Por Hernán Andrés Kruse.-

El miércoles 12 de junio fue una de las jornadas más aciagas de la Argentina del siglo XXI. Ese día miles y miles de manifestantes, muchos de ellos pertenecientes a organizaciones sociales y a partidos políticos de izquierda, y numerosos ciudadanos que fueron a la Plaza del Congreso de manera individual, para protestar contra la sanción en el Senado de la Ley Bases, fueron salvajemente reprimidos por las fuerzas de seguridad federales. Las escenas que registraron las cámaras de televisión fueron dantescas. Un auto utilizado por un conocido trabajador de prensa fue incendiado y numerosos manifestantes fueron víctimas del espantoso gas pimienta, arma predilecta de los uniformados para reprimir a los “díscolos”. Ni siquiera los diputados nacionales opositores se salvaron del salvajismo de las fuerzas de seguridad.

El objetivo de la tenebrosa ministra de Seguridad Patricia Bullrich fue por demás elocuente: impedir a como diera lugar que en el momento de la crucial votación hubiera manifestantes en las adyacencias del Congreso. En ese sentido, cabe reconocer que el operativo represivo fue un éxito. Cuando la vicepresidente de la nación desempató a favor del oficialismo había un escaso número de manifestantes en la plaza. Pero el precio que pagó el gobierno nacional por semejante “victoria” fue, me parece, altísimo. En efecto, apenas concluido el operativo represivo, el gobierno nacional, desde el ministro de Justicia hasta el mismísimo presidente, manifestaron por X que los uniformados habían evitado que se consumara un golpe de estado que tenían en mente los terroristas que habían provocado el caos en la Plaza del Congreso.

De manera irresponsable e inaudita, el presidente de la nación decidió reflotar viejos y peligrosos fantasmas que asolaron al país en la trágica década del setenta. De manera irresponsable e inaudita Javier Milei y Mariano Cúneo Libarona acusaron a los detenidos por las “fuerzas del orden” de ser terroristas, cuando los hechos posteriores demostraron que los detenidos eran muchas cosas menos terroristas. Veamos. “María de La Paz Cerutti, profesora de historia (…) fue detenida arbitrariamente el mismo día que salió de su última consulta psiquiátrica; decidió ir a la movilización porque sus compañeros de trabajo estaban allí y para contarles que al día siguiente se tenía que reincorporar (…) Otra de las detenidas es Sasha Lyardet, militante del MST y estudiante de Antropología en la Unsam. Fue interceptada por las motos de la Policía mientras intentaba ayudar a una amiga suya que se cayó en medio de la represión (…) Brian Ortiz, estudiante de historia en el Instituto de formación docente Número 1 de Avellaneda, fue apresado por la policía mientras se encontraba junto a su amiga que fue gaseada de forma criminal (…) Nicolás Mayorga, reconocido ajedrecista y Maestro Fide, varias veces campeón panamericano, es otro “terrorista” según Milei y Bullrich. Fue apresado en el pabellón 9 de la cárcel de Marcos Paz, tras ser brutalmente detenido a más de 15 cuadras del Congreso” (fuente: “Estudiantes, laburantes, artistas: ¿quiénes son los manifestantes que Milei y Bullrich quieren presos?”, Redacción de Prensa Obrera, 18/6/024).

La pregunta, crucial por cierto, que cabe formular en este delicado momento, es la siguiente: ¿de qué estamos hablando cuando empleamos el vocablo “terrorista” para acusar a alguien que se está manifestando pacíficamente en un lugar público? En definitiva, ¿hubo terrorismo el pasado 12 de junio en la Plaza del Congreso? La respuesta es, obviamente, negativa pero el tema es por demás complejo y merece ser analizado con detenimiento y serenidad. Buceando en Google me encontré con un ensayo escrito por José Juan de Olloqui (Ex embajador de México en Reino Unido y Estados Unidos. Fue nombrado embajador eminente por la Presidencia de la República. Ex subsecretario del ramo en la Secretaría de Relaciones Exteriores y director general del Infonavit y del Grupo Serfin. Es investigador de tiempo completo en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM) cuando George W. Bush estaba en la Casa Blanca, titulado “Reflexiones en torno al terrorismo”. Saque el lector sus propias conclusiones.

DEFINICIONES DEL TERRORISMO

“Considero prudente para comodidad del lector el acotar el tema con algunas definiciones. El Diccionario de la Lengua Española nos inicia con una definición vehemente en donde: “el terrorismo es la sucesión de actos de violencia para infundir terror”. A lo que debemos agregar el concepto jurídico de Manuel Ossorio, en donde se especifica que el terrorismo son: “los actos de violencia en contra de personas, la libertad, la propiedad, la seguridad común, la tranquilidad pública, los poderes públicos y el orden constitucional o contra la administración pública”.

Hasta aquí identificamos dos constantes del terrorismo: la violencia y la creación de miedo con ésta. Por otro lado, en su “Diccionario de Política” Norberto Bobbio comenta que “en el contexto internacional se puede dar el caso, sólo aparentemente contradictorio, de que el terrorismo sea la única forma de acción posible, y esto en caso de que los grupos terroristas no puedan enmarcarse dentro de una unidad territorial o Estado. Éste es precisamente el caso más original y actual del terrorismo en la problemática política internacional”. La aportación relevante de Bobbio es que para los terroristas, en el nivel internacional, el terrorismo constituye el único camino abierto para quien no se identifique con la estructura existente del orden internacional y me atrevo a añadir, cuando no encuentran otro camino abierto.

Adolfo Gilly cita una definición de Henry Kissinger que también considero interesante. Para Kissinger “el terrorismo se define como ataques indiscriminados contra civiles con el fin de romper el tejido social”. Coincido especialmente con este concepto porque los atentados de los terroristas se distinguen por afectar a los civiles, es decir a la población que no forma parte del gobierno ni del ejército y esto obviamente crea inestabilidad social; pues es un enfrentamiento entre dos actores de distinta índole y no entre dos fuerzas militares, lo que más bien sería una guerra. El terrorismo tiene siempre un tinte político y es por ello que ataca a la población civil y causa fuertes efectos en la opinión pública. Esta práctica tiene también como fin promover causas ideológicas y brindar esperanza en los que creen en ellas, por medio de demostraciones de fuerza como son los atentados violentos. Sus acciones responden a las ideas que se gestan en grupos subestatales que pretenden obtener la legitimidad de la fuerza que legalmente yace en el Estado.

Para Chris Cook el terrorismo es un fenómeno contemporáneo pues es: “la tentativa de alcanzar fines políticos gracias a la creación de un clima de temor mediante bombas, asesinatos, secuestros y piratería aérea, con el objeto de socavar la capacidad en la confianza de un Estado para proteger a sus ciudadanos, o de lograr publicidad para una causa”.

El terrorismo puede ser una herramienta de guerra pero no es una guerra en sí. La guerra se da tradicionalmente entre Estados o en el caso de la guerra civil entre una parte de la población que ataca a otra u otras, de manera expresa y directa. Como bien diría Clausewitz “la guerra es, en consecuencia, un acto de fuerza para imponer nuestra voluntad al adversario”. En la guerra el enemigo está identificado y el objetivo es imponerle la propia voluntad, a diferencia del acto terrorista, en donde el agresor no es directamente un Estado y el objetivo directo no es imponerle condiciones sino causar miedo principalmente en las fuerzas no militares.

En un enfrentamiento entre naciones “la destrucción de la fuerza militar del enemigo es el medio, tanto en el ataque como en la defensa”. No obstante, de que para derrotar físicamente a las organizaciones terroristas se puede utilizar la fuerza, esta “guerra” quedaría inconclusa si no se resuelven sus demandas ideológicas o de cualquier otro tipo, pues en poco tiempo se formarían nuevas células terroristas que obtendrían nuevos financiamientos de los que se identificaran con dichas ideologías. A los ejércitos los financian los presupuestos públicos y a los terroristas particulares, que siguen sus ideas, o gobiernos, que quieren causar inestabilidad en los países atacados.

Los Estados o naciones se enfrentan con ejércitos que los representan legítimamente, mientras que los terroristas pueden proceder de un grupo político que atiende a intereses propios y no se sujetan a ninguna legislación o convenio internacional, por lo que no se distinguen por atacar sólo a las fuerzas bélicas del Estado, sino a la población en general. Al respecto, también nos son útiles los elementos que Bouthoul considera distintivos de una guerra, porque: 1) es un fenómeno colectivo; 2) es una lucha a mano armada; y 3) tiene carácter jurídico. Con ello fundamentamos que no es lo mismo una guerra que el terrorismo y que propiamente no se puede hablar de declarar la guerra a los terroristas.

Otra diferenciación conceptual que considero prudente tratar es la del terrorismo de Estado, que también puede ser una guerra de baja intensidad. Este tipo de terrorismo, operado desde el gobierno, se diferencia de las guerras comunes porque no se ejerce dentro del marco legal del Estado y al igual que los otros tipos de terrorismo, se comete en la clandestinidad, con la realización de actos criminales; aunque el terrorismo de Estado justifica su existencia en la raison d’êtait, identificada con la del propio gobierno. Así, en el terrorismo de Estado se emplea el poder del gobierno para eliminar a un individuo o a un grupo en particular con fines políticos. Los medios de éste son los utilizados normalmente por los terroristas y anarquistas y se comenten, obviamente, sin previa declaración de guerra.

Una situación interesante al respecto es la que muestra el IRA en su modus operandi, con cierto tipo de acuerdo que estableció con el gobierno del Reino Unido desde la década de los noventa. Dentro de la brutalidad del terrorismo existe un rayo de luz que hace menos devastadora esta práctica de presión política. El IRA tiene una manera particular de comunicarse, que está previamente identificada por el gobierno británico, con la que avisa de futuros actos terroristas, dando datos de lugar y tiempo en los que se darán los atentados. Aunque esto no es muy conocido, permite claras ventajas para la población y es hasta cierto punto, sino un acto de civilidad, sí un pacto entre caballeros. De esta manera, los civiles se escandalizan menos y el gobierno puede controlar o disminuir de alguna forma los efectos del ataque terrorista.

El problema al respecto es que, pocos terroristas avisan antes de atacar, muchos menos tienen acuerdos con los gobiernos y finalmente, no son plenamente confiables dada la naturaleza de su organización. Los terroristas permanecen en la clandestinidad, entre otras cosas, porque saben que si un gobierno tiene capacidad de disolverlos lo hará, por medios legales o pragmáticos. Por otro lado, el concepto de terrorismo de Estado se aplica ocasionalmente de forma peyorativa a movimientos políticos o acciones que causan poco simpatía a ciertos países o gobiernos. Es común escuchar que se le dé ese calificativo a la Gestapo por ser un arma de represión política alemana durante la época nazi, o a la Stasi de la Alemania del Este en el periodo socialista que, era un cuerpo policial vinculado a la KGB rusa; estas organizaciones cometían desde ese punto de vista múltiples formas de terror político, en contra de sus enemigos internacionales y sobre sus propios ciudadanos.

Por otro lado, el terrorismo patrocinado por el Estado enfoca sus recursos en causar inestabilidad, pero fuera de sus propias fronteras. En tiempos recientes, diversos países, de orientación ideológica distinta, han reincidido en este tipo de actividad, aunque paradójicamente, en otros casos condenan a sus oponentes por las mismas prácticas. Por ejemplo, Estados Unidos durante la presidencia de Ronald Reagan denunció de ello a varios gobiernos, entre los más destacados a Libia; simultáneamente su gobierno patrocinó actos para crear inestabilidad en Nicaragua, aun cuando ambos gobiernos mantenían relaciones diplomáticas plenas.

Los magnicidios son muy parecidos a los actos terroristas en cuanto a sus métodos, pero a diferencia de éstos atentan contra políticos importantes y no contra la población civil. El magnicidio es la “muerte violenta dada a persona muy principal por su cargo o poder”. Este tipo de asesinato lo podemos ejemplificar con los casos de Anwar Al Sadat, en Egipto, John F. Kennedy, en Estados Unidos y Luis Donaldo Colosio, en México. Aunque los tres eventos causaron temor en la población civil, el objetivo de los asesinos era causar su muerte y no el terror público. Los magnicidios no siempre están acompañados de demandas políticas concretas y por su naturaleza son más previsibles que los atentados terroristas en contra de la población civil.

Los actos terroristas se han realizado con diferentes fines políticos en el mundo y en algunos casos son actos aislados (de allí emergen las diferencias entre terrorismo y un acto terrorista). Un anarquista puede realizar actos considerados terroristas pero no por eso él se convierte inmediatamente en un terrorista; el aventar un petardo en la euforia de un mitin político es un delito, pero para convertirse en terrorismo tendría que tener detrás a un objetivo específico con planeación de violencia enfocada a la población civil. En todo caso, los anarquistas no son terroristas, pero sí sus primos hermanos”.

EL TERRORISMO A TRAVÉS DE LA HISTORIA MUNDIAL

“La historia de la humanidad ha estado plagada de violencia, sin embargo, podemos decir que el terrorismo es un fenómeno moderno. Las guerras y los enfrentamientos de la antigüedad causaban pánico, no obstante, eran percibidos hasta cierto punto como sucesos cotidianos. Las invasiones, conquistas o aniquilamientos generaban terror y eran vistos como una razón para defender a las propias poblaciones, feudos o países, pero no como la falta de protección por parte del Estado; que no existía como tal y por lo tanto no tenía las responsabilidades actuales que le atribuyen sus miembros, entre ellas la de la protección de la sociedad civil de ataques como los de los terroristas.

Si ponemos como ejemplo a las conquistas territoriales de Gengis Kan apreciamos que eso no fue terrorismo ni terrorismo de Estado. Fue, fríamente, una guerra de aniquilamiento y demostración de poder; en apariencia semejante a la de Hiroshima y Nagasaki, pero con métodos primitivos. Siglos más adelante, la época del “terror” de la Revolución Francesa tuvo sin duda un impacto sicológico sobre la población civil. Las ejecuciones masivas y las persecuciones políticas cambiaron la estructura de gobierno que los franceses tenían hasta entonces, pero aunque en medio del caos, había jurados, juicios y los procesos se daban a la luz pública, por lo que a estos eventos tampoco se les puede clasificar como terroristas.

Jean-Paul Sartre recurre a Mathiez para describir las particularidades de una revolución, para este último “la revolución se da cuando el cambio de instituciones está acompañado de una profunda modificación en el sistema de la propiedad”. Sin duda, estos fines son muy distintos a los de los terroristas de antaño y hogaño.

No obstante, los antecedentes más relevantes del terrorismo del siglo XIX, vinculados a la lucha revolucionaria, los tenemos en la Rusia Zarista de los Romanov y en el nacionalismo imperialista de la restauración Medji en contra del shogunado de los Tokugawa en Japón. Los atentados políticos en contra de las monarquías se intensificaron en Europa en la segunda mitad del siglo XIX y se empezó a atacar a la población civil, conformándose el terrorismo moderno. En Rusia, el grupo de intelectuales llamado “Narodnayavolia” (Voluntad del pueblo) organizó atentados en contra de la realeza, para demostrar a los campesinos la seriedad de su proyecto. Asimismo, desde esos años aumentó en el mundo el número de víctimas afectadas que no tenían ninguna relación política o gubernamental con los agresores. En el nuevo continente, en el sur de Estados Unidos se formó el Ku Klux Klan, en los primeros años de la década de 1860, con el fin de aterrorizar a los antiguos esclavos y a los delegados del gobierno federal. Una observación interesante parte de la manera en la que Gran Bretaña disminuía los atentados contra su población civil en el siglo XIX, ya que en la época victoriana los ingleses tenían cierta tolerancia con los anarquistas, lo que evitaba de alguna manera que los molestaran a ellos.

El terrorismo ha tenido distintas manifestaciones en el mundo y la situación política de la segunda mitad del siglo XX también le ha dado un desarrollo particular. Los atentados terroristas aumentaron después del final de la Segunda Guerra Mundial en la zona de Medio Oriente y especialmente a razón de la creación del Estado de Israel. Aunque la mayoría de los judíos mostró tolerancia y clara preferencia por soluciones legales y políticas para conseguir su independencia, a finales de los cuarenta, algunos grupos radicales como los de la agrupación Stern y el Irgun Zvai Leumi utilizaron al terrorismo en contra de las comunidades árabes, con el fin de conseguir su añorada soberanía. Asimismo, se responsabiliza a la Organización para la Liberación de Palestina de llevar a cabo actos terroristas, también en reclamo de su independencia, en la década de los setenta. Por su parte, Europa y Asia experimentaron un considerable aumento de actos de terrorismo en las décadas que van desde 1960 hasta 1990 por distintas causas, sobre todo las referentes a los irlandeses y vascos. La última década del siglo veinte vislumbró una relativa disminución del terrorismo, lo que quedó desestimado después del 11 de septiembre del 2001.

Cada continente y país han sufrido los ataques de distintos grupos terroristas y de terrorismo de Estado. En Europa, sobresalen por su violencia los miembros de ETA en España y los de IRA en Irlanda. La RAF de Alemania se organizó como una facción del Ejército Rojo y en Italia también surgieron grupos violentos de izquierda como Brigadas Rojas y Lutta Obrera. En referencia a los movimientos de liberación, además de los de los vascos e irlandeses, por su parte, Francia recibió como terroristas transcontinentales al Comité Antifascista Argelino. Medio Oriente ha tenido como brazo armado de la OLP a Al Fatah, a distintas organizaciones como el Jihad, Hezbollah, Hamas y en ocasiones al Mossad. En África cometieron actos terroristas el Partido Revolucionario del Pueblo Etíope, el Partido Comunista de Sudán, y los Combatientes en el caso de Uganda. Si pasamos a Asia, Japón tuvo crudas pérdidas humanas causadas por Rengo Segikum (Ejército Rojo), Corea del Sur por agentes norcoreanos (1987) y en Malasia, Filipinas e Indonesia hay sospechas de que existen células de Al Qaeda.

Estos países han sufrido de terrorismo y algunos de terrorismo de Estado; sin embargo, no existen los elementos para decir que tal o cual país es terrorista o que tal o cual pueblo es un pueblo de terroristas. Una afirmación de este tipo sería visceral, poco objetiva y académicamente infundada”.

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