Por Hernán Andrés Kruse.-

En la conmemoración de un nuevo aniversario de la Bolsa de Comercio hizo uso de la palabra el presidente de la nación. Fiel a su personalidad, no dudó en valerse del insulto para arremeter contra quienes considera responsables de la suba, por ahora incontenible, del dólar. Dominado por la ira, exclamó: “El déficit cero es la manera más brutal de todas de asegurar la solvencia intertemporal. Por eso es que el riesgo país pasó de 2900 puntos y llegó a tocar los 1100, hasta que el Congreso empezó a hacer de las suyas”. “Como todavía tenemos control de capitales, si ustedes compran dólares de manera indirecta, no directa, al pegarle por vía de la solvencia al precio de los bonos (nos dicen) “uy está subiendo el dólar”, y sí claro, mientras que los degenerados fiscales quieran hacer de las suyas, lo van a ver en el precio del dólar”. “Les digo algo, si los degenerados fiscales quieren pasar leyes que vayan contra el equilibrio presupuestario ¿saben qué? las voy a vetar todas, no voy a entregar el resultado fiscal” (fuente: Infobae, 10/7/024).

No es la primera vez que el presidente de la nación se vale del insulto para defender sus posturas económicas. Incapaz de soportar cualquier tipo de crítica, incluso de quienes están cerca suyo ideológicamente, como los economistas López Murphy, Giacomini y Cachanosky, anula cualquier atisbo de debate de ideas esmerilando a su oponente descerrajándole todo tipo de insultos. Resulta por demás evidente que el insulto constituye el arma de combate predilecta de Javier Milei, su estilo de ejercicio del poder, su forma natural de gobernar.

Ahora bien, el presidente de la nación lejos está de ser un pionero en el empleo del insulto como estrategia política. Buceando en Google, me encontré con un ensayo de Pablo Hirschmann titulado “El insulto y la política” (comunicación presentada en la sesión privada del Instituto de Política Constitucional (Academia de Ciencias Morales y Políticas), el 19 de agosto de 2015). En su ponencia el autor pone en evidencia el gravitante rol que tuvo el insulto a lo largo de nuestra ajetreada y dramática historia. Dada su longitud transcribiré aquellas partes que más me llamaron la atención.

EL DISCURSO POLÍTICO

“La política es una cena entre bárbaros”, simplificó Carlos Fuentes. La frase llama la atención, pues proviene de un exquisito literato, profundo conocedor de la política en todas sus manifestaciones, lo que incluye a las mejores y a las peores y, por supuesto, gran anfitrión y comensal disputado por las mesas más prestigiosas. En una cena la cortesía exige que el anfitrión, que ha decidido compartir su mesa con un grupo de personas que él ha elegido, sus invitados, ponga lo mejor de sí y preste atención hasta en los mínimos detalles para que sus invitados estén cómodos y conserven el mejor recuerdo de la velada pasada. Los invitados, como correlato, sabrán comportarse valorando la gentileza de quien, los ha elegido a ellos, entre todas las otras personas, para prodigarles atenciones al llevarlos a su mesa. Además existirá un acuerdo tácito entre los concurrentes de llevar a la mesa anécdotas simpáticas o comentarios risibles, pero no hirientes, en especial si se refieren a uno de los asistentes o sus allegados. La buena mesa no rehúye la polémica, pero el anfitrión y los convidados sabrán poner los límites necesarios para que la velada llegue a buen puerto y concluya agradablemente.

¿Pero una cena entre bárbaros? Conociendo algunos de los modos de la política, podría imaginarse a un anfitrión que hable con algunos invitados y a otros ni siquiera les dirija la palabra, que se reserve para él los platos más suculentos o el vino de mejor calidad. Invitados que –más allá de la verdad o falsedad de sus dichos– critiquen con aspereza y encono la calidad de los platos servidos o la escasez de las porciones, o que se nieguen a pasarle el salero a otro invitado, si no les aseguran que les servirán el plato principal o el postre. Enseñaba Maurice Duverger que la política es, a la vez, conflicto e integración y que el primero es el que predomina en la faz agonal. Los hechos políticos, a diferencia de los fenómenos naturales, se exponen a una controversia sobre sus significados que nunca termina de ser resuelta y cuya interpretación puede llevar a una situación conflictiva que, como hemos visto, es uno de los presupuestos del empleo político del insulto.

Esta faz agonal en la civilización del espectáculo, es también un espectáculo. Una teatralización a la que concurren guionistas que elaboran sus textos a partir de encuestas, ideologías, y los perfiles de los actores y los personajes. Actores minuciosamente caracterizados y conocedores del guión, del que, a veces y, conociendo los riesgos a los que se exponen, deciden apartarse. Un público, fiel seguidor, compuesto –salvo en funciones extraordinarias– por periodistas, politólogos, funcionarios, empresarios, sindicalistas y organizaciones vinculadas con el quehacer político. ¿Y el director? Mejor que no haya y, si lo hay, que parezca ajeno a la obra, que no intervenga y, si lo hace, que lo haga sin demasiada intensidad y sólo cuando es absolutamente necesario. En contraposición debe haber una pluralidad de críticos mordaces y exigentes, porque, a diferencia de la obra teatral, la teatralización política es realidad y no ficción.

La expresión teatral tiene sus formas discursivas y también las tiene la teatralización política. El discurso político es un discurso organizado en función del auditorio al que se quiere persuadir. Según las circunstancias, serán sus objetivos reunir o dispersar, movilizar o intimidar, revelar o silenciar, cuestionar o defender, ensalzar o denostar, conmover o llevar tranquilidad y, cuando es necesario o resulta conveniente para alcanzar esos objetivos, informar. Amoldará sus recursos expresivos a esos objetivos y a los rasgos del auditorio que quiere convencer.

La disponibilidad de recursos expresivos es amplísima. Podrán dirigirse al razonamiento por medio de argumentos, o a las emociones, sensibilizando las pasiones. Utilizará sonidos o silencios, imágenes y palabras, entre ellas eufemismos, neologismos y metáforas. Dentro de ese arsenal, en un lugar rigurosamente custodiado, reservará a los insultos. La técnica nos dirá cuáles son los instrumentos apropiados para alcanzar un objetivo. La prudencia nos mostrará cuándo es oportuno o conveniente emplearlos. La ética nos guiará hacia un empleo acorde con la conducta ideal. Todo ello, predicable en general, también comprende al empleo del insulto en la política”.

EL INSULTO Y LA POLÍTICA

“El insulto es un medio discursivo disponible para la utilización política. En ese sentido, lo corriente será el empleo del insulto como un medio para alcanzar un fin. Hay en ese empleo una actitud racional que analizará las circunstancias y evaluará previamente los efectos –favorables y adversos– que tendrá su utilización para el logro del fin buscado. Insultar –en política– corresponde generalmente a una conducta premeditada, donde se pulsa hasta el mínimo detalle. Eso no descarta el traspié que puede ocurrir cuando se acude al insulto como reacción en una situación molesta o incómoda. También puede producirse un traspié cuando no se han calibrado debidamente los efectos de insultar, o cuando el insulto supera ciertos límites.

En un trabajo de campo realizado en un seminario de lingüística, dirigido por el semiólogo Paolo Fabbri, de la Universidad de Bologna, se detectaron en medios italianos los siguientes vocablos utilizados con asiduidad en el debate político: analfabetos, animales, asesinos, bandidos, bufones, marionetas, caimanes, cadáveres, carroñeros, corruptos, fracasado, miserable, muerto que habla, incapaz, ladrón, monstruo, viejo verde, vieja prostituta, sodomita, bruja, traidor, atorrante, bellaco.

“Si tuviera que decir qué me llevó a fijar la atención en el tema diría que fue el hecho de comprobar que hoy en Italia y en Europa se está dando un crecimiento de la diatriba política muy violenta, dice Fabbri, quien fue discípulo del lingüista y semiólogo francés Roland Barthes. “Parto de una verdad histórica y cronológica: hoy el discurso político en Italia y en Europa es muy conflictivo y está penetrado por argumentos conflictivos”. No obstante ello, se conservan todavía algunos límites. En el caso de Italia, observa Fabbri, los insultos son aceptados hasta que se toca a la madre. El insulto puede estar en discursos y provenir del orador o de la multitud que asiste al acto. Pueden encontrarse insultos en las constituciones y en los himnos. En política los insultos son generalmente verbales pero no faltan los gestuales. Veamos seguidamente una casuística a la que –lamentablemente– se ha incorporado una novedad, el narcoinsulto”.

CASUÍSTICA. LA LEY SUPREMA

“En el plano superior de la convivencia política generalmente hay un texto, la Constitución, que es, al mismo tiempo, la suprema regulación, la más enfática enunciación de los valores compartidos y un acto político del soberano. Nuestra Constitución en su primera parte contiene declaraciones, esto es, enunciados solemnes relacionados con las decisiones políticas más relevantes. “Una sociedad en la que la garantía de los derechos no está asegurada, ni la separación de poderes determinada, no tiene Constitución”, dice el artículo 16 de la Gran Declaración francesa de 1789. La Constitución de 1853 reafirmó ese mandato en el artículo 29, preservando la división de poderes y su efecto inmediato: la garantía de los derechos.

Allí, con el dramatismo que justificaba la historia reciente, el constituyente originario plasmó un texto cuasi pétreo, en el que subrayó la prohibición dirigida a los órganos legislativos de conceder facultades extraordinarias, o la suma del poder público a los órganos ejecutivos. Prohibición a la que añadió la de otorgarles sumisiones y supremacías por las que la vida, el honor o las fortunas de los argentinos queden a merced de gobiernos o persona alguna. La Constitución repudia a los actos de esta naturaleza fulminándolos con la nulidad y responsabiliza a quienes los formulen, consientan y firmen. Para estos la Ley Suprema les dirige el insulto supremo al condenarlos como “infames traidores a la patria”. Se trata de un insulto político que enfáticamente degrada y, al mismo tiempo, aglutina”.

LA ORGANIZACIÓN NACIONAL Y LA PRENSA MILITANTE

“El 1° de mayo de 1851, en Concepción del Uruguay, el Gobernador de Entre Ríos, Justo José de Urquiza, alteró el rutinario clamor, que todos los años, todos los gobernadores, dirigían a Rosas, para que recapacitara, retirase su renuncia –tan ficticia como sobreactuada– y continuara con el manejo de las relaciones exteriores delegadas por las Provincias en favor del Gobernador de Buenos Aires. El Pronunciamiento de Urquiza implicó que la Provincia de Entre Ríos reasumiera los poderes delegados para el cultivo de las relaciones exteriores, y los negocios generales de paz y guerra de la Confederación. Para que no quedasen dudas, por la noche hubo fuegos artificiales y se calificó a Rosas como “sangriento opresor”.

En Buenos Aires, La Gaceta Mercantil, encarnaba, en aquellos tiempos, como muchos medios lo hicieron desde entonces, al periodismo oficialista y militante. Según relata el académico Jorge Mayer en Alberdi y su tiempo, la mencionada publicación, demostrando su militancia oficial, destinó al Padre de la Organización Constitucional, en los primeros veinte días de junio de 1851, los siguientes vocablos: “loco, traidor, salvaje, unitario, mandatario inepto, anarquista feroz, tránsfuga, despreciable, hipócrita, alma envilecida, imbécil, réprobo, impío, miserable, burro, pigmeo, macaco, necio, pérfido, perjuro, renegado, bellaco, bribón, asesino, degollador, monstruo, leproso, cobarde, desertor, parricida, reptil, sacamuelas”.

En ambos casos, los insultos se empleaban –como en toda polarización– para rebajar al adversario y aglutinar a los simpatizantes. Lo curioso es que después de Caseros y la Revolución del 11 de septiembre de 1852, la prensa porteña, ahora sin Rosas y encolumnada con firmeza en las ideas del progreso, la institucionalidad y el orden en la libertad, no cambió en nada el tono empleado para referirse a Urquiza”.

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