Por Luis Américo Illuminati.-

«Cuando mi luz estaba consumida / y se volvía noches mis mañanas /pues la desesperanza de mi vida, / era un cuarto sin puertas ni ventanas. / Busqué para mis penas sobrehumanas / la protección de tu ciudad querida, / y en el regazo fiel de sus campanas /recliné mi cabeza dolorida. / Y me quedé dormido bajo el cielo, / con un sueño de niño fatigado, /que sólo en descansar halla consuelo. / Para soñar desde mi noche incierta, / y volver a soñar, enamorado, / con la mujer que ahora me despierta» (Francisco Luis Bernárdez, Soneto de Córdoba).

Elegí esta poesía en homenaje a mi querida Córdoba, donde nací; la dejé poco después para andar muchos caminos que el destino me trazó; busqué mi camino golpe a golpe, verso a verso, porque hubo una época de mi vida que me enfermé mal de los bronquios y creía que no sobreviviría; el asma me tenía entre las cuerdas, y así, triste y decaído, era cuando más me acordaba de mi Córdoba querida.

A los cinco o seis meses de haber nacido dejé Córdoba por la profesión de mi padre (militar de la Aeronáutica Argentina). He vivido en Hurlingham, en la Patagonia (Comodoro Rivadavia) y en la Capital Federal. Fui alumno del colegio porteño Domingo Faustino Sarmiento. Viví en el edificio «Alas», a pocas cuadras del Puerto. En enero de 1969 regresé a Córdoba con mi familia; tenía 16 años. A los 5 meses estalló El Córdobazo; vivíamos en Barrio Alberdi, en un edificio de la esquina de 9 de Julio y Mendoza, al frente del Colegio «San Pío X».

Aquí tengo que contar dos sucesos. Primero. Al mediodía comenzaron los disturbios y la quema de vehículos a tres cuadras del edificio. Vivíamos en el Primer Piso (1ro. «B»), enseguida yo salí al balcón a ver lo que sucedía -mi padre no estaba en casa porque se hallaba de oficial de servicio en la Escuela de Suboficiales y mi madre estaba afuera haciendo las compras en un almacén cercano- mis hermanas y yo quedamos con mi abuelo paterno que estaba de visita hacía pocos días. Sin pérdida de tiempo me sacó a empellones del balcón. A los pocos segundos llovían los balazos sobre el balcón y el resto del edificio. Segundo. Nos salvamos de milagro más tarde de volar por los aires ya que elementos marxistas infiltrados en la Universidad de Córdoba tenían planeado colocar una bomba, así que inmediatamente evacuaron a todas las familias del edificio. Nos alojaron en la Guarnición Aérea. Entre los evacuados estábamos nosotros.

Un mes después mi padre caía arrestado por hacer declaraciones en contra del régimen de facto de Onganía y sospechas de estar preparando una sublevación o asonada en contra del gobierno. La primera versión era cierta, no así la segunda. A fines de ese año mi padre pidió el retiro y se lo concedieron. En Hurlingham teníamos nuestra casa propia alquilada. Mis padres la habían comprado en 1958. Recuerdo como si fuera hoy cuando mi padre se sentó tranquilamente en un sillón y nos habló a los cuatro (mi madre, mis dos hermanas y yo) y nos preguntó dónde queríamos vivir, si regresar a Hurlingham o quedarnos y radicarnos en Córdoba. No lo decidimos ni en ese día ni al siguiente sino un mes después. Mi madre que era cordobesa y mi padre que era bonaerense dudaban y mis hermanas también, yo no, completamente como «iluminado» -por así decirlo- los convencí que eligieran Córdoba. Y así resultó. Papá viajó a Buenos Aires y vendió nuestra casa de Hurlingham.

Han pasado 55 años. Mis padres ya han fallecido. A mi abuelo que me salvó la vida nunca lo olvido, y le doy gracias a Dios que mis padres se conocieran y se casarán aquí en Córdoba, en la misma Catedral. A sus espaldas está el Monumento a Gerónimo Luis de Cabrera, ilustre fundador de Córdoba, sevillano que, por amor a su esposa -Doña Luisa Martel de los Ríos- bautizó a estas tierras con el mismo nombre del lugar donde ella había nacido. Cada vez que paso por ese lugar, lo saludo disimuladamente y digo como si él me oyera: «¡En esta hermosa tierra he nacido yo, Don Luis! ¡Bendito destino!».

«Amor fati» es una locución latina que puede traducirse como «amor al destino». Se utiliza para describir una actitud en la que uno ve todo lo que sucede en la vida, incluido el sufrimiento y la pérdida, como bueno o, al menos, necesario. Desde mi punto de vista trascender es el paso del individuo de salir de sí mismo al mundo exterior y experimentar una desposesión provisional en base a la cual sufrimos múltiples avatares, intrusiones y adversidades. Podemos arrepentirnos y dar marcha atrás y así esperar que la suerte o la muerte venga a buscarnos. Pero, si vamos por el camino con la esperanza de alcanzar una meta inefable, presentida, sublime, que está más allá de la vida que llevamos, la cual sería absurda si no hubiera al final del camino una recompensa o premio merecido después de haber sorteado todos los obstáculos, vallas y demás riesgos corridos en el trayecto. ¿Qué cosa tiene más sentido, quedarse encerrado en uno mismo y esperar un milagro sin arriesgar nada o salir a la inclemente intemperie y marchar por el camino en busca de un destino?

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