Por Hernán Andrés Kruse.-

En su edición del 27 de agosto, El Cohete a la Luna publicó un artículo de Jorge Elbaum titulado “El sueño de la razón”. Escribe lo siguiente: “Dos semanas después de la sorpresa electoral que ubicó a Javier Milei en el primer lugar de las PASO, Juntos por el Cambio intenta integrar sus fragmentos mientras el libertario continúa constituyéndose en su competidor más desafiante. Durante los últimos cuatro años, la alianza cambiante se presentó ante la sociedad como la auténtica oposición al Frente de Todos, hoy agrupado bajo el lema Unión por la Patria. La primera sorpresa de los recientes comicios es que ese lugar de alternativa política ha sido ocupado por los denominados libertarios, responsables de radicalizar el discurso político y situarlo en el borde de un individualismo cariocinético, limítrofe con la “ley de la selva”. La paradoja expuesta en las Primarias revela que el Frankenstein instituido por las propaladoras mediáticas adscriptas al neoliberalismo tiene vida propia; se les escapó de las manos y ahora no saben cómo contenerlo, imitarlo y orientarlo”.

Esta frase condensa a la perfección el diagnóstico que hace el progresismo argentino de la fulgurante irrupción de Javier Milei en el escenario político vernáculo. El libertario es el emblema de una concepción filosófica, política y económica que enarbola la bandera del individualismo más extremo, de un individualismo que sólo tiene cabida si está vigente la ley de la selva, es decir el imperio del más fuerte. Para Elbaum el libertario coincide con un filósofo político que nada tenía que ver con el liberalismo: Thomas Hobbes. En efecto, el pensador inglés, en su obra “Leviatán”, expone las características centrales del estado de naturaleza, sintetizadas en su clásica afirmación “el hombre es el lobo del hombre”. En dicho estado el hombre ve a sus semejantes como un peligro para su supervivencia. En consecuencia, se vale de cualquier método para garantizarla. Si no le queda otro camino que la aniquilación de sus semejantes lo hará sin contemplaciones para impedir que lo maten.

El progresismo ve a Javier Milei como el emblema del “sálvese quien pueda”, de un individualismo impiadoso que impide cualquier atisbo de convivencia social civilizada. El individualismo extremo torna inviables la solidaridad, la fraternidad, la ayuda desinteresada. El individualista extremo razona de la siguiente manera: “si yo y mi familia estamos bien, los demás que revienten. A mí no me interesa”. Cabe reconocer que en la Argentina son muchos quienes piensan de esa manera. La pregunta que cabe formular ahora es la siguiente: ¿Milei realmente enarbola las banderas de semejante individualismo? Como libertario que es, Milei se ha nutrido de las enseñanzas de preclaros exponentes de esa corriente de pensamiento. Uno de ellos es el conocido economista Friedrich Hayek, autor de un ensayo que demuestra la existencia de dos concepciones del individualismo, uno verdadero y el otro falso. El primero fue enarbolado por pensadores británicos de la talla de John Locke, Bernard Mandeville, David Hume, Adam Ferguson, Adam Smith y Edmund Burke. El segundo fue enarbolado por el enorme filósofo francés René Descartes. En su escrito Hayek procura demostrar que el verdadero individualismo nada tiene que ver con el individualismo basado en la ley de la selva.

Sumerjámonos ahora en las páginas del ensayo del pensador austríaco.

“¿Cuáles son entonces las características esenciales del verdadero individualismo? La primera es que ante todo constituye una teoría de la sociedad, un intento de comprender las fuerzas que determinan la vida social del hombre, y sólo en segundo lugar una serie de máximas políticas derivadas de aquel concepto sobre la sociedad. Este hecho debería por sí mismo ser suficiente para refutar la más tonta de la desinteligencias comunes: la creencia de que el individualismo propugna o basa sus argumentos en la suposición de la existencia de individuos aislados o independientes, en vez de tomar como punto de partida hombres cuya naturaleza y carácter son determinados por su existencia en sociedad. Si esto fuera verdad, no hubiera efectivamente contribuido con nada a nuestra comprensión de la sociedad. Pero su argumento básico resulta completamente diferente: es que no hay otro camino para tratar de entender los fenómenos sociales, sino a través de nuestra comprensión de las acciones individuales dirigidas hacia otras personas y guiadas por su esperada conducta. Este argumento está dirigido principalmente contra las teorías propiamente colectivistas de la sociedad, que pretenden poder interpretar directamente los conjuntos sociales, entre ellos, la sociedad, etc. como si fueran entidades “sui generis” que existen independientemente de los individuos que la componen.

El próximo paso en el análisis individualista de la sociedad, sin embargo, se dirige contra el pseudo individualismo racionalista (Descartes) que también lleva al colectivismo práctico. El argumento afirma que remontándose hasta los efectos combinados de las acciones individuales, descubrimos que muchas de las instituciones en las que descansan las realizaciones humanas han aparecido y están funcionando sin necesidad de que una inteligencia las dirija; que, como Adam Ferguson lo expresara, “las naciones descansan en instituciones que son, en efecto, el resultado de la acción humana, pero no el resultado del designio humano” (An Essay on the History of Civil Society), y que la espontánea colaboración de los hombres libres frecuentemente crean cosas que son más grandes que lo que sus mentes individuales pueden comprender cabalmente. Este es el gran tema de Josiah Tucker y Adam Smith, de Adam Ferguson y Edmund Burke, el gran descubrimiento de la economía política clásica que se ha convertido en la base de nuestra comprensión no sólo de la vida económica, sino de la mayor parte de los fenómenos verdaderamente sociales (…).

De la conciencia sobre las limitaciones del conocimiento individual y del hecho de que ninguna persona, ni pequeño grupo de personas puede saber todo lo que es conocido por alguien, el individualismo también deriva su principal conclusión práctica: demanda de una estricta limitación de todo poder coercitivo o exclusivo. Sin embargo, su oposición está dirigida solamente contra el uso de la coerción para lograr la organización o asociación, y no contra la asociación como tal. Lejos de oponerse a la asociación voluntaria, el argumento fundamental del individualista se basa, por el contrario, en la afirmación de que mucho de lo que en opinión de tantos puede ser producido solamente por la dirección consciente, se logrará mejor mediante la colaboración voluntaria y espontánea de los individuos. El individualista consecuente debería ser por consiguiente un entusiasta de la colaboración voluntaria, donde quiera y siempre que no degenere en coerción hacia otros o lleve a la asunción de poderes exclusivos. El verdadero individualismo, desde luego, no se confunde con el anarquismo, que no es sino otro producto del pseudo individualismo racionalista, al que se opone, No niega la necesidad del poder coercitivo, sino que desea limitarlo a aquellas materias en el que es indispensable para restringir la coerción total al mínimo (…).

Mientras que la teoría del individualismo efectúa de tal modo una contribución definida a la técnica de construir un marco legal adecuado y mejoramiento de las instituciones que han crecido espontáneamente, su énfasis, desde luego, recae en el hecho de que la parte de nuestro orden social cuya naturaleza puede o debería ser un producto consciente de la razón humana es sólo una pequeña parte de todas las fuerzas de la sociedad. En otras palabras, que el Estado, la personificación del poder deliberadamente organizado y conscientemente dirigido, debería ser solamente una pequeña parte del organismo mucho más rico llamado “sociedad”, y que aquél debería proveer meramente un marco dentro del cual la libre colaboración de los hombres-alejada de tal dirección consciente-tiene el máximo de alcance (…).

El verdadero individualismo no sólo cree en la democracia; sostiene asimismo que los ideales democráticos surgen de los principios básicos del individualismo. Sin embargo, mientras el individualismo afirma que todo gobierno debería ser democrático, no tiene la supersticiosa creencia en la competencia absoluta de las decisiones de la mayoría y en particular rehúsa admitir que “el poder absoluto, por la hipótesis de su origen popular, pueda ser tan legítimo como la libertad constitucional” (Lord Acton: Sir Erskine May’s Democracy in Europe). Cree, por el contrario, que bajo la democracia, no menos que bajo cualquier otra forma de gobierno, “la esfera de órdenes coactivas debería ser restringida dentro de límites fijos” (Lord Acton: Lectures on Modern History); y es particularmente opuesto a la más fatídica y peligrosa de todas las malas interpretaciones de la democracia: la creencia de que debemos aceptar como verdaderos y obligatorios para el futuro desenvolvimiento los puntos de vista de la mayoría (…) No puedo resumir mejor esta postura del verdadero individualismo hacia la democracia que citando una vez más a Lord Acton (Sir Erskine May’s Democracy in Europe): “El verdadero individualismo democrático, según el cual nadie tendrá poder sobre la gente, se ha tomado en el sentido de que nadie podrá limitar o eludir su poder. El verdadero principio democrático, según el cual no se le hará hacer a la gente lo que a ella no le gusta hacer, se ha tomado en el sentido de que nunca se le exigirá tolerar lo que no le guste. El verdadero principio democrático, según el cual todos los hombres estarán tan sin trabas como sea posible, vendrá a significar que la libre voluntad de la colectividad no tendrá ninguna especie de trabas” (…).

La actitud fundamental del auténtico individualismo es de humildad hacia los procesos mediante los cuales la humanidad ha logrado cosas no ideadas o comprendidas por ningún individuo y son en efecto más grandes que las mentes individuales. La gran cuestión en este momento es la de si se permitirá a la inteligencia del hombre continuar su desarrollo como parte de este proceso o si la razón humana se ha de colocar cadenas de su propia fabricación. El individualismo nos enseña que la sociedad es más grande que el individuo, únicamente en la medida que alcance libertad. En tanto se la mantenga controlada o dirigida, tiene los límites de las mentes individuales que la controlan y dirigen. Si la soberbia de la mente moderna, incapaz de respetar nada que no sea controlado conscientemente por la razón individual, no aprende a tiempo dónde detenerse, podemos estar seguros, como Edmund Burke advirtió, de que todas las cosas que nos rodean se reducirán gradualmente hasta el punto de que al fin las más atractivas habrán adoptado las escasas dimensiones de nuestra capacidad mental”.

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