Por Italo Pallotti.-

Hemos sido pioneros en el arte de cometer desatinos que ya cuesta ocultar nuestra vergüenza al momento de pasar revista a los hechos qué, desde décadas y a hoy, nos cachetean con esta realidad que preocupa. Una dirigencia política parece empecinada en no entender, o no le preocupa demasiado, que el país como un todo los involucra. A ellos porque los eligen para gobernar; al resto, a los ciudadanos, porque una vez emitido el voto ya le es imposible manejar nada. Los artífices de un populismo vergonzante, artero e incuestionablemente despreciable no han tenido, como merecen, el castigo que deberían haber tenido. Unos por incapaces, otros por cómplices de esos y una mayoría por corruptos que poco o nada les interesó el buen desempeño de la función para la que fueron elegidos. Tras la quimera de un falso progresismo fueron arreando multitudes a las grandes urbes impulsados por una demagogia exasperante que, además, sin una adecuada planificación los transformaron en verdaderos guetos criollos donde la superpoblación, la falta de estructuras para generarles trabajo, educación y vivienda digna; sanidad y seguridad los hundieron en la más desastrosa marginalidad. Una multitud de víctimas han engrosado las estadísticas de adultos y niños que, carentes de lo más elemental, entraron paulatinamente en la más oprobiosa marginalidad. La catarata de promesas incumplidas para mejorar su situación cayó siempre en saco roto. Los argumentos esgrimidos, tanto como las culpas recurrentes de unos a otros, ya no admite otra cosa que no sea el rechazo y la condena.

Y es así como el hambre, término de moda y que recién “descubren” los gobiernos en vía de conocimiento y preocupación se ha instalado ya no sólo en esos sectores, sino como una mancha de aceite expandida peligrosamente en casi todo el cuerpo social. Las pésimas políticas han desencadenado números que por millones se suman a las estadísticas. En actitud hipócrita, no exenta de un gran cinismo, todos parecen darse recién por enterados. Desde ya que los mentores de esta desvergonzada campaña (entre ellos la Iglesia en un lugar de predicamento en los últimos días) y los recientes inquilinos del poder (con el kirchnerismo a la cabeza) lejos han estado de ese flagelo; y menos aún haber chapoteado en el barro, como hace cada mísero pobre, al salir cada mañana de su rancho de chapa y cartón. Los porcentajes de pobreza, indigencia y exclusión es la respuesta trágica que debemos soportar. Todos (ya tarde) rasgándose las vestiduras como muestra de supuesto dolor y remordimiento, en actos que llenan de bochorno y vergüenza, hasta en lugares reservados a la práctica del culto católico. Apenas tibias reacciones de las máximas autoridades ponen voces de condena a tan ridículas acciones, porque la mayoría de la población creyente repudia semejante espectáculo. Más el cantito de “la Patria no se vende”. Respétenla, al menos, impúdicos. Todo digno de un cambalache de Biblia y calefón.

Un marco de incógnita cubre el porvenir de esta nación, ya encallecida de las promesas de que todo será distinto. Alguien deberá, un día, hacerse cargo de haber provocado la caída del país a niveles de desquicio. Todo quedó averiado. Un mea culpa debe surgir, ya no solo de la clase política, sino de la Justicia (de una vez por todas!) que dejó llegar demasiado lejos a los que hicieron del poder un reservorio para infectar todo el manejo de la cosa pública, de modo corrupto y despiadado. Y en el supuesto que las intenciones de lo nuevo, con referencia al flamante gobierno, algo intente deberá ser implacable en enfrentar al viejo sistema populista y demagógico, qué sin escrúpulos de ningún tipo, con funcionarios bien conocidos y entrenados; con viejos resabios de artimañas y artilugios, trata de obstaculizar cualquier ensayo que nos saque de la decadencia y la incultura. De no hacerlo, mal pronóstico. Procesar el infortunio heredado será misión de todos. Decía Sarmiento “los pueblos no tienen un carácter activo en los sucesos. Sufren, pagan y esperan”. Soñemos que esta trilogía no sea eterna.

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