Por Jorge Raventos.-

Ayer se cumplieron 50 años de la muerte del General Perón, 1° de julio de 1974.

Medio siglo ha pasado. En aquel tiempo no había teléfonos celulares y sólo en la siguiente década irrumpirían las computadoras personales. Para que surgiera y empezara a desplegarse Internet habría que esperar a los años 90.

Perón había podido acceder a un aparato de fax en su casa de Madrid apenas antes de regresar a la Argentina. Hoy hay impresoras 3D, nos comunicamos por zoom o whatsapp, hay robots, nanotecnología, vehículos autónomos y estamos ingresando en la era de la Inteligencia Artificial. En este medio siglo la geografía política cambió, la marcha de la historia se aceleró alimentada principalmente por los cambios tecnológicos.

“Lo único permanente es la evolución”, había dicho Perón. Y si su pensamiento mantiene vigencia es precisamente porque advirtió la necesidad de adaptarse a los cambios que propone la historia y esforzarse en preverlos atendiendo a la realidad por encima de teorías o doctrinas, para “fabricar una montura propia” que permita cabalgar la evolución defendiendo y promoviendo en ese recorrido el interés nacional.

El pensamiento de Perón, que supo prever el proceso de creciente integración de la sociedad mundial cuando advirtió sobre continentalismo y universalismo, afronta ahora el desafío del formidable oleaje de una evolución constantemente acelerada. ¿Podremos fabricar nuestra propia montura?

Hay momentos en que la evolución anda a tranco lento y otros en los que adquiere velocidad de vértigo. La era agrícola, que transformó a nómades cazadores y pescadores en agricultores y ganaderos duró unos 9.000 años. La era industrial se inició en Europa tres siglos atrás. Alvin y Heidi Toffler vaticinaron en los años 80 que el mundo estaba ingresando en una tercera etapa en la que lo característico sería la tecnología más que la industria, el trabajo intelectual antes que el físico. Probablemente ni ellos mismos supusieron que esa tercera ola avanzaría sobre el planeta con tanta velocidad. Comenzó con la Tercera Revolución Industrial signada por la revolución digital, que empezó a insinuarse desde mediados del siglo XX, y se ha caracterizado por una fusión de tecnologías está esfumando las líneas entre lo físico, esferas digitales y biológicas.

Hoy ya estamos navegando la Cuarta Revolución Industrial, marcada por avances tecnológicos emergentes en una serie de campos, incluyendo robótica, cadena de bloques, nanotecnología, computación cuántica, biotecnología, internet de las cosas, impresión 3D, vehículos autónomos e Inteligencia Artificial.

Pero esta última, la Inteligencia Artificial, es el portal para cambios aún más revolucionarios: la Inteligencia Artificial, y capas superpuestas de software que trabajan inspiradas en el funcionamiento de las reacciones de las neuronas cerebrales (se las llama capas neuronales), son los primeros sistemas capaces de aprender. Se trataría de la producción de productos por medio de productos capaces de aprender y, potencialmente, de darse órdenes a sí mismos.

Los avances de la tecnología han sido habitualmente acompañados por cambios en la naturaleza del trabajo y han destruido algunos tipos de trabajo. En 1900 el 41 por ciento de los estadounidenses trabajaba en el sector agrícola. Para el año 2000. La cifra era de solo el 2% y hoy apenas supera el 1 por ciento. Igualmente, la proporción de estadounidenses empleados en la producción industrial: pasó del 30 por ciento de los años posteriores a la Segunda Guerra mundial a alrededor del 20% en la actualidad, debido a una mayor automatización. En el mismo período, los empleos en servicios pasaron del 50 por ciento de los puestos de trabajo a superar largamente el 70%.

Hablar de cuarta “revolución industrial” es un concepto probablemente equívoco, porque sugiere una mera transformación de grado en relación con el industrialismo clásico, cuando en rigor la Inteligencia Artificial implica un cambio cualitativo.

El crecimiento industrial clásico estaba en general ligado a la creación de empleo, tiende a generarlo en sectores como manufactura, construcción, transporte; históricamente, ha proporcionado oportunidades laborales para personas con habilidades básicas, aunque no especializadas, como operarios de fábrica, trabajadores de montaje, conductores, etc.

Aunque el desplazamiento tecnológico era, en términos generales, gradual, el modelo industrial tradicional no desconocía un grado de competencia entre máquinas y trabajadores, Marx consideraba que esa opción era el motor que impulsaba el desarrollo de las fuerzas productivas: el éxito de las organizaciones obreras en sus conquistas encarecía el costo del trabajo humano y estimulaba a las empresas a reemplazarlo con la inversión en máquinas y tecnologías. Cada ola de ascenso tecnológico mejoraba la productividad y deprimía los salarios por un período, lo que derivaba en la conveniencia, nuevamente, de ocupar mano de obra, habitualmente con mayor exigencia de calificación. Empleo, productividad y rentabilidad empresaria no se presentaban como elementos radicalmente disociados.

Hace casi un siglo, Keynes entrevió problemas más complicados: «El desempleo tecnológico podría ser ocasionado por nuestra capacidad de economizar trabajo humano a un ritmo que supere nuestra capacidad de encontrar nuevos usos de ese trabajo humano».

La Cuarta Ola pudo, a través de la automatización avanzada, reemplazar tareas rutinarias y repetitivas en un amplio espectro de industrias, desde la atención al cliente hasta la gestión de inventarios y la logística. A través de herramientas de Inteligencia Artificial puede reemplazar también otros trabajos, no rutinarios (como en el caso de los vehículos sin conductor humano).

El avance no ocurre de modo homogéneo en todas las ramas ni en todas las especialidades y es más difícil en tareas que no suponen pasos estereotipados

En su libro. Segunda era de las máquinas. Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee, investigadores del MIT observan: “Nunca ha habido un peor momento para ser un trabajador con solo conocimientos y capacidades comunes para ofrecer. Porque las computadoras y otras tecnologías digitales están adquiriendo esos conocimientos.”

Sin embargo, en su búsqueda de eficiencia las empresas procuran ir más allá, hacia las tareas más sofisticadas, para seleccionar los procedimientos más eficaces en el desarrollo de esas tareas, normativizarlos y generalizarlos, lo que constituye el prólogo de su traducción a automatismo tecnológico. Así, con procedimientos más avanzados de procesamiento de información las tareas más complicadas pueden dividirse en pequeños pasos simples programables, en una suerte de taylorismo tecnológico que reproduce la cinta de montaje de la primera industrialización.

El argentino Eduardo Levy Yeyatti es terminante: “Aquellos que piensan que se van a crear tantos trabajos como los que se van a destruir están mirando por el espejo retrovisor –advierte–. La historia no avanza de manera circular o lineal. Ha ido desplazando al hombre en las tareas musculares, luego en las tareas cerebrales rutinarias y ahora está sustituyéndolo en tareas más sofisticadas y calificadas. La IA finalmente reemplaza a la inteligencia. Entonces no es que van a aparecer otros tipos de capacidades que nosotros no sabíamos que teníamos, pero que vamos a usar para los nuevos trabajos. No. La IA, a nivel técnico, va a poder reemplazar la inmensa mayoría de las tareas que nosotros desarrollamos en lo que hoy consideramos trabajo”.

Perón, que miraba con dimensión universalista la sociedad mundial en progresiva (y conflictiva) integración y comprendía que la realidad estaba sometida a un fuerte determinismo tecnológico, explicaba que “la evolución histórica marcha con la velocidad de los medios que la impulsan” y que había que adaptarse a esa realidad.

Pero reconocer ese determinismo tecnológico no implicaba someterse dócilmente a él. La política debía crear la propia “montura”, es decir transitar la evolución preservando y desarrollando en ella el interés y la impronta de la nación.

El principal motor tecnológico de esta etapa de la evolución parece ser la Inteligencia Artificial que, más allá de oscuros pronósticos que presagian un gobierno de las máquinas, indudablemente produce consecuencias en el mundo del trabajo, que es una prioridad para el pensamiento de Perón (“para el peronismo existe una sola clase de hombres, los que trabajan”, escribió en las “20 Verdades”). Se trata de abrazar, asimilar, aplicar y contribuir a la producción de las nuevas tecnologías con la mirada puesta en la incorporación de trabajo argentino.

La realidad marca hoy que el país tiene la mitad de su población debajo de la línea de pobreza, tiene casi 8% de desempleo abierto y altísimas tasas de empleo precario y no registrado. Esas cifras no son precisamente el resultado de un desplazamiento por obra de la incorporación tecnológica, sino de la ineficiencia de un sistema que, pese a algunos esfuerzos, se mantuvo amarrado al pasado y fue incapaz de seguir el ritmo de la evolución.

Si bien se mira, los cambios inducidos por la vertiginosa irrupción de las nuevas tecnologías han producido en el mundo efectos sobre todas las estructuras políticas, económicas, sociales y culturales preexistentes, han dado origen a vastas oleadas de protesta política, así como a cambios diametrales en los elencos de gobierno y en los parlamentos.

En la Argentina se han combinado algunas consecuencias de ese cambio planetario con el anquilosamiento de los sistemas propios, lo que también desarticuló el sistema político preexistente y allanó el camino para el ascenso de un “outsider” como el actual Presidente.

El país tiene ante sí el doble desafío de incorporar las inversiones y la tecnología que la reinserten activamente en las redes tecnológicas, productivas, comerciales y culturales avanzadas y, simultáneamente, el de rescatar a millones de compatriotas, principalmente jóvenes, desplazados, precarizados y muy pobremente formados para integrarse al mundo del trabajo inclusive desde las tareas más simples. Ni qué hablar de los potenciales puestos de empleo que puedan disponer las empresas tecnológicas.

En el horizonte que proponen la impetuosa revolución tecnológica y la sociedad del conocimiento, es preciso resignificar la bandera de la justicia social que enarboló Perón: hoy es central recuperar a millones del destino de descarte que sufren y capacitarlos para que puedan desarrollarse en el mundo del trabajo y el estudio. Es una misión que compromete al Estado central, a provincias y municipios y también a sindicatos, empresas y organizaciones de la sociedad civil. El país debe recuperar el crecimiento y sus ciudadanos deben estar en condiciones de realizarse en él.

Como escribió Perón en “La Comunidad Organizada”, hace 75 años: “Importa conciliar nuestro sentido de la perfección con la naturaleza de los hechos, restablecer la armonía entre el progreso material y los valores espirituales y proporcionar nuevamente al hombre una visión certera de su realidad. Nosotros somos colectivistas, pero la base de ese colectivismo es de signo individualista, y su raíz es una suprema fe en el tesoro que el hombre, por el hecho de existir, representa”.

Aun reconociendo la tensión que puede existir entre las nuevas tecnologías y el trabajo humano, la solución no puede estar en cancelar uno de esos dos términos, sea demonizando la tecnología y magnificando sus peligros conjeturales, sea desentendiéndose de la suerte de los desempleados reales o potenciales, encomendándolos a su exclusiva responsabilidad o fortuna.

Dando por sentado que el desarrollo tecnológico es irreversible, Levi Yeyatti, que no es peronista pero analiza con realismo la evolución, sugiere: “El gobierno tiene que favorecer la creación de empleos de calidad, tiene que formar a los trabajadores para tratar de meter la mayor cantidad de jóvenes de regreso en el barco, y que no queden afuera. Así ese joven podrá cambiar una choza por un edificio con estabilidad antisísmica cuando venga el temblor. Si cambiamos la matriz, la calidad de vida de la gente va a ser mucho mayor. Trabajadores que comprendan texto, que puedan ser recalificados, que puedan complementar una tecnología, que sean más versátiles. La educación para el trabajo del futuro es rescatar a los que se te cayeron y prepararlos para lo que viene. Nadie habla de esto. El reto es volver a la recalificación con una visión estratégica”.

En un muy saludable reingreso de la tradición federal, la semana próxima el Presidente y la mayoría de los gobernadores suscribirán en Tucumán los llamados Pactos de Mayo, que están reescribiéndose a partir del texto propuesto por Milei el 1° de marzo ante el Congreso y de sugerencias de los gobernadores.

Se sabe ya que habrá un punto que en marzo no se incluyó: la defensa de la educación pública, tanto la de gestión estatal como la de gestión privada o social. Será un buen ingreso para encarar a partir de acuerdos básicos la ciclópea tarea de formación para el cambio que la Argentina requiere.

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