Por Hernán Andrés Kruse.-

En su edición del 21 de julio, Infobae publicó un artículo de Federico Mayol en el que analiza el elitismo que anida en la mente y el corazón de quienes hoy detentan el poder en la Argentina. Su título es por demás ilustrativo: “La doctrina que se esparce en todos los niveles del gobierno: “Demuestren que merecen estar cerca del presidente”.

Hace unos días, en sus habituales conferencias de prensa, el vocero presidencial, Manuel Adorni, fue claro y preciso: “Queremos periodistas que puedan demostrar que merecen estar cerca del presidente”. Ello significa que no cualquier periodista puede asistir a las conferencias de prensa de Adorni sino aquél que sea portador de determinados y específicos requisitos. Ahora bien, ¿cuáles serían esos requisitos? ¿Acaso tener un título universitario, o una abultada cuenta corriente en el banco, o una sólida formación económica o ser alto, rubio y de ojos azules? Hace poco la reconocida periodista Silvia Mercado sufrió el castigo presidencial porque preguntó lo que no debía. ¿Significa entonces que los periodistas que merecen estar cerca del presidente son aquellos que le rinden pleitesía, que son obsecuentes?

“Para Milei”, dice Mayol, “su hermana Karina y el consultor Santiago Caputo, todos los funcionarios, del nivel que sean, tienen que demostrar que merecen estar cerca del presidente. Para eso los convocaron. Es la condición principal, el requisito fundamental, aún por encima de cualquier tipo de eficiencia a la hora de gestionar”. Vale decir que la cualidad esencial que debe reunir quien es convocado por el gobierno para ingresar en el mundo oficial es la sumisión. En más de una oportunidad el presidente de la nación remarcaba que el liberalismo nada tenía que ver con el verticalismo, con la cultura de la manada. Pues bien, en nombre de la libertad Milei impone la más cruda obediencia debida.

A raíz del despido de Garro (ex intendente de La Plata y dirigente cercano a Macri) el gobierno se valió de X para publicar lo siguiente: “La totalidad de los funcionarios de este gobierno son solo una cosa: vehículos para empujar la agenda del presidente de la nación; al que no le gusta, que se joda”. Enarbolando las banderas del liberalismo, Milei niega lo más sagrado de todo ser humano: su condición de persona. Para el presidente de la nación los funcionarios son objetos descartables, instrumentos que, ante la menor falla, deben ser inmediatamente sustituidos por otros instrumentos.

La pregunta que cabe formular es la siguiente: ¿qué nos pasó como sociedad para haber elegido por abrumadora mayoría a semejante personaje? Buceando en Google me encontré con un ensayo de Manuel Arboccó de los Heros titulado “La sociedad de lo descartable y otras vicisitudes del mundo postmoderno” (Consensus 22-2017- Universidad Femenina del Sagrado Corazón). Su diagnóstico es lapidario: nuestra sociedad (alude a la sociedad capitalista postmoderna) está enferma, desquiciada. La sociedad argentina, qué duda cabe, lo está.

A MANERA DE INTRODUCCIÓN: ¿QUÉ ES EL POSTMODERNISMO?

“Hoy vivimos la sociedad postmoderna, un proceso cultural manifiesto en muchos países en las últimas cuatro décadas, aproximadamente. Grandes autores como Lyotard (la condición posmoderna), Baudrillard (la sociedad de consumo), Lipovetsky (la era del vacío), Bauman (modernidad líquida), Vattimo (pensamiento débil), entre otros, llaman postmodernismo a una época que se manifiesta, entre otras formas, por una inmensa producción y por ende un aumento desmedido del consumo; así, los medios y la industria del consumo masivo se convierten en centros de poder. Hay también una excesiva emisión de información (frecuentemente contradictoria), a través de todos los medios de comunicación; se debilita la ideología como forma de elección de los líderes, siendo reemplazada por la imagen; vivimos por eso la cultura de la imagen, como propone Sartori (2004).

Los medios masivos se convierten en transmisores de la verdad, lo que se expresa es el hecho de que lo no mostrado por un medio de comunicación masiva simplemente no existe para la sociedad. Sartori nos dice que la gente cree en lo que ve en televisión, lo que a su vez lleva a que desaparezcan las grandes figuras carismáticas y referenciales y vayan surgiendo una infinidad de pequeños ídolos que duran hasta que surge algo más novedoso y atractivo.

En estas sociedades, observamos con preocupación que frente al compromiso riguroso con la verdad y la rigurosidad, el posmodernismo defiende la hibridación, la cultura popular, el descentramiento de la autoridad intelectual y científica y la desconfianza ante los grandes relatos históricos. Además, la verdad es cuestión de perspectiva o contexto más que algo universal. Seguidamente, se pierde la intimidad, y la vida de los demás se convierte en un show, especialmente en el contexto de las redes sociales. Existe también una banalización de la política (hoy cualquiera se lanza a la esfera pública) y una desmitificación de los líderes; los individuos solo quieren vivir el presente; el futuro y el pasado pierden importancia.

Hay una búsqueda de lo inmediato (visión de corto plazo) y se rinde culto al cuerpo y la liberación personal. Declive del imperio de la razón por un hedonismo corporal y una hipervaloración del cuerpo. Consideramos una dudosa propuesta de la psicología del “éxito”. Mal entendido el éxito se queda a un nivel de superación económica. En contraposición con la modernidad, la posmodernidad es la época del desencanto. Se renuncia a las utopías y a la idea de progreso de conjunto. Se apuesta a la carrera por el progreso individual, además de ser una cultura hipertecnológica y de la velocidad, con niveles de estrés peligrosos. Luego de estas características, veamos más detenidamente algunas situaciones que estamos viviendo en estos tiempos”.

POSTMODERNIDAD, VÍNCULOS Y VACÍOS

“Esta sociedad facilita el sexo, pero no así el amor. La liquidez de las relaciones y los vínculos flojos son alentados por muchas sociedades hoy. La sociedad actual no solo roba el tiempo libre sino, además, llena de bulla la vida. Hoy está de moda el conductor de radio que grita, que habla rápido, que pone canciones una tras otra sin descanso, o esa publicidad que aparece y cual metralla dispara palabras sin pausa alguna. También la TV con sus cientos de horas de contenidos insustanciales y superficiales, pero con un rating asombroso. El filósofo Kierkegaard decía que el hombre que no tiene la conciencia tranquila no puede aguantar el silencio. Esta sociedad le teme al silencio, a la pausa, al diálogo calmado y a la sobremesa. Nos parece que muchas parejas hoy ocultan la gran distancia que los separa con el volumen de la radio o del equipo musical.

Esta sociedad hace de la privacidad un espectáculo y no tolera las muestras de sentimiento genuino, prefiere la frialdad televisada y el consumismo del mercado. Vemos en la TV ––llamada basura desde hace un tiempo–– (Arboccó y O’Brien) cómo en muchos realitys se crean relaciones de pareja que tras uno que otro escándalo terminará como efímera muestra del valor de una relación de pareja. Y miles de jóvenes observan esos programas y admiran y se identifican con esos “modelos”. El filósofo español Fernando Savater en su libro “Las preguntas de la vida” señala que “las sociedades modernas de masas tienden a despersonalizar las relaciones humanas, haciéndolas apresuradas y burocráticas, es decir, muy “frías” si se las compara con la “calidez” inmediata de las antiguas comunidades, menos reguladas, menos populosas y más homogéneas”.

“El mundo actual es un mundo Popeye” nos dice el psicólogo y logoterapeuta Claudio García Pintos en su texto “La vida es una moneda”. Así “la fuerza viene en forma de lata de cerveza, pastillas para dormir, para tener mayor vigor sexual, teléfonos de ultimísima generación y automóviles espectaculares que marcan mi nivel social, etc. Creemos ser lo que tenemos, lo que ostentamos, lo que hacemos. Compramos, consumimos, tomamos, pero la aguja sigue sin ser encontrada”. Por tanto, el hombre actual (niño o adulto) consume nimiedades y ocurre algo curioso: se hace adicto a estas y ya no puede en adelante consumir menos de ellas, necesita igual o mayor cantidad para no padecer el respectivo síndrome de abstinencia y así, seguirá embotado.

La profesora titular de Filosofía de la Universidad de São Paulo, Olgária Matos, nos recuerda que en el siglo pasado, el filósofo Walter Benjamin ya hablaba sobre la pobreza de la experiencia en el mundo contemporáneo, que es el mundo de las cosas intrascendentes. Con el paso del tiempo, las personas tienen mayor dificultad de diferenciar lo significativo de lo intrascendente. Los selfies —señala Matos, por dar un ejemplo— son una materialización de la pobreza de experiencias, porque, en general, no hay ninguna historia detrás de esas imágenes que están imbuidas en un narcisismo obsoleto. Ellas revelan el vacío de la experiencia. Esto se relaciona con lo que proponía Viktor Frankl, el creador de la logoterapia, quien nos recuerda que “el vacío existencial es un fenómeno muy extendido en el siglo XX”. Seguidamente dice: “El vacío existencial se manifiesta principalmente en un estado de tedio (aburrimiento)”.

Vivimos tiempos donde no abundan los vínculos profundos y extendidos, se cree que el vínculo no debe obedecer nada más que a mi comodidad y al “respeto de mis derechos”, “nada ni nadie puede obligarme” y finalmente “hago con mi cuerpo lo que quiero”, que mal entendidos como son, hacen muy tenue la presencia del otro e imposibilita el encuentro Yo-Tú como diría el filósofo Martin Buber. Recordemos ese estribillo de una canción popular peruana muy solicitada hace unos años en radios locales: “soy soltera y hago lo que quiero”.

La liquidez de las relaciones y los vínculos son alentados por muchas sociedades hoy en día, lamentablemente. “Este nuevo narciso —nos dice el psicólogo y terapeuta Ramiro Gómez— navegante de los mares de internet, no profundiza, no ahonda nada, se da por satisfecho con el resumen, casi con la definición más escueta. Tiene pereza de pensar, salvo si ese dramático esfuerzo se orienta a escalar posiciones de poder dentro del mercado, o de la posibilidad del poder por el poder”.

En su libro titulado Poliantea, Marco Aurelio Denegri señala “el amor depende del desarrollo integral de la persona: pero si esta se ha desarrollado parvamente y con suma deficiencia, entonces su amor será, si acaso, como su imperfectísimo desarrollo”. Quizá por eso el amor es hoy una tarea difícil para millones, quizá es solo una capacidad (o un arte según el psicoanalista Erich Fromm) que solo presentan muy pocos, como diría el maestro José Ortega y Gasset.

Recordemos que la capacidad de amar, como cualquier otra capacidad, dependerá del nivel de desarrollo y realización personal. Por su parte, Fromm en su libro “El arte de amar” proponía lo siguiente: “Para la mayoría de la gente, el problema del amor consiste fundamentalmente en ser amado, y no en amar, no en la propia capacidad de amar. De ahí que para ellos el problema sea cómo lograr que se los ame, cómo ser dignos de amor. Para alcanzar ese objetivo, siguen varios caminos. Uno de ellos, utilizado en especial por los hombres, es tener éxito, ser tan poderoso y rico como lo permita el margen social de la propia decisión. Otro, usado particularmente por las mujeres, consiste en ser atractivas, por medio del cuidado del cuerpo, la ropa, etc.”.

Según Matos, “hay también un reemplazo muy rápido en el ámbito de las relaciones amorosas, e incluso las relaciones profesionales están fragmentadas. Ya no se trata más de “el” empleo de toda la vida. Todo eso tiene que ver con la cultura del exceso, de la caducidad, que esclaviza a las personas”. El capitalismo contemporáneo está definido por la presencia de lo descartable y a corto plazo. “Vivimos un tipo de capitalismo que hace que las personas confundan el vacío como una carencia y la carencia como un objeto faltante, y eso nos conduce a la imposibilidad de convivir con el vacío y ser su artesano”, concluye la filósofa Olgária Matos.

Fromm, lo citamos nuevamente, nos dice: “Hoy nos encontramos con personas que obran y sienten como si fueran autómatas; que no experimentan nunca nada que sea verdaderamente suyo; que se sienten a sí mismas totalmente tal como creen que se las considera; cuya sonrisa artificial ha reemplazado a la verdadera risa; cuya charla insignificante ha sustituido el lenguaje comunicativo; cuya sorda desesperanza ha tomado el lugar del dolor auténtico”.

El recientemente fallecido Zygmunt Bauman, sociólogo y filósofo polaco de origen judío (quien acuñara el concepto de modernidad líquida para referirse a sociedades globales, capitalistas, hipertecnológicas, y de muchos cambios sociales desde los años 60 aproximadamente) en su libro “Vida de consumo” propone que las personas nos hemos vuelto una masa de consumidores engañados, seducidos, arrastrados y manipulados todo el tiempo por la publicidad. Inclusive nuestros vínculos están variando violentamente, al respecto Bauman menciona: “los clientes habituales de las agencias de citas por internet, engolosinados por las prácticas del mercado, no se sienten nada cómodos en compañía de seres humanos de carne y hueso. El tipo de productos con los que fueron entrenados para socializar son para el tacto, pero no tienen manos para tocar”.

En este mundo cibernético y ya de robots, de pronto las relaciones humanas cálidas están debilitándose, estando como estamos todo el día conectados a máquinas y aplicaciones, vamos perdiendo ese sabor humano que es parte importante del sentido de la vida. “El encuentro con una persona viva requiere de habilidades sociales de las que uno puede carecer o que pueden resultar inadecuadas, y entablar un diálogo siempre implica exponerse a lo desconocido”.

En su estimulante libro “El dilema del hombre”, el psicólogo Rollo May señala: En una época como ésta, cuando la sociedad ya no proporciona al individuo la orientación psicológica y ética adecuada, éste se ve obligado, a veces por desesperación, a examinarse profundamente para descubrir una nueva base a fin de orientarse e integrarse. Esta necesidad dio origen al psicoanálisis y a la nueva psicología dinámica; de hecho, el apoyo al individuo para que descubra una nueva unidad dentro de sí mismo es la gran contribución de la psicología desde Freud en adelante. La satisfacción de esta necesidad del hombre moderno de encontrar su significado dentro de sí mismo es también lo que motivó la aparición del existencialismo”.

GERGEN Y LA PRESENCIA AUSENTE

“La presencia ausente, en palabras del psicólogo y profesor estadounidense Kenneth Gergen (2002), constituye la presencia mental y social de una persona en varios lugares a la vez, que se hace evidente con la utilización de la tecnología actual, por ejemplo, de los teléfonos móviles, por no hablar del skype. Un individuo puede estar físicamente presente en un lugar pero mental y socialmente ausente al estar conectado y concentrado con su celular, digamos. También puede estar físicamente ausente en un lugar pero mental y socialmente presente gracias al mismo dispositivo digital. Hablamos de los espacios reales y de los espacios “móviles”.

Hace un tiempo, en la Universidad, un estudiante refirió que estando en una reunión social se percató que si bien él y sus amigos estaban juntos, en un momento “no estaban juntos” pues cada uno de los asistentes había cogido entre sus manos su teléfono móvil y se dedicaba a él dejando a un lado el contacto real, motivo de la reunión. Curiosamente, no se encontraban precisamente reuniéndose y “en contacto”. Reconocemos que también lo hemos visto, y no deja de sorprendernos y generarnos cuestionamientos e hipótesis. Hasta hay ahora un nombre para eso, en inglés, lo llaman phubbing o la terrible costumbre de ignorar al que está al lado para conectarse al celular, sea en una reunión laboral o en el desayuno dominical familiar. O como en los conciertos cuando las personas escriben que están asistiendo al concierto en vez de vivirlo y entregarse al momento, al aquí y al ahora como nos recuerdan los psicoterapeutas humanistas y existencialistas. Hasta se toman una foto a sí mismos, lo llaman selfie, y lo suben para dejar registrado que están en el espectáculo.

Probablemente, es una nueva forma de comunicación que tal vez tenga sus pro y no solo sus contra. No lo sabemos. Seguramente también estas son prácticas mayoritariamente de los llamados nativos digitales, es decir, las personas jóvenes nacidas no hace más de dos décadas cuando la era digital y tecnológica se empezaba a despuntar. Como inmigrantes digitales que somos, no compartimos esto, no siempre lo entendemos ni nos gusta, inclusive hemos llegado a sentirlo deshumanizante. Pero es un fenómeno creciente y dudamos mucho que desaparezca, como pasa a veces con otras modas pasajeras”.

DE SELFIES, AUTÓMATAS Y ZOMBIS

“Según el diccionario oficial, un zombi es aquella persona “que se supone muerta y que ha sido reanimada por arte de brujería, con el fin de dominar su voluntad”; y en su segunda acepción, considera un “zombi” como alguien “atontado, que se comporta como un autómata” (RAE, 2017). Nos preguntábamos porque parece existir tanta fascinación últimamente por las películas, video juegos y series de zombis, estos seres generalmente descritos como muertos que regresan a un estado particular de vida donde deambulan sedientos de sangre y empujados por tendencias biológicas instintivas (más que por decisiones cerebrales corticales) a alimentarse de carne humana, por ende, a matar. Y nos parece que una posible respuesta está en lo que viene ocurriendo en algunos lugares y con algunas personas en esta era digital y tecnocrática.

Si observamos, vamos a ver muchos “zombis tecnológicos”, esto es, personas que presas (sí, ya son presas) de su lap top, de su moderno celular o de cualquier otro artefacto, se abstraen de todo (personas, lugares, eventos, reuniones) y casi en un estado hipnótico solo pueden ver lo que viene pasando en su equipo. De pronto, hoy más que antes, andamos como zombis, habiendo entregado el autocontrol a nuestros equipos y sus aplicaciones. Quizá hasta nos sentimos identificados con esos personajes de moda, o nos vemos retratados en ellos. Según antiguas y fantásticas leyendas, si uno de estos zombis nos muerde, nos convertimos a su vez en uno de ellos.

De alguna forma, en esta sociedad, pasa algo así con las modas y los usos compartidos. Desde que tenemos uno de esos aparatos o desde que entramos a formar parte de estas “redes” virtuales, somos parte también del colectivo, claro está que algunos pierden más rápido el manejo que otros. Hablamos de artefactos y programas que son capaces de anular la voluntad de quienes los usan, algo parecido al efecto de ciertas sustancias psicoactivas, inclusive ya hablamos desde hace unos años de adicciones digitales o tecnoadictos. Se relata también casos tristes de accidentes (algunos mortales) por priorizar los selfies (autorretratos, generalmente tomados con la cámara de un celular y compartidos en las redes), no olvidemos los belfies (fotografiar el propio trasero), drelfies (fotografiarse en estado de embriaguez, léase borracho o borracha). Es curioso que la palabra “selfie” fue elegida como palabra del año 2013 por los diccionarios Oxford de lengua inglesa, tras extenderse significativamente su uso”.

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