Por Mario Meneghini.-

En vísperas del aniversario de la Reconquista de Buenos Aires, conviene recordar el pasado de nuestra patria, procurando que la actuación de los próceres nos sirva de ejemplo y guía para el presente. Y, para eso, es necesario ir más allá de los hechos, tratando de investigar la causa de los hechos. Puesto que, “la historia es en esencia justicia distributiva; discierne el mérito y la responsabilidad” (Font Ezcurra).

Debemos rastrear como se fue configurando nuestra patria. Consideramos que, si se toma la expresión nación argentina en su sentido sociológico -como conjunto de personas que conviven en un mismo territorio, poseen características comunes y manifiestan el deseo de continuar viviendo juntas- ya existía antes del 25 de mayo. A partir del 29 de junio de 1550, con la fundación de la ciudad de Barco -actual Santiago del Estero- comienza la lenta formación de nuestra nación. Consideramos que, en ocasión de las invasiones inglesas, quedó en evidencia que la Argentina, como nación, estaba ya consolidada.

Por lo señalado, si queremos fijar en una fecha la vigencia plena de la nacionalidad argentina, la que corresponde es la del 12 de agosto de 1806, cuando se produce la Reconquista de Buenos Aires, cuya conducción estuvo a cargo de Liniers.

Es oportuno recordar a Santiago de Liniers, militar nacido en Francia, que se encontraba al servicio de España, y se sintió identificado con la comunidad en la que vivía, y cuya actuación fue decisiva para la consolidación de la nación Argentina. Su relación con la patria, resulta evidente; se ha dicho incluso que: “sin la fe de su alma, sin la entereza de su carácter, a esta hora hablaríamos inglés en vez de español”.

Explica el Dr. Cresto que los vecinos de Buenos Aires, “conducidos por un genuino caudillo militar, francés de origen, español por su voluntad, valiente, bondadoso y desprolijo, estaban dando origen a una nación, la nuestra”.

Pese a su brillante actuación, Liniers fue separado de su cargo de Virrey el día 11 de febrero de l809, asumiendo en su reemplazo Baltasar Hidalgo de Cisneros, el 20 de julio. Podría haber evitado el desplazamiento, que era, en gran medida, resultado de intrigas y desconfianzas infundadas por su origen francés, pues los jefes militares lo apoyaban y gran parte del pueblo también. Primó su acendrado sentido del deber y de la disciplina. “Renunció a ser el conductor de un pueblo cuya adoración iba hasta el delirio, de manera extraña, como si el alma colectiva hubiese captado de improviso en toda su magnitud lo más íntimo de aquella personalidad. Al olfato de la multitud no pasan inadvertidas ciertas cualidades” (Ortega).

En base a lo anterior, debemos reconocer que, desde antes del cabildo de Mayo, hubo -y se mantienen hasta el presentes- dos enfoques o proyectos diferentes, en suma dos Argentinas, como sostiene el historiador Víctor Sonego:

-El primer enfoque, nace el 12-8-1806, con la Reconquista de Buenos Aires, y podemos llamarlo Federal-tradicionalista.

-El segundo enfoque, surge en enero de 1809, con el tratado Apodaca-Canning, celebrado entre España e Inglaterra, cuando este país que había sido derrotado militarmente en el Río de la Plata, ofrece una alianza a España, contra Francia, a cambio de facilidades para exportar sus productos. A este enfoque podemos llamarlo Unitario-colonial.

No caben dudas de que San Martín, por ejemplo, se identifica con el enfoque tradicionalista, que se manifiesta con el rechazo de las invasiones inglesas, se afirma con la revolución de Mayo y la guerra de la independencia, y culmina con el combate de la Vuelta de Obligado.

Quienes atacaron a San Martín y trabaron su gestión, hasta impulsarlo a alejarse del país, se encuadran en el enfoque unitario. Son quienes consideraban más importante adoptar la civilización europea, que lograr la independencia nacional, y por “un indigno espíritu de partido” -decía San Martín- no vacilaron en aliarse al extranjero en la guerra de Inglaterra y Francia contra la Confederación. Lo mismo hicieron en la batalla de Caseros -cuando se aliaron con el Imperio de Brasil-, donde llegaron a combatir 3.000 mercenarios alemanes contratados por Brasil. San Martín llegó a la conclusión de que “para que el país pueda existir, es de absoluta necesidad que uno de los dos partidos en cuestión desaparezca” (carta a Guido, 1829).

Uno de las vías de difusión de la mentalidad unitaria-colonial, fue la masonería, que influyó en algunos próceres. Rodríguez Peña, por ejemplo, fue uno de los 58 residentes en el Río de la Plata, que se incorporaron a las dos logias masónicas instaladas durante las invasiones inglesas (Estrella del Sur, e Hijos de Hiram). Otros dos formaron parte de la 1ra. Junta de gobierno: Mariano Moreno y Castelli (Memorias del Cap. Gillespie).

Un personaje de poca monta, Saturnino Rodríguez Peña, que ayudó a escapar al General Beresford y otros oficiales ingleses, que estaban internados en Luján, luego de la invasión de 1806, fue premiado por sus servicios al Imperio Británico, con una pensión vitalicia de 1.500 pesos fuertes.

Por su parte, otro General argentino, Carlos de Alvear, siendo Director Supremo de las Provincias Unidas, firmó dos pliegos, en 1815, dirigidos a Lord Stranford y a Lord Castlereagh, en los que decía: “Estas provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer a su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso.” Estos documentos se conservan en el Archivo Nacional, y prueban una actitud que nunca existió en San Martín, cuya conducta fue siempre transparente y sincera.

Los ejemplos mencionados de Alvear y de Rodríguez Peña, hacen necesario rastrear el pasado para tratar de entender el motivo de sus actitudes.

El enfoque Unitario-colonial, está influenciado por el iluminismo y el romanticismo, que se puede sintetizar en una frase de Sarmiento: “los pueblos deben adaptarse a la forma de gobierno y no la forma de gobierno a la aptitud de los pueblos”. Precisamente lo contrario sostenía San Martín: “a los pueblos no se les debe dar las mejores leyes, sino las mejores que sean apropiadas a su carácter”.

Podemos resumir las diferencias entre ambos enfoques, en el enfrentamiento que tuvo San Martín con Rivadavia, desde que volvió a Buenos Aires, en 1812, hasta su alejamiento definitivo (1824). El mismo año de su llegada, le tocó a San Martín intervenir en el pronunciamiento militar que desalojó al Triunvirato, integrado por Rivadavia. La decisión obedeció a la incompetencia del gobierno que no acertaba a entender hasta donde se extendía la patria, y actuaba como si se limitara a la ciudad de Buenos Aires. Entre otros errores, ordenó el regreso del Ejercito del Norte que, de no haber sido desacatada por Belgrano, habría permitido que el ejército realista llegara al Paraná.

Con respecto al interior, Rivadavia, que se ufanaba de no haber pasado nunca más allá de la plaza Miserere, insistía en tratar a las provincias con altanería, considerando que la autoridad debía estar concentrada en la capital. San Martín, no solo veía al interior como una parte del país que debía complementarse con Buenos Aires, sino que ambos debían integrar una unidad superior; primero, la unión de los virreinatos de Lima y el Río de la Plata, más la Capitanía de Chile; luego, la América Española, como una nación desprendida del imperio español.

Con respecto al exterior, Rivadavia aspiraba a mejorar nuestra vida pública hasta ponerla en línea con los modelos europeos. Pretendía captar el apoyo de Inglaterra y Francia, con el ofrecimiento de buenas ganancias, y la disposición a acatar sus directivas. Veía el futuro argentino en el presente de Europa.

San Martín, por el contrario, creía que Europa estaba en el pasado, la España perdida se reencontraba en América, la Europa caduca rescataba aquí su juventud.

En momentos de honda crisis en nuestra patria, no podrá restaurarse la Argentina, mientras no se afiance en sus raíces verdaderas; por eso consideramos que resulta necesaria una nueva reconquista. Para ello no bastará con el llamado Pacto de Mayo, firmado en Tucumán el 9 de julio. Acordar, formalmente, un decálogo de frases, no constituye un pacto, que requiere una previa deliberación para constituir un verdadero compromiso. El ejemplo, siempre citado, es el pacto de la Moncloa de 1977, que demandó arduas negociaciones entre sectores diferentes, incluidas las centrales obreras y empresarias, y ratificado por diputados y senadores. Un pacto institucional requiere “el reconocimiento del adversario como tal, y no como un enemigo de la patria” (*).

Creer que se puede superar la anomia que afecta a la sociedad argentina, y la grieta profunda entre sectores políticos, simplemente con desearlo, es incurrir nuevamente en la utopía (lugar que no existe).

Ojalá el patriotismo, aún latente en muchos ciudadanos, consiga movilizar iniciativas que conduzcan a rescatar y actualizar lo mejor de nuestro pasado, para ser dignos de la herencia que nos dejaron nuestros héroes.

(*) Sergio Crivelli. “Un pacto ornamental”; La Prensa, 9-7-24.

Fuentes

Sánchez Sorondo, Marcelo. “La clase dirigente y la crisis del régimen”; ADSUM, 1941, pp. 37/38.

Terrera, Guillermo Alfredo. “El ser nacional”; Instituto de Ciencias del Hombre, 1974, pp. 41/43.

Widow, Juan Antonio. “La Revolución Francesa: sus antecedentes”; Verbo, N° 310-.311, Marzo-Abril 1991, p. 13.

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