Por Carlos Fara.-

La prioridad del gobierno es cuidar la buena onda en la sociedad. Porque se pueden hacer cosas muy importantes, pero cuando la gente se pone mal no hay buen argumento que alcance.

Esto el equipo del presidente lo sabe bien. A contrario de lo que se podía prever, la nueva administración decidió no invertir muchos esfuerzos en denunciar “la herencia recibida”, ya que interpretan que la ciudadanía no está para malas noticias.

En ese marco, una de las cosas que mejora más el buen humor del electorado es que haya actividad económica. Menem y los Kirchner lo sabían de memoria. Por eso en sus respectivas coyunturas hicieron una apuesta fuerte al consumo popular. Sería: “mientras la gente consume, se olvida del resto”. Todo tiene un límite, claro.

Sin embargo, en una economía con stanflation -estancamiento + inflación- el problema es doble. Frenar una inflación del nivel que arrastra la Argentina en los últimos años implica un ajuste. La sociedad lo sabe (no le gusta, pero lo sabe). Un ajuste significa un freno a la actividad económica en el corto plazo, en aras de beneficios de mediano y largo.

Aquí vuelve a aparecer el número mágico: 2,6. Es la exigua diferencia que hubo en el balotaje entre los 2 finalistas. Como ya dijimos la semana pasada, esto va a marcar el primer año del nuevo presidente hasta que considere que está consolidado en el cargo.

2,6 significa que hubo mucha gente que, aún queriendo el cambio, votó continuidad porque se le activaron miedos. Uno de esos temores es que Macri fuese un ortodoxo que intentase ordenar la macro economía mediante un shock al estilo clásico. Pero en términos de estrategia política da la impresión -en estos primeros 45 días- que va ganando la moderación y la heterodoxia.

Nunca se pueden alcanzar todos los objetivos importantes al mismo tiempo. Dicen los economistas que si se pretende bajar la inflación de golpe habrá costos sociales importantes. Mientras que si el ajuste es paulatino, la inflación no se reducirá rápidamente. La cuestión siempre es si se puede financiar el ajuste para moderarlo (cosa que no ocurrió por ejemplo en 2002).

La manera de financiarlo es conseguir fondos por 1) créditos de organismos internacionales, 2) colocando deuda, 3) acelerando que se liquiden divisas de exportaciones, y 4) con la llegada inversiones extranjeras (además de seguir emitiendo moneda, claro). Las primeras 3 cosas parecen que fluyen. La cuarta además de llevar más tiempo, fue el objetivo principal de las señales emitidas en Davos.

Desde el punto de vista estrictamente político, pareciera que la heterodoxia y la moderación son acertados para cuidar la buena onda, y no desmontar los temores ya comentados. Al final, en vista de la experiencia de los últimos años, está claro que la sociedad puede tolerar un poco de inflación, pero definitivamente la desquicia el parate económico: sin trabajo y sin expectativas positivas se entra en un círculo vicioso de ajuste público y privado sin fin. Con reactivación económica, cualquier “corrección de variables” se la vive de otra forma.

La pregunta del millón es si eso es sustentable económicamente (como bien lo analizó el periodista Jorge Oviedo en La Nación del lunes 18/1). Están los que piensan que, o se corrige el déficit fiscal -y en consecuencia se baja la inflación por menor emisión- o todos los esfuerzos de “sinceramiento” hechos hasta aquí irán a parar al tacho de la basura.

Como dijo John Stuart Mill, “El que sólo sabe economía, sabe muy poca economía”. Es por eso que si se hace shock quizá gana la economía, pero se pierde en la política, que es perder todo porque gobierno sin apoyo no puede lograr lo que se propone. Aunque la otra mitad de la biblioteca dirá que si no se hace lo correcto económicamente, tarde o temprano sus efectos negativos debilitarán el poder político y todo volverá a foja cero.

Es de suponer que Macri está leyendo a otro filósofo contemporáneo. El que dijo “todo en su medida y armoniosamente”. (7 Miradas, editada por Luis Pico Estrada)

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