Por Hernán Andrés Kruse.-

“Cuarto: Educación. Firmamos aquí el compromiso también con una educación inicial primaria y secundaria útil y moderna, con alfabetización plena y sin abandono escolar, porque comprendemos que la Argentina atraviesa una innegable crisis educativa desde hace mucho tiempo, e identificamos hoy que el corazón de la crisis está en el fracaso que hemos tenido como país en alfabetizar correctamente a nuestros estudiantes. Hoy la mitad de los alumnos del primario no alcanzan el nivel de lecto-comprensión adecuado para su edad. Para los de sexto grado, ese valor llega al 70%, es decir que hoy 7 de cada 10 chicos argentinos no comprenden los textos que leen. Y todo esto ocurrió bajo las narices de la dirigencia política, mientras intendentes y bloques parlamentarios se tironeaban para definir qué municipio se quedaba con los fondos para construir una universidad nueva. Hemos puesto el foco únicamente en la educación superior por décadas y mientras mirábamos para otro lado, el analfabetismo se coló por la grieta de los primeros niveles educativos. Hay que entender que la correcta alfabetización y garantía de competencias básicas del estudiante del primario es la condición necesaria que hace posible cualquier tipo de aprendizaje posterior.

Si no podemos garantizar eso, todos los esfuerzos posteriores en la trayectoria educativa del estudiante están condicionados desde el vamos. No pueden extrañarnos entonces los niveles récord de deserción que tenemos hoy. Por eso este compromiso es sobre todo uno que debemos asumir juntos el Gobierno Nacional y los gobiernos provinciales, para mirar de frente el problema y elevar la vara; y para recuperar el espíritu de exigencia con los docentes, que es tan necesario. Sepan que contarán con el Estado Nacional y los recursos y soporte del plan de alfabetización que presentamos esta semana para perseguir en conjunto este objetivo. Pero el problema en la educación no termina en la alfabetización, en perfeccionar la educación básica. Tenemos un sistema educativo que está desconectado de las necesidades económicas de nuestra sociedad, porque tenemos carreras universitarias demasiado largas, porque hemos priorizado aumentar la oferta universitaria por sobre la oferta terciaria, porque egresamos una cantidad hipertrofiada de abogados y contadores, que son solo demandados porque en Argentina hay demasiados juicios, demasiados trámites y demasiados impuestos; y porque tenemos harta cantidad de carreras para las cuales el único empleador posible es el Estado, de forma directa o indirecta, ejerciendo funciones que no debería ejercer.

Y lo más complicado de todo, porque el status quo en las instituciones de formación docente y profesorados es impugnar los preceptos básicos del sistema de cooperación social en el que vivimos, que es el capitalismo y la democracia liberal. Esto último es simplemente un suicidio colectivo. Cómo va a ser la norma de los secundarios y universidades del país inculcar que el capitalismo es malo. El fin primero del sistema educativo tiene que ser integrar a los estudiantes a la sociedad conforme a sus normas.

“Con el analfabetismo nos hicimos los despistados durante décadas y aquí estamos hoy en una situación incompatible con la tradición educativa de nuestro país, que fue el primero en terminar con el analfabetismo en el mundo. Con los demás problemas del sistema educativo no nos podemos hacer los despistados. Los tenemos que abordar antes de que sea demasiado tarde. Por eso les hablo hoy aquí de virar a una educación útil y moderna. Útil para los jóvenes, para que cuenten con las herramientas para insertarse y desarrollarse en el mercado laboral y en la sociedad en general. Y por eso insisto a la dirigencia política y a la sociedad civil a concentrarnos en reconstruir la base del edificio educativo y de la formación humana de los argentinos, que es la escuela. Porque no hay edificio que perdure si sus cimientos están vencidos.

Quinto: reforma tributaria. Firmamos aquí también el compromiso de llevar adelante una reforma tributaria que reduzca la presión impositiva, simplifique la vida de los argentinos y promueva el comercio. Nuestro sistema impositivo es asfixiante, laberíntico e inestable. Argentina tiene que dejar de ser un infierno fiscal para quienes trabajan, se esfuerzan e invierten. Nuestro país tiene una carga impositiva explícita que supera el 30% del PBI. En los últimos 15 años, creció de manera sostenida y, no por mera coincidencia, en este mismo periodo fuimos el país que menos creció en Latinoamérica.

Para revertir esto, la reducción del peso del Estado en la economía tiene que venir acompañada de una merma significativa de la carga impositiva. El problema de este de este sistema no termina acá. Además de su peso, está su complejidad de que hoy los argentinos están sometidos a más de 150 tributos, entre nacionales, provinciales y municipales. Este es un costo escondido que absorben las empresas e individuos”.

“Además de reducir la carga impositiva, tenemos que simplificarla. Para esto es necesario el compromiso de los gobiernos provinciales y municipales. Los argentinos merecen ser libres, merecen dedicar su tiempo y recursos a desplegar toda su creatividad y talento a crear riqueza; no a llenar formularios y pagar decenas de impuestos incomprensibles.

Por último, es central lograr un sistema impositivo estable. Una economía capitalista se basa en la posibilidad de poder hacer cálculo económico, que los agentes económicos puedan inferir cuáles van a ser sus ingresos y gastos en el futuro. En Argentina esto se ha vuelto imposible, no solo por la inflación, sino que por la voracidad fiscal de la política constantemente se han creado impuestos para cubrir gastos innecesarios. Muchos de estos, como el impuesto al cheque o Bienes Personales eran transitorios, pero ya llevan más de dos décadas esquilmando el bolsillo de quienes lo pagan. Necesitamos el compromiso de todas las partes para lograr un sistema impositivo que no asfixie la actividad privada, que sea simple y que perdure en el tiempo”.

Sexto: rediscusión de la coparticipación federal. También firmamos aquí el compromiso de rediscutir la coparticipación federal de impuestos, para terminar para siempre con el modelo extorsivo que padecen las provincias. Nuestro federalismo es fraudulento, castiga a quienes son fiscalmente responsables y productivos; y solo sirve para que desde Buenos Aires los políticos extorsionen a las provincias a cambio de favores políticos. Por un lado tenemos una coparticipación federal de impuestos que pervierte todos los incentivos a progresar. Bajo un supuesto principio solidario, les trae a las provincias que hacen los deberes con cuentas públicas ordenadas y economías productivas, para subsidiar a quienes viven de lo ajeno. Tenemos que incentivar a quienes apuestan por el desarrollo del sector privado en vez de castigarlo. Por el otro, se volvió una costumbre en las últimas décadas que desde Buenos Aires la política distribuya recursos discrecionalmente para beneficiar a sus aliados políticos. Nosotros cortamos de cuajo esta práctica, reduciendo estas transferencias a cero, pero necesitamos el compromiso de todos para que estas prácticas no vuelvan más.

Cada una de nuestras provincias tiene todo para progresar y valerse por sí misma en una economía libre de mercado y próspera. No necesitan de un federalismo fraudulento que solo le sirve a la política de Buenos Aires. Discutir la coparticipación parece a priori una tarea ciclópea, pero nunca hubo en la historia un Gobierno Nacional con mayor predisposición a devolverle a las provincias lo que es suyo que el nuestro. Tenemos que poder encontrar un camino de acuerdo en esta materia.

Séptimo: recursos naturales. El otro compromiso que firmamos hoy aquí, y para el cual vamos a necesitar la voluntad de las provincias, es el compromiso de explotar los recursos naturales que Dios nos ha dado. Dios bendijo a nuestra tierra con una riqueza enorme en recursos naturales. Nos dio la posibilidad de que en cada rincón de la patria los argentinos puedan crear riqueza y desarrollar sus vidas de manera digna. Pero los políticos han escuchado más la demanda de minorías ruidosas y organizaciones ambientalistas financiadas por millonarios extranjeros, que las necesidades de prosperar que tienen los argentinos. Nosotros venimos a cambiar eso, a dejar atrás la demagogia buenista que condena a la miseria a millones de argentinos para tener el beneplácito de unos pocos acomodados. La naturaleza debe servir al ser humano y a su bienestar; no a la inversa. Los problemas ambientales tienen que poner en el centro al individuo, por eso el principal problema ambiental que tenemos es la pobreza extrema. Y esto solo se soluciona si aprovechamos nuestros recursos. Llegamos al ridículo de compartir cordillera con Chile y no producir cobre, mientras ellos exportan más de 50,000 millones de dólares al año de este mineral; más del doble de lo que nosotros exportamos en soja. Llegamos también al ridículo de trabar la explotación de nuestros recursos marítimos, una de nuestras riquezas más abundantes, logrando únicamente que estos sean apropiados por potencias extranjeras. Tener el compromiso de explotar nuestros recursos naturales es tener un compromiso con la necesidad real de nuestro país, con terminar con la pobreza y con que haya oportunidades de crecimiento para todos los argentinos en cada rincón del país.

Octavo: Reforma laboral. Por supuesto que nada de todo esto será posible sin avanzar en una reforma laboral moderna, que promueva el trabajo formal. Sobre este tema no puede haber dudas, el régimen laboral que impera en la Argentina desde hace 50 años es obsoleto y dañino. Para el mundo laboral que tenemos hoy, no hay lugar para seguir aferrándose a este modelo, cuando el mundo cambió y sobre todo cuando la Argentina cambió, y en la dirección equivocada; arrastrada hasta el fondo del mar por el ancla que es el sistema laboral vigente. Es un régimen con normativas vetustas, que hace casi imposible contratar a alguien formalmente. Por eso dos de cada diez personas en edad de trabajar tienen un empleo formal y hace 10 años que esta cifra prácticamente no se mueve. En paralelo, lo único que sí creció en la Argentina en los últimos 10 años fue el empleo público, que en los gobiernos provinciales creció un 35% del 2011 hasta acá. Hace décadas que venimos retrocediendo y la dirigencia política y sindical ha querido tapar el sol con las manos. Ha preferido dejar que se hunda la economía y que el mercado laboral formal desaparezca antes que habilitar la conversación para modificarlo. Debe entenderse que la legislación laboral actual se pensó para un país que había eliminado la pobreza y no tenía desempleo. Este país no existe más. Somos un país pobre, con la mayoría de la población trabajando en condiciones precarias. Necesitamos generar trabajo. Trabajo formal de calidad. Y para eso es indispensable generar riqueza.

Es hora de reconocer que meter el problema bajo la alfombra no lo hace desaparecer, solo lo empeora. Es hora de aceptar que lo mejor para un trabajador es un empresario y que para que haya más trabajadores y empleo de mejor calidad tiene que haber más empresas. Es hora de aceptar que tiene que ser rentable para las empresas contratar, no un acto solidario. Y es hora de aceptar que tiene que ser posible para las empresas despedir sin enfrentar un litigio infernal, porque con la legislación laboral que tenemos estamos perjudicando a las empresas, pero mucho más todavía a los trabajadores.

Noveno: reforma previsional. No podemos avanzar en una reforma laboral sin una profunda reforma del sistema previsional, que le dé sostenibilidad al sistema y garantice el respeto a quienes aportaron. El sistema previsional y de jubilaciones argentinos está quebrado y tiene un diseño de incentivos que lo hace insostenible e inmoral. A los factores demográficos como el envejecimiento poblacional, o que la esperanza de vida haya pasado de 64 a 76 años en cinco décadas, se le suma un sistema de jubilaciones absolutamente perverso. Por cada jubilado solo hay 1,8 trabajadores activos, cuando en realidad se necesitarían cuatro. Esto no es casualidad. Se debe a que tenemos una legislación laboral que incentiva la informalidad y un sistema previsional que le roba a quien aportó para dárselo a quien no. Esto quita cualquier incentivo a aportar al sistema. Necesitamos un sistema previsional que respete el aporte y ahorro de toda una vida. Pervierte la moral de un país que se valore de la misma manera a quien se esforzó, trabajó y aportó toda una vida, que a quién no lo hizo. Esto aplica tanto a lo previsional como a lo educativo, lo impositivo y lo federal. En Argentina los incentivos están dados vuelta: se premia al que no hace y se castiga el que hace; se beneficia el que no cumple, mientras se perjudica el que cumple. Esta lógica perversa que es transversal a todos los temas de la vida social debe terminarse.

Décimo: apertura y comercio global. Finalmente, y por último, firmamos aquí también el compromiso con la apertura al comercio internacional, de manera que la Argentina sea protagonista del mercado global. Nuestra economía es la tercera más cerrada del planeta, solamente superada por la de Sudán y Etiopía. Esto es un coto al progreso y al bienestar de todos los argentinos. La política nos ha querido convencer, de manera demagógica, que cerrar la economía era proteger a los argentinos. Nunca se ha dicho algo tan falso como esto. Una economía cerrada solo sirve para proteger a unos pocos amigos del poder para que puedan vender productos más caros y de peor calidad a los 47 millones de argentinos.

Una economía cerrada imposibilita que miles de empresas, emprendedores y profesionales argentinos puedan vender sus bienes y servicios al exterior. Esto bloquea la posibilidad de miles de puestos de trabajo bien pagos en nuestro país. A diferencia de los que han gobernado antes, nosotros confiamos en el potencial argentino para ser protagonista en el mercado mundial. Confiamos en que nuestros compatriotas tienen la capacidad y la creatividad para ofrecer bienes de gran calidad que pueden competir y conquistar los mejores mercados del mundo. El libre comercio, tan vilipendiado en Argentina las últimas décadas, es el motor del progreso del mundo. No hay ninguna posibilidad de crecimiento si no nos abrimos al comercio. La Argentina debe dejar de darle la espalda al mundo. Debemos ser protagonistas del comercio mundial en las próximas décadas. Tenemos todo para hacerlo.

Finalmente, estas 10 ideas que hemos desarrollado brevemente son los 10 pilares sobre los que vamos a reconstruir el edificio de nuestra nación. Pero estas 10 ideas no pueden quedarse en lo declamativo. No vinimos acá a construir relato, vinimos acá a construir una nación. Por ese motivo, hemos decidido crear el Consejo de Mayo, que tendrá la tarea de traducir cada uno de estos incisos a legislación efectiva que enviaremos al Congreso. Esperamos que, contando con el aval de todos los actores económicos de la Argentina, podamos materializar en reformas legislativas los principios aquí esbozados.

Hace pocos meses, en la celebración del 25 de mayo, hablé de que la gran historia argentina está marcada por el paso de generaciones de patriotas. Son las generaciones de los que todos aprendimos en los libros de texto cuando éramos chicos: la generación de Mayo, que se rebeló contra el yugo de un régimen corrupto e inmoral que parasitaba la vida de los argentinos para tributar a la corona; la generación del 37, de Alberdi y Sarmiento, que pensó por primera vez el país y escribió las ideas y principios según los cuales se iba a desarrollar; la generación del 80, que tradujo esas ideas a un proyecto político de prosperidad e hizo de la Argentina una potencia admirada por el mundo entero. Todos hemos escuchado acerca de aquellos hombres que conforman el gran panteón de héroes de nuestra patria. Los recordamos como seres superiores, divinos, hechos de una arcilla distinta al resto de los mortales, pero en el fondo eran hombres de carne y hueso. Ellos tenían, como dicen las sagradas escrituras y como pidió el rey Salomón al Creador, sabiduría para distinguir el bien del mal, coraje para elegirlo y también la templanza para mantenerse en el camino aunque las circunstancias parecieran demasiado adversas en ese momento.

Y en estas cualidades vistas desde el lente del presente, parecen divinas porque son escasas, pero son humanas, son posibles y pueden ser encarnadas por cada uno de nosotros. Hoy, después de haber probado 100 años seguidos cuanto experimento hubo y después de haber tocado la profundidad del abismo como país, la gran mayoría de los argentinos tiene conciencia de que extraviarnos nos ha costado muy caro. Y cuando la sociedad reclama un cambio profundo y los tambores de la historia vuelven una vez más a redoblar, le toca nuevamente a hombres, no a seres divinos, sino a meros hombres y mujeres estar a la altura de lo que la historia demanda. Por eso, no solo tenemos la oportunidad histórica, sino también la obligación de acudir a ese llamado, la obligación de seguir el ejemplo moral y cívico de aquellos argentinos ilustres, la obligación de recoger juntos ese guante y de volver a ser una generación de patriotas, de animarnos a hacer lo que la historia demanda, inclusive si el costo de hacerlo fuera renunciar a nuestra reputación o intereses personales, y de volver a abrazar, por primera vez en 100 años, las ideas que abrazaron nuestros héroes de la patria, las ideas que transformaron un país de bárbaros en una potencia mundial en cuestión de pocas décadas, que son también las ideas que hicieron de Occidente la hazaña civilizatoria más imponente de la historia de la humanidad y que a mí me gusta llamar las ideas de la libertad.

Sé que para algunos parece una tarea imposible. Sé que muchos argentinos están cansados y sienten que hemos expendido demasiados esfuerzos al servicio de la nada en los últimos años, y que tratar de salir adelante en Argentina a veces se siente como cargar con la piedra de Sísifo. Pero les digo, sabemos que una Argentina distinta es imposible haciendo lo mismo de siempre, y no vamos a parar hasta cambiar de raíz los males que aquejan a nuestro país. Estamos seguros de que si lo hacemos juntos, tendremos éxito, porque ya lo hemos hecho en el pasado y lo podemos volver a hacer, porque no somos cualquier pueblo, somos la Argentina. Y porque la victoria en el campo

de batalla no depende de la cantidad de soldados, sino de las fuerzas que vienen del cielo. ¡Viva la patria y viva la libertad, carajo! ¡Viva la libertad, carajo! ¡Viva la libertad, carajo! Muchas gracias a todos, gracias por tanta grandeza, gracias por este gesto patriótico. ¡Muchas gracias!

(*) Fuente: La Capital de Mar del Plata.

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