Por Paul Battistón.-

Es un acto inconsciente creer que está ahí, pero aun cuando por una relativa casualidad estuviera, no lo está.

¿Se habrá llevado ya su mate, sus papeles, su lapicera inútil?

¿Se llevará la vergüenza ajena de los que no logró engatusar y la propia de los que le dieron su ingenuo voto a su infantil fascismo no educado?

Quizás sería oportuno recordarle que su presencia deberá cerrar el círculo de la farsa, sólo para fines de esa formalidad incompetente que se volvió sostén de algo que funcionalmente no existe. Si la voluntad popular puede tan fácilmente ser recreada al ritmo de emociones practicadas, entonces no hay garantía del libre ejercicio de voluntad individual.

¿Qué tan profundo la verdad admite ser descubierta? ¿Fueron engañados?

Por supuesto, todo es relativo a lo que atestigüen los mismos presentes de ese suceso tragicómico ¿histórico? (seguro lo será)

¿Quiénes atestiguarán por ser idóneos en redacción serán de los relativamente engañados o de los relativamente anoticiados?

El gobernante es el pedagogo de la ciudad, sostenía Platón. Literalmente estamos entonces jodidamente adentrados en un círculo donde el farsante en este preciso instante tiene la oportunidad de llevar adelante su cátedra de relativismo de autenticidad.

Interpretar la posición de Alberto como impostor es una ofensa a la comprensión de quienes lo alzaron al sillón de los presidentes. No deberían preocuparse; una ofensa es sólo un malentendido de un determinado momento. Se estaría entendiendo mal que fueron ingenuamente engañados como hace repetidamente ya casi 80 años ocurre sin prisa ni pausa.

¿Cuál es el momento en esa recta graduada como tiempo que puede ser asignado como ofensa si la sucesión de desaciertos casi la completa?

Enfilamos a la recta final tras la curva de un gran derrape. Recta final es casi inapropiado, más bien recta emocional, donde los eternos emocionados, en su punto límite, llegan a fanáticos, revalidando sus fracasos electos como heridas de enemigos inconsistentes y donde los lógicos serán emocionados en alcanzar el éxito de su estéril lucha por una utopía de racionalidad media.

Todos habrán olvidado a Alberto

En ese magistral libreto de ofensas a nuestra supuesta inteligencia escrito por Fabián Bielinsky y convertido en el film Nueve reinas, Gastón Pauls en su personaje en una pregunta con ambición de ser autorespondida pregunta a su compañero de actuación Ricardo Darín: ¿Qué querías ser cuando eras chico? El gesto devolutivo de Darín es respondido en la actuación de Pauls con un “yo quería ser cómplice”, era lo que en mi casa se escuchaba.

A punto de llegar a la meta, todos entrarán olvidándose de Alberto, el gran cómplice necesario para legitimar la farsa. Su presencia nuevamente necesaria será el cierre del libreto, el entierro de su personaje, la coartada de los enemigos de siempre.

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