Por Luis Américo Illuminati.-

«No me gusta tanto eufemismo: a la cobardía la llamáis prudencia. Y vuestra «prudencia» es ocasión de que los enemigos de Dios, vacío de ideas el cerebro, se den tono de sabios y escalen puestos que nunca debieran escalar». Josemaría Escrivá de Balaguer, «Camino», 35.

«Más vale tarde que nunca», dice un dicho, pero que no justifica en modo alguno la actitud del Pontífice Romano. Ya es costumbre de este Papa, especular y demorar una condena sobre hechos aberrantes que claramente ofenden las buenas costumbres, la tradición milenaria de la Iglesia y toda dictadura demagógica de esencia marxista-comunista, como la de Cuba y Venezuela, lugares donde se violan impunemente los derechos humanos y persiguen, encarcelan y asesinan a los opositores. En lugar de hacer escuchar su voz, el Papa se escuda detrás de comunicados «políticamente correctos» totalmente extemporáneos que, con su consentimiento, pueden provenir del Mayordomo o la Guardia Suiza, que no es lo mismo que lo diga expresamente él, máxima autoridad del Vaticano, Sumo Pontífice de la Iglesia Católica y Vicario de Cristo. Eso quieren y esperan los millones de fieles de todo el mundo, como lo hizo Juan Pablo II en su momento con el régimen totalitario soviético, que finalmente terminó derrumbándose por su propio peso.

No es exageración de nuestra parte sino la habitual realidad a que nos tiene acostumbrados Francisco. Dice el comunicado del Vaticano que “no debería haber alusiones que ridiculicen las creencias religiosas de muchas personas”. “En un evento prestigioso donde el mundo entero se reúne en torno a valores comunes no debería haber alusiones que ridiculicen las creencias religiosas de muchas personas”. Y concluye el comunicado: «La Santa Sede se ha entristecido por algunas escenas de la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de París y no puede más que sumarse a las voces que se han alzado en los últimos días para deplorar las ofensas sufridas contra numerosos cristianos y creyentes de otras religiones”. “La libertad de expresión, que obviamente no se pone en duda, encuentra su límite en el respeto a los demás”.

Al respecto dice la corresponsal de La Nación en Italia Elizabetta Piqué. Con un timing que llamó la atención, ocho días después de la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de París que provocó una gigantesca polémica en todo el mundo por una escena que fue considerada una parodia de “La última cena” con drag-queens y personas semidesnudas, para muchos más bien acorde a una marcha del orgullo gay, el Vaticano reaccionó este sábado y denunció “la ofensa hecha a numerosos cristianos y creyentes de otras religiones. Llamó la atención la tardía reacción del Vaticano, que llegó ocho días después de una ceremonia de apertura grandiosa -por primera vez realizada fuera de un estadio y con los deportistas desfilando en embarcaciones que navegaban por el río Sena-, pero que dividió al mundo y que hasta obligó a los organizadores a pedir disculpas. Thomas Jolly, el director artístico, en efecto, en una escena pareció incluir el mítico fresco de Leonardo da Vinci de “La última cena”, pero no con los apóstoles, sino con drag-queens, una modelo transgénero y, sobre la mesa, bajo una campana gigante, el actor Philippe Katerine -que también pidió disculpas- vestido de Dionisio, casi desnudo. La secuencia con Drag-Queens escandalizó a representantes de distintas religiones. Al rechazo se sumaron diversos líderes políticos y referentes de todo el mundo. También desde el mundo musulmán llegaron reacciones de repudio».

Conclusión

El Papa Francisco debería poner en práctica el consejo que le dio al juez Ariel Lijo en la larga entrevista que ambos mantuvieron en la audiencia que le concedió el día 6 de mayo de 2014. «Está bien ser prudentes, pero si la prudencia se convierte en inacción, eso es cobardía». Con todo respeto, eso mismo es lo que el Papa no debe dejar de hacer, en cualquier circunstancia que exija hablar cuando no hay que callar en lugar de hablar y dar discursos, pláticas y alocuciones intrascendentes. Y así evitaría que por su avanzada edad se piense que está siendo manipulado o influenciado por colaboradores de su entorno. Pues constituye un despropósito que a los cardenales y obispos se los obligue a jubilarse a los 75 años (estén seniles o no) y el Papa que cuenta con 87 años de edad, no lo haga. Su predecesor Benedicto XVI (Joseph Ratzinger) lo hizo voluntariamente a los 85 años ante el deterioro de sus funciones físicas y mentales.

«Aquellos que permiten que otros hablen y escriban por él, ya sea por pereza o porque es muy anciano -y su inteligencia falla- es hombre al agua, allí acaba el genio, la fuerza y comienza el enfermo que melancólicamente asiste, como Carlos V, a sus propios funerales. Ya no tiene derecho a escribir ni a pensar ni a reprender…» (Santiago Ramón y Cajal, «Charlas de Café»).

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