Por Hernán Andrés Kruse.-

En su edición del 12 de mayo, Infobae publicó un artículo de Ernesto Tenembaum titulado “Las ideas de ultraderecha que nadan, cómodamente, en la piscina presidencial”. El autor alude a la estrecha relación del presidente de la nación con Nicolás Márquez, director de Prensa Republicana y principal referente de la ultraderecha en la Argentina. En los últimos días Márquez, con la colaboración de Nicolás Duclós, publicó un libro referido a la biografía de Milei (“Milei, la revolución que no vieron”). Para popularizar su libro el autor concedió varias entrevistas en las que puso de manifiesto su homofobia, su insistencia en negar los campos de concentración durante la dictadura militar y el robo de bebés por parte de militares durante ese período.

En la presentación de su libro en la Feria del Libro asistieron la Secretaria 1 de la Comisión de Ciencia y Técnica, Lilia Lemoine, el diputado nacional libertario Bertie Benegas Lynch y el periodista e historiador Juan Bautista Tata Yofre. La presencia de Bertie Benegas Lynch pone en evidencia la cercanía del liberalismo libertario o anarcocapitalismo con la ultraderecha, con aquella ideología totalitaria del siglo XX que legitimó la persecución y exterminio de homosexuales, negros, judíos o, simplemente, de quienes osaban pensar críticamente.

Desde la restauración de la democracia hasta la fecha ningún presidente se codeó con ideólogos que profesan estas ideas. Según Tenembaun, dicho acercamiento lejos está de ser fortuito. Por el contrario, Milei no titubea a la hora de bendecir a quienes piensan de esa manera. Tal el caso del pensador Alemán Hans Hoppe, profesor emérito de economía en la Universidad de Nevada (Las Vegas) y miembro distinguido del Instituto Mises. En uno de sus libros-“Democracia, el Dios que falló”, aboga por el aniquilamiento de dicho régimen político. Y en otro-“Por un libertarianismo realista”-hace una reivindicación de la supremacía de los hombres blancos heterosexuales.

Como bien señala José Benegas, primo segundo de Alberto Benegas Lynch (h), “la racionalidad del proyecto liberal no es liberal, es fascista, eso es lo que llaman la batalla cultural. Es un intento de que la sociedad sea gobernada por otros “puros”, que no son de raza, sino de género, de orden. Eso es Bertie Benegas Lynch, que quiere a Márquez con una banca. Lynch es peor que Márquez porque lo apoya para que diga lo que él quiere decir, mientras repite lo del proyecto de vida del prójimo. Es un proyecto, en realidad, sustentado en joder la vida del prójimo”.

Tenembaum alude a la inquietante presencia de referentes de la ultraderecha en el gobierno del libertario Javier Milei. Es importante, por ende, desentrañar el significado de la ultraderecha, sus características, sus actores y sus enemigos. Tal el objetivo del ensayo de Álvarez-Benavídez, Antonio y Emanuele Toscano titulado “Investigar la extrema derecha del siglo XXI: características, significados, actores y enemigos” (Encrucijadas-Revista Crítica de Ciencias Sociales-Volumen 21-2021)

LA NOUVELLE DROITE Y LAS NUEVAS DERECHAS CONTEMPORÁNEAS

“Sin lugar a duda es esencial acudir a los procesos y contextos históricos específicos para comprender el desarrollo y la evolución de las formas de extrema derecha y de algunos elementos centrales de su ideario. En ese sentido, los años setenta y ochenta y la figura de Alain de Benoist son esenciales. Efectivamente la Nouvelle droite es un fenómeno articulador y explicativo al que acuden muchos de los textos del monográfico, pues rápidamente se convirtió en uno de los referentes intelectuales de la extrema derecha europea y posteriormente mundial. Como señala Michel Wieviorka, es una extrema derecha que acepta las reglas del juego democrático, que reformula su ideología para adaptarla a estas reglas y que abandona la violencia.

Para entender esta transformación es imprescindible, según el sociólogo francés, comprender los procesos sociales que se estaban produciendo en ese momento en Francia, con una inmigración que comenzaba a ser el enemigo político de la extrema derecha representada en el Front National. Así, la inmigración se convertirá en la Europa occidental en uno de los elementos esenciales que muestran la reformulación ideológica de la Nouvelle Droite, que abraza el etnopluralismo o etnodiferencialismo, una evolución del racismo biológico al cultural en el que se afirma que se valora y promueve la diversidad evitando la inmigración, el mestizaje y preservando de manera compartimentada cada cultura en su lugar de origen. Tropos como este van a provocar que la extrema derecha tenga cada vez más relevancia dentro de la democracia y que, en cierto modo y como señala Albanese, se sienta cada vez más cómoda en su interior.

Sin embargo, esta reformulación ideológica que genera interpretaciones del ultranacionalismo y del rechazo a la diversidad que pueden llegar a encontrar acomodo en democracia, pueden también devenir en articulaciones absolutamente radicales en sujetos, formaciones y movimientos neonazis, neofascistas o supremacistas, como señala la profesora Kathleen Blee en su análisis sobre la evolución del supremacismo blanco extremista en Estados Unidos, fenómeno que lleva estudiando cuatro décadas. Es evidente, por ejemplo, la conexión entre el etnodiferencialismo y el movimiento identitario, pues de hecho es el propio de Benoist uno de los grandes responsables en adaptar alguno de los preceptos básicos de la Nouvelle Droite a esta nueva corriente ideológica de la extrema derecha francesa durante el inicio del nuevo milenio.

Es igualmente reconocible su eco en colectivos de un espectro “más moderado” como los también reformulados Rassemblement national o la Lega, al igual que en colectivos neofascistas que se afirman no violentos como Hogar Social o Casa Pound. Como señala Rueda, también es clara su influencia durante la última década en una Alt-right neofascista, aunque no siempre o necesariamente violenta y antidemocrática en todas sus formulaciones. Pero, al mismo tiempo, es incuestionable su determinación en otros colectivos y tendencias abiertamente violentos, incluso terroristas, que rechazan frontalmente y sin ningún atisbo de duda la democracia, como describe Blee cuando analiza el impacto de la teoría del Gran Reemplazo en el supremacismo blanco extremista”.

LA DERECHA RADICAL Y EL FASCISMO

“Por ejemplos como los que acabamos de señalar, la diferenciación entre la extrema derecha radical que acepta la democracia y la que plantea un proyecto al margen es a veces difusa. Así, el término fascismo, a pesar de que aparentemente responde a una ideología específica y que no debería generar confusión, es altamente conflictivo en la actualidad. El texto de Roger Griffin, que reconoce que el antiguo consenso en torno a su definición se ha quebrantado hasta cierto punto, es una disquisición sofisticada de los límites entre unos procesos y otros, en el que además se explora la porosidad de dichos márgenes y los trasvases y a veces complicidades entre formas conservadoras y nacionalistas de derecha, y otras más radicales y cercanas al fascismo.

Uno de los ejemplos más evidentes de la complejidad y plasticidad de los límites de la radicalidad de la extrema derecha y sus deslizamientos hacia el fascismo lo encontramos en España. En la conversación con Matteo Albenese le preguntamos por las diferencias en el uso del término fascismo en España e Italia, y las implicaciones sociales que había detrás de ese concepto. Albanese sostiene que en Italia hubo y hay un movimiento fascista, abiertamente fascista y reconociblemente fascista. La sociedad en su conjunto sabe qué es el fascismo porque se produjo un reconocimiento y un rechazo social e institucional generalizado y mayoritario de este movimiento histórico ―aunque también en momentos concretos se dieran algunos deslizamientos en su uso social. En España, los términos fascismo y fascista son socialmente muy amplios y están muy lejos de la definición académica que promovió Griffin, entre otros, y que generó ese consenso mayoritario a finales de los años ochenta.

El fascismo, señala el profesor británico, es una ideología revolucionaria y antiliberal que considera que la sociedad en decadencia absoluta no tiene otra salida que su refundación basada en los valores del fascismo y a partir de una ruptura total con la democracia, fuente de dicha decadencia. Esa idea mesiánica, que Griffin denomina ultranacionalismo paligenésico, está presente en distintos colectivos neofascistas, neonazis, supremacistas y de derecha extrema radical que en ningún caso aceptan la democracia como marco de representación política.

Quizá una explicación sociológica de por qué el uso y la concepción del fascismo es más difusa en el contexto español está también en la evolución y en las características de la extrema derecha en este país. Como señala el propio Albanese, hay ciertos elementos del ideario del fascismo que se han ido adaptando a las nuevas realidades sociales y democráticas. El racismo y el ultranacionalismo excluyente son dos claros ejemplos. No importa qué tipo de extrema derecha tratemos, pues todas abrazan de una forma u otra el ultranacionalismo y el racismo al mismo tiempo. Incluso el propio Griffin sostiene en su texto que el etnonacionalismo reformulado en etnodiferencialismo de la Nouvelle Droite no deja de ser un subterfugio de un racismo explícito que acercaría a esta derecha al tipo de formaciones que se salen del espectro democrático en cuanto que no aceptan la diversidad como una de las bases incuestionables de la democracia liberal.

Esta interpretación por parte de la Alt-right ha generado formulaciones políticas e ideológicas que, a pesar de ser distintas a las del periodo de entreguerras, son, según Rueda, ineludiblemente fascistas. Pero, al mismo tiempo, y como también menciona Blee en su entrevista, alguno de sus miembros, intelectuales, periodistas y seguidores coquetean, apoyan o cuanto menos ven útiles ciertas extremas derechas democráticas, como el gobierno de Trump. Siguiendo con esta argumentación, Albanese señala que es prácticamente impensable que la extrema derecha parlamentaria optara por una salida fuera de la democracia, como hizo en el pasado, puesto que además de un marco internacional que por distintos motivos lo impediría, se siente cómoda dentro de un sistema democrático en el que se desenvuelve bien ―especialmente gracias a la adopción de los preceptos neoliberales―, y en el que cada vez más pueden defender y acercarse a sus objetivos políticos y sociales.

Siguiendo las distinciones académicas que señalan las diferencias entre la derecha radical y el fascismo o neofascismo, ciertamente la dictadura franquista nunca tuvo una dimensión o pretensión democrática, pero tampoco constituía enteramente un proyecto revolucionario de construcción de una nueva sociedad, más allá de la evidente determinación del ultracatolicismo en su ideario y de un cierto aire mesiánico depositado en el “régimen” y en la figura de Franco. No sería, por lo tanto, una dictadura fascista propiamente dicha, sino, como el propio Griffin describe, un régimen totalitario ultraconservador o parafascista. No hubo un fascismo genérico en España después del golpe de Estado, o lo hubo, pero en formas muy minoritarias y marginales, tanto durante la dictadura como posteriormente.

A pesar de ello, el franquismo contó con el resto de los elementos ideológicos, formas y prácticas políticas que conforman el fascismo clásico: racismo, ultranacionalismo, sexismo, rechazo de la diversidad religiosa, ideológica, sexual, étnica, etc., y autoritarismo, violencia sistémica y eliminación de los adversarios sociales y políticos ―en muchas ocasiones a través de asesinatos y ejecuciones. La transición (con mayúscula y minúscula) hacia un régimen democrático en España se hizo desde la misma estructura y con muchos de los actores que formaban parte de ese régimen, cuya ideología ha seguido latente y permeando las instituciones, los partidos políticos y la ciudadanía.

La derecha española ha podido acomodar en democracia esos elementos de extrema derecha radical en un solo partido hasta el nacimiento de Vox, habiendo resultado infructuosos otros intentos de consolidación de partidos de extrema derecha vinculados al franquismo o de tendencia modernizadora, pues la inmensa mayoría de los electores afines a estas tendencias se decantaban por el Partido Popular. Por lo tanto, la falta de heterogeneidad y pluralidad efectiva dentro de la derecha española hasta hace muy poco, su no distanciamiento y concomitancia con esas posturas radicales y su configuración como un conjunto homogéneo con muy pocas fisuras ―al menos de cara a la ciudadanía―, ha hecho que socialmente el espectro del fascismo (aunque sin fascismo) sea muy amplio.

Además de la clara influencia ideológica en la imposición de este término de la autodenominada lucha antifascista para referirse al otro franquista durante la Guerra Civil y la dictadura ―recuperado durante la Transición―, la lucha política, social y cultural de la izquierda progresista y democrática contra la derecha parlamentaria también ha sido contra aquellos elementos, actores y posiciones políticas propias de la dictadura franquista que se encontraban representadas y arropadas bajo las faldas del Partido Popular y de la democracia, y que se pueden identificar desde distintos sectores sociales y políticos con el fascismo.

Esta indeterminación e indiferenciación de la extrema derecha y una derecha liberal conservadora y moderada se rompería aparentemente con el surgimiento de partidos como Ciudadanos y Vox, con la escisión de la derecha en un partido más liberal y otro abiertamente radical. Sin embargo, a pesar de una cierta matización ideológica (en algunos casos realmente importante), las coligaciones políticas de estos partidos siguen haciéndose siempre y exclusivamente à droite, incorporando sin pudor a la derecha parlamentaria más radical. Tampoco hay, todavía, un cuestionamiento ni un rechazo frontal, claro, evidente, institucional y socialmente generalizado de la extrema derecha franquista ‒(cuasi)fascista‒ (en el grado que se dio en Italia o Alemania). Mucho menos por parte de estos partidos de la derecha, porque la memoria histórica, como afirma Albanese, produce urticaria en España. Así, de la misma manera que Wieviorka y Griffin señalan la existencia de un antisemitismo español sin judíos, podríamos también hablar de un proceso similar, esto es, de un fascismo (y un antifascismo) sin fascismo ni fascistas.

En definitiva, lo cierto es que los elementos que delimitan las distintas formas de extrema derecha son en ocasiones difusos y su trazado genera polémicas académicas, sociales e institucionales, como también discute Juan Castillo Rojas-Marcos en su ensayo “Los contornos de la bestia. Estado actual de los debates en torno a la caracterización del fascismo”. No por ello, como indica el autor, a pesar de la primacía en los estudios de la escuela liberal y su interés en fijar los límites y las características del fascismo, debemos dejar de lado otras interpretaciones y sus aportaciones, como la perspectiva marxista, que permite analizar los vínculos entre la derecha radical y el neoliberalismo, sus complementariedades y su capacidad de servir como vehículo transicional de algunos elementos del fascismo clásico”.

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