Por Hernán Andrés Kruse.-

En su edición del 2 de junio, Página/12 publicó un artículo de Alfredo Zaiat titulado “El caos libertario de Milei y la invasión de los osos negros”. Escribió el autor: “La secuencia de eventos demostrativos del (des)gobierno, definido como carencia de gestión, impericia y/o ineficiencia, en casi seis meses de gobierno de Javier Milei en la Casa Rosada, es sorprendente (…) Los acontecimientos que muestran el carácter libertario del gobierno, es decir, no hacer nada para atenderlos, han sido muchos en estos meses: 1) la ausencia de ayuda a la población por el tornado que asoló Bahía Blanca a mediados de diciembre del año pasado, en los primeros días del gobierno; 2) indiferencia por la inundación en Concordia, Entre Ríos; 3) la indolencia por la epidemia del dengue; 4) la apatía por el temporal que afectó a 68 distritos bonaerenses en marzo pasado; 5) la decisión de no entregar medicamentos oncológicos; 6) desentenderse de la responsabilidad por el choque de trenes en Palermo del ramal San Martín; 7) el desfinanciamiento de universidades nacionales, alterado en parte luego de la masiva movilización nacional de repudio por este ahogo financiero; 8) la crisis por el faltante de gas que implicó el corte del combustible en estaciones de GNC e industrias, incluso en firmas que tenían contratos no interrumpibles; 9) la pereza en atender el conflicto salarial de policías y docentes en Misiones; 10) la no entrega de casi seis mil toneladas de comida a organizaciones sociales y comedores comunitarios que se ocupan de alimentar a familias vulnerables (…).

Uno, dos o tres eventos críticos sin la correspondiente atención del gobierno pueden ser considerados parte de una determinada estrategia, extraña, pero en última instancia, elegida por una fuerza política aspirante a consolidar hegemonía. Cuando esta práctica pasa a ser dominante, se trata de su propia esencia y, por lo tanto, debe ser analizada a partir de estas características con las consecuencias que implican para el orden económico, social y político. Se requiere hacer un esfuerzo interpretativo para encontrar el origen principal de semejante desinterés por resolver problemas que afectan a la sociedad. “¿Ustedes se creen que la gente es tan idiota que no va a poder decidir? Va a llegar un momento en que la gente se va a morir de hambre”, dijo Milei, la última semana, durante su discurso en el Instituto Hoover de la Universidad de Stanford, en San Francisco, California, Estados Unidos. “De alguna manera va a decidir algo para no morirse. No necesito que alguien intervenga para resolverme la externalidad del consumo, porque alguien lo va a resolver”, afirmó. No es responsabilidad del Estado, entonces, entregar alimentos para paliar el hambre de personas desamparadas. Esta es la explicación teórica de Milei de la ineptitud del Ministerio de Capital Humano”.

He aquí, en esencia, el meollo del liberalismo libertario o anarcocapitalismo. El hombre es el artífice de su propio destino y, en una situación límite, debe arreglársela como pueda. Es el principio del individualismo llevado hasta las últimas consecuencias. Si en la Argentina hay compatriotas con hambre, que se arreglen, que busquen ellos la manera de solucionar el problema. Como bien señaló Marcelo Longobardi en su programa de radio la imbecilidad de Milei no hará más que degradar las ideas liberales. En efecto, el presidente de la nación y su equipo de funcionarios están llevando a cabo una degradación total y absoluta del liberalismo, están pulverizando una de sus características medulares: su humanismo.

En su libro “La re-creación del liberalismo”, Germán Bidart Campos expresa lo siguiente en relación con el carácter humanista del liberalismo, haciendo énfasis en la economía:

“El consumo es el fin inmediato de toda actividad económica. El fin mediato sería el abastecimiento de las necesidades. Si se produce o se intercambia, parece que es para consumir lo producido o lo intercambiado. No puede existir noción más simple ni más humanista. La economía no tiene fines transpersonales: está al servicio del hombre. Y el hombre quiere vivir mejor cada día, lo que de alguna manera significa producir más para consumir más, crear mayor cantidad de bienes y servicios para uso y provecho de los hombres. Esta ecuación “producción-consumo” no quiere decir ni puede querer decir que cada uno produce o debe producir todo lo que él mismo consume, sino que en la vasta red del proceso económico no hay consumo sin producción, ni hay otro sentido para la producción fuera del consumo (…) El progreso técnico es, por otra parte, un factor primordial de la producción, pero debe redundar en progreso económico al alcance de todos, o sea, en un mayor nivel de vida y un mejor género con los que, poco a poco, se superen los sectores marginales. De lo contrario, la productividad del trabajo pierde su sentido humanista.

Es cierto que la producción y el consumo se dirigen a cantidad de objetos y servicios que no son, ni por mucho, indispensables para vivir, pero un indicio de confort y de progreso es, precisamente, que el hombre imagine y “precise” un sinfín de cosas superabundantes que exceden las elementales de vivienda, vestido y alimento. Cuantas en mayor número sean las cosas superfluas que resulten accesibles para el mayor número de hombres, mejor. Lo malo es que siempre queden estancados algunos que apenas pueden consumir el mínimo imperioso para subsistir y no morirse. Esa es la brecha que el progreso económico tiene que superar. No retrata tanto de que todos puedan consumir, lo que son capaces de desear, cuanto de que no haya deseos vitales insatisfechos (…) Hoy no es tolerable que mientras miles de individuos gozan de calefacción, electricidad, estufas, etc., haya quienes padecen frío o mueren de frío. Y eso, como tantas otras carencias, no es tolerable, porque conspira contra el mínimo de bienestar y de felicidad que todo hombre debe gozar (…).

Aquí llega el turno al “mercado”, que es imprescindible al intercambio y a la libertad misma, así como a la economía monetaria. Todos los hombres sienten y tiene necesidad de iniciativa. Es esta idea, más que de la competencia en el juego de la oferta y demanda, la que ha de computarse como originaria y prioritaria en la economía de mercado. Iniciativa para producir, para vender, para comprar, para trabajar, lo cual no significa que todo eso se haga irracionalmente, o que no se pueda o deba planificar. Costos, precios, salarios, ganancias, rentas, precisan del mercado, pese a todos los correctivos que la justicia reclame mediante un moderado y prudente control interventor del estado. De nuevo el mercado sugiere la pretensión necesaria de que lo que se paga al trabajador jamás puede ser únicamente la suma que el asalariado exige para no morir de hambre, sino algo y mucho más: lo que le es debido para que viva y se desarrolle como persona. Cuando hay cada vez más pobres que se avienen a asalariarse para no morir de hambre, el mercado acusa una distorsión que lastima a la justicia, porque el hombre no es objeto ni máquina y su trabajo no es una mercancía. Sin libertad de empresa no hay mínimo objetivo de salario, y sin libertad real para dejar de ser mero asalariado no hay régimen económico que efectivamente haga posible la justicia (…).

Sabido es que el mercado libre origina ventajas para unos y desventajas para otros, lo que inclina a buscar el equilibrio mediante la planificación, pero ésta, a su vez, tiene sus contornos y sus riesgos. Hay que compensar prudencial y equitativamente libertad de mercado y planificación en dosis razonables. Ni dejar sin control a la iniciativa, ni prohibirla mediante el plan. Pero de todos modos, como nada es perfecto, es menos imperfecto el sistema mal llamado “capitalista”, que el bien llamado colectivista o socialista. En una producción que es fruto del trabajo de todos los hombres, el resultado colectivo de lo producido se distribuye colectivamente y se debe repartir con justicia: la renta del capital (invertido sin trabajo del capitalista) ha de tener su parte; otra, es la de los ingresos del empresario que trabaja en la empresa y que, de no percibirlos, habría de cobrar un sueldo; otra, es la porción del asalariado que no tiene patrimonio empresario.

Y hay que balancear el derecho de consumir por quienes con o sin necesidad tienen “poder” para consumir (o sea, dinero), y el de quienes tienen “necesidad” de consumir (aunque no tengan dinero), aspecto este último asumido por la seguridad social y la asistencia social. Por supuesto, se trata de consumo de bienes y servicios, en el que el segundo aspecto está fuera del mercado y es, por ende, consumo no comercial (sin pago, o con pago menor del costo). Niños sin familia, ancianos, inadaptados, enfermos, inválidos, pobres, necesitan consumir sin dinero, y un sistema económico debe, para ser justo, facilitarles ese consumo. Otra cosa es si lo debe proveer el estado, o la propia sociedad por aplicación del principio de subsidiaridad. Y hay otro consumo no comercial que tiene que ser provisto tanto a quien tiene necesidad como a veces a quien tiene sólo deseo: educación, vías públicas sin peaje, administración de justicia, policía, atención sanitaria gratuita.

Entre las demandas de la justicia y las de la eficacia hay que buscar un justo medio. Si en un momento dado son injustos los salarios y hay que elevarlos, debe preverse a plazo mediato la incidencia en la productividad, porque no se trata de que por inflar artificialmente los sueldos la producción se resienta y, con ella, el reparto, y con él vuelvan los hombres a estar igual o peor que antes (…) Sin eficacia, no se puede hacer justicia; pero la eficacia no es un criterio supremo ni aislado que deba descoordinarse de la justicia. A veces, la excesiva e injusta concentración de la riqueza y de los ingresos, o del reparto de bienes y servicios, hace pensar en redistribuir esa masa entre la población marginada o indigente. Pero, en primer lugar, nadie asegura que a partir de esa igualación la misma pueda mantenerse. En segundo lugar, por enorme que sea esa cantidad acumulada minoritariamente, se diluye en proporciones no significativas cuando se distribuye entre todos o muchos”.

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