Por Enrique Guillermo Avogadro.-

“Cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante”. Ryszard Kapuściński.

Cuando vi a los crápulas y eternos líderes de la CGT encabezar la politizada marcha de San Cayetano en reclamo de pan y trabajo, pensé que el peronismo no podía caer más bajo. Que personajes tan nefastos como Hugo Moyano, esa suerte de Jimmy Hoffa del subdesarrollo, que hace décadas que no trabajan y sin pudor alguno muestran una inexplicable riqueza y que, no vacilan en apretar a los trabajadores para que se afilien a las organizaciones que controlan mientras coaccionan a la sociedad entera con huelgas y aprietes mafiosos cuando sus numerosos negocios personales resultan amenazados, se hayan atrevido a disfrazarse de desocupados y hambrientos repugna al más elemental sentido común.

Pero luego aparecieron los dichos, las fotos y los videos del affaire de violencia doméstica contra “mi querida Fabiola”, que se convirtió en un boom económico para los medios de prensa, desplazando al anterior, la tragedia de Loan, el chiquito de 5 años desaparecido. Sin duda, fue una ilevantable lápida para las delirantes aspiraciones del kirchnerismo, un infierno que la enorme mayoría de nosotros no puede imaginar, de regresar al poder. Su extrema degradación justifica y explica la llegada de Javier Milei y la persistencia de la aprobación que lo acuna, aún en medio del inevitable ajuste económico al que nos condenó el populismo ramplón y ladrón.

El penoso asunto surgió – ¿un inapreciable favor de los sótanos de los servicios de inteligencia? – de la investigación sobre la corrupción de Alberto Caracol Fernández en la injustificable intermediación de sus brokers amigos en los seguros de entidades oficiales con bancos del mismo Estado. Todos los días aparecen nuevos datos que exhiben la voracidad con que el kircherismo saqueó cada rincón, hasta los más recónditos, de la administración pública sin que los jueces y los fiscales, salvo muy honrosas excepciones, hicieran nada para evitarlo. En ese sentido, resulta al menos raro que el Poder Ejecutivo, que todos los días ilumina nuevos escándalos de la herencia, haya formulado tan escasas denuncias formales contra sus autores. ¿Formará esta pasividad parte de algún pacto de impunidad?

Como siempre, en ese chiquero argento de complicidades judiciales con el poder político y empresarial, sobresale la figura de Ariel Lijo, el mismo que ahora es presentado ante la sociedad como el candidato ideal para integrar nada menos que la Corte Suprema de Justicia, el más alto tribunal del país y, por ello, último bastión de defensa de los derechos individuales e intérprete final de la constitucionalidad de las leyes.

A pesar de la multitudinaria lista de instituciones, públicas y privadas, nacionales y extranjeras, y ciudadanos de a pie que nos hemos expresado en contra de su designación y de la publicación de innumerables solicitadas y notas periodísticas que exhiben la nebulosa personalidad de este individuo y las fundadas sospechas que existen sobre el origen ilícito de su patrimonio, Milei continúa sin dar razón de esta locura que, si logra atravesar con éxito el trámite ante el Senado, permitirá a este personaje ejercer allí nada menos que 25 años, garantizando la impunidad de aquéllos que lo acompañen con su voto o con su cómplice ausencia en la sesión definitiva de esa Cámara.

Dado el escaso interés que el Presidente demuestra por lo ajeno a la economía, es altamente probable que haya sido inducido a este gravísimo dislate por su hermana Karina y el asesor todoterreno Santiago Caputo, cuyos nombres no figuraron en las boletas electorales.

Porque debemos recordar cuánto cuesta ser decente en la Argentina y cuánto daño produjo a la sociedad la manipulación política de los órganos del Poder Judicial, ante la inminencia de la discusión en el H° Aguantadero propongo redoblar los esfuerzos y, además de concurrir a las reuniones cívicas que se realicen para mostrar nuestro visceral rechazo, inundar las redes sociales -a las que el Presidente es tan adicto- con el hashtag “#Nisman, sí – Lijo, no”. Tal vez planteado tan brutalmente le permita comprender el monumental disparate institucional que estará cometiendo si finalmente lo designa.

En otro escenario, resultó tragicómico escuchar, desde México, las contorsiones discursivas de Cristina Fernández para intentar salir del brete en el que está, constreñida entre la lealtad a su eterno socio, Nicolás Maduro, en la corrupción que había heredado de Hugo Chávez y Néstor Kirchner, que tanto daño hizo a la Argentina y a Venezuela, y el alto costo que está pagando su espacio político por ello. Es que el apoyo al asesino tirano acredita la falacia que siempre fue el “socialismo del siglo XXI”, la estafa política con que tantos ladrones embaucaron a los países de la región, y que aún sobrevive en Colombia, Brasil y México.

Si los presidentes Gustavo Petro, Luiz Lula da Silva y Andrés López Obrador, que han dejado de reclamar la imposible exhibición de las actas, y que ahora proponen la convocatoria a nuevas elecciones fueran escuchados, habrían logrado su objetivo: perpetuar al chavismo en el poder por décadas. María Corina Machado no aceptará esa nueva trampa. Los venezolanos no sólo escuchan a esa heroína con devoción sino que salen a la calle a poner el cuerpo, con enorme coraje, al insano terror desatado por el régimen, entrenado por Cuba y armado descaradamente por Rusia e Irán.

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