Por Hernán Andrés Kruse.-

En el despuntar del martes 9 de julio, en la ciudad de Tucumán, el presidente de la nación, en compañía de 18 gobernadores, firmaron el Pacto de Mayo, esa herramienta de gobierno tan anhelada por el oficialismo para marcar un punto de inflexión histórica. Aunque suene increíble, Javier Milei está convencido de que ha sido elegido por las fuerzas del cielo para sepultar un siglo de atraso y sentar las bases para una nueva etapa próspera y floreciente. Semejante interpretación de la historia se denomina “mesianismo”. Pues bien, hoy los argentinos estamos a merced de un presidente mesiánico. Milei está convencido de que es un ser superior al común de los mortales, de que el destino lo puso en la Casa Rosada para salvar al pueblo argentino del derrumbe definitivo, de que marca un antes y un después en la historia argentina contemporánea.

El mesianismo es la antítesis de la democracia liberal. Ésta, conviene siempre tenerlo presente, se sustenta, entre otros principios medulares, en el imperio de la ley o, si se prefiere, en la supremacía de la constitución. Ello significa que el gobernante, por más popular que sea, por más apoyo que tenga, debe sujetarse a los principios y valores consagrados por la constitución. En la democracia liberal el gobernante, lejos de ser un elegido por las fuerzas del cielo, es un empleado-el más relevante, por cierto-del pueblo ya que es éste quien le paga el salario, a través de los impuestos que paga con sangre, sudor y lágrimas.

El discurso que pronunció el presidente de la nación inmediatamente después de la firma del Pacto de Mayo no hace más que poner en evidencia su mesianismo. Sitúa a un mismo nivel de relevancia histórica el Pacto de Mayo con la declaración de la Independencia en 1816 y la sanción de la constitución de Alberdi en 1853. Luego divide a la clase dirigente en réprobos y elegidos. Los primeros son quienes están en desacuerdo con el Pacto de Mayo. Los segundos son quienes le rinden pleitesía, como los gobernadores que asistieron al acto patrio vestidos de negro, tal como lo había “sugerido” Karina Milei. Los diez puntos del Pacto son, para el presidente, verdades reveladas, dogmas inmutables. Quien ose cuestionarlos, pasa inmediatamente a la categoría de enemigo de la patria. Desde el más allá Carl Schmitt, intelectual del nazismo, debe estar aplaudiendo a rabiar.

En honor a la verdad histórica, Javier Milei lejos está de ser el primer presidente mesiánico de la historia argentina. Desde la revolución de Mayo hasta el presente hemos tenido varios. Pero es la primera vez que un presidente mesiánico levanta las banderas del liberalismo, de una filosofía de vida que aborrece el mesianismo político.

A continuación paso a transcribir el discurso dado por el presidente en la Casa de Tucumán (fuente: La Capital de Mar del Plata). Saque el lector sus propias conclusiones.

“Buenas noches a todos. La Argentina se encuentra ante un punto de inflexión. Los puntos de quiebre en la historia de una nación no son momentos de paz y tranquilidad, son momentos de dificultad y conflicto donde todo parece cuesta arriba. Son momentos en donde el abismo se hace tan claro que el cambio se convierte en una obligación y en una urgencia, y la conquista de esa dificultad ocurre porque quienes ocupan lugares de liderazgo tienen la valentía de ser más grandes que ellos mismos, hacer a un lado los egoísmos y realizar sacrificios para emprender juntos un rumbo común. Así es como se escribe la historia grande de los países.

No es la primera vez que, después de años de guerra intestinas, representantes de los distintos confines del mapa político se reúnen para deponer las armas y encontrarse en torno a un nuevo orden. Esto ya nos pasó en mayo de 1853, cuando 24 convencionales en representación de las Provincias Unidas se reunieron para sancionar nuestra primera Constitución y darnos así una ley común para todo el territorio nacional. Llevábamos más de 40 años de guerra, primero por la independencia, pero después habíamos caído en tres décadas interminables de guerra civil, donde nos habíamos matado a sablazos unos a otros. Estábamos al borde del abismo, al borde de desaparecer como nación.

Pero gracias a la visión y el coraje de aquellos líderes, y la convicción de los miles de hombres libres que los siguieron, logramos adoptar una carta magna común, establecer las bases sobre las que construiríamos el nuevo orden, y constituirnos como nación. Y lo hicimos tomando como faro las ideas liberales de nuestro máximo pensador nacional, Juan Bautista Alberdi, que nació en esta misma ciudad y cuyos restos yacen a pocas cuadras de aquí. Ese pergamino original de nuestra primera Constitución, con la firma de aquellos 24 convencionales, hoy está dispuesto en el Salón de la Jura velando sobre el acta que firmarán los aquí presentes. Fue ese gesto patriótico de quienes depusieron las armas para convenir un proyecto de nación, el puntapié inicial de un proceso asombroso: la erupción de la Argentina como un volcán, desde las profundidades del abismo hasta la altura de los cielos. Esa Constitución nos dio medio siglo de crecimiento y desarrollo económico, y como consecuencia de ese desarrollo económico, nos trajo avances en todas las esferas de la actividad humana. Fue, sin lugar a dudas, la época dorada de nuestro país, que nos puso en la cima, codo a codo con las grandes naciones del mundo. Y en la base de ese largo proceso, tuvimos siempre, inconmovibles, un conjunto de principios, ideas y objetivos comunes.

Hoy esa Argentina grande, que alguna vez fuimos, parece un sueño lejano después de un siglo de paulatina caída en la miseria nos hemos prácticamente olvidado, como sociedad, de nuestro pasado próspero y de las ideas que lo hicieron posible. Igual de lejano e incluso imposible pareció en los últimos años que dirigentes de distintas fuerzas pudieran reunirse para convenir un rumbo común, tal como lo hicieron nuestros padres fundadores. A pesar de haber sido una demanda histórica de la dirigencia política argentina y, por qué no también de la sociedad, la posibilidad de sentarnos en una mesa y establecer pautas comunes transversales a todas las fuerzas políticas siempre pareció una quimera en las últimas décadas.

Por eso quiero agradecerles a todos los presentes por haberse congregado aquí, en la Casa Histórica de nuestra independencia. Después de décadas de pendular entre proyectos antagónicos que nos han hecho cada vez más pobres, hoy nos reunimos para renovar nuestros votos patrióticos y firmar lo que hemos llamado el Pacto de Mayo. Por eso quiero agradecerles a los integrantes del Gobierno Nacional, a los 18 gobernadores que hoy nos acompañan, a los dirigentes, diputados y senadores de distintos partidos, bloques y distritos, a los expresidentes, a los representantes de los distintos sectores de la economía, a los jefes de las Fuerzas Armadas y a todos los demás que están aquí. A pesar de haber estado enfrentados en el pasado o haber defendido ideas distintas a las que hoy suscribimos en este pacto, tienen la generosidad de acudir a esta convocatoria, lo cual constituye un acto de grandeza y, sin dudas, de amor a la patria. Porque están acudiendo al llamado que les hace el pueblo argentino, que nos escucha desde su casa y que el año pasado exigió a la dirigencia política un cambio profundo de dirección. Que esto sea posible hoy en Argentina, después de tanta división, es sin duda el símbolo de un cambio de época.

No miramos para atrás, no mantenemos rencores. Creemos que lo único que tiene que hacer la política es discutir ideas y llevar esas ideas a la realidad. No impugnar al adversario por cuestiones personales, perseguirlo por pensar distinto, ni vivir en una Inquisición permanente. Y creemos, sobre todo, que el desafío que enfrenta la Argentina hoy es demasiado grande y la promesa de un futuro mejor demasiado valiosa como para permitir que mezquindades o trifulcas del pasado nublen este camino. No obstante, hay muchos dirigentes políticos sociales y sindicales que no están aquí hoy entre los presentes para este acta fundamental. En algunos casos porque sus anteojeras ideológicas los hacen desconocer la raíz del fracaso argentino, en otros por miedo o vergüenza de haber persistido en el error durante tanto tiempo. Y lamentablemente, en muchos casos, por obstinación en no querer ceder los privilegios que el viejo orden les brindaba. No es casualidad que entre estos últimos se encuentren quienes han intentado e intentan cotidianamente boicotear a este gobierno y conspiran para que fracase. Ellos son adictos al sistema porque sus intereses personales son diametralmente opuestos al del común de la gente y saben, aunque no lo admitan, que ellos progresan a costa de que el conjunto de los argentinos le vaya cada vez peor.

Sin embargo, nosotros estamos convencidos que inclusive aquellos que hoy desoyen el reclamo en la sociedad, sea por la razón que sea, en el futuro pueden volver a la senda argentina y encontrar la redención. Nos encontrarán aquí defendiendo las mismas ideas que ratificamos hoy y les daremos la bienvenida con brazos abiertos. Todo hombre es capaz de redimirse y no rechazaremos a nadie que quiera aportar a la construcción del cambio que el país tan desesperadamente necesita. A nadie, no importa de qué partido provenga, con quién haya estado, donde haya militado, ni qué haya hecho, siempre y cuando haya obrado dentro de la ley. Lo único que importa es que abrace y quiera contribuir, como lo hacemos todos los aquí presentes hoy, a los pilares fundamentales sobre los cuales vamos a erigir la Nueva Argentina.

El 9 de julio de 1816, la firma del acta de la Declaración de la Independencia marcó el fin de la Revolución y el comienzo del nuevo orden, el orden de las Provincias Unidas del Río de la Plata ahora independientes de la metrópoli española y con la vocación de darnos a nosotros mismos un gobierno. El 9 de julio de 2024, con la firma de este Acta de Mayo, con representantes de todos los sectores de la política y la sociedad, anunciamos también el puntapié inicial de un nuevo orden para nuestro país. Construir el país próspero y pujante que queremos llevará tiempo y esfuerzos titánicos de parte de todos los presentes y del común de la sociedad, pero si tenemos una visión clara del rumbo y nos mancomunamos en torno a un conjunto de principios y objetivos no negociables llegaremos a puerto más pronto que tarde.

Para eso estamos aquí hoy, para establecer entre nosotros y junto a la sociedad un pacto de caballeros en torno a estos pilares, y para decir ante todos los argentinos de bien que reclamaron un cambio de rumbo con su voto que una Argentina distinta es imposible haciendo lo mismo de siempre. Es por eso que firmamos este pacto, cuyo primer punto indica la inviolabilidad de la propiedad privada. Por eso firmamos aquí los presentes un acta de 10 conceptos inclaudicables, de los cuales el primero es un compromiso con la inviolabilidad de la propiedad privada. La propiedad privada es la primera y más básica institución de nuestra sociedad. La libertad misma de cada uno depende de la inviolabilidad de la primera propiedad de todas, que es la propiedad que uno tiene sobre su propio cuerpo y voluntad. Cada cual sabe cuánto costó conseguir lo que uno tiene, cuánto esfuerzo, cuánto sudor, cuánto sacrificio y sobre todo cuánta Libertad invirtió para lograrlo. Cada elección que uno toma implica miles de renuncias. Por eso cuando el político confisca a través de impuestos el fruto del trabajo el individuo, está confiscando su tiempo, le está confiscando su sacrificio y le está confiscando su libertad.

Además, la defensa de la propiedad no solo se trata de un Derecho, sino de la fórmula para el crecimiento económico. Julio Argentino Roca dijo alguna vez que el comercio sabe mejor que el gobierno lo que a él le conviene. La verdadera política consiste pues en dejarle la más amplia libertad. Esto es, los argentinos saben mejor qué hacer con lo suyo que el gobierno. No necesitan que un burócrata les diga qué producir, con quién comerciar, cuánto pueden ganar, con quién trabajar o a quién contratar. Y en la libre disposición de esa propiedad de parte de cada uno le termina yendo mejor a todos. Cuanto más libre es un pueblo, más rico se vuelve. Es tan simple como eso. Por eso, en consonancia con este mandato, desde el gobierno perseguiremos una agresiva agenda de desregulación en todos los órdenes de la actividad económica. Respetar la inviolabilidad de la propiedad privada es ratificarle a los argentinos que ellos son los dueños de sus propias vidas y de sus propios destinos. En definitiva, que son adultos y que en el ejercicio de su capacidad pueden y deben elegir por sí mismos y hacerse cargo la responsabilidad que eso conlleva.

Si el Estado decide sobre todos los aspectos de la vida del individuo, y tiene derecho de reclamo sobre la propiedad, el individuo no se reconoce propietario de su propia vida y en consecuencia no se hace responsable de sus propias acciones. Dos: el equilibrio fiscal es innegociable. También firmamos aquí un compromiso innegociable con el compromiso fiscal. Necesitamos estar de acuerdo en que el déficit fiscal crónico es el huevo de la serpiente de la decadencia argentina, porque es el origen último de todos los problemas que ha tenido nuestra economía en los últimos 100 años. La deuda, la presión fiscal asfixiante, la emisión monetaria y la inflación no son otra cosa que síntomas, consecuencia del gasto público compulsivo sin respaldo ni financiamiento.

Con lo cual, lo que estamos asumiendo no es otra cosa que un compromiso innegociable con el sentido común. No se puede gastar más de lo que entra y no se le puede imponer a quienes pagarán impuestos en el futuro solventar el despilfarro del presente. La deuda o la emisión para solventar cuentas públicas deficitarias tarde o temprano se termina pagando con impuesto inflacionario, que es el peor de todos, porque afecta más a los que menos tienen, además de tener para mí una carga moral. Estas son leyes básicas inalterables de la economía, es matemática inobjetable. Cuando obedecimos a estos principios como Nación nos fue tan bien en tan poco tiempo que pronto fuimos la envidia del mundo entero. Pero cuando, en un patrón vicioso de fatal arrogancia, la clase política creyó que podía inventar la rueda y desoír estas leyes básicas de la economía, nos hundió en la miseria por un siglo y terminamos en el abismo profundo en el que estamos hoy.

Bueno, no somos dioses, somos solo hombres. No escribimos las reglas, solo podemos seguirlas. Por eso de acá en adelante se terminó el chamanismo económico. Debemos hacer lo que ha funcionado de forma probada en todo el mundo y abandonar las recetas que fracasaron. Ahora, si cumplimos este compromiso, eso no quiere decir que nunca vamos a tener contratiempos económicos. Eso nadie es capaz de predecirlo ni de prometerlo. Los países que funcionan bien también tienen problemas. Pero lo que sí les prometo es que vamos a vivir en un país sin inflación por el resto de nuestros días. Y quiero detenerme un segundo en hacerles comprender qué significa esto, porque vivimos bajo un régimen inflacionario hace tantos años que nos hemos acostumbrado.

Los menores 25 años ni siquiera recuerdan probablemente lo que es vivir sin inflación. Vivir atosigados por la inflación es vivir en la cárcel del eterno presente, donde se vuelve imposible mirar para adelante, calcular nuestros gastos y planificar nuestro futuro. Anula la posibilidad tanto de un proyecto personal, como de un proyecto de familia o un proyecto económico. Por eso, recuperar el equilibrio fiscal y convertirlo en un mandamiento que sobreviva a este gobierno y perdure por muchos más es para nosotros una cuestión en la que se juega la misma dignidad humana.

Tercero: gasto público en torno a 25 puntos del PBI. También nos comprometemos con esta firma a bajar el gasto público a los niveles históricos en torno al 25% del Producto Bruto Interno. Nuestro país tiene recursos naturales y un capital humano hiper talentoso y trabajador, pero que no prospera porque el sector privado, las empresas, los

trabajadores y los emprendedores cargan en sus espaldas con más de 40 puntos del PBI de gasto estatal que, con mucho esfuerzo, estamos reduciendo. Esto es que cada $10 que el argentino genera con el sudor de su frente, más de cuatro son consumidos por los Estados nacionales, provinciales y municipales. Y como la magia no existe, este exagerado gasto solo se puede financiar con impuestos que asfixian a nuestra economía, con inflación que pulveriza salarios e imposibilita el cálculo económico, o con deuda, que son impuestos a las generaciones futuras.

Cada punto adicional del PBI que los políticos le suman al gasto estatal es una carga para el sector privado. Es una extracción directa de riqueza y oportunidades para cada empresa que quiere invertir, progresar y dar trabajo. Es una quita directa a los ingresos de las familias argentinas. Sea en forma de impuesto a los bienes que consumen o con mayor inflación, es asfixiar a nuestro campo con impuestos que no existen en ninguna parte del mundo. Es bloquear el desarrollo pleno de nuestro interior productivo. Es impedir que los emprendedores puedan escalar sus proyectos y convertirse en grandes empresarios. El gasto público desmedido es el centro de todos nuestros males. Como venimos insistiendo hace años, nos enfrentamos a problemas de magnitudes bíblicas.

Problemas que requieren del esfuerzo de todos los sectores. Bajar drásticamente el peso del Estado en nuestra economía es nuestra misión más importante y más difícil. Por eso convocamos a este pacto, para que todos los que tenemos responsabilidad sobre esta materia hagamos nuestra parte para asegurar la prosperidad de nuestro país. El 44% del gasto del Estado de nuestro país corresponde a las provincias y los municipios. Por cada empleado del Estado Nacional hay cinco empleados provinciales. Llegar a un peso del Estado razonable de 25 puntos del PBI requiere que todos los niveles del Estado hagan su parte.

Esto redundará en beneficios para todos, porque la bonanza y la prosperidad del país, de cada una de sus provincias y municipios es inversamente proporcional al tamaño del Estado. Desde el Estado Nacional ya hemos demostrado nuestro compromiso, habiendo hecho en tan solo 8 meses la reducción de gasto público más grande de la historia del Estado Nacional. Los aquí firmantes se comprometieron a hacer su parte en sus respectivos distritos.

Un Estado que le sirve a la sociedad y no a los políticos tiene que tener, además de un peso razonable, funciones claras. Insistimos con reducir en 15 puntos el peso del Estado, no solo porque este fue el tamaño que tuvo en nuestra época de mayor prosperidad, sino porque con un gasto consolidado de 25 puntos se pueden cumplir las únicas funciones que tiene que cumplir el Estado: hacer cumplir la ley y el respeto de la propiedad privada; reprimir y castigar el delito en todas sus formas, asegurar la integridad del territorio nacional con Fuerzas Armadas respetadas y equipadas; asegurar el acceso a la educación y a la salud de los argentinos. Un Estado chico pero con funciones limitadas y claras vale más que un Estado gigante que dilapida los recursos de los argentinos en tareas que no le corresponden, beneficia a unos pocos y bloquea la prosperidad de nuestro país”.

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