andrés Kruse.-

En un almuerzo organizado recientemente por el Rotary Club de Buenos Aires, la ministra de Relaciones Exteriores Diana Mondino, dijo lo siguiente sobre el conflicto con Gran Bretaña por las Malvinas: “En los últimos años hubo hasta agresividad. Si una empresa opera en las islas no puede operar en Argentina y así un montón de temas donde hemos presentado quejas a países vecinos por permitir que aterrice un avión que luego siguió a Malvinas. Eso con nosotros se terminó. Queremos tener una relación razonable, donde consideramos que nosotros somos los legítimos dueños del departamento, del departamento llamado Malvinas, y ellos, con suerte, son inquilinos, aunque algunos pensarán que son okupas. Pero nosotros somos los dueños de ese lugar y lo que queremos hacer es mantener una relación en donde podamos trabajar en conjunto” (fuente: Facundo Chaves: “Mondino comparó Malvinas con un departamento”, Infobae, 24/7/024).

Confieso que aún no salgo de mi asombro. Cuesta creer que un ministro (en este caso ministra) de Relaciones Exteriores haya banalizado en público un tema tan delicado como la soberanía malvinense. Mondino olvida que en 1982 unos setecientos soldados argentinos dieron su vida por esa tierra al participar de una guerra desigual, al combatir contra una fuerza enemigo muy superior desde el punto profesional y logístico. Mientras leía estas palabras absurdas de la canciller, me vino a la memoria un canciller de excepción, un canciller que fue el primer argentino en ser galardonado con el Nobel de la Paz. Me refiero al abogado, profesor y político Carlos Saavedra Lamas. ¡Qué diferencia entre ambos cancilleres! Pese a que sería impropio no reconocer que Saavedra Lamas fue ministro de Relaciones Exteriores del General Justo, emblema del fraude patriótico y patrocinador del Pacto Roca-Runciman (denunciado por De la Torre en el Senado de la Nación), don Carlos fue uno de los mejores (quizá el mejor) ministro de Relaciones Exteriores de la historia argentina.

Buceando en Google encontré el texto de una conferencia del embajador doctor José María Ruda sobre la trayectoria de Saavedra Lamas el 7 de julio de 1988 en el Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales. Por razones de espacio paso a transcribir la parte dedicada a su paso por el ministerio de Relaciones Exteriores. Saque el lector sus propias conclusiones.

MINISTRO DE RELACIONES EXTERIORES

“La segunda vez que Saavedra Lamas fue nombrado miembro del Gabinete Nacional fue en 1932, cuando ocupó el cargo de Ministro de Relaciones Exteriores, designado por el Presidente Agustín P. Justo. Cosa poco usual en la Argentina, ocupó su cargo durante todo el período constitucional de seis años de aquel mandatario. Desde que dejó el Ministerio de Instrucción Pública en 1916 hasta 1932, no volvió a ocupar cargos públicos, pues pertenecía al partido opositor al que llegó al gobierno en 1916. Sin embargo, esos años fueron de intensa actividad internacional que lo preparó para tan altas funciones. Fue, en esos años intermedios, delegado argentino a la Junta de Jurisconsultos de Río de Janeiro para la Codificación del Derecho Internacional Público y Privado y a la Conferencia Internacional del Instituto Americano de Derecho Internacional de Washington, reunida en Montevideo; fruto de estas actuaciones es su libro “La crise de la codification et la doctrine argentine du droit international”, con prólogo de A. de la Pradelle, publicado en 1931, con motivo de la Conferencia de Codificación de La Haya, en que la Argentina no estuvo representada, ni siquiera por un observador. La Pradelle señala que, en momentos en que el país no creía su deber asociarse a esa Conferencia, Saavedra Lamas “se esforzaba en dar a la empresa de la codificación la contribución independiente de una crítica sagaz”, agregando que “ninguna personalidad, ni política, ni científica puede ser considerada en estos momentos, como más profundamente representativa de la opinión argentina”. Fue además, en 1928, como ya hemos señalado, delegado argentino a la XIª Conferencia Internacional del Trabajo, reunión de la que fue designado Presidente.

El Ministerio de Relaciones Exteriores fue la culminación de la carrera de Saavedra Lamas y la actuación internacional de nuestro país, en esos años, constituyó el apogeo del prestigio argentino. Ni antes, ni después, tuvo la Nación la presencia, la iniciativa y la influencia internacional que gozó entre 1932 y 1938; luego vino la Segunda Guerra Mundial, un cambio de circunstancias en la política internacional y en la política interna y el país no ha vuelto a recuperar la posición que entonces había alcanzado. El objetivo fundamental de la política de Saavedra Lamas fue, a nuestro parecer, incorporar a la Argentina, con ideas propias, serias y atrayentes, a la corriente de cooperación internacional, basada fundamentalmente en el mantenimiento permanente de la paz y la seguridad internacionales, la solución pacífica de las controversias, y el respeto al principio de la no intervención.

A los efectos de poder apreciar con mayor justeza la labor del Canciller Saavedra Lamas es aconsejable hacer un pequeño panorama del mundo en la época de su actuación. En 1932 se seguían sintiendo, todavía en forma intensa, los efectos de la gran crisis económica que había comenzado en 1929 con la baja de la Bolsa de Nueva York, que había afectado severamente las exportaciones argentinas, particularmente del comercio de carnes y en especial con Gran Bretaña, la máxima cliente en este ramo. El fascismo se consolidaba en Italia, con Mussolini a la cabeza y su imagen de orden impresionaba a mentes juveniles y a militares en la Argentina surgiendo de allí un movimiento poderoso, sobre todo en el campo de las ideas, que perduró con vigor durante toda la década y aún más allá y que se llamó el nacionalismo argentino, credo que nunca comulgó con el liberalismo de Saavedra Lamas.

El gobierno italiano decidía por esa época comenzar una aventura imperialista y se anexaba Etiopía sacudiendo profundamente los cimientos de la Sociedad de las Naciones y haciéndole grietas de las que ya nunca se pudo recuperar. Esta misma tendencia política, con fases ligeramente diferentes, se imponía en 1933 en Alemania y el nazismo irrumpe en la esfera internacional y en el mundo interior alemán con un vigor extraordinario. Una vez en el gobierno, Hitler comienza con firmeza su política tendiente a anular las consecuencias del Tratado de Versalles y así se suceden la ocupación de la Renania por el ejército, el rearme alemán, el “Anchluss” de Austria, la conferencia de Munich, la ocupación de los Sudetes y luego el “protectorado”, por así decir, sobre Bohemia y Moravia y, finalmente, la guerra en 1939, conflicto que se venía perfilando en Europa desde la mitad de la década.

El gobierno del Japón, por su parte, fue copado por una camarilla militar, estableciendo un régimen autoritario con propósitos imperialistas que resultaron en la guerra de Manchuria y la ocupación de parte de China, con el consiguiente descrédito de la Sociedad de las Naciones. La Unión Soviética continuaba con la lenta labor de consolidar la revolución de 1917, tanto en el frente interno, como externo, y no aparecía todavía como la superpotencia que fue después, pero no era factor político de desatender. Se había incorporado a la Sociedad de las Naciones, cuando otros países como Alemania, Brasil, etc., se retiraban. Se puede señalar que, quizá, todavía influían en las relaciones con la URSS factores ideológicos. La Argentina no tuvo relaciones con la Unión Soviética hasta pasada la Segunda Guerra Mundial.

Por su parte, los Estados Unidos, muy castigado por la crisis económica, cambiaba la orientación de su gobierno con la asunción del mando del Presidente Franklin Roosevelt, quien si bien en un primer tiempo volvió al aislacionismo que caracterizó la política norteamericana con anterioridad a Hoover, luego, ante las amenazas de guerra en Europa y Oriente, revirtió esta tendencia y se aplicó de lleno a la atención y decisión de los problemas mundiales. En el orden interamericano, puso en ejecución con interés y energía la llamada “política del buen vecino”, tratando de presentar una nueva imagen frente a los países latinoamericanos y como consecuencia de ello, Estados Unidos reconoció, por primera vez, el principio de no intervención, por el que tanto habían luchado aquellos países, particularmente la Argentina.

La Sociedad de las Naciones que había comenzado dando tantas ilusiones de paz, aunque herida por la no incorporación de los Estados Unidos, después de pasar su mejor época en la década del veinte, empezó su lenta, pero segura declinación, muy golpeada por los sucesos de Etiopía y Manchuria, entre otros. La Argentina, que había seguido durante el período de influencia del popular caudillo Hipólito Yrigoyen la tradicional política aislacionista del país, no se incorporó a la Sociedad de las Naciones y no participó en algunas conferencias internacionales importantes, como la Conferencia de Washington de 1928, sobre Conciliación y Arbitraje, ni tampoco quiso ser parte en el Tratado Briand-Kellogg que declaró la ilegalidad del recurso a la guerra, como instrumento de política nacional. En el orden interamericano también continuó la Argentina su tradicional enfrentamiento con los Estados Unidos y su defensa irreductible del principio de no intervención.

La labor de Saavedra Lamas en el Ministerio de Relaciones Exteriores fue muy proficua, como lo demuestra el gran número de iniciativas y actuaciones que le cupo durante los seis años de Canciller argentino. Su figura, tanto en el orden continental como mundial, se fue agrandando con el correr del tiempo. Dada la necesaria limitación de la extensión de este trabajo, nos referiremos a los aspectos más importantes de su gestión”.

ACTUACIÓN EN LA SOCIEDAD DE LAS NACIONES

“Incorporada definitivamente la Argentina a la Sociedad de las Naciones, Saavedra Lamas rápidamente utilizó la organización mundial como el foro adecuado para presentar la imagen del país, rompiendo, en alguna medida, la tradicional postura aislacionista de la Argentina. Así vemos que la delegación argentina participó activamente en 1935, en la Comisión encargada del plebiscito del Sarre, de composición restringida y en el debate sobre la denuncia francesa referente al rearme alemán, también en 1935, en el que Saavedra Lamas instruyó a la delegación que apoyara las iniciativas que denunciaran el repudio unilateral de los tratados y propusieran el refuerzo del régimen de las sanciones previsto por el Pacto, votando a favor de una moción que condenó a Alemania, por la primera de estas razones.

Dada la actividad desplegada por el organismo internacional y el interés del gobierno argentino por ella, se creó en Ginebra en Junio de 1935, la delegación permanente ante los organismos con sede en esa ciudad. El conflicto entre Etiopía e Italia fue una de las principales cuestiones que trató la Sociedad de las Naciones en curso de su existencia y fue también una de las causas notorias de su desprestigio. Luego de un incidente en 1934, en la zona fronteriza entre Etiopía y Somalia, entonces colonia italiana, siguieron negociaciones que fracasaron y finalmente Etiopía recurrió a la Sociedad de las Naciones. La Argentina sostuvo en el conflicto el tradicional principio de su política exterior de no adquisición de territorios por medio de la fuerza. Por esa época le tocó al delegado argentino, Enrique Ruíz Guiñazú, presidir el Consejo. En la Asamblea, que se reunió inmediatamente, en Septiembre de 1934, Saavedra Lamas instruyó a la delegación de sustentar los principios que el incumplimiento de resoluciones no daba lugar a la aplicación de sanciones y que era necesario determinar primero cual era el Estado que había sido agresor o violador del Pacto.

El 4 de Octubre, Argentina presidiendo aún el Consejo, condenó la invasión italiana y dicho órgano aprobó un informe en el que se establecía que Italia había recurrido a la guerra, en contra de las disposiciones del Pacto. La Asamblea aprobó sanciones económicas el 10 de Octubre, con aprobación argentina. El gobierno argentino, en cumplimiento de estas sanciones, dictó medidas por las que se prohibió la exportación y el tránsito de armas con destino a Italia, actividades financieras y otras exportaciones, las que fueron dejadas sin efecto, en 1936, cuando la Sociedad de las Naciones levantó las sanciones, después que fue ocupada toda Etiopía.

En 1934, la Unión Soviética, luego de varias alternativas diplomáticas, fue invitada a solicitar su admisión a la Sociedad de las Naciones, cumpliendo un nuevo precedente establecido con relación a Méjico y a Turquía, en 1931 y 1932, respectivamente. El Canciller argentino instruyó a la delegación manifestarse contraria a la admisión, invocando agravios contra sus representantes al momento de la revolución soviética, no reparados; tampoco se adhirió Argentina, por supuesto, a la lista de Estados que formuló la invitación, pero no se opuso a que la U.R.S.S. ocupara un asiento permanente en el Consejo.

La labor realizada por Saavedra Lamas a favor de una participación activa de la Argentina en la Sociedad de las Naciones, obtuvo su reconocimiento con su elección en 1936, como Presidente del XVIIº Período de Sesiones de dicho órgano, luego del éxito que había obtenido en las negociaciones de paz que se habían celebrado recientemente en Buenos Aires, y que había dado fin a las hostilidades en la guerra del Chaco, de la que hablaremos más adelante. El motivo principal de su discurso de apertura de las sesiones, fue la necesidad del perfeccionamiento del Pacto, indispensable a su entender, por los embates que había sufrido la organización mundial y puso como ejemplo los procedimientos de conciliación aplicados en la guerra del Chaco, en la que la Sociedad de las Naciones, recordó el orador, delegó en los países limítrofes y en los Estados Unidos la gestión de paz, cuando inclusive algunos de estos Estados no eran miembros de ella; Saavedra Lamas encontraba “en este hecho la línea de una política trascendente para la paz, que no debe ser ocasional, sino generalizarse en forma definitiva”.

Con una alusión evidente al Pacto Briand-Kellogg y a su Pacto Antibélico, del que hablaremos también más adelante, se refirió a la existencia o la posibilidad de celebrar tratados de solución pacífica, lo que no excluía la subsistencia del Pacto o su reforma. Mientras tanto se aseguraba la participación de los grandes países, cuya ausencia había debilitado la universalidad de la Sociedad de las Naciones, en esquemas de seguridad colectiva, la cual quedaría también fortalecida por acuerdos regionales complementarios, con el objeto de impulsar la cooperación y la solidaridad. Luego de afirmar la interdependencia entre lo político y lo económico, finalizó refiriéndose así a las críticas severas formuladas a la organización: “Tiene, sin embargo, el derecho de volverse hacia los que la fustigan, hacia el mundo que la circunda, para formularle, a su vez, una reclamación: la necesidad de contribución moral, de la lealtad solidaria, del coraje y hasta del espíritu de sacrificio, que se le prometieron en el momento de su creación y que su misión exige”.

Los difíciles problemas mundiales repercutieron en esta Asamblea. La delegación italiana no participó de la reunión por haberse aceptado las credenciales de la delegación etíope. No fue este un episodio simple, pues originalmente tanto Gran Bretaña, como Francia, se inclinaban por rechazar las credenciales en cuestión sobre la base de que el soberano que había expendido los poderes, no poseía, de hecho, ninguna autoridad. Pero, el Comité de Credenciales, al que concurrieron los más importantes personajes políticos del momento, influido por la posición de países medianos y pequeños informó por conducto de Nicolás Politis, famoso delegado griego que, aunque había serias dudas sobre la condición de la delegación etíope, sin embargo se inclinaba por aceptar los poderes.

Otro tema de actualidad era la guerra civil española, que había comenzado dos meses antes, con el levantamiento del 18 de Julio de 1936. Aquí también los gobiernos de Gran Bretaña y Francia, que habían sido motores principales del Convenio de No Intervención en Agosto, trataron de influir sobre la delegación del gobierno republicano, para que no se refiriera al tema. Inclusive se le alcanzó a sugerir al Presidente que debería declarar al orador fuera de la cuestión, si el delegado español tocaba este candente asunto. Saavedra Lamas permitió a Alvarez del Vayo, Ministro de Relaciones Exteriores español, que objetara el Convenio de No Intervención fundamentando su posición en el principio de que el gobierno legítimo no debería ser tratado en las mismas condiciones que el rebelde.

La delegación argentina presentó un proyecto que fue aprobado por el que se creó una comisión especial para estudiar la aplicación de los principios del Pacto y su coordinación con los Pactos Briand-Kellogg y Antibélico. El discurso de agradecimiento por la labor realizada por el Presidente fue pronunciado por Ramsay MacDonald, delegado de Gran Bretaña. Recordó que Saavedra Lamas era el primer ministro de Relaciones Exteriores latinoamericano que estando en funciones, había viajado a Ginebra y agregó: “Durante estas tres semanas, nuestro Presidente ha trabajado del alba a la noche; no ha evitado ninguna fatiga; durante 23 horas y durante días ha ocupado esta tribuna, presidiendo con paciencia, dignidad y habilidad nuestros debates”.

En sus palabras de clausura Saavedra Lamas tocó varios temas. En primer lugar, se refirió al perfeccionamiento del Pacto y al reconocimiento de la necesidad de coordinación con los Pactos Briand-Kellogg y Antibélico, objeto de la resolución que hemos mencionado y señaló que los principios de este último habían sido conservados intactos agregando que “seguiremos luchando por generalizar una doctrina genuinamente argentina, queremos propender por la vía convencional a que en todos los lugares de la tierra predomine el derecho sobre la fuerza”. Pero el tema principal son los aspectos económicos de la coyuntura mundial. Fustigó al armamentismo y al nacionalismo económico y recordó la necesidad de la cooperación internacional para restablecer el comercio internacional, suprimiendo obstáculos al libre juego de las fuerzas económicas. Saavedra Lamas se refirió a uno de sus temas preferidos, como ya lo hemos visto anteriormente, el factor demográfico y los beneficios de la migración, tanto para el país que envía, como el que recibe, asunto que figuraba todavía predominantemente en la mente de muchos estadistas argentinos. Finalizó con una mención indirecta a Alemania e Italia, cuando recordó que a diferencia de algunos pueblos antiguos, las naciones jóvenes están realizando recién su consolidación como estados y que “el régimen representativo es el único que hasta ahora ha descubierto el ingenio del hombre, para el mejor gobierno de las colectividades”.

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