Por Paul Battistón.-

Cuando es necesario desestimar la presencia de un personaje partícipe en primera persona del hundimiento de América Latina en la miseria progresista, entonces de seguro ya no alcanza a quien lo desestima con prolongar relatos y promesas de revoluciones inexistentes. Alberto Fernández finalmente no será bienvenido como veedor en Venezuela y, aunque se lo informaron de forma cordial, es sencillamente un portazo en la nariz y una medida de que los velos se han caído y la dictadura está desnuda ante cualquier ojo. La blandura de Alberto, incapaz de completar la chavización de Argentina, lo transforma en un ojo idiota capaz de malinterpretar los destinos de grandeza de la revolución bolivariana de la misma forma que no supo interpretar el camino de concreción del “proyecto” local.

Algún naufragio es inminente o quizás varios. ¿Se puede decir que naufragará algo que ya está hundido? Deberíamos decir que no. Entonces la democracia estaría exenta del acontecimiento, ahogada en las profundidades de la usurpación de Maduro. Esa que nació con el cadáver de Chávez reposando en Cuba cumpliendo con los plazos para sostener en su momento la continuidad de la farsa revolucionaria. Ya sostenida en alguna oportunidad anterior con una prolija salida de tanques en sintonía con los ojos desorbitados de Capriles Radonski cauteloso a niveles de terror.

¿Venezuela naufragará entonces? Nada ha dicho el chavismo que no lo impulse. Las señales de sangre en las calles gritadas por Maduro son muchísimo más creíbles que las que algunos ilusos echaron a correr en Argentina con la proximidad del tsunami Milei.

El chavismo dispone del ejército y del “helicoide” (centro de tortura activo). Nada del relato revolucionario particular del chavismo se apoya sobre un pasado de dictadura y tortura para aterrorizar con su vuelta, sencillamente lo hacen en el presente y es claramente más efectivo.

Aceptarle en estas condiciones a Maduro una compulsa electoral o pretender obtenerlo derrotado conlleva a esta distancia de tiempo una legitimación de la farsa y sus métodos como partícipe aceptado del juego al que siempre burló.

El cierre del simulacro comicial será también el naufragio de la oposición a coexistir con el engendro, los números decidirán ingobernabilidad o persecución.

Machado podría ser una efímera Chamorro. La distancia Urrutia-Machado los postes del arco en el que el chavismo embestirá. O simplemente podría suceder que el simulacro sea el objetivo alcanzado para la continuidad recargada.

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