Por Italo Pallotti.-

No es una novedad que lo que mal anda, mal acaba. El nacimiento contra natura del binomio presidencial (Alberto y Cristina) se lleva para la historia de este desdichado país la sombra de una relación que ha hecho mucho daño al cuerpo social. Lejos han estado de criar una familia política donde la armonía y la responsabilidad fueran la base de sustentación. Todos fueron naciendo para formar una eje hereditario que por fidelidad, obsecuencia, intereses corporativos, amiguismo, conveniencia y vaya uno a saber cuántas cuestiones más fueron haciendo que el poder de Alberto F. se fuera deshilachando expuesto, sistemáticamente a un esmerilamiento feroz del que no pudo, no supo o no quiso escapar a tiempo. Viene al caso recordar que se puede engañar a la almohada, al espejo, a los hijos, a la conciencia; pero al de arriba, ese que llaman Dios (o como quieran, según las creencias) viene un día y dice “hasta aquí llegó”. Nada les ha importado, si tuviéramos que calificarlos diríamos que se llevaron la medalla a la nada. Las consecuencias nefastas caían sobre el pueblo al que llenaron cinica e hipócritamente de promesas fallidas. Todo sumido en una monotonía del absurdo, con acciones desconcertantes. No sólo por eso sino por el contenido de sus mensajes. Casi una caricatura del poder que se fue extendiendo, donde cada uno atendía su juego. Han tenido, en consecuencia, la particularidad de ir acercándose a un abismo al que sin disimulo iban arrojando a una comunidad ingenua, ignorante o simplemente permisiva, porque en el fondo la idea de sobrevivir los hizo sucumbir en un realismo casi de tortura. Sin opciones aparentes. Salvo la resignación y la espera de un tiempo mejor. En el mando, un Presidente gris y ausente; una vice, ocupada en sus causas judiciales y la aparición de un Súper Ministro, que con su locuacidad ridícula y promesante, en su enfermiza búsqueda del poder, no escatimó esfuerzos, ni costos; sin advertir que en su alocada carrera llevaba al borde del abismo a todo el cuerpo social.

La sociedad, casi de rodillas. No en sentido metafórico, sino en la pérdida paulatina de sus deseos, sus ilusiones y su sentido de vida armónica y placentera. La política, vía la mala praxis, a poco que se la analizara, dejaba de atender y resolver pacífica y razonablemente los conflictos de la gente, como era menester. Temas fundamentales, como la economía y la seguridad, claudicaron hasta configurarse como flagelos, abandonados a su suerte. El germen siniestro del populismo y la demagogia signaron un camino, muchas veces parece sin retorno. Tan dramático es todo que la sociedad se pregunta si esto no fue planificado o bien por qué oscuros motivos se llegó a estos límites. Es casi imposible establecer un diagnóstico o una radiografía de este estado de cosas. Pero la historia, que de pronto acelera sus tiempos se encarga, muy por encima de los deseos, a veces por un detalle insólito, inesperado, casi de la nada, traer explicaciones que mueven la modorra de una sociedad adormecida por tanto tiempo.

Y una realidad impactante desnuda, por dos hechos fortuitos lo que ocurría en la cabeza del poder nacional. El Presidente Alberto Fernández, el elegido por Cristina, ahí no hace tanto tiempo, se ve envuelto en un caso de corrupción (Seguros) que para esta época y lugar en Latinoamérica ya casi ni sorprende. Pero el impacto letal para su menguado prestigio (si lo tuvo alguna vez) fue la denuncia por agresión física (cuestión de género, que él tanto “defendió”) a su esposa. Y ya todo fue imparable. Los videos, sobre presuntas palizas (hasta que se demuestre lo contrario y sólo por las dudas) a su mujer (Fabiola) y las visitas femeninas al despacho presidencial y la quinta de Olivos son un tsunami que lo ponen en una picota de la que difícilmente pueda zafar. Entonces, todo lo expresado más arriba comienza a despejarse. ¿Y cómo fue? Tan simple como el hecho de haberse mofado tantas veces, este Sr. y tantos de sus amigos del poder (Pandemia, por ejemplo).de todo el pueblo. Hubo complicidades? Seguramente. Hoy nadie “lo conoce”, nadie “sabía nada”. Alberto solo mira espaldas. Todo es amonestación y abandono. Cristina a su “elegido” sólo lo compara con otros “malos presidentes”, muy a su estilo, Ella es Ella. El resto, al cadalzo. Las caretas se caen. El tiempo del “hasta aquí llego”, es realidad. El destino desnuda y explica. El pueblo, si hay Justicia, quizás un día respire la paz y la armonía qué, quirúrgicamente, le quitó una banda despreciable de hermanos llamados políticos, escudados silenciosamente en una, por ahora, trucha Democracia.

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