Por Hernán Andrés Kruse.-

LAS NUEVAS VÍAS DE RESOLUCIÓN DEL CONFLICTO

“Después de junio (en junio de 1956 tuvo lugar el fallido intento de golpe de estado liderado por el general Valle) la desperonización mantuvo su carácter radicalizado que siguió atendiendo a los dos objetivos “revolucionarios”, uno constante, de carácter político-ideológico que tendió a desmontar el “aparato totalitario” combinando la acción represiva, a través de las detenciones de ex dirigentes políticos y sindicales, de los militantes de la “resistencia”, de las purgas dentro de las fuerzas armadas y la liquidación de las últimas instituciones representativas del peronismo, con la acción pedagógica, puesta de manifiesto en el discurso político oficial, hasta el final del período: “… Subsisten engranajes totalitarios en el seno mismo de la administración nacional, actuando con los vicios tristemente conocidos y saboteando sutilmente las directivas que se imparten”, sostuvo el presidente Aramburu en setiembre de 1956, agregando: “No creíamos que desmantelar un sistema dictatorial fuese tarea fácil, pero tampoco creíamos que muchas personas que bregaron contra tal sistema resultasen devoradas por el mismo…”

El otro objetivo de carácter coyuntural estuvo destinado a anular la violencia ejercida por el peronismo y en él se aplicó todo el peso del aparato represivo del Estado en el combate contra los “planes subversivos” que se descubrían asiduamente y contra Perón que fue visto como el agente motorizador desde el exterior de todos estos planes. Esto llevó a dar proyección internacional al conflicto interno. El segundo gobierno provisorio al identificar el peronismo con los totalitarismos europeos, justificó éticamente la imposibilidad de cualquier tipo de negociación con el mismo, apuntando como única solución posible a su erradicación definitiva. Esto explica la coherencia, en la mentalidad antiperonista entonces dominante, de la identificación de desperonización con democratización, vista como una contradicción en sí misma por las generaciones siguientes. Interrogado el presidente Aramburu por un periodista cubano, sobre si consideraba posible el resurgimiento del peronismo o de un “peronismo sin Perón”, respondió: “No. El fenómeno peronista ha de evolucionar como el nazista o el fascista. Aparecerán brotes, pero nada más. Afirmar lo contrario sería no creer en nuestra democracia”.

Pero el peronismo se negaba a morir, resistía y con sus escasas posibilidades presentó batallas acotadas. El “fenómeno subversivo” constituyó una manifestación importante por sus efectos, pero aislada dentro de lo que fue, globalmente considerado, el peronismo post-1955, muy a pesar de Perón mismo y de John William Cooke que sostuvieron la necesidad de una táctica insurreccional y vieron con optimismo el “estado de ánimo de la masa”. Porque, visto en perspectiva, el inconveniente político mayor que el peronismo provocó al gobierno de los “libertadores” fue la porfía, el hecho pasivo de conservar su identidad política luego de la pérdida del poder. Esta supervivencia de la identidad peronista, a pesar de los esfuerzos pedagógicos y represivos del gobierno, materializó efectivamente el fracaso de la democratización-desperonización mucho antes de que este proceso político se hubiese agotado. Por otra parte, la creación de ese ambiente absolutamente hostil al peronismo, cuando se abrió la competencia electoral, terminó por ganarle a éste nuevas solidaridades y al gobierno una oposición vigorosa, la del antiperonismo tolerante.

El primer dato objetivo del fracaso de la desperonización se manifestó ya en la campaña para las elecciones de constituyentes de julio de 1957. Los cómputos de las mismas revelaron que el peronismo seguía concitando un importante grado de adhesión, pero además esa campaña también mostró un importante grado de censura por parte de los partidos Radical Intransigente, Conservador Popular y Unión Federal (nacionalista) hacia las políticas desperonizadoras. Por un lado, como viéramos, la recurrencia sistemática en el discurso oficial a la ilusión del desengaño y la conversión democrática de los partidarios del régimen caído, puso en evidencia la existencia de un obstáculo político-cultural, que el gobierno identificó como el germen totalitario que había contaminado la sociedad toda y que era preciso erradicar: “El resultado (de las elecciones de constituyentes) indica que las tres cuartas partes de los votantes han preferido la democracia y libertad. Otra cuarta parte no se definió, quizás (…) por esperar en el fondo de su corazón un regreso imposible. Ya hemos dicho que la República levantará su cabeza a pesar del lastre y que la sociedad de argentinos seguirá luchando para redimir en la libertad a los que no supieron apreciarla”.

Por otro lado, la conciencia de que ese obstáculo existía y probablemente persistiría generó una compleja serie de conductas alternativas por parte de los competidores políticos del gobierno en relación a la cuestión peronista. Esto explica que, una vez iniciada la competencia partidaria y hasta los tramos finales de la gestión de los “libertadores”, el objetivo de desperonizar, aunque persistente en el discurso, apareciera cada vez más como irrealizable. Cuando el gobierno provisorio puso en marcha su “plan político” de dos tiempos tuvo ante sí un enemigo nuevo, el antiperonismo tolerante. Este estuvo mucho mejor armado intelectual y políticamente para competir en la discusión con los dirigentes políticos tradicionales que los vencidos partidarios del “tirano prófugo”, a quienes el gobierno tuvo en muy baja estima: “…Recordemos que la dictadura que padecimos rebajó la escuela y alentó, tenazmente, el menosprecio por la ilustración y el odio a la inteligencia. Los dictadores enfrentan a los ciudadanos que constituyen lo que suele llamarse la “inteligencia” nacional. Se apoyan, en cambio, en masas tan desamparadas intelectual como socialmente. Necesitan conservar a esas filas de adictos, fácil presa de su demagogia, en estado de ignorancia”.

La nueva oposición política de los “libertadores” que cubrió un amplio espectro ideológico-político, trató desde el principio de minar los fundamentos morales y políticos de la desperonización, con lo cual se replanteó la polémica inicial de la revolución: conciliación vs. desperonización. El gobierno se mantuvo, en la medida de sus posibilidades, coherentemente en la vía de la desperonización. A medida que se pronunció la apertura política el problema peronista se agudizó. En la instancia de la elección de constituyentes, fue notorio que los decretos que prohibían aludir al peronismo y sus símbolos, resultaron a todas luces insuficientes, y fueron fácilmente sorteados por los antiperonistas que apelaron a ese electorado. Pero el gobierno no pudo coartar la libertad de expresión a las fuerzas democráticas sin traicionar su propio proyecto y el peronismo proscripto era el electorado que se debía conquistar. Por otra parte los peronistas fueron casi permanentemente “noticia” en los medios, tanto por la violencia por ellos practicada, como por la represión de la misma. Esta presencia constante del peronismo generó inevitablemente tomas de posición y debates entre los distintos sectores políticos antiperonistas y entre éstos y el gobierno.

El suceso peronista más resonante y la primer derrota política de la desperonización fue la negación de la extradición de “los fugados del Penal de Río Gallegos” por parte de la Justicia chilena. El caso primero fue explotado por el gobierno y gran parte de la prensa que le era adicta con los tradicionales argumentos que tendían a reforzar la impugnación del peronismo como fenómeno inmoral y corrupto, lo que explica que el reclamo de la extradición se hiciera apelando al carácter de delincuentes comunes. Luego la oposición exhibió pormenorizadamente lo que consideró que eran las arbitrariedades manifiestas de los abogados argentinos nombrados por el gobierno para llevar adelante el proceso cuando se trataba claramente de presos políticos. Finalmente aplaudió el fallo de la justicia chilena.

¿Por qué primer derrota de la desperonización? Por dos razones: primero, porque por primera vez sus bases morales y racionales fueron debatidas en un juicio público a la luz del derecho político internacional. Esto fue consecuencia de que la desperonización fue pública y asumida como una cuestión ético-política por parte del gobierno de Aramburu y Rojas, como sinónimo de democratización. Segundo, porque además reforzó definitiva y públicamente el diálogo del peronismo con el antiperonismo tolerante reinstalando a la dirigencia peronista en el escenario político. El proceso de democratización ideado por el segundo gobierno antiperonista con el asesoramiento del antiperonismo radicalizado que cercenaba los derechos de representación a uno de los competidores mostró su debilidad. Cuando se abrieron los procesos electorales, los opositores al gobierno, en su afán de convertirse en alternativa al modelo existente, tomaron como blanco de ataque la desperonización para captar el voto peronista”.

LA DESPERONIZACIÓN Y EL POR QUÉ DE SU FRACASO

“Uno de los desacuerdos iniciales de los sectores dirigentes antiperonistas en el poder fue el tema de la ignorancia, o por lo menos, la negación de una adhesión popular legítima al peronismo. La idea de que ésta se había conseguido por el fraude y la demagogia o de que era una mayoría ficticia, fue compartida por una porción importante de los sectores políticos que adhirieron al gobierno provisorio y también por gran parte de la opinión pública, pero tuvo sus críticos dentro de las propias filas del antiperonismo. Esto nos lleva a concluir que no hubo un antiperonismo, sino por lo menos dos. Un antiperonismo tolerante que partiendo del reconocimiento del carácter popular del peronismo respaldó el proyecto pacificador de Lonardi y fue con él desplazado; y un antiperonismo radicalizado que desconoció la legitimidad de esa adhesión popular. En consecuencia fue partidario de la erradicación definitiva del peronismo. Estos sectores estuvieron representados en el segundo gobierno provisorio. La fórmula inicial de resolución del conflicto fue desperonización-conciliación. Ella fracasó rápidamente porque el presidente Lonardi además de no haber logrado consolidarse en el poder no pudo controlar la desperonización impulsada por el antiperonismo radicalizado que era parte del gobierno. La desperonización fue consideraba necesaria por Lonardi, pero esta debía limitarse a los actos delictivos y ser llevada adelante por la justicia.

El gobierno presidido por Aramburu se hizo cargo del reclamo del antiperonismo y convirtió a la desperonización en uno de los ejes centrales de su política de “democratización”. Esto de alguna manera homogeneizó el accionar del gobierno ante el problema, aun cuando a juicio de algunos sectores de las fuerzas armadas y del poder político mismo, el vice-presidente Rojas entre ellos, resultó insuficiente. El segundo gobierno provisorio basó su consenso en la identificación compartida con el antiperonismo radicalizado del peronismo con el fascismo, y por tanto, tomó partido por uno de los sectores en conflicto, convirtiéndose en el principal bastión del antiperonismo. A medida que el gobierno de Aramburu y Rojas abrió el juego y la participación política de los partidos, la desperonización que originalmente pareció dispuesto a llevar hasta las últimas consecuencias se tornó discutible, porque vastos sectores políticos y de opinión la atacaron en sus fundamentos morales y políticos. Así la formula desperonización-democratización, resultó trabada en los hechos por la apertura del juego democrático; aquí fue donde la “adhesión popular al peronismo” resultó imposible de ignorar.

Después de los luctuosos sucesos de junio de 1956, donde la vocación antiperonista del gobierno alcanzó su punto culminante, se inició una nueva etapa en relación a la desperonización porque esta fue enfrentada decididamente por nuevos sectores ajenos al peronismo que la convirtieron en bandera de oposición al gobierno, a medida que la agitaban como prenda de solidaridad en su búsqueda del voto de los proscriptos. La desperonización se fue relajando a medida que avanzó la apertura política. Si bien los procesos judiciales y los encarcelamientos de dirigentes políticos y sindicales peronistas continuaron, la misma quedó fundamentalmente reservada a la represión del peronismo en la “resistencia” y a la labor pedagógica del gobierno que continuó sistemáticamente con la execración del “régimen caído” y del “tirano prófugo”, mientras exaltó los valores tradicionales de la cultura y la nacionalidad. A medida que se establecieron las nuevas reglas del juego político materializadas en el Estatuto de los Partidos se fueron dejando espacios de participación al peronismo político, varios de cuyos nuevos partidos accedieron a la legalidad. Mientras el discurso oficial siguió haciendo hincapié, hasta el final, en que la desperonización y la proscripción no eran en absoluto negociables.

¿Por qué fracasó el proyecto pedagógico de la desperonización? Fundamentalmente porque el mismo sólo corroboró y oficializó prejuicios antiperonistas que tenían una carga afectiva demasiado explícita: Perón y Eva Perón paradigmas de la corrupción política y de la inmoralidad. Así solo sirvió para reforzar una nueva división maniquea que no fue compartida ni siquiera por el conjunto del antiperonismo. La desperonización tuvo dos aristas construidas en base a la imagen que del fenómeno peronista construyeron sus opositores. Una, el peronismo como modelo político con sus rasgos autoritarios fundamentados en la revolución social que, de alguna manera, encarnó, aunque sobre ello no existió en la coyuntura un consenso unánime. Otro, como cultura política, que se reflejó en el intento de desplazar los valores político-culturales tradicionales en pos de la exaltación de los líderes que encarnaban la presencia popular en el control del Estado, bastardeándolos hasta convertirlos en intolerables para quienes no participaban de los mismos. A lo cual agregó, según sus detractores, un desmedido énfasis en las reivindicaciones materiales en detrimento de los valores morales y espirituales, produciendo esa “crisis moral” considerada una de las peores herencias dejadas por el peronismo.

Los gobiernos de la “revolución libertadora” trabajaron sobre ambas aristas con resultados diversos: la primera, puede decirse que se desmoronó con el desplazamiento mismo de Perón del gobierno; la segunda fue imposible de erradicar en el corto plazo, porque constituyó una identidad política nueva que continuó chocando con un criterio de legitimidad política absolutamente opuesto”.

(*) María Estela Spinelli (IEHS-INCPBA-UNMdP): “La desperonización. Una estrategia política de amplio alcance (1955-1958)” (Programa Interuniversitario de Historia Política).

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