Por Italo Pallotti.-

“El trabajo fatiga el cuerpo, pero la ociosidad fatiga el alma”. José Manuel Estrada

Tantas cosas han pasado, pero en la medida que la vida va marcando etapas aparecen en la memoria algunas secuencias que el paso de los años las hacen renacer, como si hubieran ocurrido hace un rato, apenas. Y es así como el recuerdo nos lleva a lo que nuestros mayores y la sociedad nos marcaron, casi a fuego, sobre lo que debíamos ser para ser útiles a la comunidad. Y entonces florecen como en una película imágenes en un claroscuro que el tiempo fue poniendo ahí al alcance de nuestro pensamiento; sobre todo aquella diferencia que deberíamos tener en cuenta entre el bien y el mal, para ser hombres útiles a la sociedad cuando fuéramos adultos. Y como la mente, con sus recursos poderosos, se encarga de manejar nuestros recuerdos aparece y nos indaga a cada instante lo que somos y los que son quienes nos rodean. Y claro, en una demanda casi automática, nos enfrenta a un realismo a veces mágico y otras veces cruel, entre el ser y el deber ser.

Nos decían que la autoridad debe ser siempre respetada, no sólo por el hecho de serlo; sino porque ella encarnaba un sentido estricto de principios éticos y morales capaces de moldear conductas y proyectarlas en beneficio del bien común. Pero luego comprendimos que no siempre el encargado de aplicarla contaba en sí mismo con esos atributos básicos para que sus órdenes fueran acatadas, mirándonos en el espejo de sus propias acciones. Y es así como el policía pasó a ser autoritario, por el sólo hecho de creer que la mera circunstancia de contar con un uniforme y un arma lo constituían en un ser superior y justiciero infalible. La Verdad, aquí recibía la primera herida.

Y después, como consecuencia de él, aparece en escena el juez. Ser al que la idolatría popular lo constituían en un actor de palabra justa y sagrada de la Justicia, cuando el personaje anterior se lo derivaba. Pero claro, esta instancia de la historia se fue diluyendo paulatinamente porque el tiempo “eterno” de la Justicia y las conductas personales hicieron que sus decisiones fueran también eternas, cuando no contaminadas por un accionar corrupto; haciendo que la fe y confianza puesta en ellos, pasaran a ser una mera fantasía.

Y también nos hablaron de la moral y quien era la que encarnaba el fin primero y último de esa instancia tan necesaria para la vida: la Iglesia, simbolizada en la figura de SS. el Papa, los curas y nosotros, el pueblo de Dios. Pero aquí también el diablo metió la cola! Y la distorsión de la conducta humana nos trajo a los pedófilos y a los jefes del Vaticano que se encargaron por centurias de tapar tan aberrantes procederes. Aquí la verdad y el honor recibían una nueva herida, tan profunda como la que más.

Pero claro, no era suficiente todo lo antedicho para ir cercenando nuestra visión sublime de la comunidad en que íbamos creciendo. Aparece en el escenario la Política en sus múltiples variables: políticos, sindicalistas, empresarios, piqueteros, activistas y tanta otra figura nefasta. Con alguna excepción necesaria para evitar el disloque total, surgida del voto popular o no, constituyendo una clase de privilegios y consecuente corrupción, como una mancha que se fue extendiendo en todo el tejido social. Este nuevo ultraje fue dejando infinidad de víctimas.

¿Y quiénes fueron, entre tantas otras, esas víctimas? El Estado en sus distintas etapas , la Economía, la Educación, la Salud y como consecuencia la República y toda una sociedad decepcionada en su ilusión del mañana mejor; esa que intentaron legarnos patriotas, abuelos y padres en un esfuerzo cotidiano, muchas veces titánico, sin poder ver en el horizonte el beneficio buscado. Y entonces, aquel niño que fui y fueron nos encontramos en la desdicha que nuestra esperanza se fue deshilachando con el paso del tiempo; y estos adultos que hoy somos sabemos que no queda otro camino que poner en el anhelo de cada día la fórmula para salir a buscar el destino que nos propusieron y no pudo ser. Ojalá podamos; y la inocencia y el anhelo de entonces resurja en nuevas generaciones que sueñan con el mejor país; prometido tantas veces e incumplido, otras tantas.

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