Por Luis Américo Illuminati.-

«La belleza salvará el mundo” (Fiódor Dostoievski).

Francia está podrida. Es el colmo burlarse de la Santa Eucaristía consagrada en la Última Cena, cuadro de Leonardo Da Vinci, una escena sublime. Burlarse de Dios es algo abominable. Una encendida polémica, indignación y rechazo ha generado en los Juegos Olímpicos Paris 2024 la representación por parte de un conjunto de Drag Queen de «La última cena», la famosa obra de Leonardo da Vinci. La performance consistió en una gran mesa donde varios miembros del colectivo LGTBIQ vestidos de manera extravagante, ocuparon las posiciones de los personajes en el icónico cuadro, como una forma aberrante de relacionar a Baco o Dionysos -dios mitológico de las borracheras, la locura y los excesos- con Cristo. Dijo Oscar Wilde: «La realidad imita al arte». Pero no cualquier representación o perfomance es arte. Sólo es arte lo que eleva y salva al hombre de la corrupción y la locura. Únicamente la belleza salvará el mundo. La bondad es belleza, belleza moral y estética van de la mano. La maldad es lo feo, lo oscuro y pervertido. ¿Es Cristo la belleza que salvará el mundo? En última instancia, no hay belleza mayor que el amor que ha vencido a la muerte. El amor de Aquél que da la vida por sus amigos es lo más bello que conoce el mundo. La belleza que salva, que salva de verdad, es la del amor que llega al extremo del sacrificio redentor. Por eso, la belleza que salvará el mundo es Cristo. Dios se hizo hombre para salvarnos, murió para darnos vida y ofrecernos la resurrección. Los Santos Evangelios confirman el triunfo de la belleza sobre la muerte: la sobrecogedora belleza de la Resurrección. La belleza del amor de Cristo es la que nos salva, es algo que debemos descubrir, atesorar y difundir con todas nuestras fuerzas. ¿No estamos aquí frente al misterio más importante de nuestras vidas? Amar a los demás como Cristo nos amó a nosotros, es decir, amar hasta el extremo de padecer y de morir por el bien del otro, es el secreto del sentido de nuestra existencia en este mundo. Si lo aprendemos, participaremos en la salvación del mundo y no mediante su escarnio o burla como lo hicieron los fariseos, sus esbirros y los soldados romanos al caer en manos de sus enemigos que lo llevaron a la cruz. Y en sus instantes finales elevó sus ojos al cielo y pronunció aquellas inefables palabras: «Señor, perdónalos porque no saben lo que hacen». El arte convertido en simulacro, ludibrio y atentado contra el buen gusto, el sentido y la virtud, no es arte ni antiarte sino una blasfemia, como diría Dostoievski.

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