Por Juan José de Guzmán.-

Los abogados, por suerte no todos, suelen cada tanto, darnos muestras de sus habilidades para abandonar sus escrúpulos encontrando los vericuetos legales para defender aquello que es indefendible, a pesar de que pudieran existir razones para alimentar las sospechas alrededor de un hecho por el que se los hubiera convocado y que la defensa, a priori, fuera en dirección contraria a la verdad. Allá irá entonces el abogado, con la lupa, buscando todos los artilugios para que aquello que es blanco, en tanto no haya sido debidamente corroborado, pueda verse de otro color, o encontrar errores procesales que den por tierra con lo actuado hasta aquí, con tal de lograr el sobreseimiento de su cliente.

Esto le podría generar algún remordimiento de su conciencia, pero también, ciertamente, una pingüe ganancia. Por lo que, aquello que en un principio representaba un dilema ético-moral entre lo verdadero y lo falso, pasará entonces a transformarse en un movimiento pendular entre valores y disvalores.

Y así es como podremos encontrar a un “prócer de los derechos humanos y la dignidad de las personas durante el Juicio a la Junta de Comandantes de los 70” patrocinando en la actualidad a personajes sospechados no precisamente de honorabilidad (como el condenado ex Presidente del PAMI, Víctor Alderete), vendiendo sus apreciados servicios desde su propio bufete. U otros que, de promisorios fiscales acusadores decidieron cruzar de vereda para defender a oscuros personajes de la política, como el condenado ex ministro De Vido.

¿Serán, tal vez, sus valores (o disvalores) éticos o sus convicciones morales (y o materiales)? Vaya uno a saber cuáles serán esas razones.

«Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros”, decía Groucho Marx en una de sus máximas.

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