Por Luis Américo Illuminati.-

El justo y merecido final o epílogo de los tres Fernández (Cristina, Alberto y Aníbal) será como el de Gregor Samsa, el personaje de Franz Kafka de la Metamorfosis que, al despertarse una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza, veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos.

Semejante final, si bien es obra de la imaginación, el deseo de justicia de una gran parte de la sociedad que está harta de la corrupción kirchnerista, sentimiento acompañado de una irrefrenable indignación, de repente obra como un rayo que cae sobre la tierra momentos antes de la tormenta eléctrica. Lo que queremos significar es que los tres Fernández tienen la misma naturaleza de un insecto repugnante como la cucaracha. Así juzgaría un entomólogo en reunión con un ornitólogo y un filósofo. Los otros dos -en total coincidencia- compararían al hombre justo con el águila o el cóndor, el hombre que piensa, el hombre digno. Pues, como decía Pascal. «El hombre no es más que un junco, el más débil de la naturaleza; pero es un junco pensante. No es necesario que el universo entero se arme para aplastarlo: un vapor, una gota de agua basta para matarlo. Pero, aun cuando el universo lo aniquilara, el hombre sería todavía más noble que lo que lo mata, porque él sabe que muere y conoce la ventaja que el universo tiene sobre él; el universo no sabe nada. Toda nuestra dignidad consiste, pues, en el pensamiento. El que no piensa, aunque tenga apariencia humana, en realidad no es humano. El hombre-insecto o cucaracha humana no tiene ni dignidad ni empatía, y antes de que su aspecto mute a lo que verdaderamente es, antes ha tenido los más variados oficios, desde encantador de serpientes, criador de cerdos, saltimbanqui, vendedor de humo, obsecuente, polichinela, aprendiz de judas, pícaro diablillo, puntero, dirigente y en la penúltima escala -antes de convertirse en un bicho- depredador de fondos públicos, demoledor de la sociedad y del pueblo al que dicen amar pero en el fondo oculto de sus almas desprecian. En síntesis, son artífices de una sociedad fallida.

Preguntado al respecto, por qué algunas sociedades fracasan, Anton Chejov respondió: En las sociedades fallidas, hay mil tontos por cada mente exitosa y mil palabras torpes por cada palabra consciente. La mayoría siempre sigue siendo tonta y constantemente domina a lo racional. Si lo común y habitual son temas triviales al frente de las discusiones en una sociedad y personas triviales ocupan un lugar central, entonces estás hablando de una sociedad muy fallida. Por ejemplo, millones de personas bailan y repiten canciones y palabras sin sentido, y la persona que escribió la canción se vuelve famosa, conocida y amada. Incluso las personas tienen su propia opinión sobre cuestiones de la sociedad y la vida. En cuanto a escritores y autores, nadie los conoce y nadie les da valor ni peso. A la mayoría de la gente le gusta la mezquindad y el entumecimiento. Alguien que nos droga para hacernos perder la cabeza, y alguien que nos hace reír con tonterías, es mejor que alguien que nos despierta a la realidad y nos lastima diciendo la verdad. Por tanto, la democracia no es adecuada para sociedades ignorantes, porque la mayoría ignorante decidirá su destino. Esto es precisamente es lo que le pasa a la sociedad argentina, patología colectiva a la que hay que sumarle la opinión de la escritora estadounidense Alissa Zinovievna, más conocida en el mundo de las letras como Ayn Rand (1905-1982), que dijo: «Cuando adviertas que para producir necesitas obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebes que el dinero fluye hacia quienes no trafican con bienes sino con favores; cuando percibas que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por su trabajo y que las leyes no te protegen contra ellos sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra ti; cuando descubras que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un auto -sacrificio, entonces podrás afirmar, sin temor a equivocarte, que tu sociedad está condenada. Todo lo cual corresponde a los 20 años de corrupción, impunidad garantizada, anomia y odio kirchnerista, asociación ilícita que conspira para hacer fracasar al gobierno de Milei, un outsider, al que le llaman loco. Están furiosos porque Milei cortó con su motosierra el «nudo gordiano» de la corrupción, sobre todo «las cajas» de los curros de los planes y kioscos de los dirigentes (millonarios) «peronistas», infames gerentes de la pobreza. Una sociedad condenada. Tal como lo está la misma expresidenta y el ex vicepresidente (Amado Boudou) y en breve también lo estará el insuperable títere que en cualquier momento pide asilo en el extranjero para escapar de la justicia.

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