Por Hernán Andrés Kruse.-

EXPLICACIONES BASADAS EN LOS CAMBIOS EN LAS SIGNIFICACIONES SOCIALES

EL PERONISMO DE LAS DOS CARAS

“Otro grupo de pensadores trataron de pensar esta anomalía a partir del supuesto de concebir la sociedad estructurada por dos grandes grupos: los sectores populares y los sectores medios y altos. Ambos grupos apoyarían al gobierno y a las políticas que éste aplica, sin embargo por diferentes motivos. En tanto que las clases populares que apoyan al menemismo lo hacen a partir de la vigencia del imaginario político peronista original, el otro conjunto de la sociedad estaría brindando su apoyo a las medidas económicas tomadas. En esta línea, Sidicaro argumenta que los sectores populares tendrían conductas signadas por la tradición, por el pasado, que se explican por el contexto social en el que estos sectores se reproducen, contexto que constriñe, nos dice el autor a partir de la lectura de Durkheim, sus acciones. Es el imaginario político del ‘45 el que trabaja como soporte de la legitimidad e identidad del gobierno de Menem de 1989.

Sin embargo, volvemos a encontrar las tentativas de análisis racionalista cuando se intenta explicar el accionar de los sectores medios y altos que se beneficiaron con la política económica lanzada por el menemismo. Más allá de los cambios ocurridos en los sectores populares, permanecería vigente un núcleo duro de imaginario político peronista, en tanto que en los estratos más elevados de la sociedad, se percibe un comportamiento estratégico: “Así, un tanto contradictoriamente, el gobierno de Menem recibió, por el pasado, una vertiente de votos populares sin reclamos disruptivos inmediatos, en tanto que por el presente, el sostén coyuntural se lo dieron individuos contrarios al peronismo histórico, ubicados en los deciles superiores de la distribución de ingreso” (Sidicaro).

En el caso de Levitsky, esta suerte de peronismo de dos caras es posible gracias a la particular estructura organizativa que posee el Partido Justicialista, por la cual, las organizaciones de base mantienen una independencia con relación a la coordinación del partido, que le permite conservar vivas las viejas representaciones peronistas, al mismo tiempo que los dirigentes pueden dirigir sus esfuerzos en atraer el apoyo de los sectores independientes: “Esta disociación entre la conducción y las organizaciones de base brinda al PJ una importante ventaja en la competencia electoral, ya que permite a la conducción perseguir estrategias electorales orientadas hacia el exterior, dirigidas a los votantes independientes… mientras las organizaciones de base siguen trabajando hacia el interior y apunta a captar los votos peronistas tradicionales… mientras las organizaciones de base prestan atención al ámbito de la identificación, los dirigentes del PJ poseen relativa libertad para salir en busca de votos en el ámbito de la competencia”.

No obstante, esta línea argumentativa procura alejarse de las insuficiencias de aquellas teorías que se arraigan exclusivamente en el comportamiento racional de actores individuales, podemos observar que terminan siendo tentadas por el mismo pecado: estos autores reproducen, consciente o inconscientemente, el “prejuicio iluminista”, que ya pensadores como Le Bon y Pareto habían desactivado, al suponer que el comportamiento guiado por emociones e imaginarios es propio sólo de los sectores populares, en tanto que aquellos sectores con mayor nivel de ingreso y educación pueden desprenderse de ellos y de esta forma guiar su accionar racionalmente. Lo anterior coloca a lo imaginario en el ámbito de la carencia, al ser la pobreza y la falta de educación el terreno fértil para un comportamiento no instrumental. En términos del iluminismo, son sectores que no se han podido desligar de sus tutores y no han podido llegar a la edad madura que les permita hacer un uso público de la razón. Este prejuicio sugiere una visión peyorativa del imaginario y una esperanza en su futura desaparición a partir de la “elevación” de los sectores populares. Dicho prejuicio explicaría, de alguna manera, la capacidad de los sectores medios y altos para autonomizarse de su tradicional imaginario antiperonista y poder orientar su comportamiento a partir de los intereses económicos. A la inversa, lo que se autonomiza, como nos recuerda Sidicaro, en el caso de los sectores populares, es la coyuntura económica, a la que se ignora, pesando mucho más el imaginario tradicional.

Otro interrogante que surge al analizar esta postura, es la aparente solidez, estabilidad y vigencia que posee el imaginario peronista surgido en la década del cuarenta, en los sectores populares de los noventa. Arraigo tan intenso que sólo exige que Menem reavive estos elementos y los represente en su formato original. Esta lectura estaría dejando de lado la crisis y transformación que sumió a la identidad peronista en la década del ochenta, luego de su derrota electoral. A la vez que desvaloriza los componentes novedosos que el menemismo articula en el imaginario a fin de interpelar no sólo a los sectores medios y altos, sino también a los populares”.

LA IDENTIDAD DISPONIBLE O LA TESIS POLITOLÓGICA

“Durante esta época se desarrolló un segundo grupo de respuestas que se edificó a partir del nivel de las significaciones sociales para dar cuenta de la anomalía que presentó el menemismo. Estos autores relativizarían la idea anteriormente señalada, de la existencia de un grupo duro de representaciones que solidificarían la identidad peronista, al hacer hincapié en la erosión y desarticulación que acechaba a la misma, principalmente a partir del proceso de renovación iniciado por el peronismo en la década del ochenta y por el cambio en el escenario político nacional. En este orden, tanto Yannuzzi como Palermo y Novaro coinciden en observar que a su llegada al poder, Menem se encuentra con una identidad nominalmente vigente y saludable: “el peronismo”, pero cuyos contenidos estaban en crisis. Una identidad en situación de disponibilidad: “… esos valores y tradiciones venían atravesando desde la muerte de Perón una crisis furibunda, y los esquemas de reconocimiento y la misma identidad de los actores parecía haberse ido descomponiendo con el paso de los años… dejándolos en una situación de disponibilidad para ser interpelados por una estrategia política que fuera lo suficientemente audaz y original como para sacarlos de su postración y decadencia” (Palermo y Novaro).

Estos intelectuales niegan que la anomalía fuera resuelta por el Menemismo a partir de la concreción de un nuevo programa político sobre la base de un imaginario pretérito, como parece sugerir Portantiero, sino que subrayan el trabajo, por parte del poder político, de recuperación y ruptura con el imaginario político peronista, permanencia y transformación que le permitiría al menemismo consolidar una nueva coalición y edificar un nuevo criterio de identidad. Doble juego que posibilitaría a Menem erigirse como el único heredero de Perón, a la vez que señalar al Estado peronista del ‘45 como la génesis de todos los problemas económicos, generando una ruptura con la tradición y la consecuente constitución de una nueva identidad. Como nos sugiere Aboy Carlés: “…desde su mismo acceso al gobierno Menem intentó debilitar elementos básicos de lo que aquí hemos denominado dimensión de la tradición”.

Esta debilitación se conjuga con el reforzamiento y resignificación de otros elementos según la coyuntura. Pensamos que esta perspectiva posee una mayor profundidad interpretativa que la anterior, al no desestimar el papel que ocuparía la articulación novedosa por parte del menemismo, así como los diversos componentes que el imaginario político del menemismo pone en juego para interpelar a los distintos sectores de la sociedad. La doble vía de ruptura y continuidad es una característica central de todo imaginario político que tenga pretensiones de instaurarse con éxito, ya que una articulación radicalmente novedosa tendría grandes dificultades en despertar la sensibilidad de la sociedad, naturaleza que estos intelectuales reconocen y subrayan.

Sin embargo, en muchas de estas lecturas, si bien se reconoce el papel jugado por las significaciones sociales y las identidades políticas, estos elementos quedan subordinados en última instancia como factor explicativo al fenómeno de la hiperinflación: “Pero el rasgo esencial para comprender la característica que asume la reforma estructural en Argentina está dado por la crisis hiperinflacionaria de 1989… tras la crisis la implementación de reformas radicales fue habilitada sin mayores oposiciones como solución a las demandas de reconstitución de un orden estable” (Aboy Carlés). “Tal vez haya sido la experiencia de la hiperinflación el principal motivo de la amplia aceptación del estilo menemista…” (Novaro, 1994). Dicho acento en la crisis hiperinflacionaria como variable prioritaria para explicar la anomalía no se encuentra muy alejada de la Teoría de la Expectativa que hemos visitado, por lo que es pertinente realizarle los mismos comentarios.

En particular, recordemos, ver a la hiperinflación como el principal motivo de la amplia aceptación del estilo menemista no puede explicar por sí sola el consenso relativo a diez años de gobierno, a la vez que corre el riesgo de reducir la articulación identitaria que propone el menemismo, a una mera reacción ante un factor negativo, amenazante y externo. Soslaya la lectura de ciertos componentes positivos de la articulación identitaria, e ignora por otra parte, la posibilidad de interpretar el fantasma de la crisis hiperinflacionaria como producto del trabajo de resignificación por parte del poder político en el seno del imaginario”.

MENEMISMO Y DEMOCRACIA. ¿CÍRCULO VIRTUOSO O VICIOSO?

“El segundo debate sobre el que queremos llamar la atención se centra en las discusiones en torno a los efectos que el gobierno iniciado por Carlos Menem tuvo sobre la joven democracia argentina. En este orden, encontramos argumentos opuestos que dividieron a la comunidad académica en “Tirios y Troyanos”, entre aquellos que señalaban los obstáculos generados por el menemismo para la consolidación democrática, y aquellos que subrayaban los beneficios. Debate, que, de alguna manera, retomaba ciertas preocupaciones de la década precedente en torno a los peligros que acechaban las transiciones a la democracia.

La aparición de Menem en el gobierno inauguró un juego intelectual en donde los distintos pensadores se esforzaron por encontrar las similitudes entre el nuevo presidente y Perón, ciertos rasgos que conectarían a Perón con Menem, y en los que residiría el núcleo del peronismo. En este sentido se subrayó el decisionismo y la concentración de poder; la concepción antipolítica y la consecuente autodefinición de “outsider” por parte de estos líderes; la desvalorización de las instituciones republicanas y de las mediaciones partidarias y la ambición hegemónica que provoca el no reconocimiento de la oposición dentro del espacio público. Todos estos elementos llevaron a gran parte de los intelectuales a invocar el neologismo de neopopulismo, en pos de comprender el menemismo y su conexión con el peronismo, concepto que en la década del noventa utilizaría gran parte de la literatura política de América Latina para dar cuenta de los nuevos fenómenos de liderazgo.

Estas características generaron que muchos intelectuales señalen las consecuencias negativas para la consolidación democrática que el gobierno de Menem provocaba, centrándose en el debilitamiento del entramado institucional que sufriría el régimen democrático liberal durante el período en cuestión. En esta línea, encontramos el famoso argumento de O’Donnell en torno a la democracia delegativa, según el cual ésta otorgaría al Poder Ejecutivo la capacidad de hacer todo, desarticulando cualquier forma de accountability horizontal y representación institucionalizada. Baja institucionalidad, nos sugiere el autor, cuyos frutos son regímenes que pueden ser definidos como poliarquías, pero no pueden ser comprendidos como democracias representativas.

Sin embargo, un segundo grupo de autores llegan a conclusiones diferentes al priorizar la lectura del contexto particular en que Menem accede al poder. En este orden, acentúan dos procesos claves que la experiencia menemista dejó tras de sí en pos de la consolidación democrática: el fortalecimiento del Estado como fuente de autoridad frente a las corporaciones (sindicatos, fuerzas armadas), y la introducción del Partido Justicialista al juego democrático. Autores como Palermo y Novaro y Mora y Araujo entienden que el menemismo supuso un paso substancial para la democracia argentina al descorporativizar la escena política generando una sociedad más abierta y principalmente por eliminar, por primera vez en la historia de nuestro país, la posibilidad latente de un golpe institucional por parte de las fuerzas militares. A su vez, agregan estos autores, el Estado logró restablecerse como eje de la autoridad frente a los sindicatos y las distintas clientelas caudillistas que ocupaban sus aparatos, a partir de la racionalización y tecnificación de su administración.

Como observamos, otro aspecto relevante para la democracia que rescatan estas lecturas es cómo este proceso logró introducir al Partido Justicialista al juego democrático, resultado que empieza a gestarse a partir de la renovación. La misma candidatura de Menem es hija de esta transformación, siendo una minoría dentro de la interna partidaria. Pero será durante el gobierno de Menem en donde se consolide esta desactivación de los elementos antisistémicos que asolaban al peronismo, para pasar a convertirse en un partido más: “…la redefinición, aún con ambigüedades que Menem realizó… de los principios del peronismo en su relación con el liberalismo político: la opción por una organización partidaria, la conversión del enemigo en adversario, la canalización institucional de los conflictos internos y externos, la adopción de la competencia electoral como principio de legitimidad…” (Novaro). Un último indicador notable de la democratización del peronismo en este período, que para muchos pensadores aún ha pasado desapercibido, es el hecho de que Menem fue el primer –y hasta la actualidad el único– presidente justicialista que entregó el poder a un presidente electo democráticamente de la oposición (Mustapic).

Una mirada atenta a estas dos lecturas nos permite matizar el carácter opuesto que aparentan. Estas dos lecturas no son necesariamente contradictorias, lo que las diferencia es el punto de partida desde el cual realizan su análisis sobre las consecuencias que el menemismo ejerce sobre la democracia. En tanto que la hipótesis sostenida por O’Donnell tiene como horizonte de comparación a las democracias representativas de los países desarrollados, privilegiando un registro de lectura más teórico-analítico, en donde se subrayan las diferencias que nos separarían con una construcción tipo ideal, las conclusiones de Palermo y Novaro parten de una lectura más diacrónica, teniendo como horizonte de comparación las potencialidades democráticas que anidaban en la Argentina de 1989 y, principalmente, en el partido peronista, rescatando los progresos que no responden a ninguna necesidad histórica, que el gobierno de Menem imprimió en dirección a la democracia. Ninguna de estas lecturas es susceptible de ser considerada errónea o desacertada: en tanto que una nos advertía el camino que aún faltaba por recorrer para alcanzar los parámetros de la democracia representativa, la otra subrayaba los progresos obtenidos en esta dirección”.

(*) Gastón Souroujon: “La ciencia política frente al menemismo: Preguntas, interpretaciones y debates” (Humanidades y Ciencias Sociales-Universidad Nacional de Entre Ríos-2014).

Share