Por Luis Américo Illuminati.-

«Pero cuando el Hijo del Hombre venga, ¿hallará fe en la tierra?» (Lucas 18:8).

«La Iglesia en crisis. El derrumbe de las vocaciones obliga a los seminarios católicos a alquilar sus instalaciones para sobrevivir.

Manifiestan algunos religiosos consultados que la falta de vocaciones religiosas tiene correlación directa con la pérdida de fieles católicos y la poca participación de las nuevas generaciones en las comunidades parroquiales. El Seminario Metropolitano Inmaculada Concepción ocupa toda una manzana del barrio de Villa Devoto adonde han venido a estudiar y vivir seminaristas de otras diócesis que, por falta de vocaciones han cerrado sus seminarios han tenido que cerrar sus puertas y alquilar sus instalaciones» (La Nación, María Nöllmann, 26 de junio de 2024).

Actualmente no es ninguna novedad -a diferencia de 40 ó 50 años atrás- que los templos católicos están casi vacíos. Hoy día nadie quiere ser Cura. La fe religiosa ha disminuido notablemente y todo indica que tiende a seguir disminuyendo en todo el mundo. El abandono y desinterés por la carrera sacerdotal, por un lado, y la tibieza y, por el otro, la indiferencia de las nuevas generaciones respecto de los asuntos religiosos, además de la alarmante deserción de muchos fieles de la Iglesia, obedece a varios factores, pero principalmente -aunque la jerarquía eclesiástica lo niegue- la causa es endógena. Tiene que ver con un fenómeno de vieja data llamado progresismo -una suerte de herejía moderna condenada por varios papas mucho antes del Concilio Vaticano II- se instaló en la Iglesia y que, en la década del 60 en la Argentina tomó el nombre de «Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo», de clara tendencia marxista, curas que adoctrinaron a los futuros Montoneros. Esto es algo de lo que el Papa no habla. Y su principal asesor y mano derecha es el reconocido sacerdote argentino (tercermundista) «Tucho» Fernández. Son los que permiten mitines y cánticos políticos durante la misa. Son muy pocos los obispos y arzobispos que no viven como príncipes, nadie de la jerarquía eclesiástica del Vaticano vive como San Francisco de Asís.

El Padre Leonardo Castellani (1899-1981), jesuita santafesino, escritor, ensayista, poeta y teólogo, durante 20 años la jerarquía eclesiástica lo persiguió, lo suspendió, lo prohibió, casi termina como el monje Giordano Bruno por denunciar imposturas y desviaciones en el seno de la Iglesia y la mala formación impartida en los Seminarios Católicos de la Argentina, errores neo-modernistas condenados por «Pascendi Dominici gregis», encíclica papal promulgada por San Pío X el 8 de septiembre de 1907. En dicha encíclica el papa condenó el modernismo teológico y tomaba medidas para evitar que su error dañase a la fe de los católicos. El error y distorsión del progresismo es que pretende que la Iglesia se adapte al mundo, se mundanice, cuando en realidad es el mundo, el hombre -como ha sido por siglos- el que debe adaptarse a la doctrina y dogma invariable de la Iglesia. Pretende que contemporice con el comunismo, el materialismo y con las más variadas filosofías existencialistas y evolucionistas.

No es casualidad que la disminución de las vocaciones sacerdotales paralela a la deserción de fieles de los templos comenzó a partir del Concilio Vaticano II, que introdujo reformas aparentemente formales pero que eran sustancialmente incompatibles con la tradición milenaria y con aspectos inmutables de la Iglesia. Esto contrasta notablemente con el extraordinario fervor religioso que se vio en la multitudinaria afluencia de fieles al XXXII Congreso Eucarístico Internacional celebrado en Buenos Aires en 1934, en donde estuvo presente el enviado papal el Cardenal Eugenio Pacelli quien luego sería Pío XII.

Contra el modernismo se pronunció Monseñor Marcel Lefebvre (1905-1991) en la década del setenta y si bien fue suspendido «a divinis» por el Papa Pablo VI, la sangre no llegó al río ya que el papa Benedicto XVI terminaría retirando las excomuniones, en busca de “consolidar las relaciones recíprocas de confianza, así como intensificar y hacer estables las relaciones de la Fraternidad San Pío X con la Sede apostólica”. Al no haber cisma de ninguna clase se permitió que el tradicionalismo pudiera funcionar bajo el nombre de «Fraternidad Sacerdotal San Pío X» -fundada por Monseñor Lefebrve- institución católica que sigue ordenando sacerdotes en Ecône (Suiza) bajo el rito de la Santa Misa en latín que prescribió a perpetuidad el Papa San Pío V cuya liturgia modificó el Concilio Vaticano II.

El inmenso entusiasmo que en un comienzo suscitó entre un gran número de católicos el Concilio y las reformas conciliares disminuyó rápidamente para dar lugar a una observación sumamente amarga. Pues el mismo Pablo VI lamentaría la «autodemolición de la Iglesia» (Discurso del 7 de diciembre de 1968) y el humo de Satanás (29 de junio de 1972) y esto no lo decía precisamente por los tradicionalistas o preconciliares.

En medio de la crisis Monseñor Lefebvre dijo: «Hay que reconocer que el Papa Pablo VI planteó un serio problema a la conciencia de los católicos. Ese Papa causó a la Iglesia más daños que la revolución de 1789» (Carta Abierta a los Católicos Perplejos, 1985, p. 198).

Una postura similar a Monseñor Lefebvre mantiene hoy día contra el Vaticano -aunque más drástica- Monseñor Carlo María Viganò -arzobispo italiano retirado- que en agosto de 2018 acusó a diversos altos dignatarios de la curia romana e incluso al papa Francisco de haber encubierto los abusos de un cardenal estadounidense y hasta pidió la renuncia del Pontífice. Entonces como represalia fue acusado por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe (DDF) de haber cometido el delito de Cisma. Viganò desempeñó diversos cargos dentro de la curia romana, el último de los cuales fue Nuncio Apostólico en Estados Unidos de 2011 a 2016. Viganó no respondió a la citación cursada y no se enfrentará al juicio por sospecha de cisma, dijo en una declaración publicada el sábado en ExurgeDomine.it.

Viganó reitera lo ya dicho desde el comienzo: «La «iglesia» de Bergoglio no es la Iglesia católica, sino esa ‘iglesia conciliar’ nacida del Concilio Vaticano II y recientemente rebautizada con el nombre no menos herético de ‘iglesia sinodal’. Si es de esta «iglesia» de la que se me declara separado por cisma, será para mí un motivo de honor y orgullo».

Agrega Monseñor Viganó: «Por lo tanto, deseo dejar claro que no fui al Vaticano [el 20 de junio], y que no tengo intención de ir al Santo Oficio el 28 de junio, y que no he entregado ninguna declaración o documento en mi defensa al Dicasterio, cuya autoridad no reconozco, ni reconozco la autoridad de su Prefecto, ni reconozco la autoridad de quien lo nombró. No tengo ninguna intención de someterme a un juicio espectáculo en el que aquellos que se supone que deben juzgarme imparcialmente para defender la ortodoxia católica son al mismo tiempo aquellos a los que acuso de herejía, traición y abuso de poder».

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