Por Luis Américo Illuminati.-

«Un hombre puede sonreír y sonreír y ser un villano. Un villano incapaz de remordimientos, traidor, cobarde, inhumano» (Aldous Huxley: Un mundo feliz).

El escándalo del caso Insaurralde, que se suma a lo de Chocolate y las tarjetas y lo de Batakis en el Banco Nación -y tantos otros que a lo largo de 20 años la gente ya ha perdido la cuenta- han logrado que gran parte de la ciudadanía le sea indiferente la podredumbre que ha alcanzado el kirchnerismo, que un país en serio hace rato hubiera desatado una revolución francesa.

Al electorado zombi que votará a Massa no le interesa un ápice que los dirigentes se den la gran vida en Marbella o en las Bahamas ni les importa que roben y se hayan convertido en ultra millonarios, mientras a ellos les tiren unos huesos gratis y no tengan que trabajar. Para los individuos de esta porción el libertinaje y la inmoralidad es la fiesta que les agrada. La ministra de Trabajo Kelly Olmos debería presentar la renuncia e irse a su casa, ya que en nuestro país el trabajo ya no existe.

La única fuente de trabajo es el mismo Estado bribón que solamente da empleo en sus propias oficinas a ñoquis que son sus familiares y amigos; al resto que los parta un rayo. Y los sueldos de esta elefantiásica burocracia los pagan los giles contribuyentes con los altísimos impuestos que hay que pagar perentoriamente.

La tremenda inflación que han generado es el principal gravamen, tan pesado como la roca de Sísifo. La sensación de frustración, resignación e impotencia del hombre honesto es la visión de una horrible pesadilla que no termina nunca y donde la figura poderosa que se yergue como un ídolo pagano al que todos tributan es la de un cerdo perverso y apocalíptico.

Asistimos a la fiesta obscena de los faunos. La banalidad se mezcla con la locura, la extravagancia y el nihilismo, esto es un espectáculo morboso, esto es la decadencia en su última etapa, esto es la extinción de todo lo bueno, santo, puro y bello. Los puercos se han adueñado de nuestra casa, una mansión que ahora es una letrina.

Somos como los habitantes de la sórdida granja que describió George Orwell en su novela, donde el cerdo Napoleón mandaba sobre los demás animales: gallinas y ovejas, víctimas dóciles de la demagogia cerduna. Lo mismo que en el régimen kirchnerista, que se caracteriza por no ponerle freno ni a la droga ni a la delincuencia y que igual que el dios pagano Baco o Dionisos facilita toda clase de vicios y desórdenes.

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