Por Luis Alejandro Rizzi.-

Los argentinos siempre despreciamos el “costo de los derechos” y posiblemente esa sea una de las causas que explique nuestra aversión por viciosos usos y costumbres que justifican todo gasto sin ponderar su calidad, y nuestro repudio a los ajustes.

Es obvio que todo gasto debe ser financiado, pero esta obviedad, por el contrario, se pensó al revés; necesitamos gastar, el costo es lo de menos.

Esto explica los primeros exitosos años del gobierno del General Perón, que financió la concesión de derechos consumiendo ahorros y las reservas del Banco Central.

Este proceso crónico de inflación comenzó por 1950 y fue generando esa “(in)cultura” que sustituía el esfuerzo diario, por el proteccionismo, la emisión y las «concesiones graciosas de los gobiernos» a los amigos, que terminó generando esa burguesía político-empresaria prebendaria que potenció este sistema de corrupción que perdura hasta nuestros días.

YPF fue su máxima expresión cuando el gobierno de Cristina facilitó el ingreso al accionariado de la empresa al grupo Petersen, como grupo experto en negocios o mercados regulados y luego la expropiación ilegal que le costó al país perder un juicio varias veces millonarios. Esta farra de ineficacia y corrupción salió alrededor de veinte mil millones de dólares, contado lo que se le pagó a Repsol.

Un país o una sociedad que convierte a la inflación en “uso y costumbre económico-financiero” durante un lapso de más de 70 años y que demonizó los siete u ocho años de estabilidad cambiaria y baja inflación -inflación normal- es obviamente una sociedad extraña, es una sociedad, diría fuera de tiempo, no podría tener eso que Ortega llamó “altura del tiempo”.

Somos una sociedad que se siente molestada por la economía, por una sencilla razón: economía y escasez son políticamente sinónimos y a los “argentos” nos gusta vivir en la abundancia, mejor dicho, en la desmesura.

La emisión de dinero sin apego a regla alguna se convirtió en un medio financiero, no sólo insustituible, sino imprescindible.

Además, se crearon doctrinas económicas para justificar la emisión como un medio “no inflacionario y sustentable”; algunas llegan al disparate como que EEUU emite dólares y no se genera inflación…

Esto ayuda a entender al gobierno de Milei, que carece de “plan”, va aplicando medidas que van bajando la inflación nominal, pero aún no sabemos si la inflación real también va hacia la baja, dado que siguen perdurando precios congelados y subsidiados, ya que cuando la tarifa no cubre el costo, alguien -llamado gobierno- la tiene que pagar.

El sentido común dice que será casi imposible que a fin de año no haya déficit; era menor, pero no parece posible tener equilibrio y menos superávit.

Tampoco parece posible que se elimine el cepo, y que se necesita del impuesto PAIS, y del control del precio de la moneda extranjera, en otras palabras, es imprescindible controlar el tipo de cambio.

El gobierno no puede correr el riesgo de liberar el mercado, porque todo hace presumir que hoy los precios de los “dólares libres”, el CCL y el MEP, tampoco son libres, por lo menos del todo, no son confiables como referencia de un sistema libre.

Cuando hablo de falta de “plan”, más bien habría que decir que Milei tiene objetivos, pero al no tener plan se ve obligado a anunciar y programar medidas, que luego se demoran, como los precios del transporte y de la energía. Si el gobierno hubiera tenido programa, la gente sabría a qué atenerse, eliminaría el factor incertidumbre; hoy la gente sólo sabe que la fecha del próximo aumento es incierta; puede ser mañana o dentro de 30 o 60 días; no sabe de qué dependerá la decisión y si la demora es por el posible enojo de la gente, habrá que, por lo menos, mostrar enojo en las encuestas que se realizan a diario y mostrarlo en las redes.

Nuestros usos y costumbres económicos son los que nos hacen creer que la economía es cruel.

En verdad, lo que la economía hace es lo que puede y es mejor tener una inflación del 8% mensual que 10…

No debemos compararnos con los países de la región o los desarrollados; nuestros malos usos son distintos; cambiando los usos, la inflación bajará a lo normal.

Esa es la reforma necesaria; para eso hay que saber gobernar y saber persuadir.

Javier Milei hasta ahora no muestra tener esas virtudes.

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