Por Luis Alejandro Rizzi.-

Juan Carlos de Pablo escribió en el diario “La Nación” refiriéndose a Javier Milei: “Luego de aclarar que no soy psiquiatra, respondo de manera categórica: “¡No está loco!” Lo cual genera enorme alivio entre quienes me escuchan, señal de que la cuestión preocupa.”

Para los legos, “la locura” es una privación del juicio o del uso de la razón, no recuerdo, se me puede haber pasado, que se haya calificado a Milei como “loco”, para que De Pablo lo tenga que venir a desmentir.

Es cierto, algunos los han calificado como “insano” pero no en términos médicos, sino políticos, en todo caso como “insulto”, lo que podría constituir una injuria o un agravio, que según su magnitud podría ser materia de una acción judicial. No más.

Tampoco soy psicólogo, pero no dudo en creer que Milei padece de neurosis, que se pone en evidencia por su inestabilidad emocional, siempre enojado y muy agresivo, y probablemente en su dimensión religiosa, que lo lleva a configurar una personalidad compleja, que esconde su debilidad y su incultura.

Busca distinguirse con su imagen de “guerrero” y en su visión agonal de la política. En esa suerte de “ostra”, según la tipología de Kunkel, vive escondido el verdadero Milei, una persona vulnerable y extremadamente sensible a lo trivial.

Tiene un modo sádico de relacionarse con la gente, que es la amenaza permanente de “si hacen tal cosa, lo echo”. Ya de su administración salieron echados más de 50 funcionarios. La mayoría de esas “echadas” no resisten el escrutinio racional de una persona normal.

También se nota cierto nivel de fruición cuando se despiden empleados públicos, más allá de la razón, moral, legal o económica que lo justifique, cuando la reducción del tamaño del estado, si bien es una necesidad, debe hacerse con un mínimo de respeto, prudencia y caridad, virtudes carentes en Milei.

Es cierto, sobran “los ñoquis”, pero entre los despedidos por vencimiento de contratos, una forma muy anómala de contratación, había muchas personas muy capaces que trabajaron con esfuerzo y dedicación. En los pocos casos que conozco, se privilegió militancia o “amistad” por sobre la idoneidad. No creo que haya sido casualidad.

La administración del país deja mucho que desear y parecería que se usa lo baladí para distraernos de lo real.

Ayer hubo otra muestra de desmesura inaceptable, convirtiendo una mala travesura, en “hecho político” como fue, en definitiva, la “cargada” de jugadores de la selección contra la selección francesa de fútbol, que perdió la final con Argentina en el mundial 2022 y la Eurocopa a manos de España, el domingo pasado.

El propio autor de la “travesura” o “cargada” se dio cuenta de su desmesura y mostró un profundo y sencillo arrepentimiento.

Aclaremos: la “cargada” no pasa de ser una burla o broma que puede ser de mal gusto, pero no pasa de allí; por otra parte, así lo reconoció el propio Enzo Fernández, en una prueba de madurez y equilibrio emocional.

Sin embargo, un funcionario fue “echado” por haber sugerido una disculpa que ya había sido dada.

Pero lo más desmesurado estuvo a cargo de la vicepresidente, que llevó “la cargada” al ámbito de la política internacional, en una declaración disparatada, que realmente la descalifica como funcionaria.

Le diría a De Pablo: nadie habla de “locos”. Distingo entre buena y mala gente, creo en las neurosis del presidente, no lo digo como diagnóstico, y en el gobierno hay mucho de “chifladura” en política y economía.

No hay seriedad, ni Caputo es un prócer, a lo sumo un “trader” ni Milei, merece, por lo menos por ahora, un premio Nobel, ni se advierten niveles de excelencia en la gestión.

Parece que sólo se pondera la obsecuencia.

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