Por Paul Battistón.-

¿Qué diría un analista a diez años de distancia de esta fosa temporal?

¿En qué escala le sería factible darle una medida a este derrumbe? ¿Con qué circunstancia podría comparar este paso previo a lo que parece será un manchón en la redacción de nuestra historia?

Repetir el pasado a escala de décadas ya es una costumbre pero la razón de hacerlo quizás se deba a una visión fuera de foco impidiendo ver otras repeticiones de mayor longitud de onda. Los vaivenes rápidos podrían ser la agitación corta, eco de estupideces mayores repetidas a mayor distancia.

Encontrar el último punto medible que delate esas oscilaciones de efectos más largos seguramente desembocaría en una discusión a muerte entre raciocinio y fanatismo. Sería más probable provocar un nuevo cimbronazo que concordar en determinar los mismos.

¿Nuestro actual embrollo es un eco de esas oscilaciones de larga data? Puede que sea peor, esta fosa podría ser el cruce de amplitudes (la mayoría negativas) de variadas oscilaciones de periodos fuera del alcance de memorias cortas sin que esto sea una excusa valida (todo está escrito)

Nuestros viajes al pasado nunca habían sido tan imprecisos en cuanto a fecha de retroceso ¿volvimos al 73? El desmadre económico se debate entre una primavera 86 y un rodrigazo 75. La avanzada mapuche huele a monte tucumano 74. El control de precios a agio y especulación 48. La repulsión e incumplimiento a nuestra constitución retrocede por el camino de tres siglos hasta cuando Rosas la negaba por el hecho de considerarla el cuadernito que la oposición le exigía, justo hoy cuando los cuadernos toman un protagonismo impensado pero anacrónico en plena era digital.

Y por si faltara poco, dos modelos se contorsionan dentro del envase de un mismo gobierno. Dos claras ficciones que han quedado claramente expuestas por las circunstanciales negociaciones con el  FMI. Estas últimas repetidas e incumplidas  a una frecuencia cada vez más corta casi como síntoma del camino a una resonancia trágica.

Dos ficciones chocando con una realidad simple, la de un país que necesita un ajuste. Un ajuste que escapa más allá de lo económico aunque la macroeconomía sea la que en primera instancia delate su necesidad.

Un espectador no comprometido podría aseverar que Argentina necesita un ajuste de tornillos. Quizás la paciencia del FMI tenga que ver con haber llegado a una conclusión semejante y al mismo tiempo sentir su autoestima general erosionada ante la imposibilidad de entender y anticipar lo imposible.

Ningún mal dura 100 años, pero casi 80 pueden comenzar a sembrar la duda y poner a alguien al borde de un ataque de nervios o credibilidad. El peronismo debe su existencia a que aún se apuesta (se le cree) como un camino a posibles soluciones.

El peronismo de Perón reniega del FMI y al mismo tiempo le ronronea a los pies, le saca un preacuerdo sin dar nada más a cambio que una promesa de ajuste sin ajuste. Este peronismo que encabeza Alberto (solo de casualidad), es el que está convencido que el país puede salir adelante aun haciendo peronismo. Cree que el país podrá cumplir con sus obligaciones solo con aplicar la receta que durante 70 y pico de años solo hizo crecer al peronismo, en definitiva hacer crecer el déficit, el gasto inútil, el control y su consiguiente descontrol y por sobre todo la pobreza ¿Por qué el FMI se resigna a acordar con esta sucesión de fracasos?

Alberto tiene cierto paralelismo con un boxeador de categoría ínfima que por motivos ajenos a sus méritos (vacancia) ha logrado unificar los títulos de categorías diferentes y debe satisfacer exigencias antagónicas (subir, bajar) para sostener sus logros pusilánimes.

Al frente de una de sus categorías Alberto acaba de conseguir lo que parecía imposible un preacuerdo con el FMI sin tener plan o peor aún con su plan modelo 45. Ahora debe confrontar en la otra categoría (el peronismo de Kirchner) donde su titularidad es literalmente prestada, estos si tienen plan y consiste en una ficción donde no se debe llegar a un acuerdo. Una ficción distópica donde sueñan ser creadores de un nuevo orden en dirección de su lógica imposible. Sueñan una economía dirigida por los dislates de los revolucionarios del relato donde la voluntad del mercado no existe o si persiste en su intención de existir solo se trata de ataques o resistencias al modelo (por supuesto indiscutible).

Estamos atrapados en la lucha por tratar de imponer alguna de estas dos ficciones, sencillas de intelecto corto y forzado. Una de ellas de un infantilismo ingenuo atrapada en un pasado continuo y la otra de un infantilismo perverso apuntando a un futuro distópico elaborado con los peores trozos de pasado no funcional.

Al frente sólo se avizora un funeral; las ficciones sólo pueden conducir al de Argentina. La realidad exige el funeral del peronismo (todos en uno).

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