Por Hernán Andrés Kruse.-

LOS TIEMPOS DEL HIPERCONSUMISMO

“Quien no está preso de la necesidad, está preso del miedo: unos no duermen por la ansiedad de tener las cosas que no tienen, y otros no duermen por el pánico de perder las cosas que tienen” (Eduardo Galeano)

Existen investigaciones periódicas que señalan a ciertos países (Canadá, Austria, Finlandia, Suiza) con los índices más altos de bienestar. Si bien es relativo y particular el entendimiento de la felicidad, lo cierto es que hay países donde la gente indica pasarla mejor, tener bienestar, tranquilidad y estar interesado en vivir. Creemos que estos aspectos tienen mucho que ver con la felicidad y el sentido en la vida. Lo que hemos podido revisar sobre el tema indica que, además de ciertos estilos de personalidad en la gente, existen condiciones socioeconómicas y educativas que promueven un estilo de vida más óptimo, tales como un buen ingreso económico, acceso a educación y posibilidades de atención médica.

Sin embargo, puede faltar el dinero, puede haber incomodidades y contratiempos pero si tenemos aún una meta, un objetivo, algo o alguien que sea valioso de alguna forma, si tenemos amor (aunque suene muy cursi hoy en día), si lo recibimos y lo podemos dar, o algo por qué luchar, el sentido resultante hace que mantengamos la fuerza. Por encima de las necesidades económicas o de logro está la necesidad de sentido dice el psicoterapeuta Viktor Frankl, y para eso nos recuerda en sus textos algunos reportes de personas con problemas económicos y laborales que no entraban en depresión (o en agresión y adicciones, la “triada neurótica de masas”) ni llegaban al suicidio.

Pensamos en cómo hoy día, aunque no es reciente ––de esto ya hace algunas décadas––, los medios nos venden la idea que tener es ser, que comprando y acumulando objetos lograremos ser felices. Recordamos dos frases, una señalada como autoría de Sócrates cuando iba a los mercados y decía “cuántas cosas hay que no necesito” y otra de Erich Fromm, “si soy lo que tengo y lo que tengo lo pierdo, ¿entonces quién soy?”, y vemos qué distinto a lo que hoy vivimos: la pretensión postmoderna de la búsqueda del sentido y de la felicidad afuera de uno, no dentro.

El profesor, sociólogo y filósofo Zygmunt Bauman indicaba lo siguiente: “la sociedad de consumidores implica un tipo de sociedad que promueve, alienta o refuerza la elección de un estilo y una estrategia de vida consumista, y que desaprueba toda opción cultural alternativa; una sociedad en la cual amoldarse a los preceptos de la cultura del consumo y ceñirse estrictamente a ellos es, a todos los efectos prácticos, la única elección unánimemente aprobada”, seguidamente señala “ni bien aprenden a leer, o quizá incluso desde antes, se pone en marcha la “adicción a las compras”. No hay estrategias de entrenamiento diferenciadas para niños y niñas: el rol del consumidor, a diferencia del rol del productor, no tiene género específico. En una sociedad de consumidores todos tienen que ser, deben ser y necesitan ser “consumidores de vocación”, vale decir, considerar y tratar al consumo como una vocación”.

Es necesario señalar que Erich Fromm, anteriormente citado, ya decía hace décadas como todo un visionario que el capitalismo moderno necesita hombres pasivos, que cooperen mansamente y en gran número, y que a pesar de eso, se sienten libres. En su libro “La vida auténtica” él nos recuerda lo siguiente: “la propaganda moderna, en un amplio sector, no se dirige a la razón sino a la emoción; como todas las formas de sugestión hipnótica, procura influir emocionalmente sobre los sujetos, para más tarde someterlos a su vez desde el punto de vista intelectual. Esta forma de propaganda influye sobre el cliente, y recurre a toda clase de medios: la incesante repetición de la misma fórmula; el influjo de la imagen de alguna persona de prestigio, como puede ser la de alguna dama de la aristocracia o la de un famoso boxeador que fuma tal marca de cigarrillos; por medio del sex-appeal de alguna muchacha bonita, atrayendo de ese modo la atención del cliente y debilitando al propio tiempo su capacidad de crítica; mediante el terror señalando el peligro del “mal aliento” o de alguna enfermedad de nombre misterioso; o bien estimulando sus fantasías de un cambio imprevisto en el curso de su propia vida debido al uso de determinado tipo de camisa o de jabón”.

SOCIEDAD ESQUIZOFRENÓGENA

“Esquizofrenógena significa que produce esquizofrénicos(as). Puede ser una madre la que lo haga, puede ser una familia así como una sociedad en su conjunto, con sus contradicciones, doble moral y malos modelos. Gran cantidad de sociedades se mueven dentro de vínculos extraños y ambivalentes, con dobles (y hasta triples) mensajes y órdenes. Algunos ejemplos bastarán para aclarar esto. Nos dicen desde pequeños que está mal mentir y robar pero desde entonces vamos viendo en casa, en la escuela y luego a las propias autoridades del país (policías, jueces, alcaldes, presidentes) hacerlo; esto es mentir, robar, transgredir las propias normas por ellos señaladas. Nos dicen también que un hombre vale por lo que lleva dentro y que hay que ser más que parecer; sin embargo, luego observamos en la TV cómo la gente usa máscaras todo el tiempo y viven orientados a “producirse” es decir, a fabricarse en una cosa que no son, convertirse en un producto que estará en la vitrina de la vida esperando ser mirado, aceptado y hasta adquirido. Escuchamos esa cantaleta de que somos únicos e irrepetibles pero los padres se asustan cuando escribimos con la mano izquierda y nos hacen escribir con la diestra, o se asustan cuando somos más lentos o más cinéticos que los demás y en esos casos nos etiquetan, nos diagnostican y hasta nos medican, todo para que seamos “normales”, lo cual significa, ser parecidos a los demás, al promedio, a la norma. De genuinos y particulares, nada.

Nos hablan de que el respeto y el amor al prójimo debe ser la línea rectora de nuestros vínculos y relaciones, pero desde chicos vemos cómo papá y mamá no se llevan, discuten y hasta se agreden, siendo agredidos nosotros de paso, directa e indirectamente, tanto verbal como físicamente. ¿Entonces? Nos enseñan a respetar a las damas, a no jugar con ellas y a cuidar nuestras relaciones de pareja, pero al mismo tiempo muchos realitys nos muestran todos los días, chicas lindas en diminutas prendas mostrando más de la cuenta y siendo intercambiadas por los chicos lindos (y fortachones) en romances (a veces falsos y construidos en los mismos sets de TV) que duran lo que dura una temporada del programa (…).

No debemos consumir alcohol ni drogas pues eso está mal, pero siendo niños participamos en juergas familiares interminables en casa y nos enteramos luego de la costumbre de algunos de esos familiares de automedicarse hasta el hartazgo cuando las cosas se ponían difíciles, y es que algunas pastillas para los nervios no caen mal. Mientras tanto en las noticias nos enterábamos de la caída de otro pequeño vendedor de coca, que saldría unas semanas después de haber arreglado convenientemente con algunos abogados, policías y fiscales. Pero ni hablar de los grandes narcotraficantes, esos que cenan con altos mandos militares y beben whisky mientras hablan de la grandeza de algunos otros países desarrollados. De la esquizofrenia, dice la RAE: “Grupo de enfermedades mentales correspondientes a la antigua demencia precoz, que se declaran hacia la pubertad y se caracterizan por una disociación específica de las funciones psíquicas, que conduce, en los casos graves, a una demencia incurable”. Saquen ustedes sus conclusiones”.

¿TODO ES DESCARTABLE?

“Nunca antes el ser humano había producido tanta basura como en los últimos cincuenta años. Y esto ocurre porque desde el siglo pasado vivimos una época donde se producen muchas cosas, las cuales deben renovarse continuamente. El mercado está hecho para que el tiempo de caducidad de las cosas (muebles, aparatos de telefonía, computadoras, TV, prendas) sea corto. Así, por más que cuidemos nuestras pertenencias, vamos a tener que renovarlas al ser sus repuestos muy costosos o inexistentes. Inclusive la recomendación del técnico experto es “mejor compre otro equipo”. Y de esta manera, entramos en una sociedad de lo descartable. No solamente descartamos objetos sino también estamos acostumbrándonos a relacionarnos así ya no solo con las cosas sino con las personas, con las instituciones. Hay algunos lugares del planeta donde los matrimonios duran menos de seis meses. Parece que el compromiso no está siempre presente en nuestra vida. En la cultura de la caducidad, estamos atrapados en una perenne renovación de las cosas y de las relaciones.

Esto nos recuerda las reflexiones del periodista y escritor uruguayo Marciano Durán al respecto: “lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades. Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida. Es más, ¡se compraban para la vida de los que venían después! La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, vajillas y hasta palanganas. Hoy todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más y más basura. ¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?”.

La sociedad contemporánea que nos toca vivir —capitalista, productora, consumista, mediática y tecnocrática— está definida por la presencia de lo descartable y a corto plazo. Hoy, nada dura, ni una refrigeradora, ni un romance, y eso es penoso, nos resta como seres humanos. Nos oponemos a eso pero así están las cosas y esto no es negativismo ni fatalismo, es realismo. Y esta es la sociedad que les estamos dando como modelo y en herencia a los más pequeños, les enseñamos a ser engreídos, compradores obsesivos, egocéntricos, poco empáticos, rápidamente frustrados y con muy poco compromiso por las cosas y las personas”.

LA SOCIEDAD ABANDONADA

“Lanzamos una pregunta: ¿Nuestra sociedad promueve una cultura saludable? La respuesta, después de pensarla con calma, es NO. No como quisiéramos, no como hace falta. Pasaremos a explicarla.

Estas últimas cuatro décadas se han caracterizado en nuestro país por la presencia de un sistema que promueve el consumismo (con un plástico en el bolsillo puedo comprar todo lo que antes debía hacer con dinero en efectivo), la adoración al cuerpo en desmedro de la mente (Joaquín Sabina lo recuerda cuando nos dice “los gimnasios están llenos, las librerías siguen vacías”), la corrupción (es sintomático que nuestros últimos cuatro presidentes tengan problemas con la ley, y dos de ellos purguen prisión); el miedo (la violencia reina y pareciera que las fuerzas del orden no ordenan nada) y la paranoia (se estima que nueve de cada diez peruanos no se siente seguro al salir de casa, nos incluimos); además, se promueve la incertidumbre (no sabemos si se cambiarán leyes o se modificarán las reglas de juego en el sector empresarial, académico y hasta deportivo).

También se estimula el exceso y un hedonismo primario descontrolado: licorerías, hostales, bares, prostíbulos. Reina el desorden (Caso Utopía, Caso Mesa Redonda, Caso Larco Mar, Caso Emporio Las Malvinas, Caso Cerro San Cristóbal), y, por último, para no hacer la lista más extensa aún, se promueve la valorización de lo efímero en vez de lo duradero, de ahí que se ha bautizado a estos tiempos como la “sociedad light” o la “sociedad del vacío”. Con este diagnóstico, surge la pregunta que César Vallejo le hace al Ministro de Salud en su poema “Los nueve monstruos”: ¿Qué hacer?

La manera de afrontar esto y no descubrimos nada nuevo al decirlo, es desde un enfoque interdisciplinario. Padres de familia, educadores, jueces, políticos, comunicadores, periodistas, psicólogos, trabajadores sociales, médicos, abogados, economistas, entre otros profesionales, deben con carácter de urgencia humanizar sus prácticas, contribuir a mejorar esta sociedad que huele a malograda hace rato.

Recordamos haber leído un texto del Dr. Carlos Alberto Seguín, de hace más de cuarenta años donde indicaba que la nuestra era ¡una sociedad enferma! (hace cuarenta años de esto). Planificar y cuidar nuestras familias es tarea de todos, armonizar las escuelas y buscar que sean lugares donde no solo se “dejan” a los muchachos mientras los padres trabajan, sino convertirlos en segundos hogares donde podamos encontrar nuestros talentos, limar imperfecciones, convivir pacíficamente, aprender a amar la lectura, conocer nuestra historia y forjar ciudadanos con civismo. Humanizar las empresas y no solo ver al hombre como una pieza más de un engranaje que debe producir tantas utilidades al año, y, finalmente, pero muy importante en estos tiempos mediáticos, mejorar los medios como la TV, la radio y la prensa, que hoy día suelen vivir del escándalo, la tontería, lo banal y el chisme.

Otro pensador de estos tiempos, el filósofo y sociólogo francés Giles Lipovetsky en la misma línea nos invita a reflexionar si estos tiempos venideros no son oportunos para el desenfreno, el exceso pero también para la apatía, la indiferencia y el vacío. En su famosa obra “La era del vacío” señala al inicio a manera de presentación del ensayo: “El individualismo hedonista y personalizado se ha vuelto legítimo y ya no encuentra oposición; dicho de otro modo, la era de la revolución, del escándalo, de la esperanza futurista, inseparable del modernismo, ha concluido. La sociedad posmoderna es aquella en que reina la indiferencia de masa, donde domina el sentimiento de reiteración y estancamiento, en que la autonomía privada no se discute, donde lo nuevo se acoge con lo antiguo, donde se banaliza la innovación”. Y seguidamente afirma: “Ya ninguna ideología política es capaz de entusiasmar a las masas, la sociedad posmoderna no tiene ídolo ni tabú, ni tan sólo imagen gloriosa de sí misma, ningún proyecto histórico movilizador, estamos ya regidos por el vacío, un vacío que no comporta, sin embargo, ni tragedia ni apocalipsis”.

Nuestra sociedad está enferma, reconozcámoslo, y tratemos de darle vida desde donde nos toque. Esto es deber de todos”.

(*) Manuel Arboccó de los Heros: “La sociedad de lo descartable y otras vicisitudes del mundo postmoderno” (Consensus 22-2017- Universidad Femenina del Sagrado Corazón).

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