Por Paul Battistón.-

Su retracción territorial, pero mucho más, las restricciones a su constante alimento del estado comienzan a dejar de manifiesto la verdadera naturaleza del autopercibido movimiento como el de un ecosistema logrado con el delimitado de su contorno en primera instancia con un mandato doctrinario.

Es un ecosistema, y una democracia no necesariamente contribuiría a su equilibrio. Nada que permita el filtrado a través de sus límites podría redundar en el sostenimiento de un sistema parasitario que adherido al estado vive de aprovecharse de una erosión que ningún mercado aceptaría. De ahí su predestinado rumbo al encierro fruto de los controles sobre las libertades básicas de comerciar y disponer de la propiedad privada.

Todas las secuelas gubernativas y remakes del movimiento conllevaron el refuerzo de sus contornos y el intento del corrimiento de los mismos a los límites mismos del estado (las fugas son inapropiadas para el sistema). Esta secuencia repetida anticipa cualquiera de sus llegadas con la variable desconfianza y el ecosistema parasitador respondió siempre con controles extra normativos, mayores restricciones a las libertades y debilitamiento de los derechos a la propiedad privada.

La resonancia es inmediata. De ahí al control pervertido en manos de ineficaces y las restricciones más básicas como circular sólo hay un pequeño trecho temporal. Las consecuencias defensivas de un mercado atacado serán contrarrestadas con un cierre más estricto, lo cual conduce al siempre pretendido desacople de la economía planetaria. El aislamiento tan festejado, que permitirá al ecosistema sobrevivir llevando adelante esa debacle de miseria sustentable, donde la justicia social hará que esa miseria sea equitativamente distribuida a excepción de quienes ejerzan esa patriótica (ecosistémica) tarea de sostener el encierro y la regulación. No hay moneda que sobreviva a ese desacople pero ese mismo desacople es el que les permite esa estafa donde la divisa se vuelve divisible hasta el infinito llevando la miseria de su devaluación a todo rincón mediante el reparto de la miserable dádiva del ecosistema presente hasta la asfixia.

Retraído a su charco madre (Pcia. de Bs. As.), el ecosistema comienza a oler a descomposición. Los especímenes más tóxicos logran mimetismo con esa atmosfera concentrada. Así, un periférico de la irracionalidad perversa como Grabois de repente se empareja con la toxicidad del ambiente y suena a la par de la irracionalidad infantil de Kicillof.

La resurgida micromilitancia de la desesperación mendigando escucha, los funcionarios del charco concentrado ensayando videos de tik tok o la pretensión de una marcha “oficial” reclamando partidas, son avanzadas lanzadas desde el atrincheramiento contra las medidas que amenazan con una aceleración del desecado del ecosistema. La Ley Bases era la concentración de muchas de esas medidas en un solo objetivo, de ahí la indisimulada resistencia sin opción de diálogo. El golpe de la aprobación de la ley (aún incompleto) no sólo es económico, es también estratégico exponiendo la resistencia a la misma no sólo como parte de la casta sino como conexiones funcionales al suministro del ecosistema parásito.

Grabois, Kicillof, Máximo Kirchner. ¿Cuánta más irracionalidad a contramano del sentido común y ético puede dar la toxicidad de ese ecosistema al borde de la putrefacción?

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