Por Luis Américo Illuminati.-

«Nos enseñaron que la Patria era un no sé yo qué juicioso paraíso de infalibles trigales y vacas repetidas». El resultado fue «una paz bovina: quemábamos incienso a nuestro dios en figura de Shorthorn». Para salir de esto hay que cambiar, y Marechal nos dice cómo hacerlo. Primero, recordando que «el nombre de tu Patria viene de argentum (plata)» y que al recibir un nombre «se recibe un destino». Por eso, hay que hacerse de plata, espejear «el oro principal que se da en las alturas» para ser «verdaderamente un argentino» (Leonardo Castellani).

La foto que ilustra la presente nota y la tapa del libro «Conocer a Perón», de J.M. Abal Medina fue sacada el día 17 de noviembre de 1972, día del regreso a la Argentina de Juan Domingo Perón que triunfante alza los brazos, José Ignacio Rucci levanta su paraguas y Juan Manuel Abal Medina, pensativo, se toca o se rasca la cara. El último secretario general del Movimiento Nacional Peronista fue una pieza clave del operativo que quedó plasmado en la historia del PJ como el Día del Militante. Dice en su libro: “Yo estaba muy tranquilo y creo que ese día se me notó. Yo era muy joven, pero teníamos encima una responsabilidad muy grande, que era que el General llegara a su casa sano y salvo y que no hubiera muertos, que no hubiera heridos, que no hubiera violencia. Así que fue una gran alegría. Yo entendía que mi hermano Fernando había buscado eso centralmente: el regreso del General. Luego las cosas fueron distintas, pero la imagen con la que yo me quedé de Fernando es esa”. Abal Medina acaba de publicar «Conocer a Perón. Destierro y regreso» (Planeta). El libro reconstruye los años y las negociaciones previas al primer regreso de Perón -opacado luego por lo que se conoció como la masacre de Ezeiza de 1973, en el segundo regreso del líder justicialista-, el duelo con el gobierno de facto de Alejandro Lanusse, sus encuentros recurrentes con el líder en Puerta de Hierro, las tensas relaciones con sectores en conflicto como la juventud peronista, los líderes sindicales y las Fuerzas Armadas, el trabajo mancomunado con Rucci -y el punto de no retorno frente a la noticia “demoledora” de su asesinato-, el rol de José López Rega y la figura de Isabel Perón. (Astrid Pikielny, La Nación, 17/11/2024).

Si le hubieran hecho caso a Perón…

Los viejos peronistas -muchos de ellos fallecidos por el indefectible curso natural de la vida- percibían y perciben a Juan Manuel Abal Medina como un «compañero» más. De nuestro punto de vista un político moderado, de modales caballerescos. Rodeado de una caterva de fanáticos, locos y ambiciosos. Muchas tribulaciones y dudas le demandaron en los 60 y 70 al pasarse a las filas del tumultuoso peronismo siendo que él provenía de las filas del Nacionalismo Católico -a cuyos integrantes Perón los calificó de «piantavotos» y son los que lo apuntalaron en sus comienzos. Cabe señalar que Abal Medina fue secretario general del Movimiento Peronista (1972-1974) y nobleza obliga, nunca negó ni abjuró de ese nacionalismo cuyo pensamiento él absorbió de niño. Un movimiento en el que convergían personajes del conservadurismo y la derecha católica que incluyen a Marcelo Sánchez Sorondo (1912-2012) y otros destacados intelectuales (Jauretche, Ignacio B. Anzoátegui). Proveniente de una familia católica numerosa, los Abal Medina iniciaron su militancia en el nacionalismo católico y reconocen al sacerdote Leonardo Castellani como su primer maestro. Dice el autor: “Después fuimos conociendo distinta gente del nacionalismo y algunos de ellos también peronistas, como el caso de Leopoldo Marechal, que es otra persona que tuvo sobre nosotros una influencia importante. Por iniciativa de Castellani, también me vínculo con Marcelo Sánchez Sorondo y participo desde 1966 de la segunda etapa del semanario Azul y Blanco, que fue el principal semanario del nacionalismo de aquellas épocas. De eso ya Fernando no participaba”.

Sánchez Sorondo (uno de cuyos hijos es un Cardenal cercano a Jorge Bergoglio) y Abal Medina dirigieron desde 1966 la Revista «Azul y Blanco», un órgano de prensa que se atrevía a decir cosas contra el dictador Onganía que nadie se atrevía a decir. Perón recibía la revista en Puerta de Hierro y la leía con delectación. Onganía la clausuró varias veces y volvió a salir con otros nombres («Ulises»). Sánchez Sorondo fue uno de los invitados especiales como pasajeros del Charter de Alitalia que trajo definitivamente de regreso a Perón el 20 de junio de 1973. Juan Manuel Abal Medina se hizo peronista pero no montonero como su hermano Fernando (muerto en 1970 en un feroz enfrentamiento a balazos con la policía) ni tampoco marxista (pág. 42); ni siquiera miembro de la Juventud Peronista. “Yo diría que me hice peronista de manera definitiva (…), a partir de la muerte de Fernando.” (pág. 79).

Yo he leído el libro «Conocer a Perón» con la sana curiosidad de acceder al testimonio fundamental de alguien perteneciente al círculo íntimo de Perón. El autor fue testigo e intérprete privilegiado de interacciones y acontecimientos de la feroz lucha interna entre peronistas de derecha y de izquierda. Abal, famoso por no sonreír en las fotografías públicas de aquel tramo histórico que trascurría entre vértigo de tiros y sangre derramada. En la lectura sobre la época surgen contrapuntos donde se mezclan dichos, recuerdos y textos que resultan claves para tratar de entender aquella oscura época de antropofagia política. Es interesante leer la relación del autor, y su hermano de Fernando, con Leopoldo Marechal (1900-1970), decano de los escritores peronistas, confidente y maestro de los hermanos. Se dice que Marechal intuyó el destino trágico de Pedro Eugenio Aramburu en su novela Megafón, o la guerra (1970). Abal Medina -(Juan Manuel en recuerdo posiblemente de Juan Manuel Rosas) se reconoce como peronista marechaliano, una variedad poco difundida en el movimiento peronista de ayer y de hoy. Se relacionó con importantes personajes del peronismo histórico. Desde los sindicalistas José Ignacio Rucci y Lorenzo Miguel hasta el camaleónico Rodolfo Galimberti (un ex Tacuara), el historiador José María Rosa, Norma Kennedy, Alberto Brito Lima, Norma Arrostito, Antonio Cafiero y Alicia Eguren, por mencionar sólo a algunos peronistas famosos de aquella época. En esa tumultuosa batalla por la hegemonía dentro del peronismo, esos nombres no eran políticamente compatibles con la combativa izquierda peronista. Es notable observar cómo en las altas esferas en que se movía Abal Medina las posiciones antagónicas se atemperaban y hasta se fraternizaba. En las bajas esferas, en cambio, el nivel de tolerancia recíproca era precario y las fatalidades inevitables. Sobre el enfrentamiento de Perón con la Tendencia Revolucionaria Abal Medina argumenta que Perón como líder siempre se mantuvo abierto y quien falló fue la juventud. Hoy en día no abundan los que objetan los horrores que cometieron los Montoneros o «jóvenes idealistas» (más incomprendidos que rebeldes con causa). Sin embargo, en lo que se refiere a la apertura invariable de Perón hacia la juventud, Abal Medina reconoce que su reclamo era encuadrarlos bajo su conducción, aun después de la profunda grieta que causó la muerte de Rucci. La posición de Montoneros y las agrupaciones que asumían su conducción era hacer la revolución que ellos mismos conducirían no se sabe hacia dónde, pero seguramente con brújula, rumbo y proa a la Cuba de Castro.

Abal no comulgaba con el “brujo” José López Rega -Jefe de la Triple A- ni tampoco con el corrupto sindicalista Rogelio Coria cuya ejecución por Montoneros la juzga criminal (pág. 230). Abal cita a Galimberti y su relación filial con Perón, no así de sus errancias políticas posteriores a la muerte del general. Su opinión sobre él no deja de ser curiosa ya que lo tienen sin cuidado los vericuetos morales de su trayectoria (pág.199). Reivindica arbitrariamente a Héctor J. Cámpora, el querido Tío, además de los vericuetos de las interminables negociaciones para lograr el regreso de Perón al país, su gobierno efímero y renuncia y demás acontecimientos, compartió asilo en la embajada de México en Buenos Aires por unos tres años durante la dictadura militar. Acerca de los hechos ocurridos durante la primavera camporista, es una noción que Abal Medina no coincide para nada (págs. 95, 276-77). Parece una candidez suponer que, si varios de los actores principales de esta desencontrada, equívoca y sangrienta historia hubiesen obrado de otra manera, se habrían alcanzado resultados diferentes, no tan trágicos. Esta suposición no tiene mucho asidero, toda vez que “el obrar de otra manera” de los que no hicieron caso a Perón no encaja, por ejemplo, con otros ensayos recientes -bien conocidos-que insinúan, entre otros aspectos, que Montoneros estuvo radicalizado durante toda su existencia. Desde siempre hubo en su núcleo dirigente y en sus militantes un espíritu radicalizado, de aceptación de la lucha armada, con evidentes y perdurables influencias marxistas-leninistas. Abal sostiene que si se le hubiese hecho caso a Perón…quién sabe, las cosas hubieran sido distintas. Pero hacerle caso a Perón -obedecerle- resultaba para ellos un espejismo o la quimera de un anciano enfermo. Y como se sabe, las ucronías, ante lo irremediable del pasado: ¿Qué hubiera ocurrido si…..? ingresa indiscutiblemente en el terreno de la ilusión, la entelequia o de un espejismo. Aquellos «jóvenes idealistas», temible banda de asesinos, a la cual perteneció su hermano guerrillero es determinante a la hora de dar un juicio objetivo. Y si bien esta circunstancia no lo inhabilita totalmente para hablar y escribir un libro, no es menos cierto afirmar que por ese mismo vínculo familiar hace que su testimonio no sea tan imparcial, no es un testigo suficientemente independiente de ese oscuro tramo de la historia que va desde marzo de 1973 a marzo de 1976. Como escribir sin recordar las bombas, atentados y crímenes. Un capítulo de nuestra historia alienante que hacía que todos los ciudadanos pidieran que las Fuerzas Armadas restablecieran el orden. Wittgenstein escribió: «Sobre lo que no se puede hablar hay que callar», aforismo que incluye al texto de Abal Medina ya que le tocó vivir y presenciar de cerca y no poderlo impedir que dentro del movimiento la locura como un doctor le dictaba su doctrina a la razón.

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