Por Hernán Andrés Kruse.-

Jamás ocultó su devoción por Carlos Menem. Es por ello que no causa sorpresa alguna su decisión de inaugurar un busto del ex presidente en la Casa Rosada. Visiblemente emocionado el presidente de la nación expresó: “Les duela o no, ha sido el mejor presidente de la historia. Si hay algo que dije siempre es que fue el mejor presidente de la historia y hoy vengo con honor y el orgullo de estar reestrenando este busto”. “Estamos haciendo un acto de Justicia, trayendo su imagen a la casa en la que gobernó la Argentina más de 10 años. De esta manera, estamos reconociendo su liderazgo, su trayectoria política y sus gobiernos. Siempre fue electo por el voto popular”. “Era capitalista como su padre, venía del sector privado. Sabía ganarse la vida sirviendo al prójimo con bienes de mejor calidad o mejor precio”. “Menem recibió una catástrofe hiperinflacionaria y entregó a sus sucesores un país ordenado, estable y con un PBI per cápita 60% más alto que en 1989. Modernizó las instituciones en 1994 a través de la reforma constitucional más consensuada de la historia. Lideró con audacia, intuición y pragmatismo. Nos inspiró a quienes creemos en la libertad a seguir su ejemplo” (fuente: Infobae, 14/5/024).

En mi opinión, Carlos Menem fue uno de los presidentes más nefastos de la Argentina contemporánea. Basta señalar, para corroborar la anterior afirmación, las atroces consecuencias que trajo aparejadas su alineamiento incondicional con Estados Unidos: las voladuras de la embajada de Israel (1992) y la AMIA (1994). Lo notable fue que, a pesar de ello, el pueblo le otorgó el triunfo en las urnas en 1989, 1991, 1993, 1995 y 2003. ¿A qué se debió semejante demostración de apoyo popular? Buceando en Google me encontré con un ensayo de Gastón Souroujon titulado “La ciencia política frente al menemismo: Preguntas, interpretaciones y debates” (Humanidades y Ciencias Sociales-Universidad Nacional de Entre Ríos-2014). El autor expone las principales teorías politológicas expuestas en nuestro país para intentar explicar la “anomalía menemista”.

LA ANOMALÍA MENEMISTA

“Si posamos nuestra mirada en los trabajos dedicados a estudiar el menemismo, vemos en la mayoría una preocupación que se reitera, un problema que, formulado de distintas maneras, desconcierta a los intelectuales, ¿Cómo explicar el consenso por parte de la sociedad, a un gobierno que lleva a cabo un plan de reforma estructural radical, que a mediano plazo genera grandes costos sociales y económicos? Para gran parte del mundo intelectual el apoyo activo o pasivo que este paquete de reformas obtendría suponía una anomalía que debía ser explicada (Navarro). Carácter anómalo a la luz de lo que desde principio de los `70 se pensaba, en torno a la incompatibilidad entre regímenes democráticos y reformas de mercado (O’Donnell), análisis que concebía imposible un proyecto de reformas estructurales con apoyo popular, y subrayaba que era la coacción la única vía para llevar a esta empresa por buen puerto.

La capacidad del menemismo de realizar una reforma de estas características, con poca conflictividad social en comparación con la tradición nacional, y con sucesivas victorias electorales, entre las que se encuentra una reelección, supone una novedad que despierta la curiosidad de la comunidad académica: “En la situación Argentina, la pregunta que circuló incesantemente entre un gran número de analistas y dirigentes políticos opositores a Menem fue la siguiente: ¿cómo es posible que las propias víctimas legitimen los procesos de ajuste brindando su conformidad?” (Quiroga) “¿Por qué éstos (los sectores populares) respaldaron a un gobierno que, optando por llevar adelante un programa de reformas neoliberales, imprimía un giro tan radical a su acción, si tomamos como punto de referencia las identificaciones popularmente establecidas con el peronismo, y tan distintos a los anuncios formulados durante la campaña electoral, sobre todo a lo que, razonablemente, podía esperarse de las promesas de reparación inmediata encerradas en expresiones como “salariazo” y “revolución productiva” que, aunque habían sido relegadas a planos discursivos secundarios durante la campaña nacional, todavía resonaban en los oídos de la población?” (Palermo y Novaro). “¿Cómo producir entonces una modernización con características fuertemente excluyentes que, al mismo tiempo, no se traduzcan en un cuestionamiento de la estabilidad?” (Yannuzzi). “La dinámica política… deparó, desde 1989, su gran novedad al mostrarnos que los sectores populares mantenían su apoyo electoral al peronismo a pesar de la acción gubernamental que deterioraba la equidad social y hacia retroceder conquistas sociales alcanzadas bajo sus administraciones anteriores del Estado” (Sidícaro). “Lo sorprendente del caso es que Menem pudo poner en práctica un ajuste estructural extremadamente duro sin precipitar conflictos políticos y sociales inmanejables… y sin que, al menos hasta ahora, se pusiera en cuestión la estabilidad institucional… esto es lo que constituye la singularidad del experimento menemista” (Borón).

Esta anomalía que el menemismo desnudó, también mostró las deficiencias explicativas de aquella perspectiva, a la que llamaremos tradicional, que partía del supuesto de que el apoyo o rechazo por parte de la ciudadanía a un gobierno específico dependía directamente de su desempeño económico (Stoke et al), llegando nuevamente a la conclusión de la oposición entre reforma estructural y sufragio universal. Es preciso detenernos en algunos supuestos que sostienen esta teoría, supuestos que, como demostraremos, se repetirán en muchas de las perspectivas críticas y superadoras de la misma. En primer lugar, debemos remarcar que aquéllos que abrazan esta teoría, explícita o implícitamente, parten de algunas de las premisas de la perspectiva de la elección racional, en donde la lógica de las acciones individuales está signada por la intencionalidad, la maximización y el autointerés (Boudon) y en donde la sociedad es concebida como la suma y tensión de estas preferencias individuales y sectoriales.

Sobre este punto de partida teórico-epistemológico se cimienta el segundo supuesto: la impopularidad y el rechazo por parte de la sociedad de las reformas pro-mercado, al producir los efectos en las variables económicas comentados anteriormente y al afectar los intereses sectoriales de diversos grupos arraigados en el periodo anterior (Torre, Weyland, Gervasoni, Armijo y Faucher). Individuos con comportamientos racionales se opondrían a reformas económicas que provocaban desequilibrios en la relación costo-beneficio en detrimento de éste último. Un grupo importante de lecturas que intentaron explicar esta anomalía siguieron atadas a estos dos supuestos que hemos subrayado. Irónicamente, en el mismo momento en que desde algunos sectores se amonestaba al menemismo por haber hecho suya las propuestas del “Consenso de Washington”, convirtiendo a Argentina en el modelo de una política económica concebida por los poderes internacionales y ajena a las necesidades locales, parte de esta misma comunidad de cientistas sociales se inclinaba por reflexionar dentro de los parámetros racionalistas y economicistas en consonancia con estas propuestas.

En este orden, debemos resaltar la afinidad electiva entre las reformas económicas estructurales propuestas por el neoliberalismo y los supuestos epistemológicos propios de la elección racional. Obviamente que esta lectura no fue unánime, sino que paralelamente hubo un grupo importante de pensadores que apostaron por comprender esta anomalía a partir del análisis de los cambios en las significaciones sociales que dotan de legitimidad a un gobierno. Análisis en los cuales se recuperan categorías como legitimidad e identidad política, a partir de la reapropiación de ciertos autores clásicos como Weber, Durkheim, Gramsci.

A continuación nos adentraremos en este primer debate dando cuenta de las distintas hipótesis que conforman estos dos grupos, de sus insuficiencias, puntos ciegos y aciertos. Con la intención de comprender y reapropiarnos de una de las capas geológicas que dieron vida a la ciencia política en nuestro país”.

EXPLICACIONES BASADAS EN LA ELECCIÓN RACIONAL

TEORÍA DE LA EXPECTATIVA

“Al iniciarse la década del noventa, la experiencia de reformas económicas en América Latina y la doble transición en los países del ex bloque soviético, obligarían a los cientistas sociales a explorar otras hipótesis explicativas alternativas a la teoría tradicional. En este orden, la teoría de la expectativa, tal como la define Weyland, es una de las hipótesis que tendría más aceptación. El argumento central de la misma se basa en la afirmación que en situaciones normales, la gente actúa prudentemente y siente aversión ante la toma de riesgos que pudiera generar costos en el futuro; sin embargo, en situaciones de crisis, los individuos entran en el dominio de la pérdida, dominio que transforma sus expectativas y los hace propensos a aceptar riesgos como medio para evitar mayores pérdidas. Por esta razón, sostiene Weyland, en esta coyuntura la gente tiende a apoyar a líderes “outsiders” (Menem, Fujimori, Collor de Melo) y a tolerar las políticas de ajuste.

Dentro de esta línea argumentativa podemos hallar, en nuestro país, la hipótesis de Juan Carlos Torre, donde se remarca que la elección racional de los individuos no es siempre un dato unívoco, sino que se encuentra condicionada por la coyuntura, la que produce un reordenamiento del cálculo costo beneficio: “La circunstancia macroeconómica en que son iniciadas las reformas a las instituciones económicas existentes condicionaran el tipo de reacción social que habrá de suscitar. Allí donde son introducidas como medida de última instancia a fin de superar una emergencia cuya gravedad es colectivamente percibida, es muy probable que no se confronte a obstáculos sociales insalvables; precisamente, la percepción del riesgo de costos superiores a los de las reformas mismas reordena las expectativas sociales y modifica por lo tanto la configuración de los apoyos y resistencias” (Torre).

La misma hipótesis se repite en otro artículo que el autor escribe con Gerchunoff y parecería ser una de las líneas explicativas más fuertes del trabajo de Palermo y Novaro. Podemos observar que esta hipótesis, que Navarro en su tipología denomina de fuga hacia delante, mantiene los dos elementos principales que estructuran la teoría tradicional, tal como lo comentamos en el apartado anterior. En primer lugar, se acepta la impopularidad que a priori poseerían las reformas pro mercado. Este hecho se torna evidente en la recurrente apelación al concepto de tolerancia con relación a la falta de objeciones que se vieron en la sociedad civil ante estas políticas. Este concepto nos remite a una suerte de victimización de la sociedad ante un paquete de reformas a las que acepta estoicamente a pesar de percibir sus costos, negando por ende la posibilidad de pensar un consenso más activo ya que es sólo el contexto particular el que la posibilita. También encontramos el supuesto del accionar racional: el comportamiento sigue estando signado por la instrumentalidad, la maximización y la intencionalidad, sólo que se recurre a elementos ad hoc para explicar las desviaciones, los resultados distintos a los formulados en la teoría tradicional.

El problema de estas hipótesis es que sólo pueden ser pertinentes para los comienzos de aplicación de la reforma. Sin embargo, no pueden explicar la tolerancia que ésta disfruta por períodos más prolongados, ni explicar el por qué una vez que la coyuntura hiperinflacionaria, en el caso argentino, es paliada, la dirección emprendida por el gobierno de Menem sigue ganando elecciones y sigue siendo aceptada por la sociedad. En términos de Weyland, no explica por qué la gente sigue asumiendo estos riesgos, estos costos, una vez que salió del dominio de la pérdida. Y éste es un problema que enfrentan todas las teorías que pretendan explicar la supuesta anomalía que conlleva el menemismo, circunscribiéndose a un análisis de sus primeros años, ya que se ven incapacitadas para una comprensión global del ascenso y crisis del fenómeno.

Algunas posturas pretenden salvar este obstáculo afirmando que el estigma de la crisis acecharía todo el periodo, condicionando la voluntad de los votantes por el miedo a su retorno, postura que puede verse en el trabajo de Palermo y Novaro cuando aluden al temor a volver a la situación extrema. Y que también se puede rastrear en el trabajo reciente de Bonnet, cuando denomina a las elecciones de 1995 un voto chantaje, al estar operando como condicionante el miedo a la hiperinflación. Es cierto que no se puede negar la relevancia que el fantasma de la crisis tuvo durante estos diez años, sin embargo, la hiperinflación como megavariable que explica todo debería ser matizada, a la vez que se debe reconocer que la misma idea de crisis no es un dato objetivo, sino que forma parte de una construcción imaginaria y, por ende, es susceptible de ser interpretada”.

TEORÍA ANTICÍCLICA

“La posición defendida por Acuña y Smith llega a resultados similares a la teoría de la expectativa. Estos autores parten de la hipótesis de que, en el contexto latinoamericano de los años noventa, se aprecia una relación inversa a la comúnmente establecida entre desempeño económico y conflicto social; por lo que la tensión social disminuiría en momentos de mayor deterioro económico y aumentaría cuando se comienza a avizorar su mejoramiento. El primer término de esta relación responde a dos condiciones: 1) que los individuos hayan reducido sus expectativas y generado estrategias de supervivencia en contexto de crisis económica, condición que está determinada por la existencia de períodos prolongados de estancamiento, un descenso parsimonioso que facilitan la adaptación al ambiente, 2) que los conflictos que puedan generar aquellos sectores radicalmente opuestos a la política de ajuste sean desarticulados desde el Estado mediante ciertas medidas políticas que incrementen los costos individuales de participar en acciones colectivas, como por ejemplo la flexibilidad laboral. A la inversa, cuando la economía comienza a mostrar mejoras, las tensiones redistributivas aumentan como consecuencia de la información imperfecta que signa a los individuos y que les hace desconocer cuál es el momento en que la estabilidad económica está garantizada.

La hipótesis precedente se construye sobre similares supuestos epistemológicos que la anterior, a saber: individuos cuyo comportamiento está guiado por el autointerés, la intencionalidad e instrumentalidad, y nuevamente son las condiciones en que se aplican estas políticas de ajuste (en este caso se acentúa el factor temporal de la crisis) lo que altera los parámetros del comportamiento. Para Acuña y Smith es la clásica aversión al riesgo que postula la elección racional lo que lleva a los individuos a tolerar las políticas de ajuste, pues no conciben ninguna otra alternativa menos riesgosa. En relación a esta teoría, es preciso remarcar algunas cuestiones. En primer lugar, ninguna de las dos condiciones puede aplicarse sin reparo al escenario argentino. Por una parte, la crisis que posibilitó la instauración de la política de ajuste no fue como los autores lo conciben: un descenso parsimonioso y amortiguado que permitió la gradual adaptación de las expectativas, sino que 1989 marcó un punto de inflexión crítico que hizo insostenible la situación económica, social y política, allende el deterioro que se venía registrando.

Tampoco debe sobrevalorarse el diseño de una política como factor de disuasión de la participación en la acción colectiva contraria a la política de ajuste, puesto que se debe recordar que no logró implementarse una política de flexibilización laboral incorporando todas las medidas que el gobierno proponía, y fue causa de distintos conflictos por parte del sector sindical. Si bien es cierto que las tensiones sociales se multiplican en los últimos años del período, no se pueden ignorar las distintas tensiones que en los primeros años de gobierno el menemismo encontró en el sector del sindicalismo liderado por Ubaldini, en su propio partido, en las provincias, y en las organizaciones de derechos humanos.

El otro elemento sobre el que es interesante detenerse, es el argumento de que prevalecía una idea de “no existencia de opción” ante la política de ajuste, que expresaba la necesidad de éste. Idea que se presenta en muchos trabajos pero que la mayor parte de las veces se considera como un dato ya dado, como un hecho objetivo de la realidad y, por ende, imposible de ser cuestionado. Este abordaje limita la posibilidad de comprender que esta percepción es una construcción de la realidad, en donde juegan un papel principal tanto las capacidades de la clase política para imponerla, como la disposición de la sociedad a partir de sus residuos imaginarios, sus percepciones anteriores, para tomarla. Nuevamente, como en el caso de la crisis, concebir tal comportamiento como la respuesta más racional ante ciertas condiciones, oblitera la posibilidad de pensar la forma en que estas condiciones se construyen”.

TEORÍA DEL CAMBIO DE PREFERENCIA

“Otro argumento que se esgrimió para explicar esta anomalía se centra, en que el consenso que disfrutó el gobierno menemista y la reforma por él lanzada obedecen a que tanto las masas como la élite habían hecho suyos los principios generales de la nueva política económica, hipótesis que también se analiza en el trabajo de Navarro bajo el título de tesis de la conversión. Como vemos, en esta teoría se rechaza el supuesto de la impopularidad de las reformas. Sin embargo, se sigue sosteniendo la consideración de individuos que actúan racionalmente. Según Gervasoni, en América Latina, a partir de la década del noventa, se observa una relación directa entre política monetaria ortodoxa, libre mercado, presupuesto equilibrado y desempeño electoral. Todos aquellos gobiernos que aplicaron una política monetaria heterodoxa, aumentando la oferta de dinero y provocando presión inflacionaria, se encontraron ante la pérdida de caudal de votos. La razón de este fenómeno obedece a que la población percibe los beneficios de la estabilidad económica, y tiene en mayor estima la caída de la inflación que el aumento del empleo o la producción.

Estos cambios de preferencia en la sociedad harían su aparición, según esta teoría, a raíz de la crisis de la deuda en la década del ochenta en América Latina: “Es muy probable que dicha crisis haya marcado un punto crítico en la relación entre la economía y las elecciones en América Latina. La llamada década perdida representó el golpe final a una estrategia económica que venía mostrando signos de agotamiento desde los 60. Muchos de los factores que explican el mejor desempeño electoral de las administraciones reformistas no estaban presentes o eran mucho menos importantes antes de 1982”. Solamente los grupos organizados, sindicatos y asociaciones profesionales, impondrían un foco de resistencia a las reformas. Pero, según el autor, éstos convocarían a un porcentaje menor de población que aquéllos que apoyan al gobierno, sólo que estos últimos se encontrarían desperdigados. Lo que explica el triunfo en las elecciones de los gobiernos reformistas no obstante la oposición de los grupos de interés.

Un argumento similar encontramos en el trabajo de Armijo y Faucher, para quienes la reforma tuvo el apoyo tanto de la élite como de las masas. En lo que respecta al primer grupo, en Argentina no primaría tanto un cambio en la composición de la élite como de sus intereses, debido a la capacidad del gobierno de negociar con ella. Así, los lobbies de la patria contratista se reconvertirían en propietarios de empresas privatizadas. En cuanto a las masas, el argumento coincide con el de Gervasoni: en estas democracias, la demanda de las masas es la estabilidad económica y los bajos niveles de inflación: “We suspect that the single biggest reason for popular support of reformist politician… is that market reforms have ended inflation”. Esta visión posee la ventaja de reconocer que reformas de tal envergadura requieren un grado de apoyo explícito y positivo por parte de la población, destrabando de esta forma la tensión entre democracia y reforma.

Sin embargo, aún podemos visualizar dos puntos objetables en esta perspectiva: en primer lugar, permanece anclada en la concepción racional y autointeresada del comportamiento humano, el apoyo que otorga la población a estas políticas es consecuencia de un análisis racional de los propios intereses de la misma, población que ahora estimaría la estabilidad de precio y el horizonte de certidumbre que genera, por sobre el nivel de empleo o de producción, como si la amenaza del desempleo no fuese también un factor de incertidumbre. La segunda objeción se centra en la coherencia interna del argumento. Si partimos, como afirma Gervasoni, de que el cambio de preferencia se da en la década del ochenta, no se explica por qué en las elecciones de 1989 se dio el triunfo de un candidato que parecía postular una política monetaria heterodoxa con posible aumento de la inflación, a través de promesas electorales como salariazo y revolución productiva. Al ser la opción de Angeloz más acorde a las nuevas preferencias, opción que recordemos terminaría por perder. Si en cambio, se postula que en Argentina la transformación de las preferencias se da después del triunfo de Menem, habría que explicar cómo, en el conjunto de la población, se da un cambio vertiginoso de intereses en menos de un año, y dado esto, qué factores impiden que los intereses sigan su marcha fluctuante e incierta”.

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