Por Justo J. Watson.-

“Soy un liberal en un país de zurdos”, graficó nuestro locuaz presidente hace poco. Se remitía, claro está, a los resultados de tantísimas encuestas de opinión que sindican a una mayoría de argentinos como “estatistas”.

Algo cuya veracidad puede constatarse a cada paso con sólo interactuar en la realidad social de nuestra mafiocracia. Es decir en el sistema en el que actualmente nos movemos: el modelo derivado de la democracia republicana al que tuvo a bien conducirnos el partido justicialista que, por acción u extorsión, guió nuestro derrotero durante los últimos 79 años persiguiendo un modelo fascista similar al que hoy consolidó V. Putin en Rusia, con su corte de oligarcas protegidos y su capitalismo de amigos.

Un largo tránsito argento dentro del fiscalismo dirigista con aporte cómplice de radicales y otros centroizquierdistas, consolidado en la impresionante red de mafias corruptas adheridas a todo lo estatal (tan alejado hoy del ideal de la “vocación desinteresada de servicio al prójimo”) en lo que respecta a nepotismo, exceso de gente, coimas y ventajismo desvergonzados. Depredación cruzada en simbiosis con las mafias de sindicalistas millonarios y de empresarios cortesanos (empresaurios, al decir de A. Benegas Lynch h.).

Casi 8 décadas puliendo este modelo en línea con el adoctrinamiento educativo oficial en las bondades e inevitabilidades del Estado (operativo “dependencia” en lugar de independencia) y con sucesivas Cortes Supremas bendiciendo constitucionalmente cada deriva en esta dirección, lograron hacer de nuestra gente lo que las encuestas marcan: infantes cívicos arracimados bajo las polleras de Mamá-Estado.

Con un duro 30% de “niñas y niños” de 16 a 86 años necesitados de contención tribal, rituales de omertá y directrices paternales sobre sus vidas. Pero también con personas más maduras o “ilustradas”, habituadas a que legisladores venales bajen una y otra vez los umbrales del derecho a la propiedad privada permitiéndoles hacer negocios de cabotaje low risk dentro de un corralito de mercados regulados con cotos de caza comerciales, estatutos profesionales amañados, lobistas con billetera, brutales discriminaciones impositivas, vistas gordas y otras lindezas progresistas.

Así las cosas, nuestro país interpreta una afinada sinfonía fascista que al fin del día (como muestra el reporte de daños criollo) perjudica gravemente al conjunto para beneficiar, y mucho, a la nomenklatura mafiosa.

A poco de rascar la superficie de nuestra realidad puede verse que, a pesar de haber votado a J. Milei, muchos argentinos por miedo o necesidad siguen siendo pro-Estado.

Y, claro, las ideas que prevalecen en los pueblos marcan su destino: un panorama cuya negritud nos empujaría a las penas de la emigración o al “abismo” de la secesión.

Panorama que podría ser exorcizado por esa luz de esperanza y de unión al final del túnel nacional que muchos ven. ¿Sigue siendo así?

Al parecer hay un sentimiento social nuevo, difuso, “bajado a tierra” por el analista, encuestador y consultor Pablo Knopoff cuando explica que el presidente conserva apoyo porque representa al sujeto “argentino no privilegiado”, enfrentando al colectivo de “los privilegiados”.

Donde los “no privilegiados” no sólo son los más pobres sino también los jóvenes de futuro coartado y toda esa gran clase media (aspiracional o no) harta de ser la idiota que respeta, cumple, paga y se hunde soportando el peso de los millones de “colgados” del Estado y del indignante enriquecimiento de oligarquías corruptas.

Bajo este análisis, el cambio transversal es mucho más grande que Milei (quien solo sería su catalizador) y tiene su clave en el quiebre de la sensación de necesidad del Estado.

Políticamente, este muy novedoso cambio de paradigma cultural implica que una masa crítica de ciudadanos se encuentra girando en U mientras iza la bandera “el Estado es el problema, no la solución”. Y que es consciente del peligro que entraña un doble giro en U: el retorno al punto de partida; al infierno estatal minado de privilegiados y de trabas del que se procura huir.

Este “país de zurdos” podría quedar en el pasado tan pronto como en Octubre del año próximo, cuando volvamos a las urnas para el recambio legislativo. Todo un terremoto, por cierto, como el que hace dos siglos y medio desbancó a las monarquías para entronizar a la entonces caótica, “alocada” democracia. Y que descoloca a la élite intelectual que en su mayoría no cree -todavía- que los monopolios estatales y su fiscalismo coactivo sean el problema sino que se trata solo de una cuestión de grado. Y que retrocediendo hacia lo que alguna vez fue “Estado mínimo” (hacia el ideal liberal clásico, no libertario) nuestra deriva de abusos, desastres y decadencia… simplemente no volverá a ocurrir.

Así, el karma de “los que no la ven” no estaría en el dilema acerca de cuánto veneno conviene ingerir sino en el veneno en sí. Impulsando a los “no privilegiados” a convalidar la solución extrema del “loco”: nada de veneno.

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