Por Hernán Andrés Kruse.-

PROTESTA SOCIAL Y NEGOCIACIÓN DE LA PROTECCIÓN SOCIAL

“La pandemia agudizó un problema social ya existente: el crecimiento de la pobreza desde 2018. A partir de 2021, al finalizar las medidas de aislamiento social, la reactivación del empleo en una economía de bajos salarios mantuvo la pobreza en niveles más elevados a los registrados previo a la pandemia. En el primer semestre de 2022, la pobreza llegó al 27.7% de los hogares y al 36.5% de las personas. La indigencia o pobreza extrema, por su parte, afectaba al 6.8% de los hogares y al 8.8% de las personas. Estos datos son similares a los de 2021, pero son considerablemente mayores a los valores registrados a fines de 2017, cuando la pobreza llegaba al 17.9% de hogares y al 25.7% de la población y la indigencia afectaba al 3.5% de los hogares y al 4.8% de las personas. Las mediciones más recientes estiman que la pobreza continuó aumentado durante el segundo semestre de 2022, impulsada por la aceleración de la inflación, llegando a afectar al 39.2% de las personas. Aunque el desempleo cayó al 7.1% en el tercer trimestre de 2022, no logró revertir el crecimiento de la pobreza (…).

Potenciar introdujo importantes cambios en la política social focalizada gestionada desde el Ministerio de Desarrollo Social. En primer lugar, el programa creció en escala, ganando una visibilidad pública y relevancia política que los programas de empleo no habían tenido desde el lanzamiento de la Asignación Universal por Hijo (AUH) en 2009. En segundo lugar, siguiendo la tendencia iniciada bajo el gobierno de Cambiemos, creció el rol de las organizaciones sociales en la ejecución de los programas de contraprestación laboral relativo a los gobiernos locales, que habían dominado la ejecución de los programas de empleo en años anteriores. Este había sido un reclamo persistente de los movimientos sociales. La gestión de la contraprestación laboral permite a los movimientos sociales incidir sobre la continuidad del pago de los planes, transparentar la implementación, ajustar la contraprestación laboral a los intereses de los beneficiarios, así como también ganar miembros y poder organizacional. A marzo de 2022, Potenciar había celebrado el doble de contratos con organizaciones sociales para la implementación del programa y había destinado a estos contratos un 110% más que a los contratos celebrados con entidades gubernamentales.

A pesar de que los movimientos sociales estaban fuertemente involucrados en la ejecución de Potenciar, la protesta continuó en 2022 en torno a dos cuestiones principales. Por un lado, debido a las auditorías realizadas por el gobierno en los proyectos que los movimientos sociales desarrollaban, y que estos consideraron discrecionales. Por otro lado, la protesta continuó en reclamo de mayores cupos de Potenciar y asistencia social más amplia. Los reclamos y movilizaciones no sólo desgastaron la gestión del gobierno, sino que también intensificaron las divisiones al interior de la coalición gubernamental en torno al involucramiento de movimientos y organizaciones sociales en Potenciar. Ante la diversidad de grupos que componen el Frente de Todos, y con la vista puesta en las elecciones de 2023, varios políticos subnacionales y legisladores comenzaron a reclamar que la administración de los programas sociales saliera de la jurisdicción del gobierno nacional y pasara a los gobiernos provinciales. Los programas focalizados como Potenciar son más fácilmente manipulables que los programas universales y son vistos como recursos políticos vitales para ganar apoyo electoral. Con esta medida, estos políticos querían acceder al manejo del Potenciar y desplazar del mismo tanto a los movimientos sociales contrarios al gobierno, como a movimientos aliados, cuya presencia territorial se incrementa con la administración de proyectos comunitarios vinculados a la contraprestación laboral (…).

La protesta y el manejo de la política social focalizada en un contexto de crisis económica severa y de crecimiento de la pobreza tuvieron varias consecuencias políticas. Por un lado, los reclamos de los movimientos sociales por mayor asistencia generaron momentos de protesta intensa para acordar la distribución de nuevos beneficios con el gobierno. Por otro lado, el peso de los movimientos sociales en la ejecución de los programas de empleo alimentó divisiones en el peronismo. Ambas dinámicas desgastaron la gestión del presidente durante 2022. Sin embargo, los programas sociales y la negociación con los movimientos sociales aportaron al gobierno cierta capacidad para administrar el descontento social en un contexto de crisis inflacionaria. Sin lugar a dudas, la protesta marcó la agenda gubernamental y llevó al gobierno a negociar y expandir la asistencia. Tal expansión también le otorgó al gobierno una herramienta poderosa para contener la crisis social y el descontento entre los hogares más pobres. Al interior de la coalición, el recelo por el rol de las organizaciones sociales en la administración de la contraprestación laboral generó grandes reclamos y presiones, incluso en contra del alcance de la política social, por parte de estructuras político-partidarias. Esto por momentos debilitó al presidente y dejó en evidencia la fuerte competencia a nivel territorial de las maquinarias partidarias con los movimientos sociales”.

JUICIOS POR CORRUPCIÓN Y POLARIZACIÓN POLÍTICA

“El tercer desafío enfrentado por la coalición de gobierno en 2022 proviene de los juicios por corrupción en la obra pública que tienen entre sus principales acusados a Cristina Kirchner. Estos juicios avanzaron en 2022 y pusieron en evidencia las divisiones dentro de las coaliciones, tanto oficialista como opositora, a la vez que alimentaron la polarización política. En la narración política del gobierno acerca de los juicios jugó un rol importante el concepto de “lawfare”. En palabras de Cristina Kirchner, se trata de “una distorsión en la aplicación de la ley ejecutada por jueces al servicio del poder político-económico-mediático, que persigue opositores al modelo de apropiación inequitativa”. El término, que plantea la criminalización de la corrupción como una continuación de la política por otros medios, se volvió común en América Latina al ser utilizado por los abogados de Luiz Inácio Lula Da Silva para señalar el uso irregular de procedimientos legales con el fin de perseguir a líderes políticos de izquierda. Sin embargo, los procedimientos concretos que suelen asociarse con el lawfare son prácticas de larga data en América Latina. Como señala Smulovitz, el uso del término constituye más bien un reencuadramiento que “convierte al control de la conducta de los funcionarios públicos en actos partisanos, creando, a la vez, víctimas que necesitan ser reparadas y ejecutores que deben ser denunciados y castigados” (…).

En 2022, el avance de los juicios por corrupción contra la vicepresidenta y las acusaciones de lawfare dirigidas al Poder Judicial por parte del gobierno profundizaron divisiones, tanto en la población en general como entre y dentro del oficialismo y la oposición. También tensaron las relaciones entre el gobierno y el Poder Judicial. Ya en enero, sectores del oficialismo convocaron a una marcha contra la Corte Suprema de Justicia motivada en parte por la declaración de inconstitucionalidad, a fines de 2021, de la composición del Consejo de la Magistratura establecida durante el gobierno de Néstor Kirchner. La marcha generó divisiones en sectores de la sociedad civil y al interior de las coaliciones. No todos los sectores del oficialismo la respaldaron, mientras que entre la oposición, Juntos por el Cambio no avaló la marcha, pero tampoco emitió opinión oficial respecto de la contramarcha convocaba por otros sectores de la oposición (…).

La primera reacción de todo el arco político frente al atentado (contra Cristina Kirchner) fue su repudio, a excepción del principal dirigente de la extrema derecha en ascenso, el diputado nacional Javier Milei (Libertad Avanza), quien no se pronunció públicamente al respecto. La unidad del resto de la clase política no duró demasiado. La cadena nacional brindada por el presidente y los primeros discursos y declaraciones de gobernadores y funcionarios kirchneristas, interpretaron el atentado como una consecuencia de los “discursos de odio” difundidos por sectores del Poder Judicial, los medios de comunicación y dirigentes opositores. Esto generó reacciones negativas en la oposición y contribuyó a la partidización de la marcha en repudio al atentado realizada al día siguiente (…).

Tras el atentado, en las audiencias finales del juicio por vialidad Cristina Kirchner caracterizó el proceso judicial como lawfare y se refirió al Tribunal como un “pelotón de fusilamiento” que tiene sentencia “escrita” por hechos “inexistentes,” como parte de una “actividad disciplinadora” para “estigmatizar a un espacio político.” Finalmente, el 6 de diciembre, la sentencia estableció 6 años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos para la vicepresidenta, mientras que la absolvió del delito de asociación ilícita. El fallo generó reacciones contrapuestas en la clase política. A los festejos de la oposición, en los que se resaltó el respeto a las reglas del debido proceso, se opusieron declaraciones contrarias por parte del oficialismo que designaban injusta a la condena. En palabras del presidente: “los poderes fácticos la trataron de estigmatizar a través de medios de comunicación y la persiguieron a través de jueces complacientes”. Por su parte, la vicepresidenta, a pesar de que puede apelar el veredicto porque no se trata de una sentencia firme, renunció públicamente a una potencial candidatura para 2023 e interpretó la condena como una sanción al modelo económico del peronismo (…)”.

LA COALICIÓN GOBERNANTE Y LA POLARIZACIÓN

“La crisis económica que enfrentó Alberto Fernández al asumir su gobierno, agudizada por las dificultades que impusieron la pandemia y postpandemia, debilitaron al presidente, llevando a una caída sostenida de su popularidad durante 2022, e intensificaron las divisiones existentes en la coalición del Frente de Todos . El crecimiento de la polarización en torno a las medidas adoptadas frente a la pandemia se vio intensificada por los juicios de corrupción contra Cristina Kirchner, culminando en un atentado contra su vida. Sin lugar a duda, 2022 fue un año extremadamente desafiante para el gobierno.

En este contexto, y a 40 años del retorno de la democracia en 1983, Argentina se encamina a un nuevo proceso electoral. El panorama para el gobierno es poco prometedor. Si nos guiamos por teorías de voto retrospectivo y anti-incumbencia en contextos de crisis, 2023 ofrece una gran oportunidad para la oposición. Políticamente, en el Frente de Todos hay una fuerte división entre el presidente y el kirchnerismo. Estas diferencias se han vuelto insalvables, sobre todo por necesidades electorales, al haber sectores que buscan diferenciarse del presidente para atraer el voto anti-incumbente. En este punto, Fernández corre con una desventaja no sólo por ser la cabeza del ejecutivo, sino por haber tenido grandes dificultades para capitalizar los logros de su gestión. Esto ocurrió, por ejemplo, con el acuerdo firmado con el FMI, con el cual su gobierno refinanció favorablemente compromisos contraídos por el gobierno anterior. Las medidas adoptadas para combatir la pandemia, que contribuyeron a que hubiera una mortalidad inferior, después de Uruguay y Chile, a la del resto de los países de América del Sur tampoco fueron capitalizadas por el gobierno. El control del conflicto social y la expansión de la protección social, que en la actualidad llega a millones de hogares y permite mitigar los efectos perniciosos de la inflación en los sectores más vulnerables, son otros ejemplos (…).

En cuanto a la oposición, el año electoral abre nuevas disputas en torno al liderazgo y alianzas internas en Juntos por el Cambio. El surgimiento de una opción de extrema derecha, que mostró un crecimiento electoral sorprendente en las elecciones de medio término de 2021, pone a prueba el enfoque moderado de la coalición, favoreciendo el crecimiento e influencia de dirigentes propensos a posturas extremas. Aunque el escenario es prometedor para la oposición, si no se logran grandes acuerdos, o si la coalición vira demasiado hacia a la extrema derecha y se aleja del voto de centro, puede peligrar su apoyo electoral.

En materia de política pública, la inflación es el gran problema por resolver. El escenario que enfrenta el gobierno en este punto no es favorable. Dependerá de la habilidad de su gabinete, y de Massa, para lograr acuerdos con los sectores más afectados y aquellos resistentes a apuntalar la actividad económica. La presión de los compromisos con el FMI también afecta el margen de maniobra del gobierno. El peso que el contexto económico juegue en el voto, que generalmente es elevado en América Latina, dependerá también de cómo el electorado evalúe la capacidad de los candidatos de administrar (si no de resolver) el problema.

Los sectores más afectados por el aumento de precios son también aquellos a los que el gobierno se ha ocupado de alcanzar con sus políticas sociales y de empleo. Estas políticas han mitigado la conflictividad, aliviado el impacto de la inflación, e intentado mantener el poder adquisitivo de los ingresos de estos sectores, aunque no hayan logrado detener el crecimiento de la pobreza. La red de programas sociales, prestaciones y servicios que llegan a una gran mayoría de los sectores de menores ingresos ha ayudado a navegar este periodo extraordinariamente difícil con bastante estabilidad política, sin amenazas reales a la continuidad del gobierno ni marchas desestabilizantes en contra de las autoridades políticas. Los beneficiarios de estos programas seguramente favorecerán a quienes los han sostenido y se comprometan a preservar. Para la oposición, la amenaza de retraer este sistema de protección social en un contexto acuciante puede jugar una mala pasada electoral.

El desafío más riesgoso e incierto que enfrenta el gobierno está en el plano judicial. Este plano ofrece el mayor rédito a quienes promueven la polarización, la cual a su vez no sólo juega en contra de la unidad y negociación en cada bloque político, sino también socava la convivencia democrática de formas inesperadas como sucedió con el atentado contra la vicepresidenta. De qué forma elija enfrentar este desafío cada una de las coaliciones, y hasta dónde y cómo se lleven adelante los conflictos con el poder judicial, probablemente resulte vital para el electorado con menor apego partidario”.

(*) Candelaria Garay (Universidad Torcuato Di Tella-Argentina) y Emilia Simison (Tulane University-Estados Unidos): “Argentina 2022: Desafíos profundos y continuidad política” (Revista de Ciencia Política, Santiago-2023).

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