Por Italo Pallotti.-

Latinoamérica ha sido violada. Cuesta calificar el derrotero de las angustias y pesares que a lo largo de tantos años, por obra de sus pésimos gobiernos, esta parte del mundo no para de sufrir agresiones y violaciones de todas las maneras, sólo imaginables quizás en mentes afiebradas por la sinrazón. Malversación de sus caudales públicos, por ejemplo; aunque pasan a ser irrelevantes por todo lo consecuente, que resulta tan grave como eso. Porque más aún y primariamente grave, es el ultraje sistemático a sus Constituciones, sus leyes, sus normas de vida; tanto como de sus sistemas de Seguridad, de Educación, de Salud; como la afrenta a sus sistemas de Justicia e invasión a los fundamentos de las divisiones de los poderes del Estado. Tanto es de pernicioso esto como la elección de inescrupulosos, ineptos y burladores sistémicos de la voluntad de sus pueblos casi de una manera quirúrgica puestos en la tarea de destruir los estamentos de los Estados. Nunca se intentó, siquiera como un atisbo de seriedad, implementar cursos de docencia en carreras para desenvolverse en el plano de la política; como medio de evitar la rotura del andamiaje mínimo de virtuosismo que debe exigir la noble tarea en la conducción de la cosa pública. Nada, al parecer, fue siquiera puesto en la intención de mejorar, con el paso del tiempo, un resquebrajamiento de las elementales normas de convivencia que exigen los procesos democráticos; al menos en el plano de lo mínimamente fáctico y no solo en lo teórico.

No es difícil deducir esto que pasó. Los votos de una ciudadanía atolondrada por las promesas de los populismos demagógicos y perversos hicieron que ella, por comodidad, ignorancia, corrupción y otras cuestiones aún más graves, equivocara el rumbo al momento de emitir su voto. Así es como a los pueblos, silenciosa y cruelmente, los fueron poniendo de rodillas. No en un sentido metafórico, sino en cuanto a la pérdida paulatina de sus deseos, sus ilusiones o la esperanza de una vida en paz. Todo eso bajo el paraguas de unas Democracias plagadas de agujeros negros que dejaron filtrar, vía las desquiciadas conductas de sus dirigentes, las peores consecuencias. Basta con señalar la matriz genética de esos descalabros (dictaduras) a la madre Cuba. Antes o después, se anotan en ese trágico tablero: Nicaragua, Ecuador, Méjico, Panamá, Chile, Bolivia, Paraguay, Uruguay, Colombia, Perú, Dominicana, El Salvador, Guatemala, Haití, Argentina y por último, o al menos la que ocupa la opinión publica en estos días, Venezuela. La derecha o la izquierda tienen el tosco “privilegio” de haber ostentado el horrible historial de las violaciones a los DDHH, entre otras tantas desviaciones. Personajes corruptos, nefastos e impresentables bajo el signo del populismo, el izquierdismo, o el progresismo, y el supuesto corrector de esos “males”, las dictaduras de derecha, se disputan el repugnante estigma de haber sembrado en sus cuerpos sociales las más desastrosas decadencias. Toda una dirigencia qué con su carga de cinismo, casi patológico, tuvieron la osadía de sentirse “orgullosos” de sus patéticas gestiones; hasta que alguna vez una parte de ese pueblo pudo hacerles sentir el escarmiento; de hecho no en la medida que merecían por tanta maldad y sometimiento, desgraciadamente.

Finalmente, el caso Venezuela, merece renglón aparte. El mundo, expectante a tano bochorno, a tanta vergüenza y crueldad. Desde que los procesos democráticos existen, al ganador de una elección surge en horas. Allí eso no existe. Una confabulación implacable, vulgar, alimentada por silencios cómplices, entre ellos el kirchnerismo y asociados (hasta hoy), hace que nadie sepa la verdad sobre lo que ocurrió el domingo. Una discursiva (del dúo Maduro-Cabello), torpe, ridícula, agresiva, tramposa, envalentonada (vaya uno saber por qué protecciones específicas- o sí se sabe bien-), se mofan del mundo civilizado. En las calles, la posible muerte, que subyace en cada uno que protesta, superó las lágrimas y el dolor de ya no ser. Latinoamérica toda, está de luto. Votaciones amañadas escamotean la verdad. Los silencios cómplices obturan el grito de dolor. Los dictadores, en un soliloquio perpetuo, ignoran el calvario y la muerte de sus hermanos. Los opositores, sólo entes, en marginación obscena. El mundo, convulsionado y roto en su armonía y paz, agrega un nuevo conflicto de derivaciones insospechadas. El tiempo, tiene la palabra.

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